martes, 28 de octubre de 2025



1371

 

 

LA LUCHA DE CLASES

 

Domenico Losurdo

 

(45)

 

 

 

 

 

VI

 

Paso al sureste. Cuestión nacional y lucha de clases

 

 

 


 



 

«¡Proletarios de todos los países y pueblos oprimidos del mundo entero, uníos!»

 

Es la confirmación de que la lucha de clases nunca (o casi nunca) se presenta en estado puro. Volvamos por un momento al siglo XIX: si en Inglaterra la burguesía y la aristocracia pueden consolidar su dominio gracias al sometimiento colonial de Irlanda (donde, debido a la expropiación sistemática de los isleños, la «cuestión social» acaba configurándose como «cuestión nacional»), en Estados Unidos —pone en evidencia en 1850 la Neue Rheinische Zeitung— «las colisiones de clases se camuflan con la emigración al Oeste de la superpoblación proletaria», es decir, mediante la expropiación de los pieles rojas. 

 

Más tarde, durante la Guerra de Secesión, Marx observa:

 

 

Solo mediante la conquista o la perspectiva de conquista de nuevos territorios, o mediante expediciones de filibusteros [como la de William Walker, quien a mediados del siglo XIX conquistó Nicaragua y reintrodujo la esclavitud] se pueden nivelar los intereses de estos «blancos pobres» con los de los esclavistas, y dar a su turbulenta necesidad de acción una dirección que no es peligrosa, pues hace brillar ante sus ojos la esperanza de que un día ellos también podrán ser propietarios de esclavos (MEW).

 

 

 

En este segundo caso, más que con la expropiación y la deportación de nativos, la lucha de clases dentro de la comunidad blanca se desactiva con la esclavización de los afroamericanos (y de otras poblaciones de Centroamérica, consideradas bárbaras).

 

 

Hasta este momento se trata de procesos en cierto modo «espontáneos». Cuando el conflicto social en Europa se recrudece, aparecen teorías que de un modo explícito exigen la anexión de tierras en las colonias para dárselas a los pobres de la metrópoli capitalista. En 1868, en Francia, precisamente el país donde el largo ciclo revolucionario había desembocado en la aparición de un movimiento socialista, Ernest Renan critica a la revolución francesa por haber detenido «el desarrollo de las colonias [...] obstruyendo así la única vía de escape que tienen los estados modernos para eludir los problemas del socialismo». Es una tesis reafirmada tres años después, en los meses inmediatamente posteriores a la Comuna de París: «La colonización en gran escala es una necesidad política de primer orden. Una nación que no coloniza está condenada irrevocablemente al socialismo, a la guerra entre el rico y el pobre». Es preciso poner a trabajar a los pueblos «de raza inferior» «en beneficio de la raza conquistadora». Está claro: «Una raza de amos y de soldados es la raza europea. Reducid a esta noble raza a trabajar en el ergástulo como negros y chinos, y se rebelará» (Renan 1947).

 

 

Un par de décadas después Theodor Herzl recomienda la colonización de Palestina y el sionismo, entre otras cosas, como antídoto contra el movimiento revolucionario que está cobrando fuerza en la metrópoli capitalista: es preciso desviar a «un proletariado que da miedo» hacia un territorio que «requiere hombres que lo cultiven». La metrópoli europea, a la vez que se libera de «un excedente de proletarios desesperados», puede exportar la civilización al mundo colonial:

 

 

Con este aumento de la civilización y el orden se debilitarían los partidos revolucionarios. A tal fin es preciso tener bien presente que nosotros estamos enfrentados a los revolucionarios en todas partes, y lograremos apartar a los jóvenes intelectuales judíos y a los obreros judíos del socialismo y el nihilismo en la medida en que proclamemos un ideal popular más puro (Herzl).

 

 

Sí, en Rusia, renunciando a su anterior militancia revolucionaria, «socialistas y anarquistas se convierten al sionismo»; no es de extrañar que el dirigente del movimiento sionista busque y establezca contactos con Cecil Rhodes, el campeón del imperialismo inglés (Herzl).

