lunes, 1 de septiembre de 2025



1362

 

 

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

 

Andrés Piqueras

 

(42)

 

 

PARTE II

Del in-politicismo teórico-práctico

 

 

 


 

 

MARXISMO ABIERTO

 

(…) En lugar de la certeza teorética de un marxismo de cierre dogmático, el marxismo abierto reclama la incompletud del proceso de pensar y readopta lo impredecible de la ‘legitimación del azar’, por ejemplo, lo impredecible del movimiento de la lucha de clases” (Bonefeld, Gunn y Psychopedis)

 


“El materialismo histórico no es marxista” (“is unmarxist”) sentenciará Gunn (1992). Y aún más: “la sociología marxista, junto con el materialismo histórico, debe ser condenada si no ignorada” (1992). Contra cualquier objeto de conocimiento (siempre producto de una fetichización) para este autor lo que hay que oponer es el permanente movimiento de contradicción como objeto intelectual. ¿Para qué hacer esfuerzos por saber qué nos pasa y qué nos puede pasar (propio de la modernidad) si lo social es un galimatías de incertidumbres y el azar es a poco que lo pensemos el agente social más consistente? (reconexión con la pre-modernidad). Por eso, en vez del conocimiento y el análisis de posibilidades y condiciones concretas para poder forjar nuestro camino colectivo por unas u otras veredas, el MA nos da unas cuantas recetas místico-abstractas, tales como que “el poder no puede ser enfrentado sino con anti-poder”, el poder instrumental del capital o poder sobre, confrontado con el anti-poder o poder hacer, que es inherente a la negación del trabajo a ser negado y al antagonismo capitalista. Aquí los autores replican al autonomismo, pero al igual que esa corriente ni tienen idea ni dicen una palabra de cómo se plasman esas entelequias en la realidad, más allá, claro está, de la permanente incertidumbre (ensalzamiento de una actitud anti-científica). 

 


De hecho, continúan, las crisis no son sino expresión de la fuerza de nuestra oposición al capital. No hay nada que conduzca intrínsecamente a las crisis capitalistas (otra negación o forzamiento interpretativo de Marx), sino sólo la fuerza del trabajo (ni siquiera hablan del Trabajo organizado, como enseguida vemos). Para ello hay que entender que el capital sustituye trabajo humano por maquinaria no por el desarrollo de las fuerzas productivas impulsado por su propia competencia, sino para “huir” del trabajo, por miedo al mismo (por lo que se prefiere no contratarle). Como la “lucha de clases” es el principio ontologizado, no parece necesario bajarlo a la contrastación empírica: simplemente está ahí, es la razón de todo lo dado. Lo de que el Trabajo esté más o menos organizado y con mayor o menor conciencia política y proyección de alternatividad sistémica, es irrelevante. Así se encarga de asentarlo Werner Bonefeld, al señalar la “falsa” disociación entre clase en sí y para sí. Pues cada vez que la clase trabajadora lucha por algo suyo, por inmediato que sea, sueldo, comida, vivienda, ropa…, lucha también “contra una vida constituida sólo por tiempo de trabajo y al mismo tiempo contra la reducción de su vida humana a un mero recurso económico (…) su existencia a una carcasa del tiempo. Su lucha como clase-en-sí es realmente una lucha para-sí: por la vida, la distinción humana, por el tiempo de vida y, por encima de todo, por la satisfacción de las necesidades humanas básicas” (2013).

 

La presunción de alternatividad que se le confiere a toda acción “obrera”, corre lógicamente pareja al desprecio por el momento de fuerza de clase quesupone el concepto marxiano de “clase para sí”. Para Bonefeld todo el mundo lucha por sus intereses últimos con o sin plenaconciencia de ello, por lo que no se necesitan ni organizaciones obreras, ni sindicatos ni partidos ni ningún agente “externo” para que ello sea así. En esteargumento sin fundamento empírico alguno y sin resultados de transformaciónsocial que lo avalen, insiste en On Capital as Real Abstraction(2020) y en History and Human emancipation (2010). 

 

“Por lo tanto, la existencia del trabajador como categoría económica no implica la reducción de la conciencia a la conciencia económica. (…) Como muy mínimo, la conciencia económica es una conciencia infeliz (…) tendría sentido desarrollar una concepción de lucha que entienda que ‘la lucha cotidiana por la producción y la apropiación del valor excedente en cada lugar de trabajo individual y en cada comunidad local. . es la base de la lucha de clases a escala mundial’”

(Bonefeld, 2010)

 

Cierto, muy cierto lo dicho al final (citando a Simon Clarke), y también por eso mismo explicativo de porqué tan repetidamente no se da ruptura emancipadora a alguna escala significativa de lo social. Porque Bonfeld, como otros “marxistas abiertos”, confunde el que todos los elementos sociales estén atravesados por las luchas, a que éstas se enfrenten al capital como totalidad. Para ellos la lucha por pan ya es una lucha total. Al final, los intentos de superación de lo que estos autores llaman “dualismo marxista”, les ha llevado a caer en antiguos paradigmas. Con ellos el hylemorfismo hegeliano es llevado al extremo, una vez pasado por el filtro de Adorno.  La esenciaes lalucha de clases, mientras que todas las demás existencias de la sociedad capitalista son formasde ella que, por la propia dinámica de la esencia, están en permanente cambio e indeterminación. Viejos planteamientos, ¿verdad?, que al final se tornan circulares, sin resolución política. Después de darle muchas vueltas al círculo, llegan a la tautológica paradoja de que la “relación capital” no es sino creación humana. Es decir, que el trabajo humano domina al trabajo humano (Altamira, 2006). Es pues la propia dinámica de la vida la que emancipa, dado que de ella misma surge la lucha (que, recordemos, tiene carácter totalizante). No sorprende, entonces, la conclusión de Bonefeld: el idealismo es la verdadera realidad del espectro del comunismo (2010). 

