miércoles, 20 de noviembre de 2024

 

1244

 

 

STALIN,

HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.

 

Domenico Losurdo.

 

 

( 01)

 

 

“DE STALIN A GORBACHOV: CÓMO ACABA UN IMPERIO”

 

LUCIANO CANFORA

 

 

Una regla rigurosamente respetada por los historiadores del Imperio comportaba que no se dijese nada del príncipe o emperador reinante mientras estuviera vivo. Se habría ocupado el historiador siguiente, que habría callado, a su vez, sobre el príncipe que gobernaba su tiempo. Justiniano ha tenido, a este respecto, un destino algo diferente pero muy sintomático. Fue de hecho el mismo historiador, Procopio de Cesarea, el que puso en circulación, estando vivo Justiniano, numerosos libros de historia que exaltan la grandeza, la sabiduría, las guerras victoriosas, etc., y que sin embargo -al mismo tiempo- se mantuvo a salvo -destinada a la circulación después de la muerte del príncipe- una Historia secreta en la que Justiniano era literalmente destrozado y aparecía como el recipiente de toda ignominia, debilidad e inútil crueldad, además de la vanidad de atribuirse méritos que correspondían a otros. La Historia secreta fue escrita alrededor de 558, Justiniano murió el 14 de noviembre de 565 a la edad de ochenta y tres años. Una vez muerto, la Historia secreta se encargó de demoler al vencedor de los Godos, el reconquistador de Italia y restaurador de la unidad del Imperio. Los modernos pueden libremente oscilar entre los dos extremos, como entre los dos retratos de Stalin escritos por Nikita Kruschov: por un lado el informe al XIX congreso del PCUS (octubre de 1952), en el que todo el mérito de la fuerza económica, militar, social de la URSS es atribuido a «nuestro querido líder y maestro, el camarada Stalin»; por el otro, el Informe secreto, leído en la reunión privada en el XX Congreso del PCUS (febrero de 1956), alrededor de tres años después de la muerte de Stalin. Aquí, como en la Historia secreta de Procopio, el "amado maestro" es presentado como un tirano ridículo, cobarde y sanguinario (tanto como para hacer casi incomprensible cómo hubiese podido gobernar durante tanto tiempo y con el apoyo de infinitos Kruschov). La visión, de matriz tolstoiana, dirigida a aniquilar la "grandeza" de las "grandes personalidades" de la historia es sin duda un buen antídoto para la historiografía heroica. Sin embargo no consigue dar cuenta del entretejimiento entre mezquindad individual y eficacia política que hace que algunas personalidades se vean en el epicentro de acontecimientos y transformaciones epocales, que los venideros continuarán considerando como tales pese a todas las posibles "historias secretas".

 

 

Santo Mazzarino -uno de los más importantes historiadores italianos- solía colocar a Stalin al lado de Justiniano por haber sido ambos grandes constructores, grandes déspotas y grandes intolerantes. Entre 565, año de la muerte de Justiniano, y el breve y catastrófico reino de Foca (607-610), se deshace la gran construcción justiniana. La reconquista de Occidente, y en especial de Italia, se deshace. Foca se mostró incapaz, durante su breve reinado, de afrontar insurrecciones, ataques exteriores, la difusión de una creciente anarquía, hasta que en el 610 Heraclio, hijo del gobernador de la provincia de África, conquistó Constantinopla con un golpe de mano y fundó una nueva dinastía. La comparación, desde luego sólo en parte acertada, como todas las comparaciones historiográficas, es entre Justiniano y Stalin por un lado, Foca y Gorbachov por el otro.

 

 

Las simplificaciones no son siempre enriquecedoras, pero pueden dar una pista. Lo que no es bueno, en mi opinión, es que a menudo se renuncie, todavía, a hablar de Stalin lúcidamente, como no obstante se hace con Robespierre o con otros "sanguinarios" defensores de la "revolución". Uno se levanta en vez de sopesar pros y contras.

 

 

Por otra parte, si el Time de 1944 proclamó a Stalin «hombre del año» alguna razón debe haber. Si el antifascismo europeo le ha tributado en los años del peligro nazifascista claras palabras de aprecio y de reconocimiento, alguna razón debe haber. Lo que sin embargo se desea por parte de algunos es que se asimile la obra de Stalin a la únicamente nefasta y destructiva de Hitler. Por lo demás no será casual que el nazismo haya llevado el mundo a la guerra y a la catástrofe y la URSS no. Al final se ha disuelto, no ha arrastrado a los adversarios y al mundo al abismo.