 

 

Lenin tiene bien presente a Rhodes y le cita profusamente en su ensayo sobre el imperialismo: ¿cómo «resolver la cuestión social» y evitar «una guerra civil mortífera», es decir, la revolución anticapitalista? Es preciso «conquistar nuevas tierras»; «si no queremos la guerra civil tenemos que hacernos imperialistas» (en LO). Rhodes llega a esta conclusión después de visitar East End, el barrio obrero de Londres que en 1889, para entusiasmo de Engels, había dejado de ser un «pasivo pantano de miseria» para convertirse en puesto avanzado de la lucha de clases obrera. Es eso justamente lo que angustia al campeón del imperialismo. Reactivar el imperialismo colonial es la única respuesta válida al recrudecimiento de la cuestión social y al desarrollo del movimiento socialista.

 

 

 

Es un programa político que hace escuela mucho más allá de Inglaterra. Acabamos de mencionar a Herzl. En vísperas del estallido de la primera guerra mundial el dirigente nacionalista Enrico Corradini llama a los socialistas italianos a apoyar la expansión colonial de su país, tomando ejemplo de lo que ocurre desde hace tiempo en Inglaterra:

 

 

El obrero inglés sabe que en el vastísimo imperio inglés de los cinco continentes todos los días se hace algo de lo que él mismo es parte, y que tiene efectos nada desdeñables para su presupuesto doméstico: es el inmenso comercio inglés, estrictamente dependiente del imperialismo inglés. El obrero de Londres sabe que Egipto y El Cabo y la India y Canadá y Australia contribuyeron y contribuyen a elevar su bienestar, y sobre todo a propagarlo entre un número cada vez mayor de obreros ingleses y ciudadanos ingleses(Corradini).

 

 

Lenin habla a este respecto de «libelo infame» (LO) cuando en los borradores de su ensayo sobre el imperialismo transcribe pasajes de un historiador alemán sobre la guerra colonial contra los herero, aniquilados después de haberles arrebatado su tierra: en ella se asienta un número creciente de soldados conquistadores, convertidos en «campesinos y ganaderos». El revolucionario ruso comenta: «¡robar la tierra es convertirse en propietarios!», así es como se proponen resolver la cuestión social las potencias imperialistas (LO).

 

 

Por lo tanto: la burguesía capitalista trata de neutralizar el conflicto en la metrópoli mediante la explotación sistemática de los pueblos coloniales. Por eso en las colonias, como en la Irlanda analizada por Marx, la «cuestión social» se plantea regularmente como una «cuestión nacional». Al mismo tiempo, en la metrópoli capitalista, el «socialismo imperial» se propaga entre las filas del movimiento obrero. Es decir, mientras que la expansión colonial estimula la revolución en Oriente (y sobre todo en el Sureste), en Occidente fortalece al poder dominante, al menos de momento; por lo tanto, según el análisis de Lenin, en Occidente es preciso oponerse con energía al «socialimperialismo», remitiéndose a la enseñanza de Marx y Engels, y en Oriente hay que apoyar sin vacilar la revolución anticolonial.

 

 

En el verano de 1920 el Congreso de los Pueblos de Oriente celebrado en Bakú justo después del II Congreso de la Internacional Comunista siente la necesidad de completar el lema que remata el Manifiesto del partido comunista y el Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores. El nuevo lema queda así: «¡Proletarios de todos los países y pueblos oprimidos del mundo entero, unios!». Junto a los «proletarios», ahora aparecen también los «pueblos oprimidos» como cabales sujetos revolucionarios. Esta formulación, que indudablemente es una novedad con respecto a Marx y Engels, no supone una renuncia a la perspectiva de la lucha de clases y el internacionalismo, sino un esfuerzo por hacerse eco de la configuración peculiar y determinada que han asumido tanto la primera como el segundo…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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martes, 21 de octubre de 2025

 

 

1370

 

 

LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA

Eduardo Galeano

 

(09)

 

 

 

 

PRIMERA PARTE

 

 

LA POBREZA DEL HOMBRE COMO RESULTADO DE LA RIQUEZA DE LA TIERRA.

FIEBRE DEL ORO, FIEBRE DE LA PLATA.