 

 

Si toda la teoría del valor queda reducida al poder del Trabajo para el marxismo autonomista, será el principio ontológico de la dignidadel que ejerza de sujeto para el marxismo abierto. La dignidad hecha crítica. La críticaes ahora el verdadero sujeto, a imagen de la teoría para la Nueva Crítica del Valor. Pero una teoría o un conocimiento para los que la acción social se resuelve invariablemente en creación ex nihilo, merman enormemente su alcance explicativo.



La misma aversión de Adorno a tratar la praxis revolucionaria, nos dice Altamira (2006), hace soñar al MA con múltiples subversiones y superaciones sin definir nunca ni identificar agentes de carne y hueso, ni los pasos que éstos deben dar. Es decir, una vez más, nada parecido a un análisis de situación, de correlación de fuerzas, un estudio de las condiciones sociales, económicas, políticas, culturales y de conciencia puestas en juego, ni menos aún algún atisbo de una proyección teórico-política táctica (ya no digo estratégica). Su visceral rechazo a la concreción, al desarrollo de la política de clase, les lleva a formular esta suerte de máximas abstractas, en vez de analizar cómo se interrelacionan las luchas con la reproducción del capital en cada momento. 

 


Un autor destacado de esta corriente que ha llevado al extremo esta ontologización idealista de las relaciones sociales es John Holloway. En un retorno a una subjetividad in-mediada, propone el “grito” como furia frente al statu quo, la expresión de la rebeldía antagónica. Holloway transforma la liberación en la recuperación de algo supuestamente originario, formando parte de la “esencia” humana, dado que para él es la “negación” y el “grito” lo que nos hace humanos, transhistóricos. Es decir, opone este humanismo a la consideración materialista de Marx de que la única “esencia” del ser humano es el conjunto de relaciones sociales en las que se desenvuelve su vida. Ahora ya no son los fetiches o la teoría los principales anti-sujetos o el sujeto del decurso social, como en la NLM y la NCV respectivamente, para el marxismo abierto lo será la dignidad, convertida en una abstracción supuestamente “esencial” a los seres humanos, en lugar del resultado (una construcción) de la Política que éstos desarrollan para convivir. La dignidad se hace sujeto en cuanto que reacción intrínseca de la “naturaleza humana” a ser negada. Los poderes siempre terminan despertando la dignidad, la concitan, la hacen manifestarse. La des-enajenación es su camino. 

 


Holloway parte de asignar al fetichismo de la mercancía la condición de ser un elemento de la lucha del capital por anular la capacidad creativa del ser humano, lo que el capital lograría clasificando al ser humano como “trabajador”. ¿En qué consiste la resistencia al capital? En la lucha del trabajador contra la clasificación que pretende el capital: la lucha contra su clasificación como “clase trabajadora”, en el desarrollo de prácticas como serhumano creativo en las que pueda dejar de (re)crear el capitalismo. Siguiendo esa línea, Holloway declara que su objetivo es la abolición de la sociedad de clases, y por lo tanto de las clases mismas. También fue ese el objetivo de Marx, pero al contrario de lo que Holloway postula, el autor alemán señaló que eso requiere de la organización de los trabajadores como clase, de la lucha contra otra clase, la burguesía. 

 

 

“Y este objetivo sólo puede realizarse como resultado de un proceso revolucionario, no es algo que pueda lograrse asumiendo prácticas que liberen la actividad creativa humana, con la fuerza de la fuerza de la ‘no-identidad’”(Salvia, 2011). 

 


Porque precisamente lo que busca el capital como clase es deshacer la identidad de clase de la población explotada, para convertir a los seres humanos en “individuos-masa” (individuos-ciudadanos/as) y no al revés. Algo a lo que Holloway y la casi totalidad de la autoría dicha “neomarxista” parecen sospechosamente contentos de colaborar. A partir del entramado conceptual hollowayano, 

 


“se pierde toda referencia al carácter histórico concreto de la lucha en la sociedad capitalista (…) El error tiene su origen precisamente en haber reducido el concepto de clasea la contradicción humana presente en cualquier individuo entre alienación y no alienación; entre creatividad y su subordinación al mercado. En ese momento la categoría clasetermina siendo vaciada de contenido y adquiere una impronta de carácter moral. Ese antagonismo está siempre presente independientemente del tiempo histórico. Y la revolución se termina abordando como una recuperación de la dignidad y el control sobre nuestras vidas, proceso improbable de alcanzar en el capitalismo”

(Altamira, 2006). 

 

 

Sin embargo, sólo como claseconsciente de sí misma, y no a través de la “desfetichización” individual, o de la por otra parte fantasmagórica “fuerza de la no-identidad” –que tanto predica esta Escuela–, se puede llegar a dejar de ser clase trabajadora. Esta advertencia tan sencilla vale también para Bonefeld y demás miembros del “Open Marxism”. El grito, en cambio, es una forma de ontologizar la rebeldía, de que ésta carezca de contenido social y de mediaciones. Por eso con él, repetimos, se termina de perder toda referencia al carácter histórico concreto de las luchas. ¿Es el mismo gritopara cualquier modo de producción, mismas características,  condiciones…? Poco importa. Holloway (2000) prefiere tirar de afirmaciones “idealistas”, al insistir en que lo único que cuenta es la desalienación, mientras que nos tenemos que olvidar de la hegemonía, sin explicar en ningún momento cómo se puede conseguir una sin la otra (en esta prevalencia exclusiva coincide tristemente con la Nueva Crítica del ValorLa NuevaLectura de Marx)…

 



(continuará)

 

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domingo, 24 de agosto de 2025




1361

 

 

LA PSEUDOIZQUIERDA COMO INSTRUMENTO IMPERIAL 

 

Entrevista de Katia Colmenares a Ramón Grosfoguel.