 

 

Stalin tuvo como línea de actuación la de mantenerse fuera de conflictos: hasta la ceguera de no dar fe a las advertencias que le llegaban desde varios lugares en junio de 1941. La gestión del poder en la URSS: no podré en pocas líneas resumir los resultados que en los anteriores decenios han proporcionado tantos investigadores. Diré solamente que las cuestiones son dos: a) qué modelos de "poder popular" (de hecho, democracia) hayan surgido de la Revolución de 1917; b) qué praxis efectiva se haya instaurado sin embargo en la URSS y en los países satélites. Hablar del primer punto creo sea legítimo (basta pensar en los estudios de derecho constitucional alrededor de los códigos legales en la URSS). Es necesario al mismo tiempo comparar estos textos y aquellos esfuerzos con las duras lecciones de la realidad y con la praxis efectiva. Escribía en mi libro sobre la democracia que «en el último período del gobierno de Stalin fueron colocadas las premisas para la ruina del sistema». Y de hecho la que había sido, desde la ruptura con Trotsky y la colocación fuera de la ley de la oposición interna del PCUS, una guerra civil ininterrumpida llevada a cabo con ferocidad y sin excluir duros golpes, después de la victoria de 1945 habría tenido que agotarse o disminuir. Perpetuar los instrumentos fue su ruina. Sobre este concepto de guerra civil referido a todo el período que va de 1927 hasta las vísperas de la Guerra mundial me gusta recordar las páginas de Feuchtwanger (Moscú 1937), el escritor judío exiliado a los EEUU, donde vivió hasta su muerte. Todo lo dicho hasta aquí tiene una sola premisa: que se discuta sobre historia. Pero para discutir hay que conocer el sentido de las palabras. Me divierte bastante observar los malentendidos que suscitó la expresión que utilizo, «crear un mito alrededor de la Polonia dividida». ¡Alguno ha pensado que yo afirmaba que Polonia no había sido dividida! Sin embargo en italiano esa frase significa que un hecho (indiscutible) es "mitificado", es decir, ocupa toda la escena, se convierte en el hecho por excelencia. Y este era uno de ¡os aspectos del pacto de agosto de 1939. Los otros aspectos eran: la voluntad de destruir antes o después una URSS bien enraizada en la mente de Hitler (como ha documentado Kershaw en sus notables libros), además de la poca voluntad anglofrancesa de alcanzar de veras un pacto antialemán junto con Stalin (lo escribe claramente Churchill en su De guerra a guerra). Por no hablar de la hostilidad polaca a la hora de dejar pasar tropas soviéticas por su territorio en caso de conflicto con Alemania, y por no hablar tampoco de la participación polaca, el año antes, en la división de Checoslovaquia. Pongamos un ejemplo respecto a otro asunto: Bacque ha documentado en el libro Der geplante Tod (La muerte planificada) la aniquilación por parte de los EEUU de cientos de miles de prisioneros alemanes. Eran tiempos "férreos" habría dicho Tibulo. Sentarse tras la cátedra y repartir votos y credenciales democráticas, ahora y entonces, casi nos hace a algunos sonreír.

 

 

Es una buena costumbre entendernos a nosotros mismos a través de las palabras de quien nos mira con ojo crítico, no a través del consenso, estéril, de los que consienten, ni de los seguidores. El más pertinente retrato de Julio César, muerto ya junto con el temor que inspiraba, lo realizó Cicerón, que desde luego nunca lo había amado, en un bien cincelado pasaje de la Segunda Filípica, donde sabiamente hizo balance de los valores y límites del dictador que él mismo había alabado en vida. En el caso de Stalin se puede decir, sin temor a errar, que tanto vivo como muerto, no le ha faltado literatura elogiosa ni literatura demonizadora.

 

 

Para personajes que, en un determinado momento histórico, han reunido en su persona el significado y la simbología misma del movimiento que lideraban, el "culto" de su persona es un fenómeno no solamente bien documentado, sino que, por lo que parece, difícilmente evitable. Se podrían invocar muchos nombres, pero los más familiares y obvios son César y Napoleón. La necesidad, por parte de los seguidores, de mitificar al "jefe", al que corresponde la intuición, por parte del jefe, de la imprescindible función de tal mecanismo "mitificador", es un fenómeno bien documentado también. Cuanto más destaca (y se desvela como mecanismo que va más allá de la voluntad del individuo), cuando el interesado mismo sería por su estilo y cultura ajeno a tal relación casi religiosa y sin embargo, al producirse, se adecúa a ello. Es el caso del "Incorruptible", que fue el exacto contrario del demagogo sediento de multitudes entregadas, o también, en tiempos más próximos, el caso de Antonio Gramsci. Relata Gramsci, divertido, en una carta desde la cárcel, la desilusión que vivió un camarada con el que se encontró durante una de sus estadías carcelarias: ¡que se había imaginado al líder de los comunistas de una bastante diferente, e imponente, estatura!

 

 

En esta categoría (por inusual que sea decirlo) entra también Stalin, que durante un período nada breve de su larga carrera quiso mantenerse en el papel ideal de "segundo": de mero, fiel, ejecutor de la obra y del proyecto de otro, bastante más "grande", y que también muerto habría tenido que continuar siendo percibido como "el jefe", es decir Lenin. Al que Stalin le destinó precisamente un mausoleo de tipo faraónico-helenístico-bizantino: para que sobre él, único jefe "vivo" -si bien muerto (y de hecho debidamente embalsamado)- continuase recayendo la necesidad de carisma de las masas sovieticas. Por la misma dinámica, Augusto se presentó durante largo tiempo como el heredero-ejecutor-continuador-vindicador de César y le reservó un culto asimilándolo a los dioses.

