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Vida de ANTONIO GRAMSCI
Giuseppe Fiori
(…)
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El 3 de septiembre de 1933 escribió: «El inspector Saporiti, cuando vino a visitarme, me dijo (y no sé de dónde pudo sacar su afirmación) que mi malestar se explica no solo por razones físicas, sino también, y especialmente, por motivos psíquicos, entre ellos la impresión de haber sido abandonado por los míos (no materialmente, sino por ciertos aspectos de la vida interior que en un intelectual pesan mucho)». Desde mediados de 1929 hasta finales de 1932, Gramsci había pasado dos años y medio difíciles, agravados por la irregularidad de la correspondencia.
Julia padecía una forma grave de agotamiento psicofísico. Antonio no lo supo directamente por ella, sino por algunas referencias marginales y después, poco a poco, por algunos otros detalles, a finales de 1930. El 13 de enero de 1931 le escribió:
En estos últimos tiempos me he ido informando, creo que de modo definitivo y fidedigno, sobre tus condiciones de salud. Me parece que esta manera de actuar acaba por convertir nuestras relaciones en algo bizantino, falto de espontaneidad, sin pensar que los sentimientos suscitados por estas barreras de alambre espinoso en las relaciones recíprocas terminan siendo exasperantes y morbosos. Nos habíamos prometido ser siempre francos y veraces al informarnos recíprocamente de nuestra situación, ¿te acuerdas? ¿Por qué no hemos mantenido la palabra? […]. Naturalmente, me siento muy feliz cuando recibo tus cartas; llena una gran parte de mi inútil tiempo e interrumpe mi aislamiento de la vida y del mundo. Pero me parece necesario que escribas incluso para ti, en tu beneficio, porque creo que también tú estás aislada y un poco alejada de la vida y que, escribiéndome, puedes superar algo esta soledad íntima.
La enfermedad de Julia le permitía explicarse los largos silencios. El tono de sus cartas volvió a ser tierno:
Siento mi impotencia para hacer algo real y eficaz que te pueda servir de ayuda; me debato entre el sentimiento de una inmensa ternura por ti, criatura débil que hay que consolar inmediatamente con una caricia física, y el sentimiento de que debo hacer un gran esfuerzo de voluntad para persuadirte desde lejos, con palabras frías y deslavazadas, de que sigues siendo fuerte y puedes y debes superar la crisis… Creo que nuestra mayor desgracia ha sido que hemos estado juntos demasiado poco tiempo y siempre en condiciones anormales, alejados de la vida real y concreta de todos los días. Ahora, en las condiciones de fuerza mayor en que nos encontramos, debemos remediar estas insuficiencias del pasado para conservar toda la firmeza moral de nuestra unión y salvar de la crisis todo lo que ha habido de bello en nuestro pasado y que vive en nuestros hijos.
A mediados de mayo recibió una larga carta de Julia, distinta a las habituales; se reflejaban en ella los signos de una recuperación del agotamiento psicofísico y contribuía a alejar las nubes que se habían acumulado entre marido y mujer: «Me parece que esta carta inicia un nuevo periodo en nuestras relaciones y me siento muy feliz por ello, porque debo confesarte que ya había empezado a «enrollarme» sobre mí mismo y me estaba haciendo más hirsuto que un puercoespín. Ahora serás tú la que deberás ayudarme a volver a la superficie» (18 de mayo de 1931). Pero Gramsci no volvió a leer cartas de Julia como la del 8 de mayo: volvieron los largos silencios, las cartas apresuradas con unas cuantas líneas convencionales, sin la más mínima sombra de noticias concretas. El 30 de noviembre de 1931 le escribió:
Por tu última carta creo que tú también tienes la sensación de que algo no marcha bien en nuestra correspondencia, falta de continuidad, escrita a ratos perdidos, con saltos de meses y meses. Lo peor es que no consigo encontrar la manera de cambiar el curso de las cosas. En los largos intervalos de tu silencio pienso en la situación que se ha ido creando, tan distinta a lo que yo creía hace cinco años, después de mi detención. Creía que sería todavía posible una cierta comunidad en nuestra vida, que me ayudarías a no perder completamente el contacto con la vida del mundo, por lo menos con tu vida y con la de los niños. En cambio, me parece —y te lo digo aunque te disguste mucho— que has contribuido a agravar mi aislamiento, haciéndomelo sentir más amargamente. En tus cartas insistes a menudo en que «estamos unidos más fuertemente, somos más fuertes», pero cada vez estoy más convencido de que no es verdad y de que tú misma lo dudas y luchas con la duda en el mismo momento en que repites esta afirmación […]. En realidad, no sé nada de ti: no sé ni siquiera si has reanudado tu trabajo. Tus cartas son extremadamente vagas. No consigo imaginar nada de tu vida. He intentado muchas veces iniciar un diálogo contigo: te he hecho preguntas, te he indicado lo que para mí tenía un máximo interés. No he conseguido obtener ningún resultado y he caído en un estado de ánimo en el que escribir me resulta difícil y penoso. Esta carta es un nuevo intento de reanudar nuestras vidas; me parece que todavía estamos a tiempo.