 

 




https://www.youtube.com/watch?v=SxfHrS53mMg&t=3286s

 

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lunes, 18 de agosto de 2025



1360

 

 

LA LUCHA DE CLASES

 

Domenico Losurdo

 

(44)

 

 

 

 

 

VI

 

Paso al sureste. Cuestión nacional y lucha de clases

 

 

 


 

 

La «enorme importancia de la cuestión nacional»

 

Una de estas relaciones de coerción es la opresión nacional, de modo que la lucha contra ella es una forma esencial de la lucha de clases. Gracias a esta premisa Lenin es capaz de prever las líneas maestras del siglo XX con una lucidez pasmosa. Y no solo porque se da cuenta de que una etapa de desarrollo relativamente pacífico toca a su fin. También es capaz de adelantar los elementos de la gran crisis histórica, de la gigantesca tempestad que se está fraguando. Es esclarecedor un texto de 1914. Arrecia un conflicto mundial sin precedentes y Lenin, en su llamamiento a transformar la guerra imperialista en revolución o en guerra civil revolucionaria, no oculta su desprecio por la retórica patriotera de muchos socialistas para justificar la carnicería que se está perpetrando. Pero esto, al gran revolucionario, no le impide subrayar «la enorme importancia de la cuestión nacional» en el siglo que está dando sus primeros pasos (LO). Aún antes del estallido de la guerra y en el transcurso de la misma, Lenin señala con precisión los epicentros del choque planetario sobre la cuestión nacional que asoma en el horizonte: son «Europa oriental» y «Asia», o bien «Europa oriental» por un lado y «las colonias y las semicolonias» por otro (LO). El primer epicentro nos lleva a pensar en la disolución del imperio zarista, el intento hitleriano de crear en el Este las «Indias alemanas» y por último la desaparición de la Unión Soviética. El segundo epicentro nos trae a la mente los movimientos de liberación nacional en China, la India, Vietnam, etc.

 

 

Los dos epicentros, por supuesto, no coinciden con toda el área de crisis. En octubre de 1916, mientras el ejército de Guillermo II está a las puertas de París, Lenin, por un lado, insiste en el carácter imperialista del conflicto mundial, y por otro llama la atención sobre un posible vuelco de la situación: si el conflicto terminase «con victorias de tipo napoleónico y con el sometimiento de una serie de estados nacionales capaces de tener vida autónoma [...], entonces podría estallar en Europa una gran guerra nacional» (LO). Esta situación se produce en gran parte del continente europeo entre 1939 y 1945: la victoria de tipo napoleónico cosechada por Hitler provoca una «gran guerra nacional» en la propia Francia.

 

 

Por último, Lenin llama la atención sobre la opresión nacional que, ya en tiempo de paz, puede existir en la propia metrópoli capitalista; como prueba de la «enorme importancia de la cuestión nacional» menciona a los «verdugos de los negros» que hacen de las suyas en la democrática república norteamericana (LO). En el transcurso del siglo XX la white supremacyserá el motivo de duras luchas a escala planetaria y también en Estados Unidos, Suráfrica, etc.

 

 

En conjunto, no cabe pensar en una salida revolucionaria de la gran crisis histórica que se aproxima sin tener en cuenta la cuestión nacional. En julio de 1916 Lenin se burla de quienes van en busca de la lucha de clases y la revolución en estado puro:

 

 


Creer que la revolución social sea imaginable sin las insurrecciones de las pequeñas naciones en las colonias y en Europa [...] significa renegar de la revolución social. [...] Quien esté esperando una revolución social «pura» no la verá nunca. Es un revolucionario de boquilla que no comprende la verdadera revolución (LO).

 

 

Naturalmente, no todos los movimientos nacionales desempeñan un papel progresista y merecen el respaldo del partido revolucionario y del «tribuno popular». Al abordar este problema Lenin recurre a dos modelos teóricos distintos. En los primeros meses de 1914, cuando en polémica con Rosa Luxemburg destaca la importancia primordial de la cuestión nacional, Lenin añade: 

 

 


«Para Marx es indiscutible que la cuestión nacional está subordinada a la “cuestión obrera”. Pero su teoría dista mucho, tanto como el cielo de la tierra, de desdeñar la cuestión nacional». 

 

 

Hay que tener bien presentes las «reivindicaciones nacionales», pero el proletariado consciente «las subordina a los intereses de la lucha de clases» (LO). Esta formulación no es del todo satisfactoria, pues parece basada en la premisa de una neta distinción entre «cuestión nacional» y «cuestión obrera», entre lucha nacional y lucha de clases. Estamos lejos del punto de vista de Marx, para quien (en una colonia como Irlanda) la «cuestión social» puede presentarse como «cuestión nacional» y la lucha de clases configurarse, por lo menos en una primera fase, como lucha nacional. Por otro lado, hemos visto que Marx compara el papel de los «croatas» en 1848-49 con el de los lazzaroniy el subproletariado. Lo mismo que los pueblos en condición subalterna, las clases subalternas también pueden desempeñar un papel reaccionario; el problema de distinguir entre unos movimientos y otros tiene un carácter general.

