miércoles, 17 de diciembre de 2025

 

1386

 

STALIN, HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.

 

Domenico Losurdo.

 

( 26 )

 

 

 

ENTRE EL SIGLO VEINTE Y LAS RAÍCES HISTÓRICAS PREVIAS, ENTRE HISTORIA DEL MARXISMO E HISTORIA DE RUSIA: LOS ORÍGENES DEL "ESTALINISMO"

 

 


 

Utopía exaltada y prolongación del Estado de excepción

 

Obviamente, la  larga duración  del  Segundo  período  de  desórdenes  no  es  meramente  un  dato objetivo. ¿Qué papel desempeñan en su prolongación los estratos intelectuales y políticos, así como la ideología en la que se inspiran? Una corriente de pensamiento que tiene en Arendt su punto de referencia, se  dedica  sobre  todo  a  la  búsqueda  del  pecado  original  ideológico  que  sería  propio  de  aquellas revoluciones cuyo desarrollo fue más tortuoso. Me parece más fructífero un enfoque diferente, que tome impulso de una sociología comparada de los estratos intelectuales y políticos. En los movimientos que desembocaron en una revolución, tanto en Francia como Rusia, vemos trabajar a los «pordioseros de la pluma»  -Gueuxplumées,  según  la  definición  de  Burke-,  o  los  «Pugacev  de  la  Universidad»,  según  la definición de Maistre. Se trata por tanto de intelectuales no propietarios, cuyos adversarios despreciaban por "abstractos". No hay duda de que los intelectuales propietarios llegan a la caída del antiguo régimen teniendo ya tras de sí una experiencia política real e incluso de práctica del poder político. En EEUU los propietarios de esclavos, de cuyas filas provienen los intelectuales y estadistas más prominentes (durante treinta y dos de los primeros treinta y seis años de vida de la República norteamericana, quienes ejercen la Presidencia son precisamente propietarios de esclavos), no se limitan a disfrutar de su riqueza como una  especie  "peculiar"  de  propiedad  privada  junto  a  las  otras:  sobre  sus  esclavos  ejercen  un  poder  al mismo  tiempo  ejecutivo,  legislativo  y  judicial.  Consideraciones  no  muy  diferentes  podrían  hacerse respecto  a  la  Inglaterra  de  la  Revolución  Gloriosa:  la  propiedad  de  tierras  (de  la  que  a  menudo provienen  intelectuales  y  dirigentes  liberales)  está  muy  presente  en  la  Cámara  de  los  Lores  y  en  los Comunes, y junto a la gentry controla directamente a los jueces de paz, detentando así el poder judicial también.  La  cita  con  el  poder  encuentra  menos  preparados  a  los  intelectuales  no  propietarios.  Su abstracción  contribuye  a  hacer  más  problemático  y  atormentado  el  proceso  de  estabilización  de  la revolución.  Existe  sin  embargo  otra  cara  de  la  moneda:  son  precisamente  esa  "abstracción"  y distanciamiento  de  la  propiedad  los  que  hacen  posible  para  los  «pordioseros  de  la  pluma»  apoyar  la abolición de la esclavitud en las colonias, y a los «Pugacev de la Universidad» dar su apoyo al proceso de descolonización, que se desarrollará después a nivel planetario.

 

En la larga duración del Segundo período de desórdenes es indudable también el papel desarrollado por la ideología. Es necesario sin embargo añadir enseguida que no se trata solamente de la ideología de los bolcheviques. Hemos visto las esperanzas mesiánicas que acompañan al derrumbe de la autocracia zarista y sabemos también que el motivo de la revolución traicionada supera los límites de Rusia y del movimiento comunista. Poquísimos meses o semanas después de octubre de 1917, Kautsky subraya cómo los bolcheviques no mantienen o no son capaces de mantener ninguna de las promesas esgrimidas en el momento de la conquista del poder:

 

Ahora  es  cuando  el  gobierno  de  los  Soviets  se  ha  visto  obligado  a  diferentes compromisos  frente  al capital  [...].  Pero  más  que  frente  al  capital  ruso,  la  República  de  los Soviets tuvo que retroceder ante el alemán, y reconocer sus pretensiones. Es todavía incierto cuándo volverá el capital de la Entente a introducirse en Rusia; todo apunta a que la dictadura del  proletariado  haya  aniquilado  al  capital  ruso  solamente  para  ceder  el  puesto  al  alemán  y americano.

