martes, 28 de octubre de 2025



1371

 

 

LA LUCHA DE CLASES

 

Domenico Losurdo

 

(45)

 

 

 

 

 

VI

 

Paso al sureste. Cuestión nacional y lucha de clases

 

 

 


 



 

«¡Proletarios de todos los países y pueblos oprimidos del mundo entero, uníos!»

 

Es la confirmación de que la lucha de clases nunca (o casi nunca) se presenta en estado puro. Volvamos por un momento al siglo XIX: si en Inglaterra la burguesía y la aristocracia pueden consolidar su dominio gracias al sometimiento colonial de Irlanda (donde, debido a la expropiación sistemática de los isleños, la «cuestión social» acaba configurándose como «cuestión nacional»), en Estados Unidos —pone en evidencia en 1850 la Neue Rheinische Zeitung— «las colisiones de clases se camuflan con la emigración al Oeste de la superpoblación proletaria», es decir, mediante la expropiación de los pieles rojas. 

 

Más tarde, durante la Guerra de Secesión, Marx observa:

 

 

Solo mediante la conquista o la perspectiva de conquista de nuevos territorios, o mediante expediciones de filibusteros [como la de William Walker, quien a mediados del siglo XIX conquistó Nicaragua y reintrodujo la esclavitud] se pueden nivelar los intereses de estos «blancos pobres» con los de los esclavistas, y dar a su turbulenta necesidad de acción una dirección que no es peligrosa, pues hace brillar ante sus ojos la esperanza de que un día ellos también podrán ser propietarios de esclavos (MEW).

 

 

 

En este segundo caso, más que con la expropiación y la deportación de nativos, la lucha de clases dentro de la comunidad blanca se desactiva con la esclavización de los afroamericanos (y de otras poblaciones de Centroamérica, consideradas bárbaras).

 

 

Hasta este momento se trata de procesos en cierto modo «espontáneos». Cuando el conflicto social en Europa se recrudece, aparecen teorías que de un modo explícito exigen la anexión de tierras en las colonias para dárselas a los pobres de la metrópoli capitalista. En 1868, en Francia, precisamente el país donde el largo ciclo revolucionario había desembocado en la aparición de un movimiento socialista, Ernest Renan critica a la revolución francesa por haber detenido «el desarrollo de las colonias [...] obstruyendo así la única vía de escape que tienen los estados modernos para eludir los problemas del socialismo». Es una tesis reafirmada tres años después, en los meses inmediatamente posteriores a la Comuna de París: «La colonización en gran escala es una necesidad política de primer orden. Una nación que no coloniza está condenada irrevocablemente al socialismo, a la guerra entre el rico y el pobre». Es preciso poner a trabajar a los pueblos «de raza inferior» «en beneficio de la raza conquistadora». Está claro: «Una raza de amos y de soldados es la raza europea. Reducid a esta noble raza a trabajar en el ergástulo como negros y chinos, y se rebelará» (Renan 1947).

 

 

Un par de décadas después Theodor Herzl recomienda la colonización de Palestina y el sionismo, entre otras cosas, como antídoto contra el movimiento revolucionario que está cobrando fuerza en la metrópoli capitalista: es preciso desviar a «un proletariado que da miedo» hacia un territorio que «requiere hombres que lo cultiven». La metrópoli europea, a la vez que se libera de «un excedente de proletarios desesperados», puede exportar la civilización al mundo colonial:

 

 

Con este aumento de la civilización y el orden se debilitarían los partidos revolucionarios. A tal fin es preciso tener bien presente que nosotros estamos enfrentados a los revolucionarios en todas partes, y lograremos apartar a los jóvenes intelectuales judíos y a los obreros judíos del socialismo y el nihilismo en la medida en que proclamemos un ideal popular más puro (Herzl).

 

 

Sí, en Rusia, renunciando a su anterior militancia revolucionaria, «socialistas y anarquistas se convierten al sionismo»; no es de extrañar que el dirigente del movimiento sionista busque y establezca contactos con Cecil Rhodes, el campeón del imperialismo inglés (Herzl).

