1264
Vida de ANTONIO GRAMSCI
Giuseppe Fiori
(…)
24
Salió de Milán el 11 de mayo de 1928. El juicio duró del 28 de mayo al 4 de junio. Era la gran ocasión esperada; con vistas a ella Mussolini había sustituido la magistratura ordinaria, culpable de una cierta resistencia al proceso de fascistización de los órganos del Estado, por una magistratura política: el Tribunal Especial para la Defensa del Estado.
Al principio, este tribunal había tenido que ocuparse de casos más bien modestos, como, por ejemplo, el de los dos trabajadores romanos que, según el acta de acusación del comisario de seguridad pública, Epifanio Pennetta, habían lanzado expresiones injuriosas contra Mussolini, como «Me c*** en sus muertos, ese puerco», proferida por uno de ellos, y «¡Todavía no se lo han cargado!», atribuida al otro. En cambio, ahora se sentaban frente a los jueces algunos de los adversarios más tenaces del régimen, veintidós hombres odiados por Mussolini a causa del peligro real que representaban. En primera línea Antonio Gramsci, Umberto Terracini, Mauro Scoccimarro, Giovanni Roveda y los exdiputados Luigi Alfani, Igino Borin, Enrico Ferrari y Ezio Riboldi. Tenía que ser un gran show judicial; se emplearon todas las formas de la liturgia fascista: un doble cordón de milicianos con casco negro, el puñal en la cintura y los mosquetones con la bayoneta calada. Los jueces iban en uniforme de gala y había un siniestro ritual de corte marcial. En la mesa de la prensa habían sido admitidos los corresponsales del Manchester Guardian, del Petit Parisien y de la agencia Tass. Pudieron asistir al juicio Carlo Gramsci y los hermanos de Terracini y de Scoccimarro.
Los veintidós acusados se sentaban en el banco a ellos reservado «custodiados por la fuerza armada, pero libres en sus personas», como se dice en el acta de la primera audiencia. Todos adoptaron la línea de admitir su actividad en las filas del Partido Comunista, pero negando haber ocupado una función dirigente. Estaban tranquilos. El primer interrogado fue Antonio Gramsci, en la audiencia del 30 de mayo. Uno de los defensores, el abogado Giuseppe Sardo, ha reconstruido de este modo el diálogo:
Presidente: Se le acusa de actividad conspirativa, de instigación a la guerra civil, de apología del delito y de incitación al odio entre las clases. ¿Qué tiene que decir en su descargo?
Gramsci: Confirmo las declaraciones que hice a la policía. Fui detenido pese a ser diputado en el ejercicio de mi cargo. Soy comunista y mi actividad política es conocida porque la he explicado públicamente como diputado y como periodista de L’Unità. No he realizado actividades clandestinas porque, aunque hubiese querido, me habría sido imposible. Desde hace años he sido vigilado por seis agentes, con la misión declarada de acompañarme cuando salía y de permanecer en mi casa. Nunca fui dejado solo, pues; y con el pretexto de protegerme, se ejerció sobre mí una vigilancia que se convierte en mi mejor defensa. Pido que se oiga como testigos sobre esta circunstancia al prefecto y al jefe de policía de Turín. Por otro lado, si ser comunista implica responsabilidad, la acepto.
Presidente: Entre los escritos secuestrados se habla de guerra y de conquista del poder por parte del proletariado. ¿Qué quieren decir estos escritos?
Gramsci: Creo, señor general, que todas las dictaduras de tipo militar terminan, tarde o temprano, derrocadas por la guerra. En este caso, me parece evidente que corresponde al proletariado sustituir a la clase dirigente, tomando las riendas del país para salvar el destino de la nación.
Hablaba en voz muy baja. Solo se excitó hacia el final del interrogatorio. Le habían irritado algunas interrupciones del ministerio público. Dirigiéndose a los jueces, dijo con vehemencia: «Vosotros llevaréis a Italia a la ruina, y a nosotros, los comunistas, nos corresponde salvarla».
En algunas ocasiones, también polemizaron los demás acusados. Entre los antecedentes penales de Ferrari se recordó una antigua condena por la huelga de Módena de 1913. Ferrari objetó con prontitud: «Lo cierto es, señor presidente, que por los hechos recordados recibí entonces las mejores alabanzas del director del Avanti!, el actual jefe del Gobierno». Y el abogado Riboldi, miembro de la comisión jurídica del PCI, dijo: «He defendido a más de trescientos comunistas que han sido considerados inocentes y absueltos por la magistratura. No comprendo por qué hoy he de ser condenado yo, solo por haberlos defendido».