 


 


 Bartolomé de Las Casas




EL DERRAMAMIENTO DE LA SANGRE Y DE LAS LÁGRIMAS: 

Y SIN EMBARGO, EL PAPA HABÍA RESUELTO QUE LOS INDIOS TENÍAN ALMA

 

En 1581, Felipe II había afirmado, ante la audiencia de Guadalajara, que ya un tercio de los indígenas de América había sido aniquilado, y que los que aún vivían se veían obligados a pagar tributos por los muertos. El monarca dijo, además, que los indios eran comprados y vendidos. Que dormían a la intemperie. Que las madres mataban a sus hijos para salvarlos del tormento en las minas. Pero la hipocresía de la Corona tenía menos límites que el Imperio: la Corona recibía una quinta parte del valor de los metales que arrancaban sus súbditos en toda la extensión del Nuevo Mundo hispánico, además de otros impuestos, y otro tanto ocurría, en el siglo XVIII, con la Corona portuguesa en tierras de Brasil. La plata y el oro de América penetraron como un ácido corrosivo, al decir de Engels, por todos los poros de la sociedad feudal moribunda en Europa, y al servicio del naciente mercantilismo capitalista los empresarios mineros convirtieron a los indígenas y a los esclavos negros en un numerosísimo «proletariado externo» de la economía europea. La esclavitud grecorromana resucitaba en los hechos, en un mundo distinto; al infortunio de los indígenas de los imperios aniquilados en la América hispánica hay que sumar el terrible destino de los negros arrebatados a las aldeas africanas para trabajar en Brasil y en las Antillas. La economía colonial latinoamericana dispuso de la mayor concentración de fuerza de trabajo hasta entonces conocida, para hacer posible la mayor concentración de riqueza de que jamás haya dispuesto civilización alguna en la historia mundial.

 

 

Aquella violenta marea de codicia, horror y bravura no se abatió sobre estas comarcas sino al precio del genocidio nativo: las investigaciones recientes mejor fundadas atribuyen al México precolombino una población que oscila entre los veinticinco y treinta millones, y se estima que había una cantidad semejante de indios en la región andina; América Central y las Antillas contaban entre diez y trece millones de habitantes. Los indios de las Américas sumaban no menos de setenta millones, y quizás más, cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido, en total, a sólo tres millones y medio. Según el marqués de Barinas, entre Lima y Paita, donde habían vivido más de dos millones de indios, no quedaban más que cuatro mil familias indígenas en 1685. El arzobispo Liñán y Cisneros negaba el aniquilamiento de los indios: «Es que se ocultan —decía— para no pagar tributos, abusando de la libertad de que gozan y que no tenían en la época de los incas».

 

 

Manaba sin cesar el metal de las vetas americanas, y de la corte española llegaban, también sin cesar ordenanzas que otorgaban una protección de papel y una dignidad de tinta a los indígenas, cuyo trabajo extenuante sustentaba al reino. La ficción de la legalidad amparaba al indio; la explotación de la realidad lo desangraba. De la esclavitud a la encomienda de servicios, y de ésta a la encomienda de tributos y al régimen de salarios, las variantes en la condición jurídica de la mano de obra indígena no alteraron más que superficialmente su situación real. La Corona consideraba tan necesaria la explotación inhumana de la fuerza de trabajo aborigen, que en 1601 Felipe III dictó reglas prohibiendo el trabajo forzoso en las minas y, simultáneamente, envió otras instrucciones secretas ordenando continuarlo «en caso de que aquella medida hiciese flaquear la producción». Del mismo modo, entre 1616 y 1619 el visitador y gobernador Juan de Solórzano hizo una investigación sobre las condiciones de trabajo en las minas de mercurio de Huancavélica: «…el veneno penetraba en la pura médula, debilitando los miembros todos y provocando un temblor constante, muriendo los obreros, por lo general, en el espacio de cuatro años», informó al Consejo de Indias y al monarca. Pero en 1631 Felipe IV ordenó que se continuara allí con el mismo sistema, y su sucesor, Carlos II, renovó tiempo después el decreto. Estas minas de mercurio eran directamente explotadas por la Corona, a diferencia de las minas de plata, que estaban en manos de empresarios privados.

