viernes, 27 de enero de 2023

 

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LA COLUMNA DE LA MUERTE

El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz

 

Francisco Espinosa Maestre

 

[ 029 ]

 

 

3

EL SUSTO EN EL CUERPO

 

 (...)

 

Portugal y los refugiados españoles.

 

 

(…) El teniente Seixas, sospechoso de haber consentido la entrada de refugiados sin declarar el hecho, fue sometido a una engorrosa investigación que en noviembre de ese año daría como resultado un castigo de dos meses de inactividad —por el «perjuicio material y moral para el Estado, que para satisfacer los compromisos tomados tiene que tomar a su costa el transporte de esos españoles para el puerto de Tarragona»— y el pase a «situaçao de reforma». Esto ha llevado a Paulo Barriga —recordando el caso de Oscar Schindler— a hablar de «la lista de Seixas», sin tener en cuenta quizá que, a diferencia del alemán, Seixas no sólo no sacaba ningún beneficio de la operación sino que, como ocurrió, ello le podía deparar perjuicios. A partir de la marcha de los refugiados todos los que osaron pasar la raya fueron devueltos a España. Solucionado el problema y ese «cabo suelto» llamado Seixas, en marzo de 1937, cuando ya no había nada que ver ni oír, fue visitada la zona por los observadores del Comité de No Intervención encabezados por el británico Robert Lloyd. Ni el zapatero Charrama ni el vecino Daniel Costa pudieron contarles que aquellas personas habían estado sometidas a condiciones tales que «parecían bichos» y que «fueron tratados como cerdos» desde su llegada hasta su partida. Incluso el Jornal de Moura comentó que «el espectáculo miserable de esta caravana no podía dejar de conmover a quien lo presenció».

 

Sabemos algunos detalles de esta historia por el emotivo testimonio de Manuela Martín Martín, vecina entonces de Villanueva del Fresno (Badajoz), de donde salió el 28 de agosto con sus padres y hermanas, y a la que el destino llevaría finalmente, tras una larga estancia en Tarragona durante la guerra, al que hoy es su lugar de residencia, Rennes (Francia). Según Manuela, que tenía entonces 18 años y que probablemente estuvo en Coitadinha con su familia, un militar portugués que no debe ser otro que Seixas se puso del lado de aquella gente inerme y perdida, y si un día impedía a los fascistas acceder al campo, otro se encargaba personalmente de cazar alguna pieza para que los niños y las mujeres embarazadas —había varias— tuvieran algo que llevarse al estómago o de conseguir por vía expeditiva un cerdo o una vaca para aquella masa humana hambrienta. El trabajo de Paulo Barriga confirma que, efectivamente, durante la estancia en Moura dieron a luz dos mujeres. Fue Seixas también quien se encargó de que un médico de Barrancos, el doctor Fernandes, atendiera los casos más graves que a medida que pasaban los días se fueron presentando. También hubo mujeres que se vieron obligadas a parir fuera de los campamentos en penosas condiciones y con el riesgo de ser denunciadas a los guardinhas y entregadas a los fascistas.

 

Cuando llevaban varios días allí, hartos ya de vivir como animales y de comer en ocasiones lo poco que la naturaleza les ofrecía, los refugiados decidieron organizarse un poco, construyeron chozas y zonas de aseo y designaron un comité que afrontara aquel caos y tratara con los portugueses sobre su destino. Como los fascistas españoles ofrecían recompensa por cada huido entregado, hubo también quienes no pudieron llegar a aquel islote en que la miseria coexistía con un mínimo humanitarismo y cayeron antes en poder de guardinhas que por un poco de dinero los entregaban por la frontera de Badajoz. Tal fue el caso del pacense José Mora Romero o del alcalde socialista de Valverde del Camino (Huelva), Juan Fernández Romero, cazado el 20 de agosto por la Brigada Móvil de la Sección Internacional de la PIDE al mando de Julio Lourenzo Crespo, o, por poner un ejemplo más, de Cristóbal Llamas, factor de RENFE en Fregenal, cuyo final ignoramos. Otros, como José Muñoz Roblas, que venía huyendo desde Puebla de Sancho Pérez, ya cerca de Villanueva del Fresno, fue advertido del peligro que corría pasando a Portugal, por lo que anduvo errático con otros muchos por el sur de la provincia hasta que lograron pasar a la zona republicana. También hubo quien, no pudiendo soportar aquella vida en Coitadinha, decidió regresar a España o quienes, como Benjamín Hernández González, vecino de Valencia del Mombuey capturado en abril de 1937, optaron por la vida del huido hasta caer finalmente en alguna batida; otros, como la familia Caraballo, quizá amparados por familias portuguesas, pudieron seguir otras rutas y bandear los tiempos peores.

