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CONTRA EL MORALISMO PEQUEÑOBURGUÉS: LOGÍSTICA, SANGRE Y PACIENCIA ESTRATÉGICA
Daniel Seixo Paz
«El arma de la crítica no puede, evidentemente, sustituir a la crítica de las armas; la fuerza material tiene que ser derrocada por fuerza material.»
Karl Marx
«En el curso de un largo período hemos llegado a formarnos este concepto para la lucha contra el enemigo: estratégicamente, debemos desdeñar a todos nuestros enemigos, pero tácticamente, debemos tomarlos muy en serio. Es decir, al considerar el todo, debemos despreciar al enemigo, pero tenerlo muy en cuenta en cada una de las cuestiones concretes. Si no despreciamos al enemigo al considerar el todo, caeremos en el error de oportunismo. Marx y Engels no eran más que dos personas, pero ya en su tiempo declararon que el capitalismo seria derribado en todo el mundo. Sin embargo, al enfrentar las cuestiones concretes y a cada uno de los enemigos en particular, si no los tomamos muy en serio, cometeremos el error de aventurerismo. En la guerra, las batallas sólo pueden ser dadas una por una y las fuerzas enemigas, aniquiladas parte por parte. Las fábricas sólo pueden construirse una a una. Los campesinos sólo pueden arar la tierra parcela por parcela. Incluso al comer pasa lo mismo. Desde el punto de vista estratégico, tenemos en poco el comer una comida: estamos seguros de poder terminarla. Pero en el proceso concreto de comer, lo hacemos bocado por bocado. No podemos engullir toda una comida de un golpe. Esto se llama solución por partes. Y en la literatura militar se llama destruir las fuerzas enemigas por separado.»
Mao Zedong
«Aceptar el combate cuando ello es manifiestamente ventajoso para el enemigo, pero no para nosotros, es criminal; los dirigentes políticos de la clase revolucionaria son absolutamente inútiles si no saben «maniobrar» o proponer «la conciliación y el compromiso» a fin de rehuir el combate evidentemente desfavorable.»
Lenin
Seamos claros, bruscos incluso, si así lo requiere la interacción: la lectura actual del mundo nos exige elevarnos por encima de la apariencia inmediata de los hechos. En la política internacional, especialmente en la época de crisis orgánica del capitalismo que nos ha tocado vivir, el moralismo pequeño-burgués se aferra a gestos, mientras la historia se mueve bajo la superficie en macroprocesos enfrentados con la pluma volátil y la coquetería inútil del tertuliano. Hoy resulta vital la paciencia estratégica, una categoría fundamental de la diplomacia revolucionaria desde Lenin hasta Zhou Enlai.
En la inmediatez del acontecimiento político, la conciencia vulgar, incluso cuando esta se reviste de fraseología izquierdista, tiende a quedar atrapada en la mera apariencia de los fenómenos, ignorando la esencia real de la historia. A estas alturas, ya sabrán ustedes que la reciente resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Palestina y la consecuente abstención de la Federación Rusa y la República Popular China, ha desatado en redes sociales y el microcosmos europeo una ola de moralismo pequeñoburgués que, incapaz de comprender la dialéctica de la totalidad concreta, grita «traición» donde solo hay cálculo de tiempos históricos y necesidades materiales.
En el convulso tablero internacional que hoy observamos en los breves respiros que nos permite la realidad diaria, las naciones del Sur global siguen atravesando, una tras otra, las mismas contradicciones fundamentales que Lenin analizó hace más de un siglo. El imperialismo continúa extendiendo su dominio mediante guerras híbridas, sanciones, bloqueos económicos, golpes blandos y campañas de propaganda. Y no es casualidad que los escenarios de mayor inestabilidad correspondan exactamente a las regiones donde las potencias occidentales han hecho de la rapiña su método histórico de interacción.
La política no es un tribunal de ética abstracta, sino la ciencia de la correlación de fuerzas en la lucha de clases internacional. Analizar el reciente voto en Nueva York de Pekín o Moscú aislado de la guerra en Sudán, de las contradicciones en el Sahel, de los Acuerdos de Abraham y de la logística de un futuro enfrentamiento global con la OTAN, es caer en la reificación de la diplomacia burguesa: es convertir un acto diplomático en un fetiche, divorciado de la realidad orgánica del imperialismo.