 

 

Más que nunca necesario por tanto, frente a personajes históricos cuyo mito fue parte esencial de su actuación (y de su "ser percibidos" por los otros), es remitirse al juicio, limitado, mas no obnubilado, de los no-seguidores, de las personas pensantes y lejanas, y también de los adversarios. En "Cittá libera" del 23 de agosto de 1945, Croce, que al bando enemigo comunista no les ha "concedido" nunca nada, ni siquiera en los momentos de mayor unidad "ciellenistica" y que en la Historia de Europa había escrito que «el comunismo no se ha realizado en Rusia como comunismo» (1932), escribió de Stalin palabras que pudieron incluso parecer un elogio, pero no lo eran. «Lo que se ha realizado en Rusia», escribió, «es el gobierno de una clase, o de un grupo de clases (burócratas, militares, intelectuales) que ya no guía un emperador hereditario, sino un hombre de dotado genio político (Lenin, Stalin)»; ¡y añadía con profética ironía: «quedando encargada la Providencia de proporcionarle sucesores siempre equiparables»! De "genio" (y esta vez no en sentido neutro, como en las palabras de Croce, sino exaltador) había hablado, a propósito de Stalin, Alcide De Gasperi, pocos meses antes, en el Teatro Brancaccio en Roma, en el mismo momento en el que proyectaba con firmeza la lejanía inaprehensible del experimento soviético de aquél, todavía por precisar, de la Italia posfascistas. Había hablado nada menos que de «mérito inmenso, histórico, secular, de los ejércitos organizados por el genio de José Stalin».

 

 

Era fácil por lo demás en aquel momento proferir una gratitud "secular" a los vencedores de Stalingrado, Paolo Bufaldini ha recordado a un sacerdote que, abrazándolo, en la clandestinidad, le había susurrado: «¡En Stalingrado venceremos nosotros!». Pero como bien sabía Heródoto, la victoria de los atenienses en Salamina, contra un adversario poderoso y en apariencia invencible había sido poco a poco olvidada, pese a ser fundamento de la "libertad de los Griegos". Olvidada precisamente por los beneficiarios, porque de aquella victoria había partido el imperio ateniense, opresivo heredero de una alianza inicialmente paritaria. Una historia que se ha repetido, y que en la Italia de después de Marengo ha visto como poco a poco se embrutecían las facciones del emperador. En definitiva es demasiado fácil hablar en gros de objetivos imperiales y de libertades conculcadas. Para la Europa oriental de después de 1945 vale más la lectura del notable relato de Ambler El proceso Delchevim, que abandonarse a las esquemáticas jaculatorias sobre las "horcas de Praga". Y vale más la lectura del ensayo de Wilfried Loth (El hijo poco amado de Stalin: por qué Stalin no quería el nacimiento de la DDR) sobre la reluctancia de Stalin a consentir la constitución en república de la zona soviética de Alemania, en vez de la insulsa retórica sobre el "telón de acero".

 

 

Stalin vuelve hoy al sentir colectivo de los rusos (muchos sondeos lo señalan) porque en la actual desazón y declinar de la ex superpotencia es obvio el reconocimiento, ya sólo por sentido común, hacia el estadista que la había convertido en tal, levantándola de una situación de inferioridad material y de aislamiento. Molotov recuerda que Stalin le había dicho una vez: a mi muerte arrojarán basura sobre mi tumba, pero mucho después lo entenderán. La imputación casi judicial que pesa sobre Stalin es la de la desmedida pérdida de vidas humanas. Esta vara de medir, que ya durante todo el siglo diecinueve acompañó y distorsionó los altibajos (muy similares a los actuales) de la historiografía sobre la Revolución francesa, ha sido finalmente contaminada por las monstruosidades del llamado Libro negro de Courtois y compañía: un libro que incluye entre las "víctimas de Stalin" también a los millones de muertos de la Guerra mundial, o entre las "víctimas del comunismo" a las infinitas víctimas de la UNITA en Angola. Tras aquél monstruoso panfleto es difícil devolver la reflexión a un ámbito decente; basta con el rápido desmantelamiento de estas cifras astronómicas que se ha producido después. Es el vínculo entre Revolución y Terror el difícil problema: comienza con Robespierre, no con Lenin, y todavía está abierto.

 

 

Pero envió a la muerte a multitud de comunistas: esta es la otra imputación "judicial". El Danton de Wajda, por lo demás, quería significar y denunciar esto mismo. Un gran escritor judío, Lion Feuchtwanger, que reconocíó a Stalin el mérito de ser el primero en haber dado un Estado a los judíos (en Birobidjan, dentro de la URSS) ha evocado, a propósito de los "grandes procesos", un factor capital:

 

«La mayor parte de los acusados eran en primer lugar conspiradores y revolucionarios, durante toda la vida habían sido subversivos y opositores, habían nacido para eso». Es la misma observación que hará años después De Gasperi en el ya citado discurso en Brancaccio: «Nosotros creíamos que los procesos eran falsos, los testimonios inventados, las confesiones arrancadas mediante la extorsión. Y entonces informaciones objetivas americanas aseguran que no se trataba de una farsa, y que los saboteadores no eran vulgares timadores, eran los viejos e idealistas conspiradores [...] que afrontaban la muerte antes que adaptarse a lo que para ellos era una traición al comunismo originario».