 

 

En tres centurias, el cerro rico de Potosí quemó, según Josiah Conder, ocho millones de vidas. Los indios eran arrancados de las comunidades agrícolas y arriados, junto con sus mujeres y sus hijos, rumbo al cerro. De cada diez que marchaban hacia los altos páramos helados, siete no regresaban jamás. Luis Capoche, que era dueño de minas y de ingenios, escribió que «estaban los caminos cubiertos que parecía que se mudaba el reino». En las comunidades, los indígenas habían visto «volver muchas mujeres afligidas sin sus maridos y muchos hijos huérfanos sin sus padres» y sabían que en la mina esperaban «mil muertes y desastres». Los españoles batían cientos de millas a la redonda en busca de mano de obra. Muchos de los indios morían por el camino, antes de llegar a Potosí. Pero eran las terribles condiciones de trabajo en la mina las que más gente mataban. El dominico fray Domingo de Santo Tomás denunciaba al Consejo de Indias, en 1550, a poco de nacida la mina, que Potosí era una «boca del infierno» que anualmente tragaba indios por millares y millares y que los rapaces mineros trataban a los naturales «como a animales sin dueño». Y fray Rodrigo de Loaysa diría después: «Estos pobres indios son como las sardinas en el mar. Así como los otros peces persiguen a las sardinas para hacer presa en ellas y devorarlas, así todos en estas tierras persiguen a los miserables indios…». Los caciques de las comunidades tenían la obligación de remplazar a los mitayos que iban muriendo, con nuevos hombres de dieciocho a cincuenta años de edad. El corral de repartimiento, donde se adjudicaban los indios a los dueños de las minas y los ingenios, una gigantesca cancha de paredes de piedra, sirve ahora para que los obreros jueguen al fútbol; la cárcel de los mitayos, un informe montón de ruinas, puede ser todavía contemplada a la entrada de Potosí.

 

 

En la Recopilación de Leyes de Indias no faltan decretos de aquella época estableciendo la igualdad de derechos de los indios y los españoles para explotar las minas y prohibiendo expresamente que se lesionaran los derechos de los nativos. La historia formal —letra muerta que en nuestros tiempos recoge la letra muerta de los tiempos pasados— no tendría de qué quejarse, pero mientras se debatía en legajos infinitos la legislación del trabajo indígena y estallaba en tinta el talento de los juristas españoles, en América la ley «se acataba pero no se cumplía». En los hechos, «el pobre del indio es una moneda —al decir de Luis Capoche— con la cual se halla todo lo que es menester, como con oro y plata, y muy mejor». Numerosos individuos reivindicaban ante los tribunales su condición de mestizos para que no los mandaran a los socavones, ni los vendieran y revendieran en el mercado.

 

 

A fines del siglo XVII, Concolorcorvo, por cuyas venas corría sangre indígena, renegaba así de los suyos: «No negamos que las minas consumen número considerable de indios, pero esto no procede del trabajo que tienen en las minas de plata y azogue, sino del libertinaje en que viven». El testimonio de Capoche, que tenía muchos indios a su servicio, resulta ilustrativo en este sentido. Las glaciales temperaturas de la intemperie alternaban, con los calores infernales en lo hondo del cerro. Los indios entraban en las profundidades, «y ordinariamente los sacan muertos y otros quebradas las cabezas y piernas, y en los ingenios cada día se hieren». Los mitayos hacían saltar el mineral a punta de barreta y luego lo subían cargándolo a la espalda, por escalas, a la luz de una vela. Fuera del socavón, movían los largos ejes de madera en los ingenios o fundían la plata a fuego, después de molerla y lavarla.

 

 

La «mita» era una máquina de triturar indios. El empleo del mercurio para la extracción de la plata por amalgama envenenaba tanto o más que los gases tóxicos en el vientre de la tierra. Hacía caer el cabello y los dientes y provocaba temblores indominables. Los «azogados» se arrastraban pidiendo limosna por las calles. Seis mil quinientas fogatas ardían en la noche sobre las laderas del cerro rico, y en ellas se trabajaba la plata valiéndose del viento que enviaba el «glorioso san Agustino» desde el cielo. A causa del humo de los hornos no había pastos ni sembradíos en un radio de seis leguas alrededor de Potosí, y las emanaciones no eran menos implacables con los cuerpos de los hombres.