 

 

Lenin tiene bien presente a Rhodes y le cita profusamente en su ensayo sobre el imperialismo: ¿cómo «resolver la cuestión social» y evitar «una guerra civil mortífera», es decir, la revolución anticapitalista? Es preciso «conquistar nuevas tierras»; «si no queremos la guerra civil tenemos que hacernos imperialistas» (en LO). Rhodes llega a esta conclusión después de visitar East End, el barrio obrero de Londres que en 1889, para entusiasmo de Engels, había dejado de ser un «pasivo pantano de miseria» para convertirse en puesto avanzado de la lucha de clases obrera. Es eso justamente lo que angustia al campeón del imperialismo. Reactivar el imperialismo colonial es la única respuesta válida al recrudecimiento de la cuestión social y al desarrollo del movimiento socialista.

 

 

 

Es un programa político que hace escuela mucho más allá de Inglaterra. Acabamos de mencionar a Herzl. En vísperas del estallido de la primera guerra mundial el dirigente nacionalista Enrico Corradini llama a los socialistas italianos a apoyar la expansión colonial de su país, tomando ejemplo de lo que ocurre desde hace tiempo en Inglaterra:

 

 

El obrero inglés sabe que en el vastísimo imperio inglés de los cinco continentes todos los días se hace algo de lo que él mismo es parte, y que tiene efectos nada desdeñables para su presupuesto doméstico: es el inmenso comercio inglés, estrictamente dependiente del imperialismo inglés. El obrero de Londres sabe que Egipto y El Cabo y la India y Canadá y Australia contribuyeron y contribuyen a elevar su bienestar, y sobre todo a propagarlo entre un número cada vez mayor de obreros ingleses y ciudadanos ingleses(Corradini).

 

 

Lenin habla a este respecto de «libelo infame» (LO) cuando en los borradores de su ensayo sobre el imperialismo transcribe pasajes de un historiador alemán sobre la guerra colonial contra los herero, aniquilados después de haberles arrebatado su tierra: en ella se asienta un número creciente de soldados conquistadores, convertidos en «campesinos y ganaderos». El revolucionario ruso comenta: «¡robar la tierra es convertirse en propietarios!», así es como se proponen resolver la cuestión social las potencias imperialistas (LO).

 

 

Por lo tanto: la burguesía capitalista trata de neutralizar el conflicto en la metrópoli mediante la explotación sistemática de los pueblos coloniales. Por eso en las colonias, como en la Irlanda analizada por Marx, la «cuestión social» se plantea regularmente como una «cuestión nacional». Al mismo tiempo, en la metrópoli capitalista, el «socialismo imperial» se propaga entre las filas del movimiento obrero. Es decir, mientras que la expansión colonial estimula la revolución en Oriente (y sobre todo en el Sureste), en Occidente fortalece al poder dominante, al menos de momento; por lo tanto, según el análisis de Lenin, en Occidente es preciso oponerse con energía al «socialimperialismo», remitiéndose a la enseñanza de Marx y Engels, y en Oriente hay que apoyar sin vacilar la revolución anticolonial.

 

 

En el verano de 1920 el Congreso de los Pueblos de Oriente celebrado en Bakú justo después del II Congreso de la Internacional Comunista siente la necesidad de completar el lema que remata el Manifiesto del partido comunista y el Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores. El nuevo lema queda así: «¡Proletarios de todos los países y pueblos oprimidos del mundo entero, unios!». Junto a los «proletarios», ahora aparecen también los «pueblos oprimidos» como cabales sujetos revolucionarios. Esta formulación, que indudablemente es una novedad con respecto a Marx y Engels, no supone una renuncia a la perspectiva de la lucha de clases y el internacionalismo, sino un esfuerzo por hacerse eco de la configuración peculiar y determinada que han asumido tanto la primera como el segundo…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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