sábado, 3 de mayo de 2025



1334

 

 

LA LIBERACIÓN QUE NO SE HA LOGRADO

Manlio Dinucci 

 

 

 




Livia Gereschi

 

Aunque muchos no lo crean, el fascismo y el nazismo, derrotados durante la Segunda Guerra Mundial, todavía no han desaparecido. Numerosos dirigentes y oficiales que habían ordenado las atrocidades del nazismo o participado en ellas gozaron de la protección de los servicios secretos anglosajones, que los “reciclaron” utilizándolos por todo el mundo. Uno de esos grupos de colaboradores del III Reich, los “nacionalistas integristas” ucranianos, desempeñó un papel primordial en Europa, durante la guerra fría, encabezando la Liga Anticomunista Mundial y ahora está en el poder en Ucrania, gracias al apoyo de los “straussianos” estadounidenses, discípulos del filósofo alemán Leo Straus.

 

 

Comenzamos nuestra emisión del 25 de abril, dedicada al 80º aniversario de la Liberación del nazismo y del fascismo, recordando a Livia Gereschi.

 

Livia Gereschi, profesora de Lenguas Extranjeras, salvó mujeres y niños durante la razzia realizada por un batallón de las SS en la localidad de La Romagna, en los Montes Pisani [Italia], en la noche del 6 al 7 de agosto de 1944.

 

 

Livia Gereschi logró convencer al comandante del batallón SS para que liberara a las mujeres y los niños (entre los que se hallaban el autor de estas líneas y su madre). Pero eso le costó a Livia Gereschi ser detenida junto con los hombres y fusilada el 11 de agosto. Aquella masacre, en la que murieron 68 civiles, fue perpetrada, con la cooperación de los fascistas [italianos] por la división SS alemana denominada 16ª SS-Panzergrenadier División Reichfurer SS, la misma fuerza que realizó sucesivamente las masacres de Sant’Anna di Stazzema (Lucca) y de Marzabotto (Bolonia), entre otras.

 

 

El escritor Manlio Cancogni describe, recurriendo a testimonios de los sobrevivientes, la masacre de 560 civiles perpetrada el 12 de agosto de 1944 en Sant’Anna di Stazzema:

 

 

«Los alemanes reunieron más de 140 seres humanos, sacados a la fuerza de sus casas, en la plaza de la iglesia. Los habían sacado prácticamente de sus camas; semidesnudos, brazos y piernas todavía entumecidos por el sueño. Los pusieron contra la fachada de la iglesia y cuando apuntaron los cañones de sus metralletas hacia sus cuerpos los tenían tan cerca que podían leer en sus ojos el terror de las víctimas que caían bajo las balas sin tener ni siquiera tiempo de gritar. Sobre el montón de cuerpos todavía tibios, quizás algunos todavía estaban vivos, apilaron los bancos de la iglesia devastada, los colchones tomados de las casas, y les prendieron fuego. Insatisfechos porque los cuerpos no se consumían como ellos querían, empujaban al fuego otros hombres y mujeres que, paralizados de terror, eran conducidos al lugar. Además, estaban los niños, los tiernos cuerpos infantiles que excitaban aquel loco deseo de destrucción. Les reventaban el cráneo con las culatas de sus fusiles y, luego de clavarles un palo en el vientre, los colgaban de las paredes de las casas. Tomaron a 7 y los metieron en el horno que habían preparado en la mañana para el pan y los quemaron a fuego lento.»

 

 

La página histórica del nazismo y sus atrocidades no se cerró con la derrota de la Alemania nazi, hace ya 80 años. La Historia nos demuestra que el nazismo hitleriano fue en realidad un instrumento de dominación de Occidente. Así que no es sorprendente que el nazismo haya reaparecido en Europa cuando Occidente atacó a Rusia organizando el golpe de Estado en Ucrania.

 

 





A través de la CIA y de otros servicios secretos fueron reclutados, financiados, entrenados y armados militantes neonazis que entraron en acción en la plaza Maidan de Kiev, en febrero de 2014. Posteriormente, las formaciones neonazis fueron incorporadas a la Guardia Nacional [de Ucrania], entrenada esta última por instructores estadounidenses de la 173ª Brigada Aerotransportada, enviados a Ucrania desde Vincenza [Italia], junto a otros elementos de la OTAN.