 

 

No faltaban las justificaciones ideológicas. La sangría del Nuevo Mundo se convertía en un acto de caridad o una razón de fe. Junto con la culpa nació todo un sistema de coartadas para las conciencias culpables. Se transformaba a los indios en bestias de carga, porque resistían un peso mayor que el que soportaba el débil lomo de la llama, y de paso se comprobaba que, en efecto, los indios eran bestias de carga. Un virrey de México consideraba que no había mejor remedio que el trabajo en las minas para curar la «maldad natural» de los indígenas. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista, sostenía que los indios merecían el trato que recibían porque sus pecados e idolatrías constituían una ofensa contra Dios. El conde de Buffon afirmaba que no se registraba en los indios, animales frígidos y débiles, «ninguna actividad del alma». El abate De Paw inventaba una América donde los indios degenerados alternaban con perros que no sabían ladrar, vacas incomestibles y camellos impotentes. La América de Voltaire, habitada por indios perezosos y estúpidos, tenía cerdos con el ombligo a la espalda y leones calvos y cobardes. Bacon, De Maistre, Montesquieu, Hume y Bodin se negaron a reconocer como semejantes a los «hombres degradados» del Nuevo Mundo. Hegel habló de la impotencia física y espiritual de América y dijo que los indígenas habían perecido al soplo de Europa.

 

 

En el siglo XVII, el padre Gregorio García sostenía que los indios eran de ascendencia judía, porque al igual que los judíos «son perezosos, no creen en los milagros de Jesucristo y no están agradecidos a los españoles por todo el bien que les han hecho». Al menos, no negaba este sacerdote que los indios descendieran de Adán y Eva: eran numerosos los teólogos y pensadores que no habían quedado convencidos por la Bula del Papa Paulo III, emitida en 1537, que había declarado a los indios «verdaderos hombres». El padre Bartolomé de Las Casas agitaba la corte española con sus denuncias contra la crueldad de los conquistadores de América: en 1557, un miembro del real consejo le respondió que los indios estaban demasiado bajos en la escala de la humanidad para ser capaces de recibir la fe. Las Casas dedicó su fervorosa vida a la defensa de los indios frente a los desmanes de los mineros y los encomenderos.

 

 

Decía que los indios preferían ir al infierno para no encontrarse con los cristianos. A los conquistadores y colonizadores se les «encomendaban» indígenas para que los catequizaran. Pero como los indios debían al «encomendero» servicios personales y tributos económicos, no era mucho el tiempo que quedaba para introducirlos en el cristiano sendero de la salvación. En recompensa a sus servicios, Hernán Cortés había recibido veintitrés mil vasallos; se repartían los indios al mismo tiempo que se otorgaban las tierras mediante mercedes reales o se las obtenía por el despojo directo. Desde 1536 los indios eran otorgados en encomienda, junto con su descendencia, por el término de dos vidas: la del encomendero y su heredero inmediato; desde 1629 el régimen se fue extendiendo, en la práctica. Se vendían las tierras con los indios adentro.

 

 

En el siglo XVIII, los indios, los sobrevivientes, aseguraban la vida cómoda de muchas generaciones por venir. Como los dioses vencidos persistían en sus memorias, no faltaban coartadas santas para el usufructo de su mano de obra por parte de los vencedores: los indios eran paganos, no merecían otra vida. ¿Tiempos pasados? Cuatrocientos veinte años después de la Bula del Papa Paulo III, en septiembre de 1957, la Corte Suprema de Justicia del Paraguay emitió una circular comunicando a todos los jueces del país que «los indios son tan seres humanos como los otros habitantes de la república…» Y el Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica de Asunción realizó posteriormente una encuesta reveladora en la capital y en el interior: de cada diez paraguayos, ocho creen que «los indios son como animales». En Caaguazú, en el Alto Paraná y en el Chaco, los indios son cazados como fieras, vendidos a precios baratos y explotados en régimen de virtual esclavitud. Sin embargo, casi todos los paraguayos tienen sangre indígena, y el Paraguay no se cansa de componer canciones, poemas y discursos en homenaje al «alma guaraní»…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Eduardo Galeano. “Las venas abiertas de América Latina” ]

 

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jueves, 16 de octubre de 2025




1369



AMIGOS, ALIADOS Y ENEMIGOS 

 

Isabel Vileya 

 



"La neutralidad es un concepto estrecho de egoísmo" 

V. I. Lenin. 



 

 

¿Por qué un "líder mundial" se reúne con un criminal? No es la primera ni será la última vez que se produzcan reuniones de alto nivel entre un alto mandatario con un carnicero ejecutor de los peores crímenes, y esta es una cuestión que hay que analizar con sumo rigor. 