 

 

A Tiberio le tocó Tácito como "juez"; a Stalin, menos afortunado, Nikita Kruschov, dijo con sarcasmo Concetto Marchesi después del XX Congreso. Era una broma. Con el XX Congreso en realidad se abría una lucha de poder dentro de la cúpula, no muy diferente de la que había enfrentado a Trotsky y Stalin. Una lucha que no excluía golpes bajos, en la que la "desestalinización" era una pieza más del tablero; no era un intento de historiografía, de ésta era si acaso la más escandalosa negación. Y también quien, como Togliatti, entendió la instrumentalidad y la esencial falsedad, no pudo desenmascarar de raíz su naturaleza y génesis porque el mismo Togliatti y otros dirigentes del movimiento comunista eran, voluntariamente o no, parte de esta nueva lucha. Lucha cuyos resultados iniciales fueron las revoluciones dentro del "campo" soviético, y a largo plazo, la misma historia que hemos acabado viviendo. Curzio Malaparte, en un libro importante y olvidado, Técnica del golpe de Estado (editado en Francia en 1931, destinado a disgustar tanto a comunistas como a sus adversarios) registró la crónica de un acontecimiento que explica mejor que cualquier razonamiento el conflicto permanente y la represión ininterrumpida que caracterizaron los años de gobierno de Stalin hasta la guerra: el golpe de Estado fallido de Trotsky en Moscú el 7 de noviembre de 1927, en ocasión del desfile para el décimo aniversario de la Revolución.

 

 

Un golpe fracasado, que mantuvo una profundísima división en el partido, donde el prestigio de Trotsky se mantenía enorme, y una guerra civil larvada, que la propaganda soviética de manera reduccionista presentaba como actividad judicial contra los "saboteadores". Este fue el caso dentro del cual se inscribe el fenómeno Stalin. La formación de la URSS, la industrialización, la guerra a los kulaks, la alfabetización de masas, la creación de un Estado benefactor gratuito, el intento de quedar fuera de la guerra impuesta por Hitler, la victoria sobre el nazismo alcanzada a través de esfuerzos inimaginables y sin un auténtico consenso: estos son los acontecimientos con los que el historiador debe cimentar su análisis, sin olvidar nunca que, entre bastidores crecía un conflicto civil, una fractura del partido hegemónico, que nunca había cicatrizado.

 

 

A los puritanos de la ideología Stalin nunca les gustó. Oportunamente Colletti lo definió, a veinte años de su muerte, en L'Espresso, como «aquél que no se dejó nunca atar por los lazos de la ideología». Pero tanto realismo no fue un fin en sí mismo. El editorial no firmado con el que el Corriere della será comentó el 6 de marzo de 1953 la desaparición de Stalin, continúa vigente tras cincuenta años de batallas -y de modas- historiográficas: «Esta obra -se lee- costó sacrificios inenarrables y fue dirigida con un rigor que no conoció piedad. La libertad, el respeto a la persona, la tolerancia, la caridad, fueron palabras vanas y fueron tratadas como cosas muertas. Solamente durante la Segunda guerra mundial se vio cuánto hubiese trabajado en profundidad aquella obra. Es historia del ayer. Pero cuando sonó la hora de la prueba suprema, el hombre se mostró a la altura de sí mismo y de las grandes tareas que había buscado y que la historia le había asignado».

 

 

Se puede discutir mucho alrededor de la cuestión de si Stalin se consideró a sí mismo y a su propia acción política como vinculadas al renacimiento de su país después de la catástrofe (guerra, derrota, revolución, guerra civil) o más bien dependientes del movimiento comunista mundial: por decirlo brevemente, si se sintió pese a todo un estadista ruso o un dirigente comunista con responsabilidades mundiales. Es propio de la reflexión historiográfica de inspiración trotskista (el mismo Trotsky, Deutscher) dar crédito a la primera respuesta. Fue sin embargo característico de la historiografía oficial de partido (también después de 1956) rechazar como reductiva, distorsionadora, tal respuesta (que por lo demás encontraba acogida también fuera de la discusión político-historiográfica dentro del movimiento comunista), y anteponer a la figura del Stalin estadista, para bien y para mal, la figura y el papel de Stalin como hombre de partido…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]

 

*


lunes, 18 de noviembre de 2024

 

1243

 

 

 

LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA 

DE 1848 A 1850  

 

Karl Marx

 

[ y 18 ]

 

 

 

 

IV. LA ABOLICIÓN DEL SUFRAGIO UNIVERSAL EN 1850

 

 