 

 

La Ucrania del régimen de Kiev se convierte entonces en vivero del resurgimiento del nazismo en pleno corazón de Europa. Llegan a Kiev neonazis de toda Europa (incluyendo Italia) y de Estados Unidos, reclutados principalmente por Pravy Sektor y por el Batallón Azov, cuya inspiración nazi está claramente expresada por el emblema que lo identifica, imitando el emblema de la División Das Reich de las SS.



Después de haberlos entrenado y de haberlos puesto a prueba en las acciones militares contra las poblaciones rusoparlantes de la región de Donbass, esos elementos regresan a sus países de origen con pasaportes ucranianos.

 

 

Y al mismo tiempo la ideología nazi se difunde en Ucrania entre las jóvenes generaciones. De eso se encarga el batallón Azov, que organiza campamentos de entrenamiento militar y formación ideológica para niños, adolescentes y jóvenes. Lo primero que se enseña en esas estructuras es el odio a los rusos.



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jueves, 1 de mayo de 2025



1333

 

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(39)

 

 

 

 

V

 

 

Multiplicidad de las luchas por el reconocimiento

y conflicto de libertades

 

 

 






EL CONFLICTO DE LIBERTADES EN LAS COLONIAS

 

La condición de los afroamericanos nos lleva al tema más general de los pueblos coloniales y de origen colonial. La categoría que da título a este capítulo («conflicto de libertades») nos permite orientarnos en las oscilaciones y la evolución de Marx y Engels acerca del tema que me dispongo a analizar.

 

 

Desde sus comienzos, ambos llaman la atención sobre la tragedia de los países afectados por el expansionismo colonial. La referencia a los esclavos «negros sublevados de Haití», ya mencionados en La ideología alemana, o el hecho, denunciado en Miseria de la filosofía, de que el capitalismo inglés sacrifique en masa al pueblo indio en aras del bienestar y la paz social en la metrópoli, no son tan importantes. Hay algo más importante. Las categorías centrales del análisis del capitalismo que hacen los dos pensadores implican la referencia a la cuestión colonial: la esclavitud enmascarada y camuflada, situada y denunciada en la metrópoli, se contrapone explícitamente a la esclavitud «sin máscara» impuesta «al Nuevo Mundo». También cuando el razonamiento es más elíptico resulta evidente que la «esclavitud asalariada» trae de inmediato a la mente además de la esclavitud antigua, la esclavitud negra y colonial.

 

 

La expansión colonial dista mucho de ser una marcha triunfal de la civilización y el progreso, como fantasea la cultura de la época. Son reveladoras las páginas que dedica Marx en los años cincuenta a la conquista de Asia. Bajo la onda de choque «del vapor y el libre cambio made in England», más aún que de los «militares británicos», es decir, de la violencia militar directa, las tradicionales «comunidades familiares [...] basadas en la industria casera» y «autosuficientes» entran en una crisis irremediable: «un sinfín de laboriosas comunidades sociales, patriarcales e inofensivas» son «arrojadas a un mar de desdichas, y se priva a sus miembros de las formas tradicionales de civilización y los medios hereditarios de existencia» (MEW). No cabe duda: «cuando los devastadores efectos de la industria inglesa se contemplan en relación con la India, un país tan grande como toda Europa, resultan palpables y abrumadores» (MEW). En Asia hay un atraso espantoso. También en China «la población se sume masivamente en la pobreza» (MEW). Cada vez es más patente lo que en nuestros días se ha llamado «la gran divergencia».

 

 

La tragedia de los pueblos afectados por la colonización va mucho más allá del empeoramiento de las condiciones materiales de vida:

 

 

Las calamidades que Gran Bretaña ha infligido al Indostán son esencialmente distintas e infinitamente más graves que todo lo que el país pueda haber sufrido en épocas anteriores [...]. Inglaterra [...] ha derruido todo el andamiaje de la sociedad india sin que por ahora se vislumbre ningún asomo de regeneración. Esta pérdida de su mundo antiguo, no compensada por la conquista de un mundo nuevo, infunde una melancolía muy especial a las presentes miserias de los hindúes, y separa al Indostán gobernado por los ingleses de todas sus tradiciones milenarias, del conjunto de su historia pasada (MEW).

 

 

Una visión implacable del colonialismo. Sin embargo, no faltan algunas declaraciones que dan que pensar: «¿Puede la humanidad cumplir su destino (destiny) sin una profunda revolución en las relaciones sociales de Asia?». Pues bien, aunque sus motivaciones sean egoístas e incluso viles, la Inglaterra conquistadora hará en la India «la más grandiosa y, a decir verdad, la única revolución social que Asia haya conocido jamás» (MEW). Por lo tanto: «La India no podía evitar el destino (fate) de ser conquistada» (MEW). En el plano de la filosofía de la historia, se reconoce así cierta legitimidad a la conquista y al dominio ingleses.