 

El primer error al analizar la reunión mantenida en Moscú entre Al-Jolani y Putin, es hacer el análisis desde la emocionalidad. Esto nos lleva a buscar una respuesta más compleja de la que ofrecen análisis simples sustentados en una supuesta ética y moral. 

 

En el capitalismo Imperialista actual, lo que ha ocurrido en Moscú tiene una lógica profundamente racional. Putin está mandatado por su pueblo, para representar los intereses de su país, que, como en todos los países bajo la dominación del régimen de producción mercantil, los pauta su clase dominante. Reunirse con personajes de dudosa catadura no es algo nuevo y lo han hecho durante toda la historia gobernantes y dirigentes de todas las ideologías; en ocasiones o casi siempre por cuestiones estratégicas, y seguirá siendo así, porque conversar hasta con el enemigo tiene utilidad. 

 


La "Realpolitik" no se hace a golpe de emoción. Es así, no solo en el capitalismo, pero sobre todo en el capitalismo. Claro que hay capitalistas con más decencia que otros y no es lo mismo avasallar pueblos y naciones o cometer exterminio que dedicarse al comercio. Pero, Putin, no es el comandante de una columna guerrillera, ni un dirigente de un Partido comunista revolucionario. Es el jefe de un Estado Burgués con intereses estratégicos en muchos países del mundo y en Oriente Medio, particularmente. 

 


No veo con malos ojos que él u otros dirigentes hagan lo que hacen porque es la naturaleza de las relaciones diplomáticas dentro de este sistema. Lo que sí entiendo merece ser analizado, es la necesidad que tienen algunos o muchos revolucionarios de necesitar parapetarse detrás de figuras mundiales con la esperanza de que cumplan con sus expectativas. Putin no tiene la responsabilidad, ni que se sepa, o el compromiso de hacer la revolución socialista. Eso, es un sueño mal traído de alguno, que no ha entendido que la oportunidad de el choque entre la decadencia Imperialista y la emergencia de los BRICS para posicionar opciones revolucionarias y emancipadoras en un contexto de viabilidad para que los procesos revolucionarios alcancen madurez y empuje. 

 

 

Rusia o China, por nuestros deseos y que se sepan, no han adquirido compromiso alguno con la humanidad para liberarla del yugo capitalista. Esa es tarea nuestra y para eso, los comunistas se deben organizar y aprovechar la marea de las condiciones favorables; a saber: las discrepancias y contradicciones entre potencias en la disputa por el poder, mercados, materias, mercados y territorios, para avanzar en las luchas revolucionarias. Nuestra acumulación de fuerzas, es precaria, pero no por eso debemos encomendarnos a la “providencia” de que un representante de su burguesía nacional, haga la revolución por nosotros y para más inri, en territorios alejados de sus intereses.

 

 

Si una potencia económica favorece nuestros intereses, eso se llama alianza estratégica, nada más, y las alianzas estratégicas cambian, porque detrás de ellas no existe un compromiso revolucionario superior, ni siquiera un juramento de honor. El error, es haberle otorgado el estatus de revolucionario (sin que nos lo pidiera), a una personalidad política de un país capitalista, de un Partido dentro del orden burgués, en su condición de presidente de potencia económica emergente dentro del régimen capitalista.

 

 

 

Nuestra responsabilidad es exigirnos a otros mismos y a nuestros camaradas el cumplimiento del compromiso adquirido en las organizaciones revolucionarias en favor de la revolución socialista, no lloriquear, porque un representante de su burguesía nacional, no cumpla con las expectativas que inocentemente nos habíamos imaginado.  