La izquierda europea, o la que así se autodenomina, observa todo esto como quien mira un documental: con distancia, impotencia y con un moralismo desencarnado que sustituye el análisis por la consigna vacía y la solidaridad por el tuit sentimental o las habituales procesiones inanes por la causa de turno. Son sectores que exigen “comunidades internacionales” abstractas, “condenas”, “diálogo”, “resoluciones”, como si la correlación de fuerzas en el mundo se alterara a base de declaraciones de prensa o nobles intenciones de partidos con más interés real en el reparto de las prebendas parlamentarias que en acción alguna de transformación real para sus realidades más inmediatas. No entienden, o más habitualmente no quieren entender, que la política internacional no es un acto teatral, un sainete con el que entretenernos, sino lucha material concreta entre intereses contrapuestos.
Frente a ellos, frente a su falsa moralina y su teatro de sombras, los pueblos que resisten el despojo no viven de discursos: viven de logística, de soberanía energética, de acceso a mercados, rutas comerciales y de la defensa militar real. Mali no pudo expulsar a Francia sin la cobertura diplomática y técnica que Moscú le otorgó. Nigeria no logrará mantener la soberanía de sus propios recursos si no circularan armas y tecnologías ajenas al dictado occidental. Irán no mantendría su histórica posición de independencia, ni su apoyo al pueblo palestino, si no dispusiera de aliados que compran sus recursos sin condiciones ni chantajes. Ni existiría desafío al sionismo sin una realidad armamentística con trazado de origen fácilmente rastreable. Cuba, desangrado por un bloqueo criminal, sobrevive en parte porque China o Rusia continúan invirtiendo en infraestructuras y energía incluso bajo la amenaza de sanciones. Y Palestina, agonizante, devastada, boicoteada, solo existe como pueblo porque existe en este planeta un poder real capaz de contener la destrucción total que buscaban Estados Unidos e Israel.
No estamos hablando de una idealización romántica de las crecientes potencias del Este, sino de reconocer la fría mecánica de la supervivencia. Rusia y China actúan por una necesidad existencial que, afortunadamente para los pueblos oprimidos y aquellos que nunca aceptamos el llamado fin de la historia, converge objetivamente con las posibilidades de lucha antiimperialista existente. Ambos pueblos caminan hoy en una senda de construcción revolucionaria y reconstrucción nacional que les obliga a ser el muro de contención contra la barbarie unipolar. Y eso, en términos materiales, vale más que mil manifiestos de solidaridad pura pero impotente.
Estos no son juicios morales, son hechos materiales. Verificables para quien tenga el coraje de mirarlos sin los lentes deformados del progresismo europeo. Mientras unos redactan manifiestos o lanzan lamentos plañideros que dejaron de lado cuando votaban contra palestina en sus consejos de ministros, otros neutralizan drones, sostienen economías, proporcionan inteligencia, financian infraestructuras, rompen bloqueos. Las armas que permiten a los pueblos defenderse no caen del cielo ni provienen de seminarios en Bruselas, provienen de países que, por razones propias estratégicas en la búsqueda de un de equilibrio multipolar, han decidido contradecir el monopolio militar occidental, arriesgando con ello el futuro de sus propios pueblos. Porque ellos sí, saben lo que es sangrar, perder recursos y vidas por mandar parar a Washington.
El error fundamental de quienes exigen un veto performativo reside en su incomprensión de la etapa actual del capitalismo tardío y su fase imperialista. Vivimos el interregno gramsciano, el tiempo entre un mundo que muere y otro que lucha por nacer. En este claroscuro, la ruptura prematura de la globalidad económica mundial no es un acto revolucionario, sino un suicidio estratégico. Un regalo al Imperio.
Rusia y China, como vanguardias objetivas del bloque multipolar, comprenden que la soberanía no se conquista con gestos en esa cueva de ladrones de la ONU, hoy convertida en teatro de la impotencia, sino con la garantía material de la supervivencia.
¿Por qué no romper la baraja ahora? Porque la infraestructura del nuevo mundo: los BRICS, las rutas comerciales alternativas, los sistemas de pago desdolarizados, las alianzas diplomáticas y militares, aún no ha sustituido completamente a la vieja realidad. Romper hoy, vetar y paralizar el sistema internacional de golpe, condenaría a las economías periféricas y pequeñas al colapso absoluto. Rusia y China no buscan la autarquía para sí mismas, sino construir una arquitectura donde las naciones del Sur Global puedan transitar hacia la soberanía sin perecer de hambre por el bloqueo de las cadenas de suministro controladas por Occidente.
