sábado, 13 de diciembre de 2025

 

1385


NEOFASCISMO, NEOLIBERALISMO Y CONTRAINSURGENCIA

De Trump y Netanyahu a Milei

 

 

Néstor Kohan

(Cátedra Che Guevara)

(para el periódico “Liberación” de Argentina)

 

 



Para encontrar soluciones a cualquier tipo de problemas, primero hay que identificar cuales son esos problemas, su carácter, sus principales contradicciones, sus tendencias. Un punto de vista metodológico que vale para la vida cotidiana, pero que se torna imprescindible si se trata de ubicarse en la época global que vivimos a escala mundial y en la situación latinoamericana y argentina en particular.

 

Nuestra época se caracteriza por una crisis estructural, de largo plazo, del sistema capitalista mundial en su fase de imperialismo crepuscular. Esa crisis no depende de tres personajes bizarros: un magnate pederasta y extravagante que se tiñe el cabello de naranja; otro señor que apela cínicamente a textos teológicos para legitimar una guerra neocolonial y moderna de limpieza étnica; finalmente, un lumpen sudaca, empleado obediente y sumiso de los otros dos.

 

La crisis del imperialismo capitalista occidental es estructural y multidimensional (sobreproducción de capitales, subconsumo de las masas laboriosas, colapso ecológico, crisis sanitaria, demográfica y migratoria y, fundamentalmente, ocaso del hegemón euro-norte-americano y su mundo unipolar). Postular que semejante crisis (mucho más aguda e intensa que las de 1929, 1973 - 74 y 2007-2008) responde a una contradicción única, plana, simple, homogénea, no sólo deja a la vista una inocultable falencia en el manejo de la teoría crítica marxista (por más que se barnice con citas sueltas y descolgadas de Marx, Lenin, Rosa, etc.). Lo más grave es que conduce a conclusiones políticas erróneas y garrafales.

 

Si el mundo se dividiera exclusivamente entre “el capital” (así, en general, sin nombre ni apellido, determinaciones sociales y nacionales) y la “fuerza de trabajo” (lo mismo: equiparando al pueblo hambriento de Haití o las masas superexplotadas de África con la “aristocracia obrera” de Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos), la conclusión política puede postular disparates como “hay que voltear a los gobiernos de Cuba y Venezuela” o “Maduro es en un enemigo de la clase obrera” (sic). Si no hay de por medio dinero de la inteligencia enemiga (¡ya nada nos asombra!), eso es ignorancia pura y dura, en el mejor de los casos. Así de sencillo.

 

Si en cambio concebimos al sistema mundial del imperialismo capitalista como un ramillete abigarrado de múltiples contradicciones que coexisten, entonces no sólo se complejiza el análisis. Además eso nos permite intentar construir estrategias de lucha y confrontación mucho más eficaces. Quizás menos “altisonantes”, pero con mayor poder de penetración en la comprensión de las formas de dominación.

 

De Trump y Netanyahu a Milei: las formas híbridas de la contrarrevolución

 

Las fuerzas capitalistas contemporáneas, corazón del imperialismo en decadencia, no apelan jamás a una formulita única. Cómoda, chic y de gran aceptación en las Academias occidentales ya que de “un plumazo” aparentan resolver todos los enigmas de la esfinge. Como por arte de magia toda la historia de la humanidad pasaría a explicarse por un esquema de bolsillo. Ya no serviría la concepción materialista y multilineal de la historia, sus múltiples dominaciones, sus contradicciones coexistentes que van modificándose según los resultados de la lucha de clases y los pueblos sojuzgados. No. Por arte de prestidigitadores, los problemas del campo popular y las posibles estrategias de lucha a escala mundial se reducirían a un resurgir del “feudalismo” (sic), sólo que acompañado de plataformas digitales. Otro discurso a la carta, hoy absolutamente de moda, reduce nuestro enemigo al… “varón” (sic), así, nuevamente sin determinaciones de clase, nacionales, culturales, etc. O lo que estaría sucediendo es el agotamiento de “la modernidad” (sic), como si ésta hubiera tenido un carácter único, monocorde y omnicomprensivo.