 

 

 

Todo este episodio, es producto de la derrota y la falta de confianza en las masas. Los cuadros revolucionarios no pueden estarse lamentando, ni uniendo líderes sobre humanos que hagan lo que nosotros no somos capaces de hacer, organizarnos y educar a las masas para la revolución. Debemos analizar con criterio y ecuanimidad, qué movimientos de los aliados y hasta de los enemigos nos son favorables para nuestros propósitos revolucionarios y por sobre todo, no seguir depositando nuestras esperanzas en redentores (en gran medida involuntarios), mientras eludimos nuestra responsabilidad de crear la condiciones para la revolución. No es el tiempo de buscar consuelos y placebo. 

 

 

Cuando hagamos nuestra tarea y podamos decir que por lo menos en algún territorio conseguimos conquistar el Poder y avanzar en la Revolución o profundizarla allí dónde ya existen proyectos revolucionarios, estaremos en disposición de reclamar gestos contundentes qué enfrenten a criminales y repudien sus crímenes. 

 

 

En el socialismo y entre socialistas, no existirá la necesidad de diplomacia, sino la solidaridad entre hermanos. La ética socialista solo se le puede reclamar a socialistas, aunque a veces haya burgueses "decentes" qué hagan algunas cosas decentes. No hay nada más lastimero que un pseudo revolucionario invocando a un burgués: "Qué vuelva la URSS". 

 

 

Muchacho, la URSS, no va a volver sola, ni la va a traer alguien que perdería sus privilegios con su vuelta, la Unión Soviética solo la traerán de vuelta los revolucionarios que se organicen y obliguen a la burguesía a retroceder y a entregar el poder. 

 

 

A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

 

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lunes, 13 de octubre de 2025




 

 1368

 

 

STALIN,

HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.

 

Domenico Losurdo.

 

( 24 )

 

 

 

ENTRE EL SIGLO VEINTE Y LAS RAÍCES

HISTÓRICAS PREVIAS, ENTRE HISTORIA DEL

MARXISMO E HISTORIA DE RUSIA: LOS ORÍGENES DEL "ESTALINISMO" 

 

 




 

 

“El Estado ruso salvado por los defensores de la «extinción del Estado»

 

En conjunto, podemos caracterizar así la situación que se crea tras la revolución de febrero y el derrumbe del antiguo régimen:

 

Rusia estaba en resumen sufriendo un proceso de balcanización [...]. Si algo demostró 1917, fue que la sociedad rusa no era ni suficientemente fuerte ni estaba lo bastante cohesionada como para sostener una revolución democrática. Sin el mismo Estado, no había nada que mantuviera unida Rusia.

 

 

¡Por ironías de la historia el que reintrodujo el Estado fue un partido que profetizaba y defendía la extinción final del Estado! Se hace necesario un ímpetu despiadado para llevar el orden a un mundo que, enrudecido por siglos de aislamiento y de opresión, conoce un nuevo momento de barbarie tras la disolución del antiguo régimen y la anarquía y caos que crecen por doquier. Pero sería banalmente ideológico centrarse sólo en el recurso que hace una de las partes a la violencia terrorista. Veamos de qué manera se ve contrarrestado el nuevo poder que está emergiendo: Fue una sobrecogedora guerra de venganza contra el régimen comunista. Miles de bolcheviques fueron brutalmente asesinados. Muchos fueron víctimas de horribles (y simbólicas) torturas. Orejas, lengua y ojos arrancados, extremidades, cabeza y genitales cortados; estómagos vaciados y llenados de arena, cruces marcadas a fuego en la frente y el pecho; personas clavadas en los árboles, quemadas vivas, ahogadas en agua helada, sepultadas hasta el cuello y hechas devorar por perros y ratas bajo la mirada jubilosa de turbas campesinas. Puestos de policía y juzgados arrasados. Escuelas y centros de propaganda devastados [,..]. También tuvo su papel el simple bandolerismo. Casi todas las bandas asaltaban trenes. En el Donbas se decía que en la primavera de 1921 estos saqueos eran «casi diarios». Otra fuente habitual de aprovisionamiento eran las incursiones en centros habitados e incluso también en las granjas aisladas.