 

 

Podemos comprender esta actitud teniendo en cuenta el conflicto de libertades. A falta de un sujeto revolucionario, en una colonia anclada en un sistema de castas que divide a los habitantes de un modo transversal y permanente, con una rigidez de tipo racial que impide la formación de una conciencia y una identidad nacional, y aún menos la idea de la unidad del género humano, el único estímulo para la salida de una situación intolerable llega aparentemente de fuera. Si el dominio colonial, por un lado, pisotea el principio del autogobierno y conlleva elevados costes sociales y humanos, por otro pone objetivamente en entredicho el sistema de castas e introduce los primeros elementos de movilidad social, sentando las bases para transformaciones posteriores y más radicales. En realidad, la legitimación del papel de Inglaterra es parcial y problemática: «el periodo histórico burgués», al fomentar (en el plano material y en el espiritual) el mercado mundial y «el intercambio de todos con todos, basado en la dependencia mutua de los hombres» y «el desarrollo de las fuerzas productivas humanas», crea las condiciones para la «gran revolución social» llamada a crear el «mundo nuevo» (MEW). Aunque el dominio colonial es la negación de la sociedad de castas, en el plano de la filosofía de la historia la única justificación de esta negación impuesta desde fuera es que estimula la negación de la negación, con la superación, por tanto, del «periodo histórico burgués» (y del dominio colonial). Queda clara, no obstante, la preferencia de Marx por una solución distinta del conflicto de libertades: una revolución proletaria en Inglaterra o el desarrollo de un movimiento de liberación nacional en la India (MEW).

 

 

Significativamente, un artículo dedicado al otro gran país asiático y publicado en el New York Daily Tribune el 5 de junio de 1857 tiene resonancias muy distintas. En este caso se hace un elogio claro y sin reservas de la «guerra nacional y popular» de China contra la «política artera del gobierno de Londres». Para eludir el «peligro mortal que acecha a la vieja China» su pueblo combate con «fanatismo» y sin respetar las reglas. Pero «en vez de escandalizarnos por las crueldades de los chinos (como suele hacer la caballeresca prensa británica), haríamos mejor en reconocer que se trata de una guerra pro aris et focis, una guerra popular por la supervivencia de la nación china» (MEW). El intento británico de someter China no tiene ninguna legitimidad. El país puede librarse del «destino de ser conquistado» que, según el análisis realizado cuatro años antes, parecía inexorable en el caso de la India. En China no hay ningún sistema de castas que impida el desarrollo de un poderoso movimiento de resistencia y liberación nacional.

 

 

Mientras tanto en la India también ha estallado una «guerra insurrecciona!». Los cipayos rebeldes, ciertamente, han cometido crímenes horribles, pero Inglaterra ha respondido con crímenes aún peores: «la tortura es una institución orgánica de la política financiera» del gobierno británico, «la violación, la matanza de niños, el incendio de aldeas, son distracciones caprichosas» de los «oficiales y funcionarios ingleses», que no se privan de arrogarse y ejercer «poderes ilimitados de vida y muerte» (MEW).

 

 

Marx ya ha sacado una conclusión de carácter general. Sí, la potencia colonial es el país más avanzado; sin embargo, aunque el conflicto de libertades todavía subsiste, si se reconsidera mejor o a la luz de la nueva situación, ya no favorece a Inglaterra, que debería ser obligada por 

 

 

«la presión general del mundo civilizado a abandonar el cultivo forzoso del opio en la India y la propaganda armada a favor de su consumo en China»

(MEW).

