lunes, 12 de mayo de 2025

 

 

 

1338

 

 

STALIN,

HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.

 

Domenico Losurdo.

 

 

( 18 )

 

 

 

LOS BOLCHEVIQUES, DEL CONFLICTO

IDEOLÓGICO A LA GUERRA CIVIL

 

 

 

Terrorismo, golpe de Estado y guerra civil

 

Al derrocamiento de la dinastía de los Romanov le había precedido una larga serie de atentados terroristas promovidos por organizaciones que, pese a los duros golpes de la represión, habían logrado siempre reconstituirse. A los ojos de Trotsky un proceso similar se está desarrollando en la URSS en respuesta a la "traición" cometida por la burocracia. Lo que la amenaza no son exactamente actos de terrorismo individual sino más bien los prolegómenos de una nueva gran revolución: Todos los indicios nos inducen a creer que los acontecimientos llevarán a un conflicto entre las fuerzas populares reforzadas por el estímulo de la cultura y la oligarquía burocrática.

 

 

Esta crisis no conlleva solución pacífica [...]; el país se dirige manifiestamente hacia una revolución.

 

 

Se perfila en el horizonte una decisiva guerra civil, y «en el ámbito de una guerra civil, el asesinato de tales opresores no pertenece ya al terrorismo individual»; en todo caso, «la IV Internacional sostiene contra el estalinismo una lucha mortal», llamada a acabar con «una facción ya condenada por la historia».

 

 

Como se ha visto, el atentado contra Kírov evoca el espectro de la guerra civil entre las fuerzas que habían derrocado al antiguo régimen. En realidad este espectro acompaña como una sombra a la historia de la Rusia soviética desde el momento de su constitución. Para evitar la paz de Brest-Litovsk, considerada como una capitulación ante el imperialismo alemán y una traición al internacionalismo proletario, Bujarin alberga por un instante la idea de una suerte de golpe de Estado, con el objetivo de alejar del poder, al menos durante cierto tiempo, a aquél que hasta ese momento era el líder indiscutido de los bolcheviques. Si el espectro del desgarro interno dentro del grupo dirigente bolchevique, amenazando incluso con una guerra civil dentro de la misma organización, ya acecha mientras Lenin está vivo —pese al enorme prestigio del que goza-, este espectro toma cuerpo definitivamente los años siguientes. Es lo que se colige inequívocamente de importantes testimonios provenientes del interior de la oposición antiestalinista y de tránsfugas del movimiento comunista, en los que la vieja fe se ha transformado en odio implacable. Veamos de qué manera describe Boris Souvarine la situación creada en el PCUS alrededor de diez años después de la Revolución de octubre: La oposición consolida su propia organización como partido clandestino en el seno del partido único, con su jerarquía en miniatura, su Politburó, su Comité Central, sus agentes regionales y locales, sus grupos de base, sus cuotas de participación, sus circulares, su código de correspondencia.

 

 

La perspectiva es la de un choque no solamente político sino también militar. Inmediatamente después de acabado el Segundo conflicto mundial, se publican en Estados Unidos las memorias de Ruth Fischer, ya entonces personaje de primera línea del comunismo alemán y miembro del Presidium de la Komintern de 1922 a 1924. En estas memorias Fischer narra de qué modo había participado en su momento en la organización en la URSS de la «resistencia» contra el «régimen totalitario» asentado en Moscú. Estamos en 1926. Después de haber roto con Stalin el año antes, Zinoviev y Kamenev se han vuelto a aproximar a Trotsky: el «bloque» se organiza para la conquista del poder. Se desarrolla así una red capilar clandestina que se extiende «hasta Vladivostok» y el Extremo Oriente: mensajeros distribuyen documentos reservados del partido y del Estado, o transmiten mensajes cifrados; guardias de corps armadas proporcionan la vigilancia necesaria para realizar encuentros secretos. «Los dirigentes del bloque se aprestan a establecer los pasos definitivos»: sobre la base de que el choque con Stalin sólo puede resolverse mediante la «violencia», se encuentran en un bosque en las cercanías de Moscú con el fin de analizar en profundidad «el aspecto militar de su programa», comenzando por el «papel de aquellas unidades del ejército» dispuestas a apoyar el «golpe de Estado». Así continúa Fischer su relato: Se trataba de una cuestión en gran parte técnica, que debía ser discutida entre los dos líderes militares, Trotsky y Lasevi [subcomisario de Guerra, que morirá no mucho después, antes de las purgas]. Ya que como subcomisario del Ejército rojo él estaba todavía en una posición legal más favorable, a Lasevi se le encargó la planificación de la acción militar contra Stalin.

 

 

Es en este contexto en el que deben enmarcarse las manifestaciones organizadas, el año después, para la conmemoración del décimo aniversario de la Revolución de octubre: desde Moscú y Leningrado estas debían haberse extendido a los «altos centros industriales» para así «obligar a la jerarquía del partido a ceder».

 

 

En aquellos años, en Europa no era un misterio para nadie la aspereza del choque político en curso en la Rusia soviética: «La historia de la lucha entre Stalin y Trotsky es la historia del intento de Trotsky de adueñarse del poder [...], es la historia de un fallido golpe de Estado». El genial organizador del Ejército rojo, todavía rodeado de una «inmensa popularidad», desde luego no se resignó a la derrota:

 

 

 

«Su violencia polémica y su orgullo cínico y temerario, hacen de él una especie de Bonaparte rojo respaldado por el ejército, por las masas obreras y por el espíritu de rebeldía de los jóvenes comunistas contra la vieja guardia del leninismo y el alto clero del partido». Sí, «la marea alta de la sedición avanza hacia el Kremlin».

 

 

El que traza este cuadro es un libro, Técnica del golpe de Estado, que ve la luz en París en 1931 y goza enseguida de un notable éxito. El autor, Curzio Malaparte, que ha estado en Moscú y se ha entrevistado con personalidades de primer plano, da una lectura de las tensiones de 1927 que es confirmada por Ruth Fischer, es decir, por un autorizado representante de la oposición antiestalinista: En la víspera de la celebración del décimo aniversario de la Revolución de octubre, el arresto de Trotsky suscitaría una impresión desfavorable [...]. La ocasión escogida por Trotsky para adueñarse del Estado no podría ser mejor. Como buen táctico que es, se ha puesto a cubierto:

 

 

para no parecer un tirano, Stalin no se atreve a arrestarlo. Cuando pueda atreverse, será demasiado tarde, piensa Trotsky. Las luces del décimo aniversario de la Revolución estarán ya apagadas, y Stalin no estará ya en el poder

 

Cómo es sabido, estos planes fallan y Trotsky, expulsado del partido, se ve obligado a transferirse en primer lugar a Alma Ata y después a Turquía. Aquí «las autoridades consulares soviéticas» le expenden «a título de "derechos ” de autor", 1.500 dólares». Será quizás «una suma ridícula» como afirma un historiador partidario y biógrafo de Trotsky, pero el gesto puede leerse como un intento de no agudizar ulteriormente la contradicción…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]

 

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