 


La segunda argumentación de Lenin es más madura. Después de recordar el apoyo de Marx y Engels a los irlandeses y los polacos, pero no a los «checos» ni a los «eslavos del sur» (y a los croatas), por entonces «avanzadillas del zarismo», (en julio de 1916) prosigue así:

 

 


Las reivindicaciones concretas de la democracia, incluyendo la autodeterminación, no son algo absoluto, sino una partícula de todo el movimiento democrático (hoy en día, del movimiento socialista mundial). Puede ocurrir que, en determinados casos, la partícula esté en contradicción con el todo, y entonces hay que desecharla. Puede ocurrir que el movimiento republicano de un país sea un mero instrumento de las intrigas clericales o financiero-monárquicas de otros países; entonces no deberemos apoyar ese movimiento concreto. Pero sería ridículo borrar por ese motivo del programa de la socialdemocracia internacional la consigna de la república (LO).

 

 

 

En este caso no se contrapone la «cuestión nacional» a la «cuestión obrera», sino unas «partículas» al todo. Las aspiraciones nacionales de los checos (y de los croatas), por haberse prestado a los manejos y el control del zarismo, carecen de legitimidad incluso desde el punto de vista exclusivo de la «cuestión nacional»: son una «partícula» que entra en conflicto con el conjunto del movimiento de emancipación nacional, cuyo enemigo principal es la Rusia zarista. Tanto si, por usar el lenguaje de Lenin, el todo está representado por el «movimiento democrático» burgués o por el «movimiento socialista mundial», en ningún caso puede eludirse el problema de la subordinación de la «partícula» al todo. Y, naturalmente, la solución a dicho problema no es unívoca ni está libre de contradicciones. Esto no solo es aplicable a la oleada revolucionaria de 1848-1849. Hemos visto que Adam Smith invoca el «gobierno despótico» contra los dueños de esclavos: los organismos representativos controlados por ellos son una «partícula» que entra en conflicto con el todo; y lo mismo se puede decir a propósito del autogobierno de los estados esclavistas, suprimido por Lincoln y el ejército de la Unión.

 

 

Lenin señala que el «zarismo» o el «bonapartismo» pueden manipular «en su beneficio» «los movimientos de las nacionalidades pequeñas». También el imperialismo, cabría añadir. La historia del siglo XX lo demuestra sobradamente. Estamos a principios de siglo: ¿conque Colombia se resiste a conceder o ceder a Estados Unidos la franja de territorio necesaria para construir el canal que comunique el Atlántico con el Pacífico, sancionando el avance imperial de la república norteamericana? Esta no se deja estorbar por el derecho «formal». Se crea un país nuevo de la nada: lograda la «independencia», Panamá acepta sin rechistar todo lo que le pide Washington. En 1960, tras la independencia del Congo, se produjo un intento de secesión de Katanga (una región rica en minerales), apoyado por la antigua potencia colonial (Bélgica) y el conjunto de Occidente. Varios años después, Estados Unidos acompaña los bombardeos terroristas de Vietnam y Laos con el aliento y el respaldo a tal o cual movimiento separatista, a tal o cual «nacionalidad pequeña». Se podría hacer una larga lista hasta llegar a nuestros días.

 

 

Entre 1914 y 1918, a la vez que hace un llamamiento para transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria, Lenin pone en guardia contra la posible reaparición de la guerra nacional en la propia metrópoli capitalista, una guerra nacional que podría estar protagonizada por la Francia capitalista y colonialista. No cabe duda: ya en el plano intelectual se le pide al «tribuno popular» un esfuerzo terrible. En un escrito del 14 de junio de 1920 Lenin resume así la actitud que debe asumir la lucha de clases revolucionaria: tiene que guiarse por el «análisis concreto de la situación concreta, que es la esencia misma, el alma viva del marxismo» (LO). ¡La ruptura con la idea de la evidencia inmediata de la explotación y la opresión no puede ser más clara! La conciencia de que una situación histórica determinada es el resultado de un entramado de contradicciones y luchas de clases a escala nacional e internacional, distinta en cada ocasión, ha barrido cualquier vestigio de inmediatez.

 

 

A la luz de todo esto, la afirmación de que «el efecto teórico duradero del leninismo ha sido un espantoso empobrecimiento del campo de la diversidad marxista» (Laclau, Mouffe 2011) resulta cuando menos equívoca. Parece como si la huida de la historia grande y terrible del siglo XX anduviera buscando un chivo expiatorio. Por lo menos en el caso de Lenin, su gran mérito teórico es haber superado definitivamente la lectura binaria de la lucha de clases y haber roto con la epistemología sensista(sensación / percepción a través delos sentidos) de los primeros escritos de Marx y Engels. Justamente por eso es capaz de prever con pasmosa lucidez los acontecimientos del siglo XX, un siglo que no se puede entender sin la lección, epistemológica aun antes que política, del gran revolucionario ruso. Cabe destacar un aspecto más: latente en los autores del Manifiesto del partido comunista, ahora se torna patente la visión trágica del proceso histórico y de la propia lucha de clases. Hay tragedia (en el sentido filosófico de la palabra) cuando el enfrentamiento no es entre el fuero y el desafuero, sino entre dos fueros, aunque distintos entre sí y a veces claramente distintos. Las reivindicaciones nacionales de los checos o de otras nacionalidades pueden perder su legitimidad, no porque en sí mismas carezcan de fundamento, sino porque han sido captadas por una realidad más poderosa que es una amenaza mucho más grave para la libertad y la emancipación de las naciones.

 

 

Todo esto debe tenerlo en cuenta el «tribuno popular», convertido en protagonista de una lucha de clases que cambia continuamente de forma. La meta del universal (la edificación de una sociedad por fin libre de toda forma de explotación y dominio) se concreta en un compromiso cada vez más definido, que señala y se opone a la guerra, al fascismo, al expansionismo colonial y a la opresión nacional…

 

(continuará)

 

 

 


[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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lunes, 11 de agosto de 2025

 



1359

 

 

LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA

Eduardo Galeano

 

(07)

 

 

 

 

PRIMERA PARTE

 

 

LA POBREZA DEL HOMBRE COMO RESULTADO DE LA RIQUEZA DE LA TIERRA.