 

Los  bolcheviques  habían  llegado  al  poder  prometiendo  «la  propagación  bajo  el  impulso  de  la experiencia rusa, de la revolución en los países capitalistas». ¿Pero qué había sido de ésta perspectiva «grandiosa y fascinante») Había sido socavada por un programa de «paz inmediata a cualquier precio». Estamos en 1918 y paradójicamente la crítica de Kautsky a Brest-Litovsk no es muy diferente a la que hemos visto ya, especialmente en Bujarin. Más  allá  de  las  relaciones  internacionales,  aún  más  catastrófico  es,  siempre  para  Kautsky,  el balance de la Revolución de octubre en el plano interno:

 

Echando fuera los restos del capitalismo, ésta ha expresado más pura y fuertemente que nunca  la  fuerza  de  la  propiedad  privada  de  la  tierra.  Ha  hecho  del  campesino,  hasta  ahora interesado en la disolución de la gran propiedad privada de la tierra, un enérgico defensor de la propiedad privada creada ahora, y ha consolidado la propiedad privada de los medios de producción y la producción de mercancías.

 

De  nuevo  nos  vemos  llevados  a  pensar  en  aquellos  que,  también  dentro  del  partido  bolchevique, describen la persistente propiedad privada de la tierra y la NEP como un culpable abandono de la vía socialista. La ulterior colectivización de la agricultura no acaba con la denuncia de traición; ésta, precisamente a  mediados  de  los  años  treinta,  encuentra  su  expresión  orgánica  en  el  libro  de  Trotsky  dedicado  a  la «revolución  traicionada».  Es  interesante  notar  cómo  las  imputaciones  fundamentales  de  esta  acusación estén de algún modo ya presentes en el libro de Kautsky de 1918. Veamos de qué manera argumenta el eminente  teórico  socialdemócrata:  si  la  propiedad  privada  individual  también  es  sustituida  por  la propiedad  cooperativa,  no  debe  olvidarse  que  ésta  última  es  solamente  «una  nueva  forma  de capitalismo». Por otro lado, la misma «economía estatal no es todavía el socialismo» y no solamente por el hecho de que continúan subsistiendo el mercado y la producción mercantil. Hay algo más. La liquidación de determinada forma de capitalismo no significa en absoluto la liquidación del capitalismo como tal: el nuevo poder «puede anular muchas formas de propiedad capitalista». Ello  no  significa todavía  la  «fundación  de  una  producción  socialista»,  realidad,  en  la  Unión Soviética ha surgido o está surgiendo una nueva clase explotadora:

 

«En el lugar de aquellos que hasta ahora  eran  capitalistas,  ahora  convertidos  en  proletarios,  entran  intelectuales  o  proletarios,  ahora convertidos  en  capitalistas». 

 

Si  también  Trotsky,  a  diferencia  de  ciertos  seguidores  suyos  más radicales,  prefiere  hablar  de  «burocracia»,  más  que  de  nueva  clase  capitalista,  quedan  claras  las analogías entre los dos discursos comparados aquí, sobre todo porque también para el revolucionario ruso la «burocracia soviética» parece aspirar a «alcanzar a la burguesía occidental». Desde luego, no faltan diferencias. Para Kautsky es el grupo dirigente bolchevique como tal el que ha abandonado y de algún modo traicionado los nobles ideales del socialismo; por lo demás, más que de una elección y de una  abjuración  subjetivas  y  conscientes,  tal  abandono  es  expresión  de  la  «impotencia  de  todos  los intentos revolucionarios que no han tenido en cuenta las condiciones objetivas sociales y económicas».

 

