jueves, 1 de mayo de 2025



1333

 

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(39)

 

 

 

 

V

 

 

Multiplicidad de las luchas por el reconocimiento

y conflicto de libertades

 

 

 






EL CONFLICTO DE LIBERTADES EN LAS COLONIAS

 

La condición de los afroamericanos nos lleva al tema más general de los pueblos coloniales y de origen colonial. La categoría que da título a este capítulo («conflicto de libertades») nos permite orientarnos en las oscilaciones y la evolución de Marx y Engels acerca del tema que me dispongo a analizar.

 

 

Desde sus comienzos, ambos llaman la atención sobre la tragedia de los países afectados por el expansionismo colonial. La referencia a los esclavos «negros sublevados de Haití», ya mencionados en La ideología alemana, o el hecho, denunciado en Miseria de la filosofía, de que el capitalismo inglés sacrifique en masa al pueblo indio en aras del bienestar y la paz social en la metrópoli, no son tan importantes. Hay algo más importante. Las categorías centrales del análisis del capitalismo que hacen los dos pensadores implican la referencia a la cuestión colonial: la esclavitud enmascarada y camuflada, situada y denunciada en la metrópoli, se contrapone explícitamente a la esclavitud «sin máscara» impuesta «al Nuevo Mundo». También cuando el razonamiento es más elíptico resulta evidente que la «esclavitud asalariada» trae de inmediato a la mente además de la esclavitud antigua, la esclavitud negra y colonial.

 

 

La expansión colonial dista mucho de ser una marcha triunfal de la civilización y el progreso, como fantasea la cultura de la época. Son reveladoras las páginas que dedica Marx en los años cincuenta a la conquista de Asia. Bajo la onda de choque «del vapor y el libre cambio made in England», más aún que de los «militares británicos», es decir, de la violencia militar directa, las tradicionales «comunidades familiares [...] basadas en la industria casera» y «autosuficientes» entran en una crisis irremediable: «un sinfín de laboriosas comunidades sociales, patriarcales e inofensivas» son «arrojadas a un mar de desdichas, y se priva a sus miembros de las formas tradicionales de civilización y los medios hereditarios de existencia» (MEW). No cabe duda: «cuando los devastadores efectos de la industria inglesa se contemplan en relación con la India, un país tan grande como toda Europa, resultan palpables y abrumadores» (MEW). En Asia hay un atraso espantoso. También en China «la población se sume masivamente en la pobreza» (MEW). Cada vez es más patente lo que en nuestros días se ha llamado «la gran divergencia».

 

 

La tragedia de los pueblos afectados por la colonización va mucho más allá del empeoramiento de las condiciones materiales de vida:

 

 

Las calamidades que Gran Bretaña ha infligido al Indostán son esencialmente distintas e infinitamente más graves que todo lo que el país pueda haber sufrido en épocas anteriores [...]. Inglaterra [...] ha derruido todo el andamiaje de la sociedad india sin que por ahora se vislumbre ningún asomo de regeneración. Esta pérdida de su mundo antiguo, no compensada por la conquista de un mundo nuevo, infunde una melancolía muy especial a las presentes miserias de los hindúes, y separa al Indostán gobernado por los ingleses de todas sus tradiciones milenarias, del conjunto de su historia pasada (MEW).

 

 

Una visión implacable del colonialismo. Sin embargo, no faltan algunas declaraciones que dan que pensar: «¿Puede la humanidad cumplir su destino (destiny) sin una profunda revolución en las relaciones sociales de Asia?». Pues bien, aunque sus motivaciones sean egoístas e incluso viles, la Inglaterra conquistadora hará en la India «la más grandiosa y, a decir verdad, la única revolución social que Asia haya conocido jamás» (MEW). Por lo tanto: «La India no podía evitar el destino (fate) de ser conquistada» (MEW). En el plano de la filosofía de la historia, se reconoce así cierta legitimidad a la conquista y al dominio ingleses.