FIEBRE DEL ORO, FIEBRE DE LA PLATA.

 

 





LA DISTRIBUCIÓN DE FUNCIONES ENTRE 

EL CABALLO Y EL JINETE

 

En el primer tomo de El capital, escribió Karl Marx: 

 

 

«El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria».

 

 

El saqueo, interno y externo, fue el medio más importante para la acumulación primitiva de capitales que, desde la Edad Media, hizo posible la aparición de una nueva etapa histórica en la evolución económica mundial. A medida que se extendía la economía monetaria, el intercambio desigual iba abarcando cada vez más capas sociales y más regiones del planeta. Ernest Mandel ha sumado el valor del oro y la plata arrancados de América hasta 1660, el botín extraído de Indonesia por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales desde 1650 hasta 1780, las ganancias del capital francés en la trata de esclavos durante el siglo XVIII, las entradas obtenidas por el trabajo esclavo en las Antillas británicas y el saqueo inglés de la India durante medio siglo: el resultado supera el valor de todo el capital invertido en todas las industrias europeas hacia 1800.

 

 

Mandel hace notar que esta gigantesca masa de capitales creó un ambiente favorable a las inversiones en Europa, estimuló el «espíritu de empresa» y financió directamente el establecimiento de manufacturas que dieron un gran impulso a la revolución industrial. Pero, al mismo tiempo, la formidable concentración internacional de la riqueza en beneficio de Europa impidió, en las regiones saqueadas, el salto a la acumulación de capital industrial. 

 

 

«La doble tragedia de los países en desarrollo consiste en que no sólo fueron víctimas de ese proceso de concentración internacional, sino que posteriormente han debido tratar de compensar su atraso industrial, es decir, realizar la acumulación originaria de capital industrial, en un mundo que está inundado con los artículos manufacturados por una industria ya madura, la occidental».

 

 

Las colonias americanas habían sido descubiertas, conquistadas y colonizadas dentro del proceso de la expansión del capital comercial. Europa tendía sus brazos para alcanzar al mundo entero. Ni España ni Portugal recibieron los beneficios del arrollador avance del mercantilismo capitalista, aunque fueron sus colonias las que, en medida sustancial, proporcionaron el oro y la plata que nutrieron esa expansión. Como hemos visto, si bien los metales preciosos de América alumbraron la engañosa fortuna de una nobleza española que vivía su Edad Media tardíamente y a contramano de la historia, simultáneamente sellaron la ruina de España en los siglos por venir. Fueron otras las comarcas de Europa que pudieron incubar el capitalismo moderno valiéndose, en gran parte, de la expropiación de los pueblos primitivos de América. A la rapiña de los tesoros acumulados sucedió la explotación sistemática, en los socavones y en los yacimientos, del trabajo forzado de los indígenas y de los negros esclavos arrancados de África por los traficantes.

 

 

Europa necesitaba oro y plata. Los medios de pago de circulación se multiplicaban sin cesar y era preciso alimentar los movimientos del capitalismo a la hora del parto: los burgueses se apoderaban de las ciudades y fundaban bancos, producían e intercambiaban mercancías, conquistaban mercados nuevos. Oro, plata, azúcar: la economía colonial, más abastecedora que consumidora, se estructuró en función de las necesidades del mercado europeo, y a su servicio. El valor de las exportaciones latinoamericanas de metales preciosos fue, durante prolongados períodos del siglo XVI, cuatro veces mayor que el valor de las importaciones, compuestas sobre todo por esclavos, sal, vino y aceite, armas, paños y artículos de lujo. Los recursos fluían para que los acumularan las naciones europeas emergentes. Esta era la misión fundamental que habían traído los pioneros, aunque además aplicaran el Evangelio, casi tan frecuentemente como el látigo, a los indios agonizantes. La estructura económica de las colonias ibéricas nació subordinada al mercado externo y, en consecuencia, centralizada en torno del sector exportador, que concentraba la renta y el poder.

 

 

A lo largo del proceso, desde la etapa de los metales al posterior suministro de alimentos, cada región se identificó con lo que produjo, y produjo lo que de ella se esperaba en Europa: cada producto, cargado en las bodegas de los galeones que surcaban el océano, se convirtió en una vocación y en un destino. La división internacional del trabajo, tal como fue surgiendo junto con el capitalismo, se parecía más bien a la distribución de funciones entre un jinete y un caballo, como dice Paul Baran. Los mercados del mundo colonial crecieron como meros apéndices del mercado interno del capitalismo que irrumpía.

 

 

Celso Furtado advierte que los señores feudales europeos obtenían un excedente económico de la población por ellos dominada, y lo utilizaban, de una u otra forma, en sus mismas regiones, en tanto que el objetivo principal de los españoles que recibieron del rey minas, tierras e indígenas en América, consistía en sustraer un excedente para transferirlo a Europa. Esta observación contribuye a aclarar el fin último que tuvo, desde su implantación, la economía colonial americana; aunque formalmente mostrara algunos rasgos feudales, actuaba al servicio del capitalismo naciente en otras comarcas. Al fin y al cabo, tampoco en nuestro tiempo la existencia de los centros ricos del capitalismo puede explicarse sin la existencia de las periferias pobres y sometidas: unos y otras integran el mismo sistema.

