miércoles, 12 de junio de 2024

 

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Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 

 

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(…) Pronto se presentó la ocasión de poner a prueba la permeabilidad de la sección socialista a estos nuevos planteamientos. Por la muerte de Pilade Gay había quedado vacante la representación parlamentaria de la circunscripción turinesa de Borgo San Paolo; o sea que se planteaba el problema de encontrar al nuevo candidato socialista. A los jóvenes se les ocurrió la idea de ofrecer la candidatura a Gaetano Salvemini, que en octubre de 1913, siendo candidato en la circunscripción de Molfetta-Bitonto, había sido batido por la violencia de los esbirros giolittianos. De este modo se habría afirmado la solidaridad de los obreros de Turín con los campesinos de la Pulla, privados de su representante en la Cámara por las supercherías del Gobierno. Angelo Tasca, en el café-cervecería de la Casa del Pueblo de la calle Siccardi, mantuvo una conversación sobre el tema con Ottavio Pastore, secretario por aquel entonces de la sección socialista de Turín. La propuesta, aprobada por el ejecutivo de la sección (con gran mayoría izquierdista), fue comunicada a Salvemini, pero este la rechazó. En aquella época —dice Ottavio Pastore—, «Gramsci todavía no había empezado a realizar ninguna actividad particular en el partido». Sin embargo, el proyecto de candidatura de Salvemini, concebido, recordará Gramsci, por «un grupo de la sección socialista del que formaban parte los futuros redactores de L’Ordine Nuovo», debe considerarse como la primera iniciativa política del estudiante sardo en Turín. Esta iniciativa maduró más en conversaciones privadas que en los debates públicos de la sección. Pero no por esto deja de ser verdad que algo nuevo empezaba a manifestarse en el socialismo turinés por la influencia de un joven de veintitrés años, inscrito en el partido desde hacía muy poco y militante oscuro todavía, pero ya preparado para vivir con originalidad la experiencia política junto con otros jóvenes. Su círculo de amigos se amplió.

 

 

«A menudo —cuenta Angelo Tasca— discutíamos con los compañeros estudiantes entre las arcadas de la universidad, pero nuestro mundo, el mundo en que entró entonces Gramsci, lo constituían sobre todo jóvenes empleados y obreros. Por la noche, salíamos juntos de la Casa del Pueblo de la calle Siccardi y paseábamos, a veces durante horas, intercambiando ideas, esperanzas, indignaciones».

 

 

Era la época de los primeros entusiasmos. Recordando el fervor juvenil de aquellos días, Gramsci escribirá:

 

 

Salíamos a menudo en grupo de las reuniones de partido, rodeando a nuestro líder, a través de las calles de la ciudad silenciosa, mientras los últimos noctámbulos se quedaban mirándonos porque, olvidándonos de nosotros mismos, con los ánimos exaltados todavía por la pasión, continuábamos nuestras discusiones intercalando en ellas expresiones feroces, carcajadas, galopadas en el reino del imposible y del sueño.

 

 

Europa se encaminaba hacia la catástrofe. Cuatro días antes de que empezase la «inútil matanza», el 28 de julio de 1914, la dirección y el grupo parlamentario socialista exigieron la «neutralidad absoluta» de Italia, que fue declarada oficialmente el 4 de agosto. Pero el debate sobre el alcance y el desarrollo de esta neutralidad iba a adquirir pronto una gran vivacidad, incluso entre los mismos socialistas. Había una gran incertidumbre y desde luego sería complicado establecer si ello se debía a la exactitud del Avanti! de Benito Mussolini o si, por el contrario, la vacilante orientación del Avanti! se debía a un estado de ánimo ya existente. El hecho es que no pocos socialistas, pese a aceptar la interpretación del conflicto como un choque entre grupos imperialistas, se inclinaban a distinguir netamente entre los imperios centrales absolutistas y la Francia republicana y a ponerse al lado de los países agredidos, Francia y Bélgica. El 18 de octubre, se publicó en la tercera página del Avanti! un largo artículo de Mussolini, con el título de «Dalla neutralità assoluta alla neutralità attiva ed operante». Las reacciones fueron diversas y contradictorias, Angelo Tasca escribió en el semanario de la sección socialista de Turín, Il Grido del Popolo (número del 24 de octubre) un artículo polémico contra Mussolini, donde insistía en la exigencia de la neutralidad «absoluta» de Italia. Pero el director del Avanti! tenía, desde hacía ya algunos años, un número nada despreciable de seguidores.

 

 

«Los jóvenes —escribirá Mario Montagnana— éramos todos entusiastas de Mussolini; en parte porque él también era joven, en parte porque había derrotado a los reformistas y, finalmente, porque sus artículos en el Avanti! nos parecían fuertes y revolucionarios».