 

 

Podemos comprender esta actitud teniendo en cuenta el conflicto de libertades. A falta de un sujeto revolucionario, en una colonia anclada en un sistema de castas que divide a los habitantes de un modo transversal y permanente, con una rigidez de tipo racial que impide la formación de una conciencia y una identidad nacional, y aún menos la idea de la unidad del género humano, el único estímulo para la salida de una situación intolerable llega aparentemente de fuera. Si el dominio colonial, por un lado, pisotea el principio del autogobierno y conlleva elevados costes sociales y humanos, por otro pone objetivamente en entredicho el sistema de castas e introduce los primeros elementos de movilidad social, sentando las bases para transformaciones posteriores y más radicales. En realidad, la legitimación del papel de Inglaterra es parcial y problemática: «el periodo histórico burgués», al fomentar (en el plano material y en el espiritual) el mercado mundial y «el intercambio de todos con todos, basado en la dependencia mutua de los hombres» y «el desarrollo de las fuerzas productivas humanas», crea las condiciones para la «gran revolución social» llamada a crear el «mundo nuevo» (MEW). Aunque el dominio colonial es la negación de la sociedad de castas, en el plano de la filosofía de la historia la única justificación de esta negación impuesta desde fuera es que estimula la negación de la negación, con la superación, por tanto, del «periodo histórico burgués» (y del dominio colonial). Queda clara, no obstante, la preferencia de Marx por una solución distinta del conflicto de libertades: una revolución proletaria en Inglaterra o el desarrollo de un movimiento de liberación nacional en la India (MEW).

 

 

Significativamente, un artículo dedicado al otro gran país asiático y publicado en el New York Daily Tribune el 5 de junio de 1857 tiene resonancias muy distintas. En este caso se hace un elogio claro y sin reservas de la «guerra nacional y popular» de China contra la «política artera del gobierno de Londres». Para eludir el «peligro mortal que acecha a la vieja China» su pueblo combate con «fanatismo» y sin respetar las reglas. Pero «en vez de escandalizarnos por las crueldades de los chinos (como suele hacer la caballeresca prensa británica), haríamos mejor en reconocer que se trata de una guerra pro aris et focis, una guerra popular por la supervivencia de la nación china» (MEW). El intento británico de someter China no tiene ninguna legitimidad. El país puede librarse del «destino de ser conquistado» que, según el análisis realizado cuatro años antes, parecía inexorable en el caso de la India. En China no hay ningún sistema de castas que impida el desarrollo de un poderoso movimiento de resistencia y liberación nacional.

 

 

Mientras tanto en la India también ha estallado una «guerra insurrecciona!». Los cipayos rebeldes, ciertamente, han cometido crímenes horribles, pero Inglaterra ha respondido con crímenes aún peores: «la tortura es una institución orgánica de la política financiera» del gobierno británico, «la violación, la matanza de niños, el incendio de aldeas, son distracciones caprichosas» de los «oficiales y funcionarios ingleses», que no se privan de arrogarse y ejercer «poderes ilimitados de vida y muerte» (MEW).

 

 

Marx ya ha sacado una conclusión de carácter general. Sí, la potencia colonial es el país más avanzado; sin embargo, aunque el conflicto de libertades todavía subsiste, si se reconsidera mejor o a la luz de la nueva situación, ya no favorece a Inglaterra, que debería ser obligada por 

 

 

«la presión general del mundo civilizado a abandonar el cultivo forzoso del opio en la India y la propaganda armada a favor de su consumo en China»

(MEW).