 

Cuando estalló el movimiento nosotros vivíamos en Oliva de la Frontera. Entonces pasamos a Portugal, lo hicimos los padres y tres hermanos; los cinco pequeños se quedaron en el pueblo, repartidos entre Oliva y Jerez de los Caballeros, porque mis padres eran de Jerez. Hasta el final de la guerra no volvimos a verlos. Mi padre cobraba las contribuciones en Oliva, trabajaba allí. Pasamos a Barrancos, de Barrancos a Evora y de allí nos llevaron a Lisboa. Nos embarcaron en un barco que les habían regalado los alemanes a los portugueses, por lo visto, cuando la primera guerra europea … En el vapor iban muchos carabineros, también guardias civiles, unos 1300 o 1400. Desembarcamos en Tarragona el 13 de octubre de 1936. Como yo era pequeño, me metieron con las mujeres en un hospital.

 

Cuando en octubre desapareció el campo de refugiados los huidos capturados fueron entregados a los españoles, quienes los eliminaban inmediatamente, teniendo que ser los portugueses los que en numerosas ocasiones debían enterrarlos «para evitar que os corpos fossen comidos pelos bichos» o «sepultados no campo como um animal». Este problema afectó especialmente a los pueblos del sur de Badajoz que cayeron en poder de los sublevados a lo largo de septiembre. Para evitar estas actuaciones tanto la policía portuguesa como la española aumentaron la vigilancia fronteriza. Un ejemplo de cómo fueron aquellos días para los que vagaban por los campos sería el del esqueleto encontrado años después en el tronco de una gran encina: alguien se refugió en uno de sus pliegues y no quiso o no pudo salir. Hay algunos testimonios —en este caso de San Vicente de Alcántara— sobre cómo celebraban los fascistas en los pueblos la captura de huidos:

 

Cuando hay detenidos y según la importancia personal del reo, el campanillo se hace oír antes para que las gentes acudan y contemplen la «fiesta», los autos de fe inquisitoriales. Alguien jalea la ceremonia, como la «seña Rafa …», mujer «de orden», que grita entusiasmada desde sus balcones al paso de los reos. Algunos llegan apaleados, martirizados y son así arrastrados por las principales calles, como Atilano, hecho prisionero dentro de Portugal. O como Sendras [Antonio Sendras, alcalde de San Vicente de Alcántara] y «El Horma» —con H aspirada como se pronuncia en Extremadura—, que también habían huido al país vecino. Estos dos últimos, al cabo de unos días de estancia en tierras lusitanas, pretendieron legalizar allí su situación como refugiados. Para ello, visitaron en Portalegre a un abogado. Este les prometió estudiar y resolver el caso. Cuando llegaron al bufete del letrado, había varios guardiñas esperándoles. Obedeciendo órdenes del Gobierno de Oliveira fueron conducidos a la frontera española y entregados a un grupo de falangistas que los estaba esperando y que habían sido avisados por las autoridades … El abogado portugués los había traicionado. A su llegada al pueblo atados, maltratados, sangrantes y agotados, la «fiesta del campanillo» fue excepcional, porque también aquellos desgraciados lo eran. Después de la procesión fueron fusilados en el cementerio. En el camposanto se había cavado una gran fosa común. En la puerta de entrada al cementerio había guardia permanente de «personas de orden» armadas con fusiles. Algunos condenados se resistían a traspasar la verja. Suplicaban, gemían, rezaban, querían justificar su inocencia, se aferraban a los hierros. A culatazos se les partían los brazos para desasirlos y ya, malheridos, pasaban a engrosar la fosa común. … Ningún fallecimiento fue inscrito en los libros registro de los juzgados, ni recogidos los cadáveres.

 

Entre los refugiados se produjo muy pronto una clara división entre quienes querían salir de la Península, los que deseaban incorporarse a la España republicana, y aquellos cuyo deseo era volver a Badajoz y sumarse a la causa de los sublevados. Los dos primeros grupos orientarán sus esfuerzos a través de la Embajada española representada por Claudio Sánchez-Albornoz y el tercer grupo por medio de lo que se llamó el «Comité rebelde de Lisboa». Evidentemente el poder del Comité, cuya misión consistió en hacer la vida imposible a los republicanos españoles que vivían en Portugal, era mucho mayor que el del embajador, cuya influencia se veía mermada día a día. Dirigía dicho Comité José María Gil Robles y lo integraban, entre otros, el marqués de Quintanar, el conde de las Cortes, el marqués de Foronda, el conde de la Torre, el conde de Rojas, la marquesa de Arguelles, el duque de Maura y el abodo Del Moral. Ellos eran los que sostenían el Radio Club Portugués, dirigido por el capitán Jorge Botelho Moniz, la más potente emisora portuguesa de propaganda fascista al servicio del golpe militar; y ellos fueron, con Gil Robles en cabeza, los que se encargaron de reunir dinero y armas para los militares sublevados e incluso para los falangistas, a los que el autor de No fue posible la paz compró pistolas que entregó al jefe provincial Arcadio Carrasco por Badajoz. Muchos de estos hechos, y especialmente la feroz campaña antirrepublicana que realizaba cierta prensa portuguesa —a principios de agosto ya hablaban de trescientos muertos provocados por los marxistas en la ciudad de Badajoz—, fueron denunciados a diario desde el periódico Vanguardia, de Izquierda Republicana, que exigía al cónsul Sousa Pereira que declarase públicamente la verdad. Éste, que reconocía que tales noticias eras «enteramente falsas», se negaba a realizar cualquier declaración pública «por el honor de la nación», pues «decir la verdad ante semejante amenaza podría parecer cobardía con quiebra de la dignidad nacional». En cuanto le llegó el rumor de que cada vez había más ganas en Badajoz de hacerle una visita huyó con su familia a Elvas hasta el día 15 de agosto, en que regresó a la ciudad.