 

Con esos discursos tan simplistas (nacidos en general en la Academia yanquigringa o francesa) se consiguen becas, pasantías académicas, viajes y sobre todo, reconocimiento en la farándula “progre”… En la práctica semejantes “teorías” (para denominarlas de modo benevolente y no agresivo, aunque distan largamente de serlo) suelen dejarnos en la orfandad, sin una estrategia de confrontación frente a enemigos poderosísimos. Es más, muchas de ellas reciben becas y son alimentadas y alentadas por el mismo imperialismo y los dineros sucios de sus ONGs contrainsurgentes. Si logramos corrernos dos pasos al costado de esos discursos a la moda (que asoman su cabeza, viven sus minutos de fama y duran no más de 10 ó 15 años para terminar siempre en… mesa de saldos y ofertas), podríamos apreciar que las nuevas derechas apelan a un híbrido de neofascismo en el terreno político, geoestratégico y cultural; escuela económica austríaca o monetarista y renovadas estrategias de guerra de nueva generación, actualizando la vieja contrainsurgencia.

 

Ni el Pentágono de EEUU ni el gerrerismo neocolonial del sionismo ni la continuidad degradada y bizarra de Alsogaray-Martínez de Hoz, Videla y Massera que sustenta “el experimento” de Milei en Argentina, responden a una fórmula única. Combinan cierto doctrinarismo con no poco pragmatismo. Las antiguas doctrinas del fascismo (tanto de los países imperialistas [1922-1945] como de las sociedades dependientes y periféricas [1964- hasta hoy), se fusionan con la añeja escuela económica austríaca (1870-2025). Invariablemente a partir de una estrategia multiforme que combina las teorías de Karl von Clausewitz con Liddell Hart, bajo la modalidad de guerras asimétricas, cognitivas, de nueva generación, golpes blandos, revoluciones de colores, aproximación indirecta, etc.

 

Para enfrentar ese proyecto de contrarrevolución mundial necesitamos una estrategia integral que combine la lucha antiimperialista con el antifascismo, incluyendo las diversas culturas y formas de vida que componen el campo antiimperialista internacional y el Eje de la Resistencia.

 

 

Buenos Aires, 9 de diciembre de 2025

 

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miércoles, 10 de diciembre de 2025

 

1384

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(47)

 

 

VI

Paso al sureste. Cuestión nacional y lucha de clases

 


 

Mao y la «identidad entre la lucha nacional y la lucha de clases»

        

La doble lucha por el reconocimiento cobra una relevancia especial en un país de civilización antiquísima como China. A partir de las guerras del opio se ve obligada a sufrir una infamia y una humillación tras otra, hasta el extremo de que a finales del siglo XIX, en Shanghái, la concesión francesa coloca bien a la vista el cartel:

 

«Prohibida la entrada a perros y chinos».

 

Pero el periodo más trágico de la opresión nacional tiene lugar en el siglo XX, cuando se combinan la guerra civil y una agresión abierta e invasión imperialista.

        

 

Tras el golpe de mano de abril de 1927, gracias al cual Chiang Kaishek puede aplastar a la clase obrera china en Shanghái e infligir pérdidas devastadoras al Partido Comunista, se produce el repliegue al campo guiado por Mao Zedong, que se dedica a crear y defender un poder «soviético» en zonas asediadas e incesantemente atacadas por el Kuomintang. Con la expansión de la invasión japonesa comienza una nueva fase. En octubre de 1934, acosado por la quinta campaña de «cerco y aniquilación» desencadenada por Chiang Kaishek, el Ejército Rojo emprende la Larga Marcha de miles de kilómetros para huir de sus perseguidores, resueltos a liquidarlo sin contemplaciones, pero también para llegar a la región del noroeste y desde allí promover y organizar la resistencia contra la agresión del Imperio del Sol Naciente.

        

 

No cabe duda de que es una empresa épica, pero hay un aspecto de su grandeza que quizá no se haya destacado adecuadamente. Mientras tratan de huir de sus perseguidores, los jefes del Ejército Rojo piensan en el modo de incluirlos, por lo menos parcialmente, en el amplio frente unido que se impone: ahora es preciso enfrentarse al nuevo enemigo que ha irrumpido y cada vez se configura más claramente como el enemigo principal. Sí, observa Mao el 27 de diciembre de 1935 (1969-1975, vol. 1, pp. 168 y 179), «cuando la crisis de la nación alcanza un punto crucial» y corre el peligro de ser esclavizada por el imperialismo japonés, hay que enfrentarse en primer lugar a los invasores y los colaboracionistas, pasando de la «revolución agraria» a la «revolución nacional» y transformando la «república de los obreros y los campesinos en república popular». El gobierno de las zonas controladas por el Partido Comunista Chino «no representa únicamente a los obreros y los campesinos, sino a toda la nación», y el propio Partido Comunista «expresa los intereses de toda la nación, y no solo de los obreros y los campesinos».

        

 

Basándose en esta plataforma, el Partido Comunista apoya o promueve el «movimiento del 9 de diciembre de 1935» cuya consigna es: «¡Alto a la guerra civil, unirse para resistir la agresión extranjera!». Pero ¿no se abandona así la lucha de clases y se da la espalda a la consigna («transformación de la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria») de la revolución de octubre y la Tercera Internacional? Se ha producido un cambio radical, y ahora la lucha de clases revolucionaria consiste en la resistencia al intento del imperialismo japonés de esclavizar a toda la nación china. Los promotores de la guerra civil, que eran los paladines de la revolución en la Rusia del primer conflicto mundial, ahora, en la China que ya sufre la arremetida del que será el segundo conflicto mundial, se han convertido en paladines de la reacción y el imperialismo. Por lo tanto:

 

«Nuestra consigna es combatir en defensa de la patria contra los agresores. Para nosotros el derrotismo es un crimen»

(Mao Zedong).

        

 

La plataforma política que hemos mencionado es clara. Pero en el plano propiamente teórico no faltan las vacilaciones. En el mismo escrito (del 5 de noviembre de 1938), por un lado se llama a «subordinar la lucha de clases a la actual lucha nacional contra Japón» y por otro se afirma: «en la lucha nacional, la lucha de clases asume la forma de lucha nacional; y de este modo se pone de manifiesto la identidad entre ambas luchas» (Mao Zedong). Esta segunda formulación, que da el título al apartado aquí citado del texto de Mao y a este apartado de mi libro, es más rigurosa: no es que «en la fase de la revolución democrática» y nacional «la lucha entre el trabajo y el capital tiene sus límites» (Mao Zedong). No, es que la opresión del imperialismo japonés no hace distinciones de clase ni de sexo; pretende reducir a toda la nación china (no solo al proletariado) a una condición de esclavitud o semiesclavitud. Tampoco las mujeres se libran: obligadas a prostituirse con los militares japoneses necesitados de «solazarse», pasan a ser «mujeres de solaz», sometidas a esclavitud sexual. Así las cosas, la lucha contra el imperialismo del Sol Naciente es el modo concreto en que, en una situación determinada, se manifiesta y estalla principalmente la lucha entre trabajo y capital.

        

 

Esto nos remite al análisis de Marx sobre Irlanda: la apropiación de la tierra por los colonos ingleses y la consiguiente condena del pueblo irlandés a la deportación y el hambre hacen que «la cuestión de la tierra» (y de su posesión), y por lo tanto la «cuestión nacional», se configure como «la forma exclusiva de la cuestión social». Naturalmente, lo mismo que la identidad de «cuestión nacional» y «cuestión social», la «identidad entre la lucha nacional y la lucha de clases» es parcial, y no solo por estar limitada en el tiempo. El propio Mao llama la atención sobre las tensiones entre las clases y entre los partidos que forman el frente unido antijaponés. Aun así, después de la invasión japonesa a gran escala, en China la lucha de clases y la resistencia nacional tienden a ser lo mismo.

        

 

¿Centrarse en las tareas nacionales significa dar la espalda al internacionalismo? ¡Ni mucho menos! Combatir y derrotar al imperialismo japonés es el modo concreto en que los revolucionarios chinos pueden contribuir a la causa de la revolución y la emancipación del mundo:

 

“En la guerra de liberación nacional, el patriotismo es por tanto una aplicación del internacionalismo [...]. Todas estas acciones patrióticas son justas, no son en absoluto contrarias al internacionalismo sino, justamente, su aplicación en China [...]. Separar el contenido del internacionalismo de su forma nacional es propio de quienes no entienden nada del internacionalismo”  

(Mao Zedong).