En  comparación  con  Trotsky,  parece  más  convincente  el  discurso  de  Kautsky,  pues  no  comete  la ingenuidad de explicar gigantescos procesos sociales objetivos (que más allá de Rusia han implicado a toda una serie de otros países), ¡clamando contra la traición de un restringido estrato político, o incluso de una única personalidad, que cumple así un papel de deus ex machina). Hay sin embargo un momento en el que también el dirigente socialdemócrata alemán  introduce  la  categoría  de  traición  subjetiva  y consciente. Los bolcheviques la habrían consumado cuando, ignorando voluntariamente la inmadurez de las condiciones objetivas, se abandonan al «culto a la violencia» que sin embargo «el marxismo condena duramente».  Es  solamente  la  elección  inicial  de  desencadenar  la  Revolución  de  octubre  la  que  es sinónimo  de  abjuración  de  los  nobles  ideales  de  Marx  y  el  socialismo;  en  este  caso,  sin  embargo,  la acusación  de  traición  implica  no  menos  a  Trotsky  que  a  Lenin  y  Stalin.  Queda  todavía  por  ver  si  la condena  que  Kautsky  pronuncia  respecto  al  «culto  a  la  violencia»  de  los  bolcheviques  sea  compatible con el reproche de haber querido en Brest-Litovsk «una paz inmediata a cualquier precio».

 

Más  importante  que  las  diferencias  son  las  analogías  que  subsisten  entre  los  dos  teóricos  del marxismo aquí examinados conjuntamente. En ambos discursos la visión mesiánica de la sociedad futura abre un abismo entre la belleza del socialismo y comunismo auténticos, por un lado, y la irremediable mediocridad del presente y lo real, por el otro: se intenta colmar ese abism0 recurriendo en el caso de Trotsky a la categoría de traición, y en el caso de Kautsky a la categoría de inmadurez objetiva de Rusia, que  acaba  inevitablemente  provocando  la  desfiguración  y  traición  de  los  ideales  originarios.  Para  el dirigente  socialdemócrata  alemán,  dado  el  «retraso  económico»  de  un  país  que  «no  pertenece  a  los Estados  industriales  evolucionados»,  va  de  suyo  el  fracaso  del  proyecto  socialista:  «En  realidad,  en Rusia se está realizando la última de las revoluciones burguesas, no la primera de las socialistas. Esto cada vez está más claro. La actual Revolución rusa podrá asumir un carácter socialista solamente cuando coincida  con  una  revolución  socialista  en  Europa  occidental».  De  nuevo  nos  encontramos  con  los deseos y pronósticos de Trotsky.

 

En efecto, surgida ya en la Revolución de febrero, la visión mesiánica de la nueva sociedad todavía por  construir  acaba  siendo  defendida,  de  modos  diferentes  y  contrapuestos  entre  ellos,  por  una  franja bastante amplia. Es una dialéctica que se manifiesta con especial claridad en ocasión de la introducción de  la  NEP. 

 

Los  escandalizados  no  serán  solamente  sectores  importantes  del  partido  bolchevique,  y tampoco  es  siempre  la  preocupación  por  la  fidelidad  a  la  ortodoxia  marxista  la  que  motiva  la indignación. Si el cristiano Pierre Pascal lamenta la llegada de una

 

nueva «aristocracia» y el perfilarse de  un  proceso  «contrarrevolucionario»,  el  gran  escritor  Joseph  Roth  menciona  contrariado  la «americanización»  que  vive  la  Rusia  soviética,  perdiendo  no  solamente  la  vía  al  socialismo  sino  su misma  alma,  para  caer  así  en  «el  vacío  espiritual».  A  los  gritos  de  escándalo  por  las  esperanzas mesiánicas defraudadas y traicionadas, les corresponden en el campo burgués los gritos de triunfo por el hecho de que, con la introducción de la NEP, también Lenin -así se argumenta- se ve obligado a dar la espalda a Marx y al socialismo. He aquí de nuevo la categoría de traición, aunque declinada esta vez con un juicio de valor positivo.

 

Paradójicamente, empujando de algún modo a los bolcheviques en dirección a una nueva revolución se encontraba un frente más bien amplio y heterogéneo. Los horrores de la guerra habían llevado a Pascal a  profetizar  con  tonos  apocalípticos,  ya  en  agosto  de  1917,  «una  revolución  social  universal»  de  una radicalidad sin precedentes. En el frente opuesto, adversarios y enemigos de la Revolución de octubre estaban listos para celebrar su fracaso cada vez que en Rusia se perfilaba el intento de pasar de la fase de espera mesiánica a la menos enfática pero más realista de construcción de una nueva sociedad, todo esto no podía dejar de reforzar la  tendencia  ya  bastante  presente  en  el  partido  bolchevique,  por  tanto también del clima espiritual suscitado por la guerra, de radicalizar ulteriormente los motivos utópicos del pensamiento de Marx. En este sentido la ideología que contribuye a la prolongación del Segundo período de desórdenes resulta estar enraizada ella misma en una concreta situación objetiva…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]