Es aquí donde la dialéctica se vuelve cruel pero necesaria. Igual que el Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939 no fue una alianza ideológica con el fascismo, sino una maniobra imprescindible para ganar tiempo y trasladar la industria soviética a los Urales ante la guerra de exterminio que se avecinaba o como el Tratado de Brest-Litovsk en 1918, cuando Lenin cedió vastos territorios y recursos a Alemania aceptando una paz humillante para impedir que la Revolución de Octubre fuese aplastada en su cuna, el actual tino diplomático de Moscú y Pekín responde a una táctica dilatoria evidente. En todos estos casos, la historia demostró que la pureza ideológica en el momento táctico conduce a la derrota estratégica. La lógica de hierro que guio aquellas decisiones es la misma que opera hoy: se está comprando tiempo. Tiempo para asegurar el Mar Rojo, el Estrecho de Malaca y el Ártico antes del inminente choque frontal con la OTAN.
La pseudoizquierda europea, atrapada en una ilusión de pureza irreal, repite el dogma de que la multipolaridad no es suficiente, que no es “socialista”, que no basta con que Estados Unidos sea frenado. Pero olvidan o desconocen que Vietnam no habría vencido sin armas soviéticas, que Argelia no habría triunfado sin entrenamiento y apoyo del bloque socialista, que Cuba resistió porque la URSS garantizó petróleo, azúcar y armas, que Angola se sostuvo porque miles de internacionalistas cubanos entendieron que la lucha antimperialista es un tejido mundial. Esa es la memoria que se exige, no la memoria abstracta y sentimental que repite “yo estoy por la paz” mientras las bombas caen sobre los mismos pueblos desde hace un siglo.
La crítica izquierdista vulgar olvida que el imperialismo ha sembrado el campo de minas. Los Acuerdos de Abraham no son meros papeles firmados, son la estructuración de una arquitectura militar y de inteligencia que une al sionismo con las monarquías reaccionarias del Golfo. Miremos hacia el Sahel y el Norte de África. La situación en Malí, el conflicto en el Sáhara Occidental y la guerra civil en Sudán no son eventos aislados, son partes integrantes de una totalidad en disputa. Rusia está librando una batalla asimétrica en el Sahel para romper el control colonial francés y estadounidense sobre el uranio y el oro. En este contexto, la posición de Argelia es clave.
Argelia, un baluarte histórico del anticolonialismo, votó a favor de la resolución, e incluso la celebró. ¿Debe Rusia, desde su asiento en el Consejo de Seguridad, vetar una resolución que el propio representante argelino exige, deslegitimando así a un aliado fundamental en el Mediterráneo y el gas? Eso sería imponer una voluntad imperial, replicando exactamente el modus operandi de Estados Unidos.
Si Rusia y China actuaran como el hegemón estadounidense, forzarían a los países árabes a seguir su línea mediante la coerción. Pero la propuesta multipolar se basa precisamente en el respeto irrestricto a la soberanía, incluso cuando esa soberanía se ejerce de manera contradictoria o errónea por parte de las burguesías nacionales árabes. Rusia y China no pueden ser «más palestinas que los palestinos», ni «más árabes que los árabes». Su papel es ofrecer el paraguas bajo el cual, cuando las condiciones objetivas maduren, esos pueblos puedan liberarse.
Lenin, comprendiendo a Clausewitz, nos enseñó que la guerra y la diplomacia son un continuum. La abstención en la ONU no significa inacción en el terreno. Mientras los diplomáticos levantan la mano en Nueva York, los ingenieros militares rusos e iraníes, con tecnología china, están rediseñando la capacidad de fuego del Eje de la Resistencia.
¿Quién arma a Yemen para cerrar el Mar Rojo al comercio sionista? ¿Quién sostiene la economía de Irán frente a las sanciones occidentales? ¿Quién protege a Venezuela de una invasión directa permitiendo la recuperación de su industria petrolera?
Rusia y China entienden que la liberación de Palestina no vendrá de una resolución de la ONU. La ONU es una estructura ya anquilosada, incapaz de transformar la realidad. La liberación vendrá de la derrota militar y económica del proyecto sionista y de su patrocinador estadounidense. Y para lograr esa derrota, es necesario evitar que Estados Unidos consolide un frente unido global contra Eurasia antes de tiempo.
Al abstenerse, Rusia y China niegan a Washington la narrativa propagandística perfecta: «El mundo quiere la paz, pero las autocracias rusa y china la bloquean». Desactivan la trampa ideológica, dejando que sea la propia realidad del genocidio israelí la que demuestre la inutilidad de la resolución estadounidense, sin que ellos carguen con la culpa del bloqueo. Es una maniobra de judo geopolítico: utilizan la fuerza evidente del adversario en sus propias instituciones para demostrar la profunda injusticia e incapacidad de las mismas en el mundo que ya nace.