 

 

 

En los años inmediatamente posteriores estalla la crisis que desemboca en la Guerra de Secesión. Las investigaciones emprendidas entonces por Marx dan resultados que arrojan una nueva luz sobre la historia del colonialismo en general. En su momento, el 15 de febrero de 1849 se había publicado un artículo de Engels en la Neue Rheinische Zeitung dirigida por Marx que interpretaba así la guerra desencadenada poco antes por Estados Unidos contra México: gracias al «valor de los voluntarios estadounidenses» «la espléndida California les ha sido arrebatada a los indolentes mexicanos, que no sabían qué hacer con ella»; «los enérgicos yanquis», aprovechando las nuevas y gigantescas conquistas, dan un nuevo impulso a la producción y circulación de la riqueza, al «comercio mundial», a la difusión de la «civilización» (Zivilisation). El autor del artículo había acallado las objeciones de carácter moral o jurídico de un modo bastante expeditivo: aunque México había sido víctima de una agresión, esta era un «hecho histórico universal» de un alcance enorme y positivo (MEW). Es una lectura toscamente binaria que se limita a confrontar el distinto grado de desarrollo de la economía y el régimen representativo en México y Estados Unidos ¡para acabar celebrando la guerra de Estados Unidos como sinónimo de exportación de la «civilización» y de la revolución antifeudal! Ignorando la circunstancia de que la esclavitud se había abolido en el país vencido, pero no en el vencedor. Este último, embriagado por el triunfo militar, enarbolaba la bandera (claramente colonialista) del «destino manifiesto», de la misión providencial que impulsaba a Estados Unidos a dominar y controlar todo el continente americano. Los estudios de Marx emprendidos en vísperas y durante la Guerra de Secesión revelaban otros detalles: Estados Unidos reintrodujo la esclavitud en el Tejas conquistado a México, y los estados del Sur de Estados Unidos aspiraban a crear en Centroamérica una especie de imperio colonial y esclavista.

 

 


El primer libro de El capital, publicado poco después del fin de la Guerra de Secesión, hace una descripción memorable de los horrores de la «acumulación originaria» y la expansión colonial de Occidente: es un implícito y renovado llamamiento a los partidos obreros para que hagan oídos sordos definitivamente a los cantos de sirena del «socialismo imperial»…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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martes, 29 de abril de 2025



1332

 

 

LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA

 

Eduardo Galeano

 

(02)

 

 

 

PRIMERA PARTE

 

LA POBREZA DEL HOMBRE COMO RESULTADO DE LA RIQUEZA DE LA TIERRA.

FIEBRE DEL ORO, FIEBRE DE LA PLATA.

 

 

 



 


EL SIGNO DE LA CRUZ EN LAS EMPUÑADURAS DE LAS ESPADAS

 

Cuando Cristóbal Colón se lanzó a atravesar los grandes espacios vacíos al oeste de la Ecúmene, había aceptado el desafío de las leyendas. Tempestades terribles jugarían con sus naves, como si fueran cáscaras de nuez, y las arrojarían a las bocas de los monstruos; la gran serpiente de los mares tenebrosos, hambrienta de carne humana, estaría al acecho. Sólo faltaban mil años para que los fuegos purificadores del juicio final arrasaran el mundo, según creían los hombres del siglo XV, y el mundo era entonces el mar Mediterráneo con sus costas de ambigua proyección hacia el África y Oriente. Los navegantes portugueses aseguraban que el viento del oeste traía cadáveres extraños y a veces arrastraba leños curiosamente tallados, pero nadie sospechaba que el mundo sería, pronto, asombrosamente multiplicado.

 

 

América no sólo carecía de nombre. Los noruegos no sabían que la habían descubierto hacía largo tiempo, y el propio Colón murió, después de sus viajes, todavía convencido de que había llegado al Asia por la espalda. En 1492, cuando la bota española se clavó por primera vez en las arenas de las Bahamas, el Almirante creyó que estas islas eran una avanzada del Japón. Colón llevaba consigo un ejemplar del libro de Marco Polo, cubierto de anotaciones en los márgenes de las páginas. Los habitantes de Cipango, decía Marco Polo, «poseen oro en enorme abundancia y las minas donde lo encuentran no se agotan jamás… También hay en esta isla perlas del más puro oriente en gran cantidad. Son rosadas, redondas y de gran tamaño y sobrepasan en valor a las perlas blancas». La riqueza de Cipango había llegado a oídos del Gran Khan Kublai, había despertado en su pecho el deseo de conquistarla: él había fracasado. De las fulgurantes páginas de Marco Polo se echaban al vuelo todos los bienes de la creación; había casi trece mil islas en el mar de la India con montañas de oro y perlas, y doce clases de especias en cantidades inmensas, además de la pimienta blanca y negra.