(…) Poco antes, y sobre todo inmediatamente después de la suspensión de sesiones de la Cámara, parecieron querer reconciliarse las dos grandes fracciones del partido del orden, los orleanistas y los legitimistas, por medio de la fusión de las dos casas reales bajo cuyas banderas luchaban. Los periódicos estaban llenos de propuestas reconciliatorias que se decía habían sido discutidas junto al lecho de enfermo de Luis Felipe, en St. Leonards, cuando la muerte de Luis Felipe vino de pronto a simplificar la situación. Luis Felipe era el usurpador; Enrique V, el despojado. En cambio, el Conde de París, puesto que Enrique V no tenía hijos, era su legítimo heredero. Ahora, se le había quitado todo obstáculo a la fusión de los dos intereses dinásticos. Pero precisamente ahora las dos fracciones de la burguesía habían descubierto que no era la exaltación por una determinada casa real lo que las separaba, sino que eran, por el contrario, sus intereses de clase divergentes los que mantenían la escisión entre las dos dinastías. Los legitimistas, que habían ido en peregrinación al campamento regio de Enrique V en Wiesbaden, exactamente lo mismo que sus competidores a St. Leonards, recibieron aquí la noticia de la muerte de Luis Felipe. Inmediatamente, formaron un ministerio in partibus infidelium, integrado en su mayoría por miembros de aquella Comisión de guardadores de la virtud de la república y que, con ocasión de una querella que estalló en el seno del partido, se descolgó con la proclamación sin rodeos del derecho por la gracia divina. Los orleanistas se regocijaban con el escándalo comprometedor que este manifiesto94 provocó en la prensa y no ocultaban ni por un momento su franca hostilidad contra los legitimistas. 

 

 

Durante la suspensión de sesiones de la Asamblea Nacional, se reunieron las representaciones departamentales. Su mayoría se pronunció en favor de una revisión de la Constitución, más o menos condicionada, es decir, se pronunció en favor de una restauración monárquica, no deteniéndose a puntualizar, a favor de una «solución», confesando al mismo tiempo que era demasiada incompetente y demasiado cobarde para encontrar esta solución. La fracción bonapartista interpretó inmediatamente este deseo de revisión en el sentido de la prórroga de los poderes presidenciales de Bonaparte. 

 

 

La solución constitucional, la dimisión de Bonaparte en mayo de 1852, acompañada de la elección de nuevo presidente por todos los electores del país, y la revisión de la Constitución por una Cámara revisora en los primeros meses del nuevo mandato presidencial, es absolutamente inadmisible para la clase dominante. El día de la elección del nuevo presidente sería el día en que se encontraran todos los partidos enemigos: los legitimistas, los orleanistas, los republicanos burgueses, los revolucionarios. Tendría que llegarse a una decisión por la violencia entre las distintas fracciones. Y aunque el mismo partido del orden consiguiese llegar a un acuerdo sobre la candidatura de un hombre neutral al margen de ambas familias dinásticas, éste tendría otra vez en frente a Bonaparte. En su lucha contra el pueblo el partido del orden se ve constantemente obligado a aumentar la fuerza del poder ejecutivo. Cada aumento de la fuerza del poder ejecutivo, aumenta la fuerza de su titular, Bonaparte. Por tanto, al reforzar el partido del orden su dominación conjunta da, en la misma medida, armas a las pretensiones dinásticas de Bonaparte, y refuerza sus probabilidades de hacer fracasar violentamente la solución constitucional en el día decisivo. Ese día, Bonaparte, en su lucha contra el partido del orden, no retrocederá ante uno de los pilares fundamentales de la Constitución, como tampoco este partido retrocedió en su lucha frente al pueblo, ante el otro pilar, ante la ley electoral. Es muy probable que llegase incluso a apelar al sufragio universal contra la Asamblea. En una palabra, la solución constitucional pone en tela de juicio todo el statu quo, y si se pone en peligro el statu quo, los burgueses ya no ven detrás de esto más que el caos, la anarquía, la guerra civil. Ven peligrar el primer domingo de mayo de 1852 sus compras y sus ventas, sus letras de cambio, sus matrimonios, sus escrituras notariales, sus hipotecas, sus rentas del suelo, sus alquileres, sus ganancias, todos sus contratos y fuentes de lucro, y a este riesgo no pueden exponerse.

 

Si peligra el statu quo político, detrás de esto se esconde el peligro de hundimiento de toda la sociedad burguesa. La única solución posible en el sentido de la burguesía es aplazar la solución. La burguesía sólo puede salvar la república constitucional violando la Constitución, prorrogando los poderes del presidente. Y ésta es también la última palabra de la prensa del orden, después de los largos y profundos debates sobre las «soluciones» a que se entregó después de las sesiones de los Consejos generales. El potente partido del orden se ve, pues, obligado, para vergüenza suya, a tomar en serio a la ridícula y vulgar persona del pseudo Bonaparte, tan odiada por aquél. 