El fiscal habló en la audiencia del 2 de junio. Su requisitoria fue violenta. Refiriéndose a Gramsci, dijo:
«Hemos de impedir durante veinte años que este cerebro funcione».
Finalmente, el 4 de junio, antes de que el tribunal se retirase a deliberar, se concedió la palabra a los acusados. En nombre de todos habló Terracini:
Terracini: Cada uno de nosotros ha dicho en sus declaraciones cuál era su posición en la organización del partido. Nuestras palabras no han sido invalidadas en lo más mínimo por los testimonios de la policía, cómodamente atrincherados detrás del principio de irresponsabilidad, llamado, por otro nombre, «secreto oficial», según los cuales todos nosotros, sin excepción, éramos jefes del partido. Pero, por lo demás, y si esto fuese cierto, ¿qué?
Presidente: Bien, bien. Tomo nota.
Terracini: Perfectamente, señor presidente, pero tome nota también de lo que voy a decirle ahora. Puedo adornarme con el título de abogado y quiero aducir alguna jurisprudencia. No la vieja jurisprudencia de las viejas sentencias dictadas bajo los viejos regímenes, sino la novísima jurisprudencia de los tribunales inspirados ya en los nuevos principios de la ética y la política. Existe una sentencia dictada, y no hace mucho, por un tribunal mucho más alto que este...
Presidente: ¿Cómo, cómo?
Terracini: … Por un tribunal que, a diferencia del presente, es un tribunal constitucional...
Presidente: Tenga cuidado con lo que dice.
Terracini: El señor presidente no puede dejar de estar de acuerdo conmigo, porque hablo del Senado constituido en Alto Tribunal de Justicia, es decir, de la magistratura más alta entre todas las que existen y funcionan de acuerdo con los términos de la Constitución del Estado. Pues bien, en dicha sentencia, que el Gobierno quiso que se difundiese ampliamente para conocimiento y advertencia de todos los ciudadanos, se dice que ningún jefe o dirigente de partido o de otra organización se puede considerar responsable penalmente por actos cometidos por miembros o secuaces de los partidos o de las organizaciones en cuestión, cuando no puede probarse concretamente su responsabilidad. El tribunal ha comprendido, sin duda: me refiero a la sentencia de la Comisión de Instrucción del Alto Tribunal de Justicia en el procedimiento contra el general Emilio de Bono, acusado de complicidad en el homicidio del honorable Matteotti y absuelto por insuficiencia de pruebas. Ahora yo pregunto: ¿es válida para nosotros esta jurisprudencia? El ministerio público, en su informe, ha sostenido implícitamente que no. Por lo que a mí respecta, no tengo ninguna duda sobre la respuesta del tribunal. Y, sin embargo, a pesar de estas previsiones, la de la aceptación integral de las peticiones del ministerio público y la de condena a la pena máxima, no puedo dejar de sentir una satisfacción íntima. No hay por qué extrañarse. De hecho, si tomamos estas conclusiones formuladas hasta ahora en lenguaje jurídico, y las traducimos al lenguaje político, ¿qué significado se desprende de ellas?
Presidente: Deje estar la política y aténgase a la materia de la causa.
Terracini: Señor presidente, yo pido, por lo menos al final de este proceso, que tiene su origen y su razón de ser exclusivamente en causas y necesidades de orden político, yo pido que se me permita, aunque solo sea un momento, hacer lo que durante seis días se nos ha prohibido: hablar políticamente. Decía: ¿cuál es el significado político de las conclusiones del acusador público? Simplemente este: que el hecho puro y simple de la existencia del Partido Comunista basta, por sí solo, para poner en grave e inminente peligro al régimen. ¡He aquí, pues, el Estado fuerte, el Estado protegido, el Estado totalitario, el Estado armadísimo! Se siente amenazado en su solidez, más aún, en su seguridad, solo porque frente a él se levanta este pequeño partido, despreciado, golpeado y perseguido, que ha visto a sus mejores militantes asesinados o encarcelados, obligados a acogerse al secreto para salvar sus vínculos con la masa trabajadora, por la cual y con la cual vive y lucha. ¿Es de extrañar, pues, que yo declare hacer mías, íntegramente, estas conclusiones del ministerio fiscal?
Presidente: Basta ya de esta cuestión. ¿Tiene algo más que decir?