Y preguntémonos, ¿cuántos de esos izquierdistas europeos estarían encantados de culpar a Rusia y a China si la guerra estallase por su postura tal y como el representante estadounidense amenazo antes de la votación? ¿Cuántos de los miles de manifestantes que salen a la calle en Europa apoyan realmente a Hamás o la resistencia armada y cuantos estarían dispuestos a sustituir el papel que Rusia, China o Irán juegan en la confrontación directa contra el imperio? ¿Cuántos en Europa seguirán mañana atentos a lo que sucede en Palestina cuando ya han comprado el plan de paz de Trump suceda lo que suceda?
El imperialismo norteamericano opera mediante la negación de la historia y la imposición de la voluntad: portaaviones, sanciones, golpes de estado, vetos unilaterales. Es la dictadura de la burguesía financiera global.
La propuesta chino-rusa, por el contrario, busca restaurar la agencia histórica de los pueblos. Si los países árabes, atrapados en sus propias contradicciones y dependencias, deciden apoyar una resolución defectuosa, Rusia y China respetan esa decisión formal, mientras trabajan subterráneamente para cambiar las condiciones materiales que obligan a esos países a la sumisión. Incluso enfrentando a estos países a contradicciones directas y amenazas militares si fuese preciso, Arabia Saudí lo sabe bien.
Imponer un veto contra la voluntad explícita de la región habría sido un acto de paternalismo colonial, una afirmación de que Moscú sabe lo que es mejor para los árabes mejor que los propios árabes. Romper la unidad del «Sur Global» o de los BRICS por un voto simbólico sería fortalecer al enemigo principal, el imperialismo.
Las economías pequeñas, aquellas que están empezando a comerciar en yuanes o a buscar seguridad en los Wagner o en acuerdos con Pekín, observan. Si codifican que Rusia y China usan su poder para anular sus decisiones diplomáticas, por equivocadas que estas sean, verán simplemente a un nuevo amo. Pero al ver que Rusia y China permiten que el proceso regional siga su curso, mientras ofrecen alternativas materiales, se consolida la confianza necesaria para el bloque contrahegemónico.
La angustia ante el genocidio en Gaza es real y legítima. Pero la respuesta política a esa angustia no puede ser el voluntarismo mágico, no podemos saltar sobre nuestra propia sombra histórica.
Estamos en una fase de acumulación de fuerzas palpable, la guerra total se acerca. La necesidad de garantizar suministros, asegurar el grano, la energía y los semiconductores para el momento cercano en el que el Estrecho de Taiwán o el Báltico ardan, es la prioridad absoluta para cualquier pueblo que piense en términos de supervivencia y victoria final.
Rusia y China no han vendido a Palestina. Al contrario, están construyendo meticulosamente el único escenario mundial, un mundo multipolar, desdolarizado y logísticamente independiente, en el que la liberación de Palestina sea materialmente posible. Y no, eso no se logrará con una consigna vacía en una sala de Nueva York.
La historia no avanza en línea recta, sino a través de contradicciones dolorosas. La abstención de hoy es el silencio táctico que precede al estruendo del nuevo mundo que nace. Criticarla desde la pureza moral es olvidar que en la guerra contra el imperialismo, la victoria requiere, ante todo, que la vanguardia antiimperialista no se autodestruya antes de la batalla decisiva.
Al final, lo que mejor retrata a esa izquierda europea que hoy clama al cielo contra un Sur movilizado, activo y combativo, es su propio extravío: un izquierdismo de escaparate, voluntarista y pueril, que confunde la política con el desahogo moral, que sustituye el estudio por el tuit ingenioso y la estrategia por la afectación sentimental. Hablan, hablan, hablan… Hablan siempre, pero sus palabras son huecas, sus gestos son cínicos, sus denuncias son inocuas y su solidaridad es un adorno para su propia conciencia. Pretenden interpretar el mundo sin mancharse las manos en su materia real, opinan sobre guerras que no entienden y de las que no participan, repiten titulares como loros satisfechos y escriben análisis que no aguantan ni el peso de la primera contradicción. Son tertulianos de lo inmediato, cartógrafos de la superficie, espíritus livianos que dejan volar la pluma antes de comprender el golpe que los derribará cuando la historia, siempre implacable, vuelva a recordarnos que la política no la hacen los moralistas, sino la correlación de fuerzas. Y esa, hoy, no la mueven ellos. Los que resisten nos protejan de depender de todos esos que desde el Norte continúan exigiendo pureza a un Sur curtido en mil batallas. Un Sur que aprende, recuerda y avanza.
Fuente:
https://antiimperialistas.com/contra-el-moralismo-pequenoburgues-logistica-sangre-y-paciencia-estrategica/
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