 

 

Esta sucia figura se equivocaba también acerca de las causas que la iban revistiendo cada vez más con el carácter de hombre indispensable. Mientras que su partido tenía la perspicacia suficiente para achacar a las circunstancias la creciente importancia de Bonaparte, ésta creía deberla exclusivamente a la fuerza mágica de su nombre y a su caricaturización ininterrumpida de Napoleón. Cada día se mostraba más emprendedor. A las peregrinaciones a St. Leonards y Wiesbaden opuso sus jiras por toda Francia. Los bonapartistas tenían tan poca confianza en el efecto mágico de su personalidad, que mandaban con él a todas partes, como claque, a gentes de la Sociedad del 10 de Diciembre —la organización del lumpemproletariado parisino—, empaquetándolas a montones en los trenes y en las sillas de posta. Ponían en boca de su marioneta discursos que, según el recibimiento que se le hacía en las distintas ciudades, proclamaban la resignación republicana o la tenacidad perseverante como lema de la política presidencial. Pese a todas las maniobras, estos viajes distaban mucho de ser triunfales.

 

 

Convencido de haber entusiasmado así al pueblo, Bonaparte se puso en movimiento para ganar al ejército. Hizo celebrar en la explanada de Satory, cerca de Versalles, grandes revistas, en las que quería comprar a los soldados con salchichón de ajo, champán y cigarros. Si el auténtico Napoleón sabía animar a sus soldados decaídos, en las fatigas de sus cruzadas de conquista, con una momentánea intimidad patriarcal, el pseudo Napoleón creía que las tropas le mostraban su agradecimiento al gritar: «vive Napoleón, vive le saucisson!» (¡Viva Napoleón, viva el salchichón!) es decir, «¡Viva el salchichón y viva el histrión!».

 

 

Estas revistas hicieron estallar la disensión largo tiempo contenida entre Bonaparte y su ministro de la Guerra, d'Hautpoul, de una parte, y, de la otra, Changarnier. En Changarnier había descubierto el partido del orden a su hombre realmente neutral, respecto al cual no podía ni hablarse de pretensiones dinásticas personales. Le tenía destinado para sucesor de Bonaparte. Además, con su actuación del 29 de enero y del 13 de junio de 1849, Changarnier se había convertido en el gran mariscal del partido del orden, en el moderno Alejandro, cuya brutal interposición había cortado, a los ojos del burgués pusilánime, el nudo gordiano de la revolución. Así, del modo más barato que cabe imaginar, un hombre que en el fondo no era menos ridículo que Bonaparte, se veía convertido en un poder y colocado por la Asamblea Nacional frente al presidente para fiscalizar su actuación. El mismo Changarnier coqueteaba, por ejemplo, en el asunto del suplemento a la lista civil, con la protección que dispensaba a Bonaparte y adoptaba con él y con los ministros un aire de superioridad cada vez mayor. Cuando, con motivo de la ley electoral, se esperaba una insurrección, prohibió a sus oficiales recibir ninguna clase de órdenes del ministro de la Guerra o del presidente. La prensa contribuía, además, a agrandar la figura de Changarnier. Dada la carencia completa de grandes personalidades, el partido del orden veíase naturalmente obligado a atribuir a un solo individuo la fuerza que le faltaba a toda su clase, inflando a este individuo hasta convertirlo en un gigante. Así fue cómo nació el mito de Changarnier, el «baluarte de la sociedad». La presuntuosa charlatanería y la misteriosa gravedad con que Changarnier se dignaba llevar el mundo sobre sus hombros forma el más ridículo contraste con los acontecimientos producidos durante la revista de Satory y después de ella, los cuales demostraron irrefutablemente que bastaba con un plumazo de Bonaparte, el infinitamente pequeño, para reducir a este engendro fantástico del miedo burgués, al coloso Changaroier, a las dimensiones de la mediocridad y convertirle —a él, héroe salvador de la sociedad— en un general retirado.

 

 

Bonaparte se había vengado de Changarnier desde hacía largo tiempo, provocando al ministro de la Guerra a conflictos disciplinarios con el molesto protector. Por fin, la última revista de Satory hizo estallar el viejo rencor. La indignación constitucional de Changarnier no conoció ya límites cuando vio desfilar los regimientos de caballería al grito anticonstitucional de «Vive l'Empereur!» («!Viva el Emperador!»). Para adelantarse a debates desagradables a propósito de este grito en la próxima sesión de la Cámara, Bonaparte alejó al ministro de la Guerra, d'Hautpoul, nombrándole gobernador de Argelia. Para sustituirle nombró a un viejo general de confianza, de tiempos del Imperio, que en cuanto a brutalidad podía medirse plenamente con Changarnier.

 

 

Pero, para que la destitución de d'Hautpoul no apareciese como una concesión hecha a Changarnier, trasladó al mismo tiempo de París a Nantes al brazo derecho del gran salvador de la sociedad, al general Neumayer. Neumayer era quien había hecho que en la última revista toda la infantería desfilase con un silencio glacial ante el sucesor de Napoleón. Changarnier, a quien se había asestado el golpe en la persona de Neumayer, protestó y amenazo. En vano. Después de dos días de debate, el decreto de traslado de Neumayer apareció en el "Moniteur", y al héroe del orden no le quedaba más salida que someterse a la disciplina o dimitir. 