Pero por ambos lados —aunque en medida diversa— había complicaciones psicológicas nada fáciles de resolver; la sensación de haber sido dejada sola en una fase difícil de su vida (cuando Tatiana habría podido ir a Moscú para ayudarla) amargaba a Julia no menos de lo que amargaba a Antonio la sensación de haber sido olvidado. En aquella espiral la crisis de las relaciones se agudizaba.
Tampoco los demás familiares eran tan asiduos como Antonio hubiese deseado. En 1928 había roto con Mario y no recibía carta alguna de Varese. En su viaje a Turi de junio-julio de 1930, Gennaro había prometido escribir con frecuencia, pero solo había enviado una carta desde Namur —ampliamente censurada— poco después de la visita; después, nada. A su vez, Carlo pasaba por momentos de profunda inquietud. Había tenido que cerrar su zapatería de Ghilarza; había entrado a trabajar en las Latterie Sociali de Macomer, pero había sido despedido a la primera reducción de personal y se había quedado sin empleo. Visitó a Nino en Turi entre finales de septiembre y primeros de octubre de 1930; regresó a Ghilarza, pero no le escribió. «Carlo no me ha escrito después de su viaje a Turi (o, por lo menos, yo no he recibido carta suya)» (17 de noviembre de 1930). «Queridísima mamá: no consigo explicarme lo que ocurre… Carlo no me ha escrito desde hace tres meses... He pensado que quizá haya sufrido molestias por mi causa y no quiere o no sabe explicarme un posible estado de ánimo de desconcierto y de vacilación» (15 de diciembre de 1930). Intentó encontrarle un empleo. Podía ayudarle Piero Sraffa, que desde hacía algunos años enseñaba Economía política en Cambridge. En otras circunstancias Sraffa había dado ya pruebas de su devota amistad. Delio recibía juguetes de él cuando estaba en Roma; él pagaba los libros que Gramsci pedía a la librería milanesa desde los días del confinamiento en Ustica. Dada su amistad, quizá no le fuera difícil colocar a Carlo. Antonio se lo propuso y el 26 de enero de 1931 escribió a su hermano:
Durante algún tiempo he creído que te habías establecido en Milán y por eso no comprendía ciertas referencias de Tatiana a tu presencia en Roma en un determinado momento; por casualidad, gracias a una carta de Grazietta, creo, he sabido que habías vuelto a Ghilarza. Durante algún tiempo todo esto ha constituido un misterio para mí y me preocupaba. ¿Por qué? Temía que en Milán, solo por llevar el nombre de Gramsci, la policía te hubiese hecho algunas bromas poco alegres a pesar de todos tus documentos y tus opiniones y las informaciones de la policía de Cagliari. Sé lo que digo; he visto y sentido sobre mi propia piel el encarnizamiento con que me ha tratado esta policía milanesa.
Carlo se fue efectivamente a Milán en el invierno de 1931; tenía un empleo en la Snia Viscosa. Visitó a Nino en marzo. El 28 del mismo mes este le volvió a recomendar que escribiese con asiduidad: «Por las razones que ya te indiqué verbalmente en nuestra entrevista, quisiera que, al menos durante estos meses de tu estancia en Milán, me escribieses a menudo sobre tu vida y sobre cómo te las arreglas». Pero estuvo mucho tiempo sin escribir: «Carlo no me ha escrito todavía; si sabes su dirección, escríbele diciéndole que su conducta me ha causado un gran pesar; no escribe ni siquiera a nuestra madre, pese a que sabe muy bien cuáles son sus condiciones de salud» (4 de mayo de 1931).