 

 

La pimienta, el jengibre, el clavo de olor, la nuez moscada y la canela eran tan codiciados como la sal para conservar la carne en invierno sin que se pudriera ni perdiera sabor. Los Reyes Católicos de España decidieron financiar la aventura del acceso directo a las fuentes, para liberarse de la onerosa cadena de intermediarios y revendedores que acaparaban el comercio de las especias y las plantas tropicales, las muselinas y las armas blancas que provenían de las misteriosas regiones del oriente. El afán de metales preciosos, medio de pago para el tráfico comercial, impulsó también la travesía de los mares malditos. Europa entera necesitaba plata; ya casi estaban exhaustos los filones de Bohemia, Sajonia y el Tirol.

 

 

España vivía el tiempo de la reconquista. 1492 no fue sólo el año del descubrimiento de América, el nuevo mundo nacido de aquella equivocación de consecuencias grandiosas. Fue también el año de la recuperación de Granada. Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, que habían superado con su matrimonio el desgarramiento de sus dominios, abatieron a comienzos de 1492 el último reducto de la religión musulmana en suelo español. Había costado casi ocho siglos recobrar lo que se había perdido en siete años, y la guerra de reconquista había agotado el tesoro real. Pero ésta era una guerra santa, la guerra cristiana contra el Islam, y no es casual, además, que en ese mismo año 1492 ciento cincuenta mil judíos declarados fueran expulsados del país. España adquiría realidad como nación alzando espadas cuyas empuñaduras dibujaban el signo de la cruz. La reina Isabel se hizo madrina de la Santa Inquisición. La hazaña del descubrimiento de América no podría explicarse sin la tradición militar de guerra de cruzadas que imperaba en la Castilla medieval, y la Iglesia no se hizo rogar para dar carácter sagrado a la conquista de las tierras incógnitas del otro lado del mar. El Papa Alejandro VI, que era valenciano, convirtió a la reina Isabel en dueña y señora del Nuevo Mundo. La expansión del reino de Castilla ampliaba el reino de Dios sobre la tierra.

 

 

Tres años después del descubrimiento, Cristóbal Colón dirigió en persona la campaña militar contra los indígenas de la Dominicana. Un puñado de caballeros, doscientos infantes y unos cuantos perros especialmente adiestrados para el ataque diezmaron a los indios. Más de quinientos, enviados a España, fueron vendidos como esclavos en Sevilla y murieron miserablemente. Pero algunos teólogos protestaron y la esclavización de los indios fue formalmente prohibida al nacer el siglo XVI. En realidad, no fue prohibida sino bendita: antes de cada entrada militar, los capitanes de conquista debían leer a los indios, ante escribano público, un extenso y retórico Requerimiento que los exhortaba a convertirse a la santa fe católica: 

 

 

«Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosamente pusiereis, certifícoos que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y manera que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Su Majestad y tomaré vuestras mujeres y hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé, y dispondré de ellos como Su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere…».

 

 

América era el vasto imperio del Diablo, de redención imposible o dudosa, pero la fanática misión contra la herejía de los nativos se confundía con la fiebre que desataba, en las huestes de la conquista, el brillo de los tesoros del Nuevo Mundo. Bernal Díaz del Castillo, fiel compañero de Hernán Cortés en la conquista de México, escribe que han llegado a América «por servir a Dios y a Su Majestad y también por haber riquezas».

 

 

Colón quedó deslumbrado, cuando alcanzó el atolón de San Salvador, por la colorida transparencia del Caribe, el paisaje verde, la dulzura y la limpieza del aire, los pájaros espléndidos y los mancebos «de buena estatura, gente muy hermosa» y «harto mansa» que allí habitaba. Regaló a los indígenas «unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor con que hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla». Les mostró las espadas. Ellos no las conocían, las tomaban por el filo, se cortaban. Mientras tanto, cuenta el Almirante en su diario de navegación, «yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que algunos dellos traían un pedazuelo colgando en un agujero que tenían a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un Rey que tenía grandes vasos dello, y tenía muy mucho». Porque «del oro se hace tesoro, y con él quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al Paraíso». En su tercer viaje Colón seguía creyendo que andaba por el mar de la China cuando entró en las costas de Venezuela; ello no le impidió informar que desde allí se extendía una tierra infinita que subía hacia el Paraíso Terrenal. También Américo Vespucio, explorador del litoral de Brasil mientras nacía el siglo XVI, relataría a Lorenzo de Médicis: «Los árboles son de tanta belleza y tanta blandura que nos sentíamos estar en el Paraíso Terrenal…». Con despecho escribía Colón a los reyes, desde Jamaica, en 1503: 

 

 

«Cuando yo descubrí las Indias, dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especierías…».