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sábado, 13 de diciembre de 2025

 

1385


NEOFASCISMO, NEOLIBERALISMO Y CONTRAINSURGENCIA

De Trump y Netanyahu a Milei

 

 

Néstor Kohan

(Cátedra Che Guevara)

(para el periódico “Liberación” de Argentina)

 

 



Para encontrar soluciones a cualquier tipo de problemas, primero hay que identificar cuales son esos problemas, su carácter, sus principales contradicciones, sus tendencias. Un punto de vista metodológico que vale para la vida cotidiana, pero que se torna imprescindible si se trata de ubicarse en la época global que vivimos a escala mundial y en la situación latinoamericana y argentina en particular.

 

Nuestra época se caracteriza por una crisis estructural, de largo plazo, del sistema capitalista mundial en su fase de imperialismo crepuscular. Esa crisis no depende de tres personajes bizarros: un magnate pederasta y extravagante que se tiñe el cabello de naranja; otro señor que apela cínicamente a textos teológicos para legitimar una guerra neocolonial y moderna de limpieza étnica; finalmente, un lumpen sudaca, empleado obediente y sumiso de los otros dos.

 

La crisis del imperialismo capitalista occidental es estructural y multidimensional (sobreproducción de capitales, subconsumo de las masas laboriosas, colapso ecológico, crisis sanitaria, demográfica y migratoria y, fundamentalmente, ocaso del hegemón euro-norte-americano y su mundo unipolar). Postular que semejante crisis (mucho más aguda e intensa que las de 1929, 1973 - 74 y 2007-2008) responde a una contradicción única, plana, simple, homogénea, no sólo deja a la vista una inocultable falencia en el manejo de la teoría crítica marxista (por más que se barnice con citas sueltas y descolgadas de Marx, Lenin, Rosa, etc.). Lo más grave es que conduce a conclusiones políticas erróneas y garrafales.

 

Si el mundo se dividiera exclusivamente entre “el capital” (así, en general, sin nombre ni apellido, determinaciones sociales y nacionales) y la “fuerza de trabajo” (lo mismo: equiparando al pueblo hambriento de Haití o las masas superexplotadas de África con la “aristocracia obrera” de Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos), la conclusión política puede postular disparates como “hay que voltear a los gobiernos de Cuba y Venezuela” o “Maduro es en un enemigo de la clase obrera” (sic). Si no hay de por medio dinero de la inteligencia enemiga (¡ya nada nos asombra!), eso es ignorancia pura y dura, en el mejor de los casos. Así de sencillo.

 

Si en cambio concebimos al sistema mundial del imperialismo capitalista como un ramillete abigarrado de múltiples contradicciones que coexisten, entonces no sólo se complejiza el análisis. Además eso nos permite intentar construir estrategias de lucha y confrontación mucho más eficaces. Quizás menos “altisonantes”, pero con mayor poder de penetración en la comprensión de las formas de dominación.

 

De Trump y Netanyahu a Milei: las formas híbridas de la contrarrevolución

 

Las fuerzas capitalistas contemporáneas, corazón del imperialismo en decadencia, no apelan jamás a una formulita única. Cómoda, chic y de gran aceptación en las Academias occidentales ya que de “un plumazo” aparentan resolver todos los enigmas de la esfinge. Como por arte de magia toda la historia de la humanidad pasaría a explicarse por un esquema de bolsillo. Ya no serviría la concepción materialista y multilineal de la historia, sus múltiples dominaciones, sus contradicciones coexistentes que van modificándose según los resultados de la lucha de clases y los pueblos sojuzgados. No. Por arte de prestidigitadores, los problemas del campo popular y las posibles estrategias de lucha a escala mundial se reducirían a un resurgir del “feudalismo” (sic), sólo que acompañado de plataformas digitales. Otro discurso a la carta, hoy absolutamente de moda, reduce nuestro enemigo al… “varón” (sic), así, nuevamente sin determinaciones de clase, nacionales, culturales, etc. O lo que estaría sucediendo es el agotamiento de “la modernidad” (sic), como si ésta hubiera tenido un carácter único, monocorde y omnicomprensivo.