 

Esto también nos remite al análisis que realiza, en particular, Engels: los irlandeses y los polacos sometidos a la opresión nacional solo eran realmente «internacionales» cuando eran «auténticamente nacionales»…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

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miércoles, 3 de diciembre de 2025

 

1383

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

Andrés Piqueras

 

(45)

 

PARTE II

Del in-politicismo teórico-práctico

 

 

                                                              Domenico  Losurdo

 

 

RESUMEN CRÍTICO DE LOS “NEOMARXISMOS” ANALIZADOS. MARX COMO OPONENTE

 

(…) Queda así todo supeditado a la incertidumbre del despliegue del antagonismo dirigido por la dignidad. Ya nos irá mostrando ella por dónde ir.

 

“De esta manera, el marxismo puede sumarse al abandono de la noción de clase que ha venido avanzando en las ciencias sociales en las últimas décadas, y reemplazarla por sujetos abstractos, en el sentido de abstraídos de las relaciones que los constituyen (la anticlasificación, la no-identidad)” (Salvia, 2011).

 

El aspecto ‘genético’ o ‘sintético’ del método dialéctico es relegado así al papel de explicar la constitución social de las formas de objetividad de la sociedad capitalista y, en el mejor de los casos, de las formas de subjetividad que portan la reproducción de las primeras. Pero, desde estas perspectivas, dicho segundo momento de la investigación dialéctica nada tiene para aportar respecto de la comprensión del fundamento de la subjetividad revolucionaria.

 

“En tanto la subjetividad revolucionaria es una ‘unidad de múltiples determinaciones’, su fundamento no puede ser encontrado al ‘nivel de abstracción’ del fetichismo de la mercancía, tal como implícitamente se sigue de la Neue Marx-Lektüre y el Marxismo Abierto (…) Ahora bien, si de lo que se trata es de la transformación radical del mundo, la cuestión que surge entonces es cómo traducir dicho descubrimiento científco del fundamento humano de las ‘categorías económicas’ en una crítica práctica, esto es, cómo convertirlo en una praxis consciente emancipadora. Y es en este punto donde, eventualmente, se pone de relieve con toda claridad el recurso a un momento de exterioridad respecto de las relaciones sociales capitalistas como fuente de las potencias transformadoras de la acción revolucionaria. A grandes rasgos, las mismas no residirían en la forma-mercancía misma que rige la práctica humana en el capitalismo, sino en el carácter esencial de un contenido material genérico desprovisto de toda determinación social, ‘el poder constitutivo’ del trabajo humano, el cual es visto como ‘lógicamente’ previo a su existencia pervertida como productor de valor (si bien, se declama, es ciertamente esta última la forma en que se manifiesta y aparece)” (Starosta y Caligaris, 2017).

 

No es de extrañar, como apunta Salvia (2011), que este abandono de la praxis de clase se produzca en un contexto de avance de una tendencia en el debate intelectual en las ciencias sociales signada por tópicos como el fin de la historia y el triunfo del capitalismo como sistema social. Refleja o es parte en alguna manera, de la impotencia (y la pasividad cuando no connivencia) de la (mayoría de la) teoría que acompaña a la decadencia del valor, ya se autodefina como “neo” o como “post” algo. Una impotencia que ha querido hacer también del marxismo una teoría más de la “new wave”, ajena tanto al Poder metabólico del capital como a los poderes institucionales y de clase en que coagula. De ahí la ya añeja animadversión del “nuevo marxismo” occidental contra el marxismo oriental, a la que aludía Losurdo (2019), porque ese último sí se ha desarrollado lidiando con tales poderes, incluidos los del nuevo imperialismo de las “sociedades democráticas” que tanto celebran buena parte de las corrientes del marxismo occidental.

 

No sorprende tampoco, para dar otro ejemplo, que el desinterés de los marxismos “nuevos” por la concreción política de las luchas y de sus propios análisis del medio social en que nos desenvolvemos, y a veces hasta de la propia ciencia posibilidades y alcances, corra parejo al desprecio por el materialismo como

 

El materialismo histórico es señalado incluso como parte del problema. ¿Del problema de qué? ¿De encriptar la pretendida “esencia” humana que sería la dignidad, de explicar las bases de los fetiches del mundo sin recurrir a especulaciones, de mostrar la explotación intrínseca al modo de producción capitalista?