 

 

La lucha de Bonaparte contra Changarnier es la continuación de su lucha contra el partido del orden. Por tanto, la reapertura de la Asamblea Nacional el 11 de noviembre se celebra bajo auspicios amenazadores. Será la tempestad en el vaso de agua. En lo sustancial tiene que seguir representándose la vieja comedia. La mayoría del partido del orden, pese a cuanto griten los paladines de los principios de sus diversas fracciones, se verá obligada a prorrogar los poderes del presidente. Y Bonaparte, pese a todas sus manifestaciones previas, tendrá que doblar también, a su vez, la cerviz, aunque sólo sea por su penuria de dinero, y aceptar esta prórroga de poderes como simple delegación de manos de la Asamblea Nacional. De este modo se aplaza la solución, se mantiene el statu quo, una fracción del partido del orden se ve comprometida, debilitada, hecha imposible por la otra y la represión contra el enemigo común, contra la masa de la nación, se extiende y se lleva al extremo hasta que las propias condiciones económicas hayan alcanzado otra vez el grado de desarrollo en que una nueva explosión haga saltar a todos estos partidos en litigio, con su república constitucional. 

 

 

Para tranquilizar al burgués, debemos decir, por lo demás, que el escándalo entre Bonaparte y el partido del orden tiene como resultado la ruina en la Bolsa de una multitud de pequeños capitalistas, cuyos patrimonios han ido a parar a los bolsillos de los grandes linces bursátiles. 

 

 

 

 

 

 

[Escrito por C. Marx

de enero al 1 de noviembre de 1850.

Publicado por vez primera en la

"Neue Rheinische Zeitung. Politisch-ökonomische Revue",

en los núms. 1, 2, 3 y 5-6,

correspondientes al año 1850.

Firmado: Carlos Marx.]

 

 

Se publica de acuerdo con el texto de la revista,

cotejado con el de la edición de 1895.

Traducido del alemán.

 

***

 

[ Karl MARX. “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850” ]

 


sábado, 16 de noviembre de 2024

 

 

1242

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

 

Andrés Piqueras

 

(21)

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

 

Capítulo 7



(...)

 

LA DESCOMPOSICIÓN DEL MUNDO QUE SALIÓ DE LA POSTGUERRA MUNDIAL. EL FIN DEL LARGO SIGLO XX

 

La globalización unilateral implosiona, y con ella todo el entramado socio-político-institucional que conocimos desde la Segunda Postguerra Mundial y el fin de la Guerra Fría. El largo siglo XX llega a su fin, aunque pueda hacerlo de la manera más dramática. Con ello, las instituciones heredadas de ese siglo pierden también su protagonismo.

 

Sólo desde 2017 hasta el final del mandato de Trump en enero de 2021, EE.UU. ha desmontado diferentes pactos o espera romperlos. El 1 de junio de 2017, anunció la retirada de su país del acuerdo climático de París, firmado en 2016. El 23 de enero de 2017 se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés); un pacto suscrito en febrero de 2016 por 12 países que, juntos, representan el 40 % de la economía mundial y casi un tercio de todo el flujo del comercio internacional. EE.UU. también ha salido del Pacto Mundial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre Migración y Refugiados, así como de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Además ha modificado unilateralmente el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), un acuerdo comercial entre este país, Canadá y México. Y aun así, impone aranceles a las importaciones mexicanas. 27 años antes, en 1994, el entonces presidente de Estados Unidos, Bil Clinton, firmó un acuerdo con Corea del Norte para desmantelar el programa nuclear de este país asiático. Casi una década más tarde, al cambiar el mandato, el presidente George W. Bush, calificó a Pyongyang de “eje de mal” y preparó el terreno para romper el acuerdo. Después de eso ha tenido lugar la profundización del desconocimiento y hasta el repudio norteamericano de las decisiones de Naciones Unidas (y del Consejo de Seguridad) que constituyen la legalidad internacional. En un proceso lento pero seguro de desconstrucción del derecho internacional y de la propia ONU, EE.UU. reconoció a Jerusalén como capital de Israel (otro país que se jacta de no cumplir las resoluciones de la ONU). Seguidamente, anunció que se retiraba del Plan Integral de Acción Conjunta firmado con Irán, así como también del Tratado sobre armas nucleares con Rusia. Además, el 25 de marzo de 2019, Estados Unidos reconoció la “soberanía” de Israel sobre el Golán ocupado, lo cual equivale a aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra. Todo indica que últimamente no se detiene ni ante la manifiesta violación de embajadas, como la norcoreana en Madrid o la de Venezuela en Washington.

 

Un trabajo de demolición sistemática de las instituciones internacionales, del sistema de relaciones y compromisos multilaterales, que muy improbablemente será revertido en una escala digna de consideración por los nuevos gobiernos estadounidenses. Aunque puedan volver a suscribir formalmente alguno de los acuerdos o tratados, como el del cambio climático, según parece ser la intención de Biden, o se vean forzados coyunturalmente a mantener las apariencias en otros, como en los casos de Irán (Plan Integral) o Rusia (Tratados sobre armamento nuclear), estamos probablemente ante una tendencia estructural de un hegemón en decadencia, difícilmente reversible. De hecho, las intervenciones de Joe Biden nada más asumir el cargo auguran una escalada de las tensiones bélicas. Considérense solamente sus siguientes diez pasos, aunque por la fuerza de las circunstancias luego haya tenido que reconsiderar algunos o aceptado otros (como el Nord Stream 2):

 

a. Advierte (amenaza) a Alemania de no seguir adelante con su proyecto de abastecimiento energético (Nord Stream 2), y da marcha atrás en la retirada de tropas del territorio germano, lo que de paso deja claro que sigue siendo un país colonizado (la administración USA, despreciando una vez más el “libre comercio”, amenaza directamente con represalias a las compañías que participan en la construcción del gaseoducto, detectándose incluso hostigamiento militar al mismo).