 

 

 

¿Qué causa esta violencia salvaje? ¿La política llevada a cabo por los bolcheviques? Sólo en parte: en 1921-1922 arreciaba «una terrible hambruna [...] provocada directamente por un año de sequía y heladas». Por otra parte, la revuelta campesina era también la protesta contra «un Estado que se llevaba a los hijos y a los caballos para el ejército, que prolongaba la devastación de la guerra civil, que reclutaba a la fuerza a los campesinos para los escuadrones de trabajo, que depredaba sus víveres»; era por tanto la protesta contra una catástrofe que había comenzado en 1914.

 

 

También en lo que respecta a la política bolchevique es necesario saber distinguir las medidas que de manera insensata golpeaban a los campesinos, de aquellas que tenían un carácter completamente diferente. Piénsese en las granjas colectivas que se habían asentado ya en 1920 y que a menudo estaban constituidas por militantes comunistas provenientes de la ciudad, impulsados no solamente por sus ideales, sino también por el hambre que se enseñorea de los centros urbanos: «Se comía y se trabajaba en grupo. Las mujeres desarrollaban el duro trabajo del campo al lado de los hombres, y en ciertos casos se habilitaban guarderías para cuidar de los niños. Además no se realiza práctica religiosa alguna».

 

 

 

También en este caso la hostilidad de los campesinos era insuperable, ya «que estaban convencidos de que habría que poseer colectivamente no solamente tierra y herramientas, sino también mujeres y niños, y que todos tendrían que dormir juntos bajo una única gran manta», Por otro lado, aún más amarga había sido la experiencia sufrida entre finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte por los populistas, decididos a «ir hacia el pueblo» y ayudarlo con la institución de cooperativas, pero rápidamente forzados a revisar la imagen idealizada que tenían del campesino ruso. Aquí vemos lo que vivió uno de ellos, Mijail Romas:

 

 

Desde el comienzo los lugareños se mostraron suspicaces respecto a su cooperativa, no llegando a comprender cómo es que los precios de la nueva iniciativa fueran considerablemente menos caros que los de los otros minoristas. Los agricultores más hábiles, más estrechamente conectados con los comerciantes de la zona, comenzaron a perseguir a Romas y a los suyos con una serie de intimidaciones, esparciendo pólvora en la leña que usaban para las chimeneas, amenazando a los agricultores pobres que mostraban algún interés por la cooperativa, hasta el punto de asesinar brutalmente a un pobre campesino del lugar, al que desmembraron horriblemente, esparciendo después los restos a lo largo de la orilla del río. Por último hicieron volar por los aires la cooperativa (y parte del pueblo) incendiando el depósito de queroseno. Los ingenuos populistas consiguen salvarse por muy poco, dándose a la fuga.

 

 

 

Una vez más emerge la perspectiva de largo alcance histórico que está tras la violencia que se desencadena en una Rusia en crisis. Esto vale también para los horribles pogromos contra judíos y bolcheviques, especialmente los segundos en la medida en que se les sospechaba manipulados por los primeros. Demos de nuevo la palabra al historiador inglés ya antes citado: En algunas localidades, por ejemplo en Chernobil, los judíos fueron hacinados en la sinagoga, que después fue incendiada. En otros lugares como en Cherkassy fueron violadas cientos de niñas que no llegaban a los diez años, muchas de las cuales fueron después castigadas con terribles heridas de bayoneta y sable en las vaginas [...]. Los cosacos de Terek torturaron y mutilaron a cientos de judíos, en gran parte mujeres y niños. Cientos de cadáveres fueron abandonados en la nieve, pasto de los perros y los cerdos. En esta macabra atmósfera, los oficiales cosacos celebraron una fiesta surreal en los locales de la oficina de correos, con bailes, trajes de noche y orquesta, con la participación del magistrado local y un grupo de prostitutas traídas de Cherson. Y mientras los soldados rasos continuaban masacrando judíos por pura diversión, los oficiales y sus doncellas pasaron la noche bebiendo champán y bailando.

 

 

Para tal propósito, «el informe final de una investigación llevada a cabo en 1920 por la organización judía de la Rusia soviética, habla de "más de ciento cincuenta mil muertos documentados" y de casi trescientas mil presuntas víctimas, entre muertos y heridos»…

 

 

(continuará)

 

 

 


[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]

 

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