 

Finalmente, a comienzos de octubre, después de mes y medio de penurias y de inseguridades para los refugiados —nunca comparables a las que sufrieron los miles de huidos que optaron por llegar a zona republicana internándose en dirección a Llerena y Azuaga, aniquilados a partir del 18 de septiembre—, el Gobierno de Salazar decidió tener un gesto que calmase a la opinión internacional. Se comunicó a los españoles recluidos en Lisboa que serían trasladados a Tarragona. En el caso de los que procedían de Badajoz, dadas las características especiales de lo ocurrido allí, se permitió elegir entre Cataluña o volver de nuevo a España por Elvas. El viaje a Tarragona se realizó en el buque Nyassa, a bordo del cual fueron agrupados todos los españoles que, procedentes de diferentes puntos de Portugal, querían librarse de caer en poder de los franquistas. Los hombres fueron alojados en una zona común y las mujeres distribuidas de cuatro en cuatro en cabinas. Esperando la salida y cuando ya muchos estaban exhaustos —desde hacía semanas se mantenían a base de trozos de tocino añejo o de latas de sardinas— comieron por primera vez desde su salida de España un plato de garbanzos. El Nyassa partió de Lisboa en las primeras horas del día diez de octubre de 1936, tardó más de 48 horas en hacer el trayecto y fue escoltado en todo momento por el contratorpedero Douro. Se encargaron de la vigilancia 58 guardias de la Policía de Seguridad Pública y cuatro agentes de la PIDE. En algunos momentos del viaje la aviación franquista sobrevoló amenazante el navío, lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta la nota emitida por el Cuartel General de Franco el día once de octubre:

 

Sobre Jefes, Oficiales y Suboficiales huidos de Badajoz al ser ocupada y que se encontraban detenidos en el Fuerte de Caxias (Portugal), que se trata de reintegrar a España, debiendo impedirse que pasen a zona enemiga.

 

El Diari de Tarragona, en sus ediciones del 14 y 16 de octubre, informó de la llegada de la expedición de refugiados el día 13, destacando que entre ellos vinieran incluso mujeres y niños.

 

Nadie en Tarragona podía imaginar el terrible estado en que llegaba aquella gente después de dos o tres meses de exilio salvaje, un total de 1435 personas, entre las que había unos 30 oficiales y suboficiales, 30 soldados, 135 carabineros, 15 maestros, cuatro médicos, 50 niños, 160 mujeres y algo más de mil paisanos. Aunque la mayoría procedían de Extremadura, también había algunos andaluces y gallegos. Fueron alojados en la caserna de la Rambla de Pablo Iglesias, en el Hospital de la Sangre y en algunos hoteles de la ciudad. De entre los llegados la prensa dio varios nombres: el gobernador catalán Miguel Granados Ruiz; el coronel Puigdengolas; los comandantes Luis Benítez Ávila y Antonio Bertomeu Bisquert; los capitanes Guillermo de Miguel Ibáñez y Manuel Perea Garrido; el capitán de carabineros Luis Suárez Codes; los alféreces Gonzalo Guardado Criado, Manuel Bazaga Amaro, Joaquín Borrego y Agustín López Pichel; el teniente José Almaraz; los sargentos aviadores Galera y Cuartero; el sargento Antonio Balas Lizárraga; los brigadas Ramiro Cabalgante Vilela y Antonio Cañón Burón; los agentes de Vigilancia Juan Antonio Martínez Mora y Pedro Iglesias Estévez; un inspector del Cuerpo de Aduanas; varios abogados y jueces como José García Mayorga, Rafael Moreno Cassola, Luis Tello Tello; José María Jiménez Baena, secretario del Ayuntamiento de Puebla de Guzmán (Huelva); Luis Castro Garrido; varios médicos, entre ellos Francisco Riudavetz, Mariano Villar y Carlos Encina; diversos funcionarios de Correos y Telégrafos, así como chóferes, mecánicos, pilotos, etc. Es posible que entre esos refugiados también estuviera el médico y presidente de Izquierda Republicana de Badajoz Jesús de Miguel Lancho. Algunos llegaban acompañados por sus familias. Un caso que llamó inevitablemente la atención de la prensa fue el de un obrero que se hallaba en grave estado después de sobrevivir a un fusilamiento y atravesar la frontera con varias heridas producidas por la misma bala. Unos días después, Puigdengolas, 15 militares, 20 soldados, 130 carabineros y un grupo de paisanos marcharon a Madrid. Antes de que esto ocurriera la prensa publicó una nota titulada «Deuda de gratitud», que decía:

 

Intérpretes del sentir unánime de todos los repatriados procedentes de Portugal, hacemos público el profundo agradecimiento que sentimos por la fraternal acogida que nos dispensó el noble pueblo catalán, que tiene en esta ciudad su más genuina representación en cuanto afecta a sentimientos humanitarios y amor a España, a la España que todos los buenos españoles anhelamos y de la que Cataluña es su más firme puntal. Un abrazo a todos los antifascistas catalanes. ¡Viva Cataluña! ¡Viva la República!

 

Por delegación los abogados José García Mayorga, Rafael Moreno Cassola, José María Jiménez Baena, Luis Tello Tello y Luis Castro.

 

La llegada de los refugiados, que no había sido comunicada previamente a las autoridades republicanas, representó un grave problema que hubo de ser solucionado sobre la marcha a base de voluntad y solidaridad. Para empezar, según los recuerdos de Manuela Martín, todos los hombres recibieron cazadoras y gorras de visera. En días y semanas sucesivos hombres y mujeres se integrarían en la vida cotidiana. Para muchos de los llegados Tarragona se convertirá en la escala más prolongada del largo camino que llevaba al exilio. El 22 de octubre se cortaban las relaciones entre la República española y el Portugal de Salazar. Mientras tanto, en Lisboa, Claudio Sánchez-Albornoz daba su misión por concluida y partía para Francia.

 

Mientras todo esto ocurría en la Cataluña republicana, otros —pocos, comparados con el grupo del Nyassa— se entregaban a los sublevados por la frontera de Elvas. Allí estaban el sargento José Méndez Hidalgo, los brigadas Santiago Agujetas García y José Menor Barriga, el chófer Manuel Álvarez, los sargentos Fernando Gómez Muñoz y Joaquín Zafra Mill o los cabos de carabineros Diego González Carmona y Leoncio Palacios. Contaron cuándo (la mayoría el 13), cuántos (unos 30) y por dónde (Caya, Amareleja, Campo Mayor, Benavides) habían huido y que por acuerdo general habían escrito a Franco, a Queipo, a Gil Robles y al gobernador de Badajoz pidiéndoles que se les permitiera incorporarse al Ejército. La primera solicitud de regreso a Badajoz la hicieron el 23 de agosto, al día siguiente de ser trasladados de Elvas a Lisboa, al reducto norte del fuerte de Caxias. Finalmente, el tres de octubre, estando Agujetas, el mecánico militar Valentín Trujillo Morales, los sargentos Gervasio Santos Naharro, Joaquín Zafra Mill, José Cerro, José Méndez, Fernando Gómez y los carabineros Fidel Diego, Martínez y el músico Luis Díez, les comunicaron que por acuerdo entre Madrid y Lisboa saldrían para Tarragona, pero protestaron y les dieron a elegir entre Tarragona y Badajoz. Fueron conducidos el día ocho a Elvas, desde donde la Guardia Civil los trasladó a la prisión Provincial. Todos los que eligieron como destino Badajoz fueron felicitados por los oficiales portugueses de Caxias. Al día siguiente les tomó declaración el capitán Luis Marzal Albarrán y el cinco de diciembre el teniente Diego López Bueno. Santos Naharro y Zafra Mill recordaron que durante su estancia en Lisboa soportaron todo tipo de insultos Y amenazas de los rojos refugiados, los cuales apuntaron su nombre y los de la «canalla fascista» para asesinar a sus familiares; incluso hubo un sargento de aviación apellidado Galera que dijo que iría a Badajoz y la bombardearía. Para que purgaran un poco sus culpas, a la mayoría de estos hombres se les obligó a convivir varios meses entre los presos de la prisión Provincial, sufriendo así día a día un régimen de terror que probablemente nunca llegaron ni a imaginar en sus peores pesadillas portuguesas. El paso por el tribunal militar, como luego veremos, vendría mucho después…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]

 

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