 

 

Gramsci intervino en un debate sobre la neutralidad con un artículo publicado en Il Grido del Popolo el 31 de octubre de 1914 (era su primer escrito político). «Antes de publicarlo lo había dado a leer a Togliatti, que lo compartía plenamente», refieren Marcella y Maurizio Ferrara. El título, «Neutralità attiva ed operante», repetía la formulación mussoliniana. Pero, evidentemente, las intenciones eran diferentes; lo demuestran las opuestas conclusiones de las dos actitudes en relación con la guerra. La polémica del joven estudiante iba dirigida contra los reformistas. Estos —escribía— «dicen que no quieren jugar a la ruleta (pero dejan que los demás jueguen y ganen) y quieren que el proletariado asista como espectador imparcial a los acontecimientos, dejando que estos preparen por sí solos su hora, mientras los adversarios se preparan su propia hora y la plataforma para la lucha de clase». ¿Cómo impedirlo? Para Gramsci, la tarea del revolucionario debía consistir en preparar las condiciones más favorables para la sacudida definitiva (la revolución) a través de una serie ininterrumpida de sacudidas operadas sobre las demás fuerzas activas y pasivas de la sociedad. Y si la burguesía italiana estaba llamada por su destino a la guerra, esto hacía, precisamente, que se perfilasen otra serie de sacudidas preparatorias de la final.

 

 

Por tanto, Mussolini no quiere un abrazo general, una fusión de todos los partidos en una unanimidad nacional, pues entonces su posición sería antisocialista... La posición mussoliniana no excluye tampoco que el proletariado, después del fracaso o de la impotencia demostrada de la clase dirigente, pueda desembarazarse de esta y apoderarse de la cosa pública.

 

 

A esta interpretación de la posición de Mussolini, Gramsci añadía prudentemente: «Si he interpretado bien sus declaraciones un poco inconexas, y las he desarrollado según la misma línea que él habría seguido». Le será difícil, más tarde, desmentir la fama de intervencionista que le dará una interpretación sectaria de este artículo.

 

 

Después del episodio, volvió a apartarse de la vida política activa. Era natural que, dado su estado físico, tuviese que pagar la actividad intensa con la agravación de sus condiciones generales de salud. Porque a la actividad política y al estudio se había añadido ya el trabajo para vivir. Daba clases particulares. En la sesión de otoño, del tercer curso universitario solo pudo examinarse de una materia: la Literatura neolatina, el 11 de noviembre de 1914 (con una calificación de veintisiete). Para mantenerse en regla y conservar el derecho a percibir la beca habría tenido que examinarse también de Literatura italiana y Literatura latina (trienales) y de Sánscrito. Pero no se presentó. Y en la sesión del 19 de diciembre el Consejo Directivo del Colegio de las Provincias, pese a tener en cuenta —según se dice en el acta— «la declaración hecha a la presidencia por el profesor Bartoli, según la cual el joven sufre periódicamente crisis nerviosas que le impiden asistir a clase con la debida asiduidad», decidió privarle de la beca durante cuatro meses.

 

 

Se iniciaba un momento difícil. Gramsci dejó de acudir a la Casa del Pueblo y de escribir para Il Grido del Popolo. Se aisló de los amigos. Seguía dando clases particulares y este esfuerzo contribuía a empeorar su estado de salud.

 

 

«Quizá haya trabajado demasiado, más de lo que me permitían mis fuerzas —escribirá a la hermana Grazietta—. He trabajado para vivir cuando lo que me convenía para vivir era descansar y divertirme, precisamente. En dos años quizá no haya reído ni llorado nunca. He intentado superar la debilidad física trabajando y me he debilitado todavía más».

 

 

También se había alejado de la familia. «Estuve dos años seguidos, por lo menos, sin escribir a mi madre, y supe lo doloroso que era no recibir ninguna carta». Poco a poco, Cerdeña, los lugares de su primera juventud, los familiares que habían permanecido en Ghilarza, todo parecía al joven en crisis una escena lejana, viejísima. Olvidaba el recuerdo de las disputas afectuosas con su madre, cuando esta quería convencerle de que un poco de cebada en el café refrescaba: «¡Pero si yo no quiero refrescarme, quiero beber café!». Los días pasados espiando a los erizos en el valle del Tirso, criando halcones, alondras y tortugas, construyendo veleros con Luciano, el hijo del farmacéutico. Ahora tenía la cabeza «siempre llena de dolor».

 

 

Sin embargo, continuaba estudiando para sí y para la escuela; no se había detenido. El 13 de abril de 1915 pasó todavía un examen: el trienal de Literatura italiana (y fue el último; su «aprendizaje universitario» se interrumpió aquí).