 

Con esos discursos tan simplistas (nacidos en general en la Academia yanquigringa o francesa) se consiguen becas, pasantías académicas, viajes y sobre todo, reconocimiento en la farándula “progre”… En la práctica semejantes “teorías” (para denominarlas de modo benevolente y no agresivo, aunque distan largamente de serlo) suelen dejarnos en la orfandad, sin una estrategia de confrontación frente a enemigos poderosísimos. Es más, muchas de ellas reciben becas y son alimentadas y alentadas por el mismo imperialismo y los dineros sucios de sus ONGs contrainsurgentes. Si logramos corrernos dos pasos al costado de esos discursos a la moda (que asoman su cabeza, viven sus minutos de fama y duran no más de 10 ó 15 años para terminar siempre en… mesa de saldos y ofertas), podríamos apreciar que las nuevas derechas apelan a un híbrido de neofascismo en el terreno político, geoestratégico y cultural; escuela económica austríaca o monetarista y renovadas estrategias de guerra de nueva generación, actualizando la vieja contrainsurgencia.

 

Ni el Pentágono de EEUU ni el gerrerismo neocolonial del sionismo ni la continuidad degradada y bizarra de Alsogaray-Martínez de Hoz, Videla y Massera que sustenta “el experimento” de Milei en Argentina, responden a una fórmula única. Combinan cierto doctrinarismo con no poco pragmatismo. Las antiguas doctrinas del fascismo (tanto de los países imperialistas [1922-1945] como de las sociedades dependientes y periféricas [1964- hasta hoy), se fusionan con la añeja escuela económica austríaca (1870-2025). Invariablemente a partir de una estrategia multiforme que combina las teorías de Karl von Clausewitz con Liddell Hart, bajo la modalidad de guerras asimétricas, cognitivas, de nueva generación, golpes blandos, revoluciones de colores, aproximación indirecta, etc.

 

Para enfrentar ese proyecto de contrarrevolución mundial necesitamos una estrategia integral que combine la lucha antiimperialista con el antifascismo, incluyendo las diversas culturas y formas de vida que componen el campo antiimperialista internacional y el Eje de la Resistencia.

 

 

Buenos Aires, 9 de diciembre de 2025

 

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miércoles, 10 de diciembre de 2025

 

1384

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(47)

 

 

VI

Paso al sureste. Cuestión nacional y lucha de clases

 


 

Mao y la «identidad entre la lucha nacional y la lucha de clases»

        

La doble lucha por el reconocimiento cobra una relevancia especial en un país de civilización antiquísima como China. A partir de las guerras del opio se ve obligada a sufrir una infamia y una humillación tras otra, hasta el extremo de que a finales del siglo XIX, en Shanghái, la concesión francesa coloca bien a la vista el cartel:

 

«Prohibida la entrada a perros y chinos».

 

Pero el periodo más trágico de la opresión nacional tiene lugar en el siglo XX, cuando se combinan la guerra civil y una agresión abierta e invasión imperialista.

        

 

Tras el golpe de mano de abril de 1927, gracias al cual Chiang Kaishek puede aplastar a la clase obrera china en Shanghái e infligir pérdidas devastadoras al Partido Comunista, se produce el repliegue al campo guiado por Mao Zedong, que se dedica a crear y defender un poder «soviético» en zonas asediadas e incesantemente atacadas por el Kuomintang. Con la expansión de la invasión japonesa comienza una nueva fase. En octubre de 1934, acosado por la quinta campaña de «cerco y aniquilación» desencadenada por Chiang Kaishek, el Ejército Rojo emprende la Larga Marcha de miles de kilómetros para huir de sus perseguidores, resueltos a liquidarlo sin contemplaciones, pero también para llegar a la región del noroeste y desde allí promover y organizar la resistencia contra la agresión del Imperio del Sol Naciente.

        

 

No cabe duda de que es una empresa épica, pero hay un aspecto de su grandeza que quizá no se haya destacado adecuadamente. Mientras tratan de huir de sus perseguidores, los jefes del Ejército Rojo piensan en el modo de incluirlos, por lo menos parcialmente, en el amplio frente unido que se impone: ahora es preciso enfrentarse al nuevo enemigo que ha irrumpido y cada vez se configura más claramente como el enemigo principal. Sí, observa Mao el 27 de diciembre de 1935 (1969-1975, vol. 1, pp. 168 y 179), «cuando la crisis de la nación alcanza un punto crucial» y corre el peligro de ser esclavizada por el imperialismo japonés, hay que enfrentarse en primer lugar a los invasores y los colaboracionistas, pasando de la «revolución agraria» a la «revolución nacional» y transformando la «república de los obreros y los campesinos en república popular». El gobierno de las zonas controladas por el Partido Comunista Chino «no representa únicamente a los obreros y los campesinos, sino a toda la nación», y el propio Partido Comunista «expresa los intereses de toda la nación, y no solo de los obreros y los campesinos».