 

 

Pero no todo el excedente se evadía hacia Europa. La economía colonial estaba regida por los mercaderes, los dueños de las minas y los grandes propietarios de tierras, quienes se repartían el usufructo de la mano de obra indígena y negra bajo la mirada celosa y omnipotente de la Corona y su principal asociada, la Iglesia. El poder estaba concentrado en pocas manos, que enviaban a Europa metales y alimentos, y de Europa recibían los artículos suntuarios a cuyo disfrute consagraban sus fortunas crecientes. No tenían, las clases dominantes, el menor interés en diversificar las economías internas ni en elevar los niveles técnicos y culturales de la población: era otra su función dentro del engranaje internacional para el que actuaban, y la inmensa miseria popular, tan lucrativa desde el punto de vista de los intereses reinantes, impedía el desarrollo de un mercado interno de consumo.

 

 

Una economista francesa sostiene que la peor herencia colonial de América Latina, que explica su considerable atraso actual, es la falta de capitales. Sin embargo, toda la información histórica muestra que la economía colonial produjo, en el pasado, una enorme riqueza a las clases asociadas, dentro de la región, al sistema colonialista de dominio. La cuantiosa mano de obra disponible, que era gratuita o prácticamente gratuita, y la gran demanda europea por los productos americanos, hicieron posible, dice Sergio Bagú «una precoz y cuantiosa acumulación de capitales en las colonias ibéricas. El núcleo de beneficiarios, lejos de irse ampliando, fue reduciéndose en proporción a la masa de población, como se desprende del hecho cierto de que el número de europeos y criollos desocupados aumentara sin cesar». El capital que restaba en América, una vez deducida la parte del león que se volcaba al proceso de acumulación primitiva del capitalismo europeo, no generaba, en estas tierras, un proceso análogo al de Europa, para echar las bases del desarrollo industrial, sino que se desviaba a la construcción de grandes palacios y templos ostentosos, a la compra de joyas y ropas y muebles de lujo, al mantenimiento de servidumbres numerosas y al despilfarro de las fiestas. En buena medida, también, ese excedente quedaba inmovilizado en la compra de nuevas tierras o continuaba girando en las actividades especulativas y comerciales.

 

 

En el ocaso de la era colonial, encontrará Humboldt en México «una enorme masa de capitales amontonados en manos de los propietarios de minas, o en las de negociantes que se han retirado del comercio». No menos de la mitad de la propiedad raíz y del capital total de México pertenecía, según su testimonio, a la Iglesia, que además controlaba buena parte de las tierras restantes mediante hipotecas. Los mineros mexicanos invertían sus excedentes en la compra de latifundios, y en los empréstitos en hipoteca, al igual que los grandes exportadores de Veracruz y Acapulco; la jerarquía clerical extendía sus bienes en la misma dirección. Las residencias capaces de convertir al plebeyo en príncipe y los templos despampanantes nacían como los hongos después de la lluvia.

 

 

En el Perú, a mediados del siglo XVII, grandes capitales procedentes de los encomenderos, mineros, inquisidores y funcionarios de la administración imperial se volcaban al comercio. Las fortunas nacidas en Venezuela del cultivo del cacao, iniciado a fines del siglo XVI, látigo en mano, a costa de legiones de esclavos negros, se invertían «en nuevas plantaciones y otros cultivos comerciales, así como en minas, bienes raíces urbanos, esclavos y hatos de ganado»…

 

(continuará)

 

 

 

 


[ Fragmento de: Eduardo Galeano. “Las venas abiertas de América Latina” ]

 

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martes, 5 de agosto de 2025


1358

 

 

STALIN,

HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.

 

Domenico Losurdo.

 

 

( 22 )

 

 

 

LOS BOLCHEVIQUES, DEL CONFLICTO

IDEOLÓGICO A LA GUERRA CIVIL

 

 

 


 

Entre «derrocamiento bonapartista», «golpes de Estado» y desinformación: el caso Tuchacevsky

 

En este contexto de guerra civil (latente o manifiesta) dentro del nuevo grupo dirigente surgido del derrumbe del antiguo régimen, de acusaciones recíprocas de traición y de connivencia con el enemigo imperialista, y de intensa actividad de los servicios secretos, dedicados tanto al reclutamiento de agentes como a la manipulación, debe colocarse el asunto que en 1937 lleva a la incriminación y ejecución del mariscal Tuchacevsky y de otros numerosos y destacados miembros del Ejército rojo.

 

 

Tras este caso hay una larga historia previa. Años antes Lenin vislumbra la posibilidad de un período bonapartista y expresa su preocupación también a Trotsky: ¿llegará realmente el poder civil a hacerse obedecer por el militar? En 1920 Tuchacevsky parece querer decidir de manera soberana una anhelada marcha victoriosa sobre Varsovia. Se perfila con claridad -observan actualmente historiadores de primer nivel- la tendencia del brillante general a «convertirse en el Bonaparte de la revolución bolchevique». Diez años después Stalin es alertado por la GPU acerca de los planes que en ambientes militares se tejen contra él. ¿Es sólo un montaje? En abril del año siguiente es Trotsky el que expresa sus profundas dudas sobre Tuchacevsky, y hace este análisis de la situación creada en la URSS tras la derrota política de Bujarin y la "derecha": ahora el peligro principal para el socialismo está representado no por el «giro termidoriano», que formalmente conserva el carácter soviético del país y el carácter comunista del partido en el poder, sino más bien el «giro bonapartista», que asume «la forma más abierta, "más madura" de la contrarrevolución, dirigiéndose contra el sistema soviético y el partido bolchevique en su conjunto, desenvainando la espada en nombre de la propiedad burguesa». En tal caso, «los elementos aventureros-pretorianos a la Tuchacevsky» podrían desarrollar un papel de gran importancia.