 

b. Llama a Putin “asesino”, lo que en términos diplomáticos equivale a solamente medio escalón previo a una declaración abierta de guerra. Presiona cada vez más las fronteras rusas a través de la OTAN, poniendo en alarma tanto al Báltico (e incluso las latitudes polares) como a la Europa oriental. Desestabilizando también el Cáucaso.

 

c. Se permite invitar a China a su casa (Alaska) para acto seguido ponerse a insultar a los diplomáticos chinos sobre supuestas violaciones de derechos, sobre todo en territorio uigur (cuidándose mucho los emisarios norteamericanos de comentar cómo EE.UU.  lleva infiltrando desde hace años redes terroristas y paramilitares en ese territorio para desunir China).

 

d. Amenaza con sanciones a India si no revierte la compra y despliegue de misiles rusos S-400.

 

e. Quiere renovar la unión contra Irán para doblegar a ese país y cortar el núcleo vital centro-asiático de la Ruta de la Seda china.

 

f. Aumenta el asedio a la propia China en el mar que la envuelve. Esto conllevará probablemente la transformación de las aguas adyacentes a China, en particular el Mar de la China Meridional, en uno de los epicentros del conflicto global del siglo XXI.

 

g. Amenaza a Corea del Norte mediante nuevas maniobras militares

navales.

 

 

h. Frena la retirada de tropas de Asia occidental, y en el caso concreto de Siria (donde ocupa ilegalmente sus pozos petrolíferos), pretende reactivar la guerra con nuevas infiltraciones de paramilitares y yihadistas en el país.

 

i. Gesta una intervención contra Venezuela a través de tropas irregulares, paramilitares, narco-bandas y grupos delincuentes armados, con la colaboración del ejército colombiano, en la frontera entre ambos países.

 

j. Pero lo más descabelladamente peligroso de todo es que activa una nueva escalada bélica en Ucrania, de ominosas consecuencias. El ejército ucraniano ha comenzado a desplegar sus sistemas de cohetes de lanzamiento múltiple en Donbass, para atacar las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, a las que vuelve a hostigar a las pocas semanas del inicio de la presidencia Biden. Y, más grave aún, ya ha declarado su intención de ir a por Crimea. Todo eso tras recientes conversaciones de alto nivel entre funcionarios estadounidenses y ucranianos. EE.UU. está abasteciendo de armas a Ucrania, al tiempo que despliega algunas de sus más mortíferos aparatos de combate en la zona. Haciendo del Mar Negro una de las zonas de mayor riesgo bélico.

 

Todo ello marca la dinámica de guerra total. Una explícita política de agresión contra Rusia y China. A través de los pasos geopolíticos que va dando el hegemón en decadencia puede apreciarse, en cualquier caso, que el mundo que salió de la Guerra Fría llega a su fin. Muere definitivamente el largo siglo XX, y con él muchas de sus certezas. La excepcionalidad de Israel, la alianza energético-militar de EE.UU. y Arabia Saudita, la singularidad de Corea del Norte, la subordinación continental de Europa y América Latina a EE.UU, pueden estar viendo el principio de su fin tal como se han manifestado hasta hoy. Por el contrario, la apertura de los mares del Pacífico en torno a China, el surgimiento de una nueva África interconectada y el nacimiento de nuevas instituciones económicas y políticas internacionales, pueden comenzar a tener visos de verosimilitud.

 

En esa línea, la huida de EE.UU. de Afganistán, junto con la de todos sus aliados subordinados (el 15 de agosto de 2021), por más dobles intenciones que pueda albergar en cuanto a la desestabilización de Asia central, marca indudablemente un punto de inflexión, “el fin de una etapa en la historia de la humanidad signada por la intención de Washington de implantar un sistema internacional unipolar” (Rodríguez Gelfenstein, 2021), a partir el 11 de septiembre de 2001. Entramos en una nueva era de inestabilidad, incertidumbre y riesgo sistémico, de pugna sin tregua por unos recursos cada vez más escasos, de tensión bélica generalizada y de destrucción de sociedades y franco peligro de todo el hábitat planetario, de desmoronamiento económico del capitalismo y consiguiente derrumbe de todo su orden mundial. El también consecuente fin de la era neoliberal viene acompañado del ocaso del sistema político que la precedió: la democracia liberal. Es por eso que, acompañando a todo ello, el sistema esparce in-política con renovado vigor en sus formaciones socio-estatales. La materialización de esa dinámica en el ámbito teórico-ideológico constituirá el objeto transversal de la segunda parte de este libro…

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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