 

 

 

En los años inmediatamente posteriores estalla la crisis que desemboca en la Guerra de Secesión. Las investigaciones emprendidas entonces por Marx dan resultados que arrojan una nueva luz sobre la historia del colonialismo en general. En su momento, el 15 de febrero de 1849 se había publicado un artículo de Engels en la Neue Rheinische Zeitung dirigida por Marx que interpretaba así la guerra desencadenada poco antes por Estados Unidos contra México: gracias al «valor de los voluntarios estadounidenses» «la espléndida California les ha sido arrebatada a los indolentes mexicanos, que no sabían qué hacer con ella»; «los enérgicos yanquis», aprovechando las nuevas y gigantescas conquistas, dan un nuevo impulso a la producción y circulación de la riqueza, al «comercio mundial», a la difusión de la «civilización» (Zivilisation). El autor del artículo había acallado las objeciones de carácter moral o jurídico de un modo bastante expeditivo: aunque México había sido víctima de una agresión, esta era un «hecho histórico universal» de un alcance enorme y positivo (MEW). Es una lectura toscamente binaria que se limita a confrontar el distinto grado de desarrollo de la economía y el régimen representativo en México y Estados Unidos ¡para acabar celebrando la guerra de Estados Unidos como sinónimo de exportación de la «civilización» y de la revolución antifeudal! Ignorando la circunstancia de que la esclavitud se había abolido en el país vencido, pero no en el vencedor. Este último, embriagado por el triunfo militar, enarbolaba la bandera (claramente colonialista) del «destino manifiesto», de la misión providencial que impulsaba a Estados Unidos a dominar y controlar todo el continente americano. Los estudios de Marx emprendidos en vísperas y durante la Guerra de Secesión revelaban otros detalles: Estados Unidos reintrodujo la esclavitud en el Tejas conquistado a México, y los estados del Sur de Estados Unidos aspiraban a crear en Centroamérica una especie de imperio colonial y esclavista.

 

 


El primer libro de El capital, publicado poco después del fin de la Guerra de Secesión, hace una descripción memorable de los horrores de la «acumulación originaria» y la expansión colonial de Occidente: es un implícito y renovado llamamiento a los partidos obreros para que hagan oídos sordos definitivamente a los cantos de sirena del «socialismo imperial»…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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2 comentarios:

  1. Pero los partidos obreros, lejos de hacer oídos sordos a los cantos de sirena del "socialismo imperial", se dejaron arrastrar sumándose alegremente al coro.

    Salud y comunismo

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  2. EL ERROR COMIENZA ALLÍ DONDE LO RELATIVO SE TOMA POR LO ABSOLUTO.

    A propósito del “coro de lacayos” que señalas, creo que Andrés Piqueras plantea la cuestión de forma clara, concreta y, para variar, haciendo propuestas prácticas que desafían el lamentable sectarismo que comparten “los grupúsculos puros” de la izquierda no integrada y cuyo camino nos lleva ineludiblemente y desde hace demasiado tiempo a obtener “un cero escueto”:

    «…¿Alguna fuerza sindical con cierta amplia representación en convenios, comités o mesas de negociación, además de tener demandas de tipo “cuantitativo”, como por ejemplo respecto del salario o la jornada laboral, proclama entre sus objetivos la socialización de los medios de producción, el trabajo libre asociado, el fin de la explotación del ser humano por el ser humano?   
    Pues eso…
    El resultado es que las condiciones laborales se degradan a paso acelerado por doquier, mientras que las relaciones laborales se hacen más y más despóticas.
    Más allá del sindicalismo capitalista que tenemos, lo que debe quedar claro es que el sindicato nunca debe reducirse a mero accionar “economicista”, sino que ha de acompañar desde abajo, como el resto de las fuerzas sociales, al proceso político de superación del capitalismo. Por eso tiene que ser una de las piernas fuertes de un Partido Comunista digno de tal nombre.
    Por cierto… A escala estatal del Reino de España (desde hace tiempo totalmente entregado el PCE) ese bien pudiera ser el PCPE si lograra salir de su minoridad social.
    Si no hay propuesta mejor, por encima de sectarismos y de grupúsculos «puros» varios, puede que haya llegado el momento de cooperar para ello. Nos jugamos demasiado como para no tomar Partido…»

    Salud y comunismo

    *

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