Esperaba que, por lo menos, le escribiesen las mujeres de casa. No le era difícil reconstruir la vida de la madre, anciana ya y con poca salud, y de Teresina, entre el empleo en la oficina de correos y las tareas domésticas, y de Grazietta:
Ni siquiera los de casa me han escrito desde hace un mes por lo menos. Mi madre no puede escribir y mis hermanas tienen mucho que hacer; por lo demás, conozco su vida porque la compartí durante mucho tiempo e imagino cómo deben andar las cosas. Cada día, mi madre se lamentará de que nadie me escribe y que por eso no escribo yo: todos prometerán escribir... el día siguiente, pero todos pensarán que el otro lo hará y así irán las cosas durante mucho tiempo. Es una vida bastante curiosa, un poco a la china; recuerdo perfectamente que yo hacía lo mismo.
A veces se quejaba a la madre:
Pero ¿por qué me dejáis tanto tiempo sin noticias? Incluso con malaria se pueden escribir algunas líneas y yo me contentaré con una postal. Yo también me estoy haciendo viejo, ¿comprendes? Por eso me vuelvo nervioso, irritable y más impaciente. Me hago este razonamiento: no se escribe a un preso por indiferencia o por falta de imaginación. En tu caso y en el de todos los de casa no creo que pueda tratarse de indiferencia. Creo, más bien, que se trata de falta de imaginación: no llegáis a representaros exactamente lo que es la vida en la cárcel y la importancia esencial que en ella tiene la correspondencia, hasta qué punto llena los días y da todavía un cierto sabor a la vida. Yo no hablo nunca del aspecto negativo de mi vida, en primer lugar, porque no quiero ser compadecido: era un combatiente que no ha tenido suerte en la lucha inmediata y los combatientes no pueden ni deben ser compadecidos cuando han luchado no por obligación, sino porque lo han querido conscientemente. Pero esto no quiere decir que el aspecto negativo de mi vida en la cárcel no exista, no sea muy duro de soportar y no pueda ser agravado por las personas queridas.
Era una queja dirigida no a la madre, sino a Teresina, a Grazietta, a la sobrina Mea, que tenía ya once años. Comprendía que su madre no estaba en condiciones de escribirle. Le conmovió una carta que esta dictó a Teresina:
He recibido la carta que me has escrito con la mano de Teresina. Creo que debes escribirme así, a menudo; en tu carta he sentido todo tu espíritu y tu modo de razonar; era realmente tu carta y no una carta de Teresina. ¿Sabes lo que me ha hecho recordar? Me he acordado claramente de cuando estaba en el primero o en el segundo año de la escuela elemental y tú me corregías los deberes: recuerdo perfectamente que no conseguía memorizar nunca que uccello se escribe con dos c y tú me corregiste este error diez veces, por lo menos. Si nos has ayudado a aprender a escribir…, es justo, pues, que uno de nosotros te sirva de mano para escribir cuando no tienes fuerza suficiente para hacerlo tú misma... No puedes ni imaginar cuántas cosas recuerdo en las que tú apareces como una fuerza benéfica y llena de ternura para nosotros. Bien miradas las cosas, todas las cuestiones del alma y de la inmortalidad del alma o del paraíso y el infierno no son, en el fondo, más que un modo de ver este simple hecho: que todas nuestras acciones se transmiten a los demás según su valor bueno o malo, pasan de padres a hijos, de una generación a otra en un movimiento perpetuo. Todos los recuerdos que tenemos de ti son de bondad y de fuerza, has gastado todas tus fuerzas para sacarnos adelante; esto significa que tú estás ya desde ahora en el único paraíso real que existe, que para una madre creo que es el corazón de sus hijos. ¿Ves lo que te he escrito?
Aunque las cartas de Cerdeña fuesen escasas, Gramsci sabía más cosas de su familia de Ghilarza que de la de Moscú: «Conozco mejor a los hijos de Teresina; me han escrito algunas veces y Teresina me informa lo suficiente para que yo, conociendo como conozco el marco general de su vida por experiencia directa, pueda formarme una idea. En cambio, me imagino que para Delio y Giuliano yo debo de ser una especie de Holandés Errante». Se sentía muy unido a todos los niños; procuraba seguir su evolución y orientarles, en la medida de sus posibilidades. Una vez escribió a Teresina:
Franco me parece muy avispado e inteligente; me imagino que ya debe de hablar sin dificultad. ¿En qué lengua habla? Espero que le dejéis hablar en sardo y no le deis disgustos al respecto. Para mí ha sido un error no haber dejado que Edmea hablase libremente el sardo de pequeña. Esto ha perjudicado su formación intelectual, ha puesto una camisa de fuerza a su fantasía... Te recomiendo con todo mi corazón que no cometas este error y que dejes que tus hijos absorban todo el sardismo que quieran y se desarrollen espontáneamente en el ambiente natural en que han nacido…
(continuará)
[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]
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