 

 

Oponiéndose a ellos «con las armas en la mano» habrían estado los «elementos revolucionarios» del partido, del Estado y -obsérvese bien- «del ejército», reunidos alrededor de la clase obrera y la «fracción de los bolcheviques-leninistas» (es decir, los trotskistas). Esta toma de posición representa una novedad en el conflicto entre bolcheviques: pese a tener «a las fuerzas armadas bajo su control», Stalin «tuvo cuidado de no implicarlas demasiado íntimamente en todas las polémicas e intrigas que agitaron al partido y al Estado»; ahora claramente la oposición intenta meter el pie o consolidar su presencia en el ejército en nombre de la lucha contra el peligro bonapartista, que solamente éste sería capaz de enfrentar de manera consecuente. No obstante, sin dejarse impresionar por este peligro bonapartista, en 1936 Stalin eleva a Tuchacevsky y a otros cuatro dirigentes militares a la dignidad de mariscales. Es una promoción decidida en el contexto de una reforma que prevé que el ejército abandone «el carácter principal de milicia territorial», se convierta en «una verdadera fuerza permanente» y restaure «la antigua disciplina prerrevolucionaria». El 21 de diciembre del mismo año, junto al resto de miembros del vértice político y militar soviético, el nuevo mariscal festeja en casa de Stalin el cumpleaños de este último, «¡hasta las 5:30 de la mañana!» subraya Dimitrov.

 

 

Es precisamente esta reforma la que suscita la indignación de Trotsky, que retoma una vieja acusación: el Ejército rojo «no se ha librado de la degeneración del régimen soviético; al contrario, tal degeneración ha encontrado en el ejército su expresión más cumplida». Por otro lado Trotsky adopta tonos nuevos, mencionando la «formación de una especie de fracción de oposición en el ejército» que, desde la izquierda, lamenta el abandono de la «perspectiva de la revolución mundial». El texto aquí citado insinúa de algún modo que por tal oposición podría verse atraído el mismo Tuchacevsky: aquél que en 1921 se había batido incluso con «exagerada impetuosidad» por la formación del «estado mayor mundial» difícilmente podía reconocerse en el abandono del internacionalismo y el «culto del statu quo» que habían arraigado en la URSS. ¿Qué decir de este nuevo texto? La agitación en el ejército continúa y parece reforzarse: sólo que ahora la lucha en el horizonte ve cómo se contraponen no la «fracción de los bolcheviques-leninistas» contra los generales bonapartistas, sino más bien una parte consistente del ejército y de sus vértices contra los dirigentes termidorianos y traidores del Kremlin. La resistencia del Ejército rojo o su rebelión contra el poder central estarían tanto más justificadas por el hecho de que el nuevo curso de su política era en realidad como un «doble golpe de Estado» que, rompiendo con el Octubre bolchevique, procede arbitrariamente a la «liquidación de la milicia» y al «restablecimiento de la casta de los oficiales, dieciocho años después de su supresión revolucionaria»; sublevándose contra Stalin, el Ejército rojo en realidad habría evitado los golpes de Estado proyectados por él y habría restablecido la legalidad revolucionaria. Como si todo ello no fuese suficiente, el trotskista "Boletín de la oposición" anuncia una inminente revuelta del ejército. Una medida adoptada en Moscú algún mes antes de los procesos tiene quizás como objetivo enfrentarse a este eventual peligro: «El 29 de marzo de 1937 el Politburó deliberó acerca de retirar del Ejército rojo a todos los comandantes y dirigentes que hubiesen sido expulsados del partido por motivos políticos, ordenando su traslado a las oficinas económicas».

 

 

Los rumores difundidos en los ambientes de los rusos Blancos en París acerca del golpe de Estado militar que se preparaba en Moscú alimentan ulteriormente el clima de sospecha y preocupación. En definitiva: en la segunda mitad de enero de 1937 llegan al presidente checoslovaco Eduard Benes informaciones relacionadas con las «negociaciones» secretas en curso entre el Tercer Reich y «la claque antiestaliniana en la URSS del mariscal Tuchacevsky, Rykovy otros»: ¿tenía algún fundamento la acusación o era todo una puesta en escena de los servicios secretos alemanes? Todavía a comienzos de 1937, conversando con el ministro de exteriores Konstantin von Neurath, Hitler rechaza la idea de una mejora de las relaciones con la URSS, pero añade: 

 

 

«Sería diferente si las cosas en Moscú se desarrollaran en la dirección de un despotismo absoluto, basado en los militares. En este caso no sería lícito malgastar la ocasión de hacer sentir de nuevo nuestra presencia en Rusia»

 

 

Benes pone al corriente de las «negociaciones» también a los dirigentes franceses, «cuya confianza en el Pacto franco-soviético se vio notablemente debilitada»256. Por tanto quien daba crédito a las voces o informaciones transmitidas por el presidente checoslovaco no era solamente Stalin. Y por otro lado, todavía después de la conclusión del Segundo conflicto mundial, Churchill parece avalar la versión de Moscú al señalar que, como veremos más adelante, la depuración había golpeado a los «elementos filogermánicos», a lo que añadía: «Stalin sintió una fuerte deuda en reconocimiento hacia el presidente Benes».

 

 

Queda sin embargo abierta la cuestión, y para responderla de modo concluyente apenas ayuda una conversación privada de Hitler en el verano de 1942: pese a no mencionar una conspiración militar determinada, observa que Stalin tenía serios motivos para temer su asesinato por parte del círculo de Tuchacevsky. Si todo hubiese sido una puesta en escena realizada con la directa supervisión o consenso del mismo Führer, éste quizás se habría vanagloriado de ello, en un momento en el que era reciente el recuerdo de los primeros éxitos arrolladores de la Wehrmacht.