 

 

Una sola bolsa de pimienta valía, en el medioevo, más que la vida de un hombre, pero el oro y la plata eran las llaves que el Renacimiento empleaba para abrir las puertas del paraíso en el cielo y las puertas del mercantilismo capitalista en la tierra. La epopeya de los españoles y los portugueses en América combinó la propagación de la fe cristiana con la usurpación y el saqueo de las riquezas nativas. El poder europeo se extendía para abrazar el mundo. Las tierras vírgenes, densas de selvas y de peligros, encendían la codicia de los capitanes, los hidalgos caballeros y los soldados en harapos lanzados a la conquista de los espectaculares botines de guerra: creían en la gloria, «el sol de los muertos», y en la audacia. «A los osados ayuda fortuna», decía Cortés. El propio Cortés había hipotecado todos sus bienes personales para equipar la expedición a México. Salvo contadas excepciones como fue el caso de Colón o Magallanes, las aventuras no eran costeadas por el Estado, sino por los conquistadores mismos, o por los mercaderes y banqueros que los financiaban.

 

 

Nació el mito de Eldorado, el monarca bañado en oro que los indígenas inventaron para alejar a los intrusos: desde Gonzalo Pizarro hasta Walter Raleigh, muchos lo persiguieron en vano por las selvas y las aguas del Amazonas y el Orinoco. El espejismo del «cerro que manaba plata» se hizo realidad en 1545, con el descubrimiento de Potosí, pero antes habían muerto, vencidos por el hambre y por la enfermedad o atravesados a flechazos por los indígenas, muchos de los expedicionarios que intentaron, infructuosamente, dar alcance al manantial de la plata remontando el río Paraná.

 

 

Había, sí, oro y plata en grandes cantidades, acumulados en la meseta de México y en el altiplano andino. Hernán Cortés reveló para España, en 1519, la fabulosa magnitud del tesoro azteca de Moctezuma, y quince años después llegó a Sevilla el gigantesco rescate, un aposento lleno de oro y dos de plata, que Francisco Pizarro hizo pagar al inca Atahualpa antes de estrangularlo. Años antes, con el oro arrancado de las Antillas había pagado la Corona los servicios de los marinos que habían acompañado a Colón en su primer viaje.

 

 

Finalmente, la población de las islas del Caribe dejó de pagar tributos, porque desapareció: los indígenas fueron completamente exterminados en los lavaderos de oro, en la terrible tarea de revolver las arenas auríferas con el cuerpo a medias sumergido en el agua, o roturando los campos hasta más allá de la extenuación, con la espalda doblada sobre los pesados instrumentos de labranza traídos desde España. Muchos indígenas de la Dominicana se anticipaban al destino impuesto por sus nuevos opresores blancos: mataban a sus hijos y se suicidaban en masa. El cronista oficial Fernández de Oviedo interpretaba así, a mediados del siglo XVI, el holocausto de los antillanos: 

 

 

«Muchos dellos, por su pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron por sus manos propias»...


(continuará)

 

 

 

 


[ Fragmento de: Eduardo Galeano. “Las venas abiertas de América Latina” ]

 

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domingo, 27 de abril de 2025



1331

 

 

STALIN,

HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.

 

Domenico Losurdo.

 

 

( 17 )

 

 

 

LOS BOLCHEVIQUES, DEL CONFLICTO

IDEOLÓGICO A LA GUERRA CIVIL

 

 

 


 

 

El asesinato de Kírov: ¿complot del poder o terrorismo?

 

El grupo dirigente que asume el poder en octubre de 1917 se muestra desde el comienzo profundamente dividido acerca de las cuestiones más importantes de la política interna e internacional. Apenas contenida mientras Lenin está en activo, tal fractura se hace irremediable una vez desaparecido el líder carismático. ¿Se mantiene limitado el choque al ámbito político-ideológico?