 

 

Seguía en Turín cuando, el lunes 17 de mayo, una semana antes de que Italia entrase en la guerra, los barrios obreros se insurreccionaron para protestar contra la intervención que se anunciaba y en la ciudad paralizada por la huelga los manifestantes chocaron con los escuadrones de caballería en la calle Cernaia y después en toda la zona. Un joven carpintero, Carlo Dezzani, resultó muerto por un balazo. El ejército irrumpió en la Casa del Pueblo y la ocupó. Gramsci seguía los acontecimientos sin participar en ellos.

 

 

Lentamente, empezó a salir del fondo de la crisis. El 13 de noviembre de 1915, más de un año después de su primera intervención en el debate sobre la neutralidad, Il Grido del Popolo publicó otro artículo suyo, en el que se hacía eco de la reunión celebrada el 15 de septiembre en una población suiza, Zimmerwald, entre los representantes de los partidos socialistas europeos opuestos a la guerra (el Avanti! había publicado las conclusiones de la reunión en el número del 14 de octubre de 1915: por primera vez millares de militantes socialistas veían estampado el nombre de Lenin entre los firmantes del manifiesto). Pero el artículo de Gramsci no hablaba directamente de la reunión de Zimmerwald, sino del X Congreso del Partido Socialista español, significativo, a los ojos del joven escritor, como prueba «de la supervivencia de una actividad puramente socialista en Europa».

 

 

A nosotros, incluso los movimientos pequeños nos parecen grandes porque los relacionamos con otros que solo nosotros sentimos porque los vivimos… Nos sentimos moléculas de un mundo en gestación, sentimos esta marea que sube lenta, pero inexorablemente, y sabemos que la infinidad de gotas que la forman están fuertemente unidas entre sí; sentimos que en nuestra conciencia vive verdaderamente la Internacional.

 

 

A finales de 1915, tras reanudar el contacto con la familia después del largo silencio, el joven podía hablar ya de las tribulaciones de los últimos tiempos como de una vicisitud en vías de superación:

 

 

No tenía que haberme alejado tanto de la vida. Durante un par de años he vivido fuera del mundo, como en sueños. He dejado que se rompiesen uno tras otro todos los hilos que me unían al mundo de los hombres. He vivido solo con el corazón... Y no solo en lo que a vosotros se refiere... Para mí ha sido como si los demás hombres no existiesen, como si yo fuese un lobo en su guarida.

 

 

Los sufrimientos habían pasado hasta cierto punto. El joven, con veinticinco años cumplidos, volvía a tomar gusto lentamente a la vida, al debate político, a la actividad periodística. Sus artículos empezaban a publicarse en la página turinesa del Avanti!, colaboraba asiduamente en Il Grido del Popolo. Entre otras cosas, encontramos un conmovido recuerdo de Renato Serra, muerto hacía algunos meses en el Podgora: Gramsci afirmaba que existía un ligamen entre el joven crítico desaparecido y Francesco de Sanctis, «el crítico más grande que ha tenido Europa». Con esta reanudación de la labor política se acentuaba el giro en la vida de Gramsci. Todavía no había tomado la decisión de abandonar definitivamente los estudios universitarios, pero prevalecían ya en él otros intereses. El socialismo era la respuesta a todos los problemas, incluso los personales, que le habían angustiado; era la solución de la crisis. De hecho, entre finales de 1915 y principios de 1916, nacía el «revolucionario profesional».

 

 

Mi vida —leemos en una carta que envió a su casa por aquellos días— solo es miserable en lo que se refiere al sentimiento de no poder vencer mi debilidad y a trabajar lo necesario para vivir y poder tener libertad para laborar para mí y para mi futuro, y no solo para vivir al día. Estoy convencido de que, si me encontrase siempre bien, podría ganar quinientas liras al mes. Lo que me molesta es estar solo, tener que confiar siempre en los demás, tener que vivir en el restaurante, gastando mucho para estar mal.

 

 

Habría podido llamar de Ghilarza a alguno de sus familiares; pero para esto tenía que estar seguro de su salud y de la continuidad de los ingresos. «¿Puedo asumir la responsabilidad de hacer sufrir a otra persona? Esta idea me ha impedido siempre hablaros de la posibilidad de la venida de uno de vosotros a Turín. Pero siento que quizá haya llegado el momento de decidirme, que no puedo seguir así, siempre en la cuerda floja. Escribiré a Mario para saber qué piensa hacer».

 

 

Mario estaba en la guerra. Y también Gennaro y Carlo. En Ghilarza, el señor Ciccillo y la señora Peppina se habían quedado solos con las hijas. Tia Peppina repetía constantemente: «Me van a asesinar a los hijos», frase que, como señalará Antonio, «en sardo es terriblemente más expresiva que en italiano:

 

« fàghere a pezza. Pezza es la carne que se vende al público; para la carne humana se utiliza el término carre»…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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