        

 

Basándose en esta plataforma, el Partido Comunista apoya o promueve el «movimiento del 9 de diciembre de 1935» cuya consigna es: «¡Alto a la guerra civil, unirse para resistir la agresión extranjera!». Pero ¿no se abandona así la lucha de clases y se da la espalda a la consigna («transformación de la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria») de la revolución de octubre y la Tercera Internacional? Se ha producido un cambio radical, y ahora la lucha de clases revolucionaria consiste en la resistencia al intento del imperialismo japonés de esclavizar a toda la nación china. Los promotores de la guerra civil, que eran los paladines de la revolución en la Rusia del primer conflicto mundial, ahora, en la China que ya sufre la arremetida del que será el segundo conflicto mundial, se han convertido en paladines de la reacción y el imperialismo. Por lo tanto:

 

«Nuestra consigna es combatir en defensa de la patria contra los agresores. Para nosotros el derrotismo es un crimen»

(Mao Zedong).

        

 

La plataforma política que hemos mencionado es clara. Pero en el plano propiamente teórico no faltan las vacilaciones. En el mismo escrito (del 5 de noviembre de 1938), por un lado se llama a «subordinar la lucha de clases a la actual lucha nacional contra Japón» y por otro se afirma: «en la lucha nacional, la lucha de clases asume la forma de lucha nacional; y de este modo se pone de manifiesto la identidad entre ambas luchas» (Mao Zedong). Esta segunda formulación, que da el título al apartado aquí citado del texto de Mao y a este apartado de mi libro, es más rigurosa: no es que «en la fase de la revolución democrática» y nacional «la lucha entre el trabajo y el capital tiene sus límites» (Mao Zedong). No, es que la opresión del imperialismo japonés no hace distinciones de clase ni de sexo; pretende reducir a toda la nación china (no solo al proletariado) a una condición de esclavitud o semiesclavitud. Tampoco las mujeres se libran: obligadas a prostituirse con los militares japoneses necesitados de «solazarse», pasan a ser «mujeres de solaz», sometidas a esclavitud sexual. Así las cosas, la lucha contra el imperialismo del Sol Naciente es el modo concreto en que, en una situación determinada, se manifiesta y estalla principalmente la lucha entre trabajo y capital.

        

 

Esto nos remite al análisis de Marx sobre Irlanda: la apropiación de la tierra por los colonos ingleses y la consiguiente condena del pueblo irlandés a la deportación y el hambre hacen que «la cuestión de la tierra» (y de su posesión), y por lo tanto la «cuestión nacional», se configure como «la forma exclusiva de la cuestión social». Naturalmente, lo mismo que la identidad de «cuestión nacional» y «cuestión social», la «identidad entre la lucha nacional y la lucha de clases» es parcial, y no solo por estar limitada en el tiempo. El propio Mao llama la atención sobre las tensiones entre las clases y entre los partidos que forman el frente unido antijaponés. Aun así, después de la invasión japonesa a gran escala, en China la lucha de clases y la resistencia nacional tienden a ser lo mismo.

        

 

¿Centrarse en las tareas nacionales significa dar la espalda al internacionalismo? ¡Ni mucho menos! Combatir y derrotar al imperialismo japonés es el modo concreto en que los revolucionarios chinos pueden contribuir a la causa de la revolución y la emancipación del mundo:

 

“En la guerra de liberación nacional, el patriotismo es por tanto una aplicación del internacionalismo [...]. Todas estas acciones patrióticas son justas, no son en absoluto contrarias al internacionalismo sino, justamente, su aplicación en China [...]. Separar el contenido del internacionalismo de su forma nacional es propio de quienes no entienden nada del internacionalismo”  

(Mao Zedong).

 

Esto también nos remite al análisis que realiza, en particular, Engels: los irlandeses y los polacos sometidos a la opresión nacional solo eran realmente «internacionales» cuando eran «auténticamente nacionales»…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

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