 

Probablemente Marx no empleó nunca el término “materialismo histórico” y hoy los neomarxismos quieren hacerlo constar para renegar de ese análisis. Pero en Marx y en Engels estaba desarrollada una “concepción materialista de la historia” basada en unos argumentos elementales, como que el desarrollo de las fuerzas productivas establece las coordenadas de lo que es “políticamente posible” en cada coyuntura histórica, mientras que las relaciones sociales de producción (con el efectivo control que ejercen unas u otras clases) enmarcan los contradictorios intereses materiales que subyacen a las cambiantes fracturas antagónicas y conflictuales, aunque también de posible alianza, que existen entre unas y otras clases y sus luchas. Un método que procedía desde el punto de arranque de agentes inmersos en concretas relaciones sociales, es decir, de individuos-sociales. La conjunción en cada presente de esas fuerzas productivas y relaciones sociales de producción establecían las posibles vías de generación y resolución de antagonismos y crisis sociales. Porque la historia no es la sucesión de los efectos que sobre los seres humanos obra el entorno exterior y sus condiciones naturales. Su existencia viene dada por la lucha de los seres humanos por realizar sus potencialidades, por evitar ser juguetes de las fuerzas naturales y sociales, por un proceso de hominización como proceso de liberación de la necesidad y de la estricta compulsión biológica, en el que bien puede tener cabida también la emancipación de la dominación-explotación. No transformamos el mundo por medio de la contemplación, sino por nuestra actividad (aunque en ella va empotrada el pensamiento), y con ello alteramos nuestra propia naturaleza: nuestras necesidades se hacen “sociales” o tamizadas por lo social-cultural, evadiéndonos de los ciclos instintivos-repetitivos del resto del mundo animal (que por eso carece de “historia” –sólo tiene “evolución”–).

 

Pero la verdadera distinción de lo humano en el proceso de emancipación de la necesidad marcada por los ritmos de lo físico-biológico, pasa para Engels y Marx, definitivamente, por “una organización consciente de la producción social, en la que la producción y la distribución sean planificadas” (Berlin, 2000), precisamente para poder tener alguna posibilidad de integrarse armónicamente también en los ciclos ecosistémicos.

 

Con el concepto de modo de producción los camaradas alemanes dieron un enorme salto científico en la comprensión de la historia humana (especialmente por sobre las concepciones liberales y del primer socialismo–utópico dadas hasta el momento), para permitir trazar un mapa de posibilidades sobre las amplias coordenadas de las políticas revolucionarias (Blackledge, 2019). Hicieron ampliamente complementarios, además, materialismo y dialéctica.

 

“Si el materialismo explica por qué las cosas pasan en la forma en que lo hacen sin el recurso a causas extra-naturales, la dialéctica articula las formas estructurales que muestran cómo una cosa emerge de otra. Lo opuesto directamente a la emergencia natural es la creación divina” (Kangal,2020).

 

No hay ninguna filosofía de la historia en nada de ello, sino sólo un intento de trascender elaboraciones indeterminadas y sincréticas, que aluden a una amplia variedad de factores sin especificar nunca la prevalencia de unos u otros,

 

“no para reducir todo a la clase, sino [para realizar esa trascendencia] a través de una ‘visión sintética de la vida social’ que facilite nuestra cognición del todo como una totalidad compleja centrada en el compromiso productivo de la humanidad con la naturaleza” (Blackledge, 2019).

 

Es decir, se trata de entender los sistemas sociales como totalidades complejas que adquieren una explicación central a través de la producción y reproducción humana involucrada con la naturaleza y su intercambio energético, donde las formas de conciencia y acción (la agencialidad humana en su multiplicidad de expresiones), no son sólo resultado sino también motor permanentemente transformador de tal dinámica sistémica.

 

Todo este ingente esfuerzo teórico es revertido por buena parte de los neomarxismos para volver a las indeterminaciones de “lo que pueda suceder”, de “lo que es posible”, de “lo que está oculto”, “de lo que decanta el azar”; esto es, para regresar al oscurantismo. Ante la impotencia de no (poder) hacer nada para cambiar la realidad, no importa el análisis de lo que sucede, sino de lo que está oculto en forma de potencia (como si ambas cuestiones no fueran complementarias y necesarias). Pueden las interpretaciones del MAUT y del MA dormir, así, fuera de cualquier propuesta concreta, pues, en el mejor de los casos, sueñan con una sociedad reunificada, capaz de solventar por vía referendaria y de comunión, las cuestiones sociales.