 

 

Habiendo ya tenido lugar el "proceso" y ejecución, al plantearse la pregunta clave («¿hubo realmente una conspiración militar?»), Trotsky da una respuesta que da qué pensar: «Todo depende de lo que se entienda por conspiración. Cualquier motivo de descontento y todo contacto entre los descontentos, toda crítica y toda reflexión sobre qué hacer, sobre cómo enfrentarse a la desgraciada política del gobierno, todo ello es desde el punto de vista de Stalin una conspiración. Y en un régimen totalitario toda oposición es indudablemente la semilla de una conspiración»; en este caso una «semilla» era la aspiración de los generales de proteger al ejército de las «intrigas desmoralizantes de la GPU».¿Es la refutación de la tesis de la conspiración o su reconocimiento, expresado en un «lenguaje esópico» impuesto por las circunstancias? El historiador ruso fervientemente trotskista que ya hemos mencionado (Rogowin) llama la atención sobre esta ambigua declaración, y acaba retomando la tesis de la «conspiración antiestalinista» de Tuchacevsky, colocándola en un contexto político "bolchevique" más que burgués.

 

 

En conclusión; quedan dudas, aunque parece difícil explicar todo lo acontecido a través del habitual deus ex machina: un dictador sediento de poder y de sangre, deseoso de rodearse de marionetas listas para la obediencia ciega e incondicional. Aún mayor es la fragilidad de esta explicación por cuanto que en 1932 Stalin no había tenido dificultades a la hora de acudir, junto con Molotov, a las clases del director de la Academia militar, Boris M. Shaposhnikov; y de estas clases, impartidas por un estratega de gran prestigio pero que no era miembro del partido comunista, Stalin parece haber sacado un gran provecho261. Por otro lado, «el arte militar fue uno de los pocos campos políticamente importantes en el que Stalin favoreció la originalidad y la innovación», por lo que «el cuerpo de oficiales» pudo dar muestra de notable «independencia espiritual». Quienes ocuparon el puesto de Tuchacevsky y sus colaboradores fueron generales que, lejos de ser ejecutores pasivos de órdenes, expresaban con franqueza sus opiniones y argumentaban con independencia de criterio, sin dudar a la hora de contradecir al líder supremo, quien por otro lado animaba y ocasionalmente premiaba tal actitud.

 

 

 

 


Tres guerras civiles

 

Si no se quiere permanecer estancados en el retrato caricaturesco de Stalin realizado por Trotsky y Kruschov durante dos luchas políticas diferentes pero igualmente enconadas, es necesario no perder de vista el hecho de que el camino iniciado en octubre de 1917 está marcado por tres guerras civiles. La mera presencia el enfrentamiento entre la revolución por un lado y el frente formado por sus diversos enemigos por el otro, apoyados por unas potencias capitalistas obsesionadas con la contención del contagio bolchevique por todos los medios posibles. La segunda se desarrolla a partir de la revolución desde lo alto y desde el exterior, y consiste sustancialmente, pese a algunos impulsos desde abajo por parte del mundo campesino, en la colectivización de la agricultura. La tercera es la que fractura al grupo dirigente bolchevique.

 

 

Esta última es más compleja en la medida en que está caracterizada por una gran movilidad e incluso por llamativos cambios de frente. Hemos visto a Bujarin, en ocasión del tratado de Brest-Litovsk, acariciar por un momento el proyecto de una suerte de golpe de Estado contra Lenin, al que reprocha querer transformar «el partido en un montón de estiércol». Pero si en éste momento Bujarin se coloca en posiciones cercanas a las de Trotsky, a ojos de éste último se convertirá diez años después en la encarnación principal del Termidor y la traición burocrática: «¿Con Stalin contra Bujarin? Sí. ¿Con Bujarin contra Stalin? Nunca». Es un momento en el que Trotsky parece alertar a Stalin contra Bujarin: este último rápidamente podría «derrotar a Stalin tachándolo de trotskista, exactamente tal y como Stalin había derrotado a Zinoviev». Estamos en 1928 y ya se está fraguando la ruptura entre Stalin y Bujarin, quien efectivamente, a causa del abandono de la NEP, comienza «a describir en privado a Stalin como el representante del neotrotskismo» y como «un intrigante carente de principios», en última instancia como el peor y más peligroso enemigo dentro del partido. El antiguo miembro del duunvirato se encamina así hacia un futuro bloque con Trotsky. Al final las diferentes oposiciones se coaligarán contra el vencedor; queda patente que en el conflicto mortal que enfrenta a los bolcheviques hasta el último momento las alineaciones cambian rápidamente.

 

 

En un país carente de tradición liberal y caracterizado por un lado por la prolongación del estado de excepción, y del otro por la persistencia de una ideología inclinada a liquidar como meramente «formales» las normas que presiden el gobierno de la ley, la tercera guerra civil asume la ferocidad de una guerra de religión. Trotsky, que «se consideraba el único hombre apto para ser jefe de la revolución», tiende a recurrir a «cualquier medio para derrocar del trono al "falso Mesías"». Una «fe furiosa» inspira también al frente opuesto y Stalin está decidido a liquidar todo peligro de conspiración, incluso el más remoto, en la medida en que se acumulan en el horizonte las nubes de una guerra que amenaza la existencia misma de Rusia y del país del socialismo y que por lo tanto representa un peligro mortal tanto para la causa nacional como para la causa social, dos causas para las que Stalin siente el convencimiento de ser el líder.

 

 

No siempre fácilmente distinguibles entre ellas (los actos de terrorismo y de sabotaje pueden ser la expresión de un proyecto de contrarrevolución o de una nueva revolución), las tres guerras civiles resultan a su vez entrelazadas con la intervención de una u otra gran potencia. El conjunto enrevesado y trágico de estos conflictos se disuelve en el contexto descrito de diferentes modos por Trotsky primero y Kruschov después, que narra la fábula simple y edificante del monstruo que con sólo tocarlo transforma el oro en sangre y barro…

 

(continuará)

 

 



[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]

 

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