 

 


Ya han pasado los tiempos en los que, en relación al caso de Sergei M. Kírov (dirigente de primerísima línea del PCUS asesinado a tiros frente a la puerta de su oficina por un joven comunista, Leonid Nikolaev, el 1 de diciembre de 1934 en Leningrado), se podía escribir que «no hay ninguna duda ya sobre el hecho de que el asesinato haya sido organizado por Stalin y realizado por sus agentes de policía». La versión y las insinuaciones contenidas en el Informe secreto habían suscitado una patente perplejidad ya a mediados de los años noventa181. Pero ahora disponemos del trabajo de una investigadora rusa, publicada también en francés en una colección dirigida por Stéphane Courtois y Nicolás Werth, esto es, los editores del Libro negro del comunismo. Estamos por lo tanto en presencia de un trabajo que se presenta con credenciales antiestalinistas más que probadas; y sin embargo, pese a negar que tras el asesinato hubiese una amplia conspiración, destroza la versión contenida o sugerida en el Informe secreto al XX Congreso del PCUS. La narración de Kruschov se revela como mínimo «inexacta» ya sólo a partir de una serie de detalles; por otro lado, su autor «sabía que necesitaba argumentos de peso para provocar un shock psicológico en los seguidores del "padrecito de los pueblos"»; de hecho, la tesis del «complot de Stalin contra Kírov respondía admirablemente a esta necesidad».

 

 

Las relaciones reales de colaboración y amistad establecidas entre el líder y su colaborador emergen con claridad del retrato que la investigadora rusa traza acerca de Kírov: Este hombre abierto no amaba ni la intriga, ni la mentira, ni el engaño. Stalin tuvo que apreciar estos rasgos de carácter que fueron la base de sus relaciones. Según los testimonios de sus contemporáneos, Kírov era en efecto capaz de hacerle objeciones a Stalin, de atravesar su espíritu suspicaz y su tosquedad. Stalin lo entusiasmaba sinceramente y confiaba en él. Apasionado de la pesca y la caza, enviaba a menudo a Moscú pescado fresco y caza mayor. Stalin tenía tal confianza en Kírov, que le invitó varias veces a ir a la sauna con él, "honor" que él otorgaba a un sólo mortal, el general Vlassik, jefe de su guardia personal.

 

 


Hasta el final, nada interviene para turbar esta relación, como se confirma en las investigaciones de otro historiador ruso: de los archivos no surge ningún elemento que apunte hacia una divergencia política o una rivalidad entre los dos. Aún más ridícula es esta tesis por el hecho de que Kírov participa sólo ocasionalmente «en la actividad del más alto órgano de poder del partido», el Politburó, concentrándose más bien en la administración de Leningrado. Pero, si «la idea de una rivalidad que opusiese Kírov a Stalin no se apoya en nada», da que pensar la reacción de Trotsky:

 

 

El cambio hacia la derecha en la política exterior e interior no podía sino alarmar a los elementos del proletariado con una mayor consciencia de clase [...]. También la juventud se ve golpeada por una profunda inquietud, sobre todo la parte que vive cerca de la burocracia y observa su arbitrariedad, sus privilegios y su abuso de poder. En esta atmósfera sofocante detonó el disparo de arma de fuego de Nikolaev [...]. Es extremadamente probable que él quisiese protestar contra el régimen existente en el partido, contra la incontrolabilidad de la burocracia o contra el viraje a la derecha. 

 

 

Transparente es la simpatía o la comprensión hacia el perpetrador y explícitos el desprecio y el odio reservados a Kírov. Lejos de compadecerlo como víctima del dictador del Kremlin, Trotsky lo etiqueta como el «dictador hábil y sin escrúpulos de Leningrado, personalidad típica de su corporación». Y más in crescendo: «Kírov, sátrapa brutal, no suscita en nosotros compasión alguna». La víctima es un individuo contra el que crecía desde hacía un tiempo la cólera de los revolucionarios:

 

 

Quienes recurren al nuevo terror no son ni las viejas clases dominantes ni los kulaks. Los terroristas de los últimos años son reclutados exclusivamente en la juventud soviética, en las filas de la organización juvenil comunista y del partido.

 

 

 

Al menos en este momento -entre 1935 y 1936- no se habla en modo alguno del atentado contra Kírov en términos de montaje. Sí, se afirma que todo ello puede ser instrumentalizado por la «burocracia en su conjunto», pero se subraya al mismo tiempo, no sin complacencia, que «cada burócrata tiembla frente al terror» proveniente de abajo. Si también se ven privados de la «experiencia de la lucha de clases y de la revolución», estos jóvenes inclinados a «colocarse en la ilegalidad, a aprender a combatir y templarse para el porvenir» constituyen un motivo de esperanza. Trotsky apela a la juventud soviética, que ya comienza a sembrar el miedo entre los miembros de la casta dominante, llamándola a una nueva revolución que presiente cercana. El régimen burocrático ha desencadenado «la lucha contra la juventud», como ya denuncia en el título de uno de los párrafos centrales de La revolución traicionada. Ahora los oprimidos derrocarán a los opresores:

 

 

Cualquier partido revolucionario encuentra sobre todo apoyo en la joven generación de la clase ascendente. La senilidad política se expresa en la pérdida de la capacidad para arrastrar a la juventud [...]. Los mencheviques se apoyan en los estratos superiores y más maduros de la clase obrera, no sin encontrar en ello motivos de orgullo y no sin mirar por encima del hombro a los bolcheviques. Los acontecimientos mostraron despiadadamente su error: en el momento decisivo, los jóvenes arrastraron a los hombres maduros e incluso a los viejos.