 

En el terreno social de las grandes mayorías, la teoría fuera de la imbricación material-dialéctica y de su proyección hacia los asuntos del mundo, se hace estéril. De ahí que estas corrientes “neo” nos abocan, más bien, a la indefensión colectiva, la impotencia social y la inoperancia política.

 

Por eso, mientras el MAUT, el MA y la NCV nos hablan de la enormidad de la resistencia abstracta, ideal, del potencial de lo oculto, del brillante futuro que sucede a la desfetichización, el capital prosigue su curso barbarizador, destrozando nuestras vidas, arrasando el planeta y provocando hecatombes colosales. Al contrario que en las fantasías neomarxistas, en las condiciones sociales existentes la potencialidad creativa de los seres humanos, su capacidad de configurar de manera autónoma la vida social, es negada por la heteronomía y la alienación inherentes a la sociedad de la mercancía, que provoca la separación de las condiciones de su actividad, su enajenación intrínseca a aquélla. La cosificación de las relaciones sociales lleva a que lo producido por los seres humanos se transforme en poder objetivo sobre ellos, obstruyendo el autogobierno y la autonomía. Todo esto puede ser enfrentado, ciertamente, pero no a partir de inmanencias innatas o de la formación de entelequias supuestamente todopoderosas (la multitud) que mueven al propio capital. Tampoco la teoría por sí sola puede hacerlo.

 

Porque las propias luchas las llevan a cabo sujetos cuanto menos no del todo des-enajenados, que de una u otra forma están dañados por la ley del valor. Su coaligación como poder para o contra-poder no puede darse por garantizada. Disputas, conflictos, articulaciones, compromisos, estarán siempre presentes, lo que lleva a la necesidad de la Política y también de la identificación en torno a unas u otras construcciones políticas de comunidad, de sujetos. Pasar de la conciencia de comunidad (identidades sanguinizadas u objetivadas) a las comunidades de conciencia (identidades politizadas) (Piqueras, 2004) es un camino arduo y largo, que requiere de muchas dosis de Política en cuanto que dinámica interactiva de pugna y alianzas mediante la que se construye el consenso o la legitimidad, se regula el antagonismo y se dirimen los conflictos y disensos, levantando el ámbito de lo social en el que confluyen (desigualitariamente) los agentes y las clases sociales, también los sujetos en lucha. Es por esto que cualquier sociedad generará siempre mediaciones en algún grado institucionalizadas entre las distintas posiciones sociales y maneras de entender el mundo.

 

 

“Consideramos que es esencial recuperar el nombre de POLÍTICA como referencia a los asuntos comunes de la polis, del colectivo capaz de definir sus reglas de interacción. Cualquier forma de organización de la vida en común, que establezca reglas para tomar decisiones que afecten a todos es, por definición, POLÍTICA (…) Porque hay que transformar una sociedad que, en sí misma, no tiene una cualidad mejor a la del poder (político) que se erige sobre ella. Salvo que se crea que todo lo que surge de ‘la sociedad’ es bueno, por definición, y sólo es pervertido por las prácticas impuestas desde ‘afuera’ por el Estado (poder) (…) De hecho, la pérdida de confianza en la acción política no ha provocado un despertar libertario sino que ha producido el fortalecimiento del polo del capital durante décadas” (waites, 2004)

 

Y lo opuesto al poder no es necesariamente el anti-poder: puede ser la impotencia. De la misma manera que el grito del oprimido que no logra ser potente puede ser más frustrante aún, concluye esta última autora citada.

 

Otra cuestión práxica de primer nivel, que también es denigrada o cuando menos ignorada por estos neomarxismos, la de la hegemonía. Por eso, llegados a este punto no queda más remedio que hacer referencia a menosprecio congruente con la desconsideración por cualquiera de los procesos políticos que pueden conducir a ella: identificaciones, procesos de formación de sujetos colectivos, identidades políticas, organización, proyectos, estrategias… Aquí reflejan también su rechazo-pavor a los programas y a las condensaciones políticas orgánicas. Dado el hondo vacío que las nuevas elaboraciones del marxismo dejaron en estos campos, resulta cuanto menos paradójico que hayan sido ciertas construcciones teóricas que se consideran ya decididamente postmarxistas las que han recuperado la importancia de la hegemonía. Lástima que lo hicieran sólo para contemplarla dentro de los implacables límites del valor-capital, sin ningún atisbo de desafío a los mismos. Lo vemos a continuación…

 

(continuará)