Terracini: Habría terminado ya si no me sintiese obligado a seguir al ministerio fiscal en el terreno de las previsiones. No de las sentimentales, que son precisamente las que él ha utilizado y en las que me es demasiado fácil de notarle. Nuestra condena no será acogida con alegría y aplausos, sino con tristeza y dolor, de esto estoy cierto. Pero es una previsión política la que hago una vez más, señor presidente: seremos condenados porque se nos reconocerá culpables de excitación del odio entre las clases sociales y de actos de incitación a la guerra civil. Pues bien, el día de mañana no habrá nadie que al leer la espantosa lista de nuestras condenas no esté convencido de que este proceso y el veredicto que va a ponerle fin no constituyen, por sí mismos, un episodio de guerra civil, una poderosa excitación del odio entre las clases sociales.
(El presidente le interrumpe. Quiere quitarle la palabra).
Terracini: Pero esto no puede decirse, ¿no es cierto? Así que quiero concluir con un pensamiento más alegre. Señor presidente, señores jueces, este juicio ha sido realmente la conmemoración más característica y digna del octogésimo aniversario del Estatuto, que vosotros habéis solemnizado por las calles de esta capital entre salvas de cañones y sones de bandas de música.
(Interrupción definitiva del presidente).
Cayó una verdadera granizada de años de cárcel: Gramsci fue condenado a 20 años, 4 meses y 5 días (y lo mismo Roveda y Scoccimarro); Terracini, a 22 años, 9 meses y 5 días.
Circulaba la noticia de que Gramsci sería enviado a Portolongone. El 8 de junio de 1928, cuatro días después de la sentencia, Teresina tomó la iniciativa de escribir a Mussolini desde Ghilarza. Le pedía que autorizase «una rigurosa visita médica» y que el hermano fuese «internado en un sanatorio penitenciario, donde, con una alimentación adecuada y con un régimen de cura que corresponde a su organismo enfermizo, pueda soportar más humanamente la pena que le ha sido infligida». Fue visitado. Había perdido ya doce dientes y sufría, según un informe, fechado el 6 de julio de 1928, del jefe de gabinete del ministro de Gracia y Justicia al ministro del Interior, de «periodontitis expulsiva en relación con trastornos urémicos y con un leve agotamiento nervioso». En consecuencia, se revocó la orden de traslado a Portolongone.
Se le destinó a la cárcel de Turi, a una treintena de kilómetros de Bari. Antonio llegó a ella el 19 de julio, después de un viaje de traslado que duró doce días:
El viaje Roma-Turi ha sido horrible. Se ve que los dolores que había sentido en Roma y que me parecían un ataque de hígado no eran más que el comienzo de la inflamación que se manifestó luego. Me he sentido increíblemente mal. En Benevento pasé dos días y dos noches infernales; me retorcía como un gusano, no podía estar ni sentado ni de pie ni tendido. El médico me dijo que era el fuego de San Antonio y que no había nada que hacer.
Llegó a Turi extenuado. «Sufría —cuenta un compañero de cárcel, Giuseppe Ceresa— una erupción cutánea de carácter urémico; todas sus funciones digestivas estaban en pleno desbarajuste, respiraba con gran fatiga y cada cuatro pasos tenía que apoyarse en alguien».
Enseguida pudo advertir la dureza y la inhumanidad del personal directivo y sanitario. Un preso político, Aurelio Fontana, recuerda las palabras de Gramsci al director en son de protesta: «Fui detenido mientras estaba vigente todavía mi mandato parlamentario. En consecuencia, se me debería dar un trato análogo al que recibiría, en su caso, un cardenal detenido. Sin embargo, no se me trata ni siquiera como a un sacristán». El médico era un tal doctor Cisternino, de quien un escritor, Domenico Zucàro, que fue a entrevistarle veinte años después, escribirá (no sin recibir un desmentido y ser demandado judicialmente):
Gramsci necesitaba curas médicas más importantes y una mejora de las condiciones de vida a que estaba sometido […]. El doctor Cisternino lo abandonó. Un día le dijo que, como fascista, no deseaba nada más que su muerte. No era de extrañar el cinismo de aquel hombre mendaz y cobarde hasta la bellaquería... En el pueblo se cuenta que si le llaman de noche tiene por costumbre fijar los honorarios por adelantado, antes de bajar a abrir... Desde la ventana pregunta al cliente si está dispuesto a pagar cinco mil o incluso diez mil liras.
Más atenciones tenía una parte del personal de vigilancia. Pero la celda de Gramsci estaba junto al puesto de guardia y los rumores le impedían a menudo descansar…
(continuará)
[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]
**
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar