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LA LUCHA DE CLASES
Domenico Losurdo
(43)
VI
Paso al sureste. Cuestión nacional y lucha de clases
Psicología de las masas de Le Bon y ¿Qué hacer? de Lenin
¿Qué hacer?, publicado dos años después del mencionado escrito de Bernstein a favor del colonialismo y después de que arreciara la «misión civilizadora» en China, sale a la luz a siete años de distancia de la Psicología de las masas de Gustave Le Bon. No es un detalle baladí. El autor francés hacía un llamamiento a la burguesía para que reorganizara su aparato propagandístico y hegemónico. Era preciso darse cuenta de la «fuerza extraordinaria de la publicidad» y por lo tanto promover a una personalidad o una línea política como si fuera un producto de consumo, un «chocolate», por ejemplo. Esto es bien conocido. Menos conocida es la consideración posterior del psicólogo de las masas. Según él las masas, por definición, eran incapaces de argumentar lógicamente; pero este dato, que podría parecer un inconveniente, en realidad contribuía a la solución del problema: «El tipo de héroe amado por las masas tendrá siempre la estructura de un César. Su penacho seduce. Su autoridad impone respeto y su sable da miedo». Es decir, que las masas se controlan en el plano propagandístico recurriendo a las técnicas de seducción propias de la publicidad comercial, pero, en el plano de los contenidos, entusiasmándolas con empresas militares y bélicas.
La plataforma de Lenin se contrapone a la de Le Bon en ambos planos. Para contrarrestar y neutralizar la máquina de entontecimiento masivo teorizada por el psicólogo de las masas, ¿Qué hacer? apela a la inteligencia crítica de los obreros de vanguardia, invitándoles a no dejarse engatusar por el «chocolate» que les ofrece la clase dominante. Y la primera demostración de autonomía de juicio es la capacidad de resistir a la seducción del «penacho» de «Un César». Hay que oponerse a las expediciones coloniales y a los peligros de las guerras que amenazan a la propia metrópoli capitalista:
«Las potencias europeas que se han abalanzado sobre China ya empiezan a pelear por el reparto del botín, y nadie es capaz de predecir cómo acabarán estas peleas»
Parece infundada, por lo tanto, la acusación que suele hacérsele a Lenin de haber militarizado la vida política: el «sable» del César evocado por Le Bon también pretende imponer la «autoridad» y «dar miedo» dentro del país; con su rechazo a la visión economicista de la lucha de clases, ¿Qué hacer? destaca la importancia de la lucha política por la democracia. En el teórico de la psicología de las masas resurge el tema, profundamente arraigado en la tradición liberal, de la «muchedumbre niña», llamada a seguir a su «César» en las aventuras bélicas que asoman en el horizonte; con la mirada puesta también en las expediciones coloniales y los peligros de guerra entre las grandes potencias, Lenin acusa a los tradeunionistas (para quienes las masas populares solo pueden interesarse por las reivindicaciones económicas) de tratar a los obreros «como si fueran niños».
Si el partido bolchevique logra conquistar el poder es por ser el único partido socialista que está a la altura del estado de excepción que, después de haber sido peculiar de la Rusia zarista, se generaliza a escala europea e incluso planetaria con el estallido de la primera guerra mundial. No cabe duda: estamos en presencia de un partido organizado de tal modo que puede pasar, si es necesario, del «arma crítica» a la «crítica armada», según la fórmula del joven Marx. Pero quienes pretenden liquidar el partido leninista como una máquina dedicada exclusivamente a organizar la violencia deberían reflexionar sobre el reconocimiento involuntario a este partido que se puede leer en un autor nada sospechoso. Ernst Nolte, el patriarca del revisionismo histórico, describe así el modo en que los bolcheviques se enfrentan a las tropas escogidas de Lavr G. Kornílov, cabecilla de un intento de golpe de estado a favor del zar (y apoyado por el Occidente liberal) en septiembre de 1917:
Un ejército de agitadores salió al paso de las tropas del comandante supremo en su avance, para convencerlas de que, al obedecer a sus oficiales, iban en contra de sus propios intereses, prolongando la guerra y allanando el camino a la restauración del zarismo. Y así, en la marcha sobre Petrogrado y ya antes en varias localidades del país, las tropas sucumbieron a la fuerza de persuasión de unos argumentos que se limitaban a articular sus aprensiones y deseos más profundos y de los que ellas ni siquiera eran conscientes. Ninguno de los oficiales presentes habrá podido olvidar cómo sus soldados se les escapaban, no bajo el fuego de las granadas, sino bajo la tempestad de las palabras (Nolte).
Hemos visto cómo ¿Qué hacer? contrapone al dirigente sindical, carente de una auténtica conciencia de clase, con el «tribuno popular», protagonista de la lucha de clases revolucionaria. El primero, al centrarse exclusivamente en la «concreción» del aumento salarial o la mejora de las condiciones de trabajo, cierra los ojos ante la opresión de los pueblos coloniales, es más, no pocas veces acaba compartiendo la arrogancia chovinista de la burguesía de la metrópoli capitalista y sigue dando muestras de subordinación en el transcurso de la lucha por la hegemonía entre las grandes potencias y en la propia guerra imperialista. La cacareada «concreción» acaba revelándose como una abstracción espantosa que a veces conlleva el sacrificio de la propia vida de las masas populares en aras de los intereses y las ambiciones de la clase dominante.
Cuando Lenin critica el tradeunionismo, sus adversarios le acusan una y otra vez de alejarse «de la posición clasista, camuflando los antagonismos de clase y colocando en primer plano el descontento común contra el gobierno» (LO); se tacha su insistencia en las categorías de «nación» y «pueblo» (o «población»), ajenas al marxismo y al «punto de vista de la lucha de clases» (LO). Sin embargo, para el revolucionario ruso es evidente que no se puede avanzar hacia la «meta de clase» del proletariado «sin defender la igualdad de las distintas naciones» (LO). Lo que define la conciencia de clase revolucionaria es precisamente la atención prestada a todas las relaciones de coerción que constituyen el sistema capitalista e imperialista…
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]
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