 

 

 

Es una dialéctica destinada a repetirse. Por inmaduras que puedan ser las formas que esta asuma inicialmente, la revuelta contra la opresión siempre tiene un valor positivo. Después de haber reafirmado su desprecio y odio hacia Kírov, Trotsky añade:

 


Permanecemos neutrales frente a aquél que lo ha asesinado solamente porque ignoramos sus móviles. Si supiésemos que Nikolaev ha golpeado intencionadamente en un intento de vengar a los obreros cuyos derechos pisoteaba Kírov, nuestras simpatías irían sin reservas para el terrorista. Como los «terroristas irlandeses» o de otros países, también los terroristas «rusos» merecen respeto.

 

 

Inicialmente, las investigaciones de las autoridades se dirigen hacia los «Guardias blancos». De hecho, en París estos círculos estaban bien organizados: habían conseguido efectuar «cierto número de atentados en territorio soviético». En Belgrado actuaban círculos parecidos: la revista mensual que publicaban especificaba, en el número de noviembre de 1934, que con el fin de «derrocar a los dirigentes del país de los soviets» convenía «utilizar el arma del atentado terrorista». Entre los dirigentes a eliminar figuraba precisamente Kírov. Y sin embargo, estas investigaciones no llevan a resultados; las autoridades soviéticas comienzan entonces a mirar hacia la oposición de izquierdas.

 

 

Como hemos visto, quien avala la nueva pista es Trotsky, que no se limita a subrayar la ebullición revolucionaria de la juventud soviética sino que aclara además que quienes recurren a la violencia no son y no pueden ser clases definitivamente derrotadas y por tanto ya próximas al abandono: La historia del terrorismo individual en la URSS caracteriza fuertemente las etapas de la evolución general del país. Al alba del poder de los Soviets, los Blancos y los socialistas-revolucionarios organizan atentados terroristas en una atmósfera de guerra civil. Cuando las viejas clases propietarias han perdido toda esperanza de restauración, el terrorismo cesa. Los atentados de los kulaks, que se han prolongado hasta los últimos tiempos, han tenido un carácter local; completaban una guerrilla contra el régimen. El terrorismo más reciente no se apoya ni en las viejas clases dirigentes ni en los campesinos ricos. Los terroristas de la última generación se reclutan exclusivamente en la juventud soviética, entre los jóvenes comunistas y en el partido, a menudo también entre los hijos de los dirigentes.

 

 

Si las viejas clases despachadas antes por la Revolución de octubre y después con la colectivización de la agricultura se han resignado, no ocurre lo mismo respecto al proletariado, protagonista de la revolución y momentáneamente bloqueado y oprimido por la burocracia estalinista. Es esta última la que debe temblar: el atentado contra Kírov y la difusión del terrorismo entre la juventud soviética son el síntoma del aislamiento y de la «hostilidad» que rodean y alcanzan a los usurpadores del poder soviético.

 

 

Es cierto, Trotsky se apresura a precisar que el terrorismo individual no es realmente eficaz. Pero se trata de una precisión no del todo convincente y, quizás, no del todo convencida. Mientras, en las condiciones en las que se encuentra la URSS, se trata de un fenómeno inevitable: «El terrorismo es la trágica realización del bonapartismo». Además, si tampoco es capaz de resolver el problema, «el terrorismo individual tiene sin embargo la mayor importancia como síntoma, por cuanto caracteriza la dureza del antagonismo entre la burocracia y las vastas masas populares, más concretamente entre los jóvenes». En todo caso se va incrementando la masa crítica para una «explosión», es decir para un «cataclismo político», destinado a infligir al «régimen estalinista» una suerte análoga a la sufrida por el régimen «en cuya cúspide se encontraba Nicolás II»…

 

(continuará)

 

 

 


[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]

 

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