viernes, 14 de octubre de 2022

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”


 (…)

 

 

II. Más allá de la “contención”

 

Cuando Truman decidió romper el espíritu de Yalta y dictar su política a Europa entera, antes había hecho una exhibición dejando caer dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Stalin le replicó dictando su propia ley a los países liberados de Alemania por el ejército soviético. Cuando veinte días después del encuentro de Malta el Ejército de EEUU invadía la República de Panamá, mostrando que no reconocía límite legal o político en su zona de influencia, cabía presumir que los mandos militares de Washington estaban lanzando también un mensaje hacia Europa y, en particular, hacia los cabildeos entre alemanes sobre el alcance de su reunificación. Recordemos, tanto Panamá como la RFA han sido Estados creados por Washington al servicio de su estrategia militar, y continúan siendo su principal plaza de armas en América Latina y Europa. Los conceptos teóricos de la guerra fría no podrán considerarse abandonados mientras los estrategos del Pentágono mantengan vigente el supuesto de estar listos para la guerra total y absoluta en cada instante, supuesto construido a partir de la premisa de la inevitabilidad de la guerra en ­Europa –fría, o caliente si involucrara riesgo para EEUU.

 

Tras la intervención de Panamá, el gobierno del Reino Unido hacía público de inmediato su incondicional respaldo, el francés de Mitterrand-Rocard (socialdemócratas) sumaba el 23 de diciembre de 1989 su veto al de los angloamericanos contra la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que deploraba la invasión y ordenaba la retirada inmediata de las tropas estadounidenses. Que Francia y Gran Bretaña respaldaran el derecho de EEUU a intervenir en América Latina, era conforme con la política británica desde 1895 y con otros precedentes franceses, era también coherente con la postura de ambos gobiernos de pedir a EEUU que mantuviera sus mecanismos de intervención en la propia Europa, y condición necesaria para esperar que EEUU, a su vez, reconociera a franceses y británicos su propia subzona de influencia en la CEE y economías dependientes. Que la URSS condenara la invasión de Panamá, tampoco suponía ninguna ruptura con su tradición diplomática de no reconocer el libérrimo dominio que EEUU se atribuye sobre Latinoamérica. Sin embargo, los tumultos en Rumanía, el subsiguiente golpe militar contra Nicolai Ceaucescu el 22 de diciembre de 1989 –el primero en un Estado comunista contra el mando político–, iban a ser ocasión de una innovación en la política europea desde que Stalin se abstuviera de intervenir en la guerra civil de Grecia de 1944-1949.

 

En las horas en que 25.000 soldados de EEUU bombardeaban poblados civiles y puestos de la Policía de Panamá –del total de 3.500 hombres que formaban éstas, murieron más de doscientos, contra 23 soldados de EEUU–, y mataban a más de tres millares de civiles no combatientes con técnicas por primera vez exhibidas –como el bombardero F-117, indetectable por radar–, los tres Gobiernos que el 23 de diciembre vetaban en la ONU la condena de la intervención de EEUU manifestaban al de la URSS, el mismo día, que «entenderían que el Pacto de Varsovia enviara ayuda militar a Rumanía». Incluso ofrecían, según James Baker, enviar una brigada de voluntarios franceses de la liberté. Con lo que EEUU, Reino Unido y Francia reafirmaban el principio de Palmerston según el cual si a cada Potencia le correspondía su zona de influencia, la intervención en los asuntos internos de otro Estado europeo era “estabilizadora”, incluso legítima, cuando el Poder hegemónico de la otra zona la aprobaba y, de paso, debilitaba a Potencias rivales. El Reino Unido-Francia-EEUU, aliados en la OTAN y con su propia jerarquía interna de zonas y subzonas de interés, parecían decir que necesitaban de la complicidad de la URSS para mantener los basamentos del edificio salido de la guerra fría. ¿Iniciativa temeraria o calculada? Dada la simpatía de los gobernantes de China, y otros países, hacia Ceaucescu cabía eventuales contraintervenciones. En la medida que el Kremlin apareciera interviniendo a favor de una sublevación militar contra la dirección política de un Estado comunista, ¿se pulsaba la posibilidad de generar desconfianza en China (e Irán) contra la URSS, e incluso entre los partidos comunistas y las FF AA de Europa del Este? Los estrategos de Londres y Washington no olvidaban, ciertamente, la incidencia de los Balcanes en las crisis hegemónicas europeas. Parecía el esbozo de una nueva fase intervencionista en Europa, la OTAN promoviendo en 1989 la inexistente intervención de Moscú en Rumanía como cobertura de la muy real de Washington en Panamá. Y, mañana, en otro Estado…

 

En la Navidad de 1989, sin embargo, los diputados del Soviet Supremo aprobaban aportar auxilio humanitario a Rumanía y rechazaban por unanimidad enviar tropas, el nuevo gobierno de Bucarest indicando por su parte que no quería tropas foráneas. La diversión de la invasión en desarrollo en Panamá quedaba en este punto desbaratada. El primer ministro Michel Rocard en cuanto recibió la respuesta soviética dio marcha atrás, declarando el mismo 24 de diciembre que en Rumanía «está excluida cualquier intervención militar de las Potencias». Agregaba que se hubiera requerido para ello dos condiciones: que la pidiera el gobierno rumano, primero, y que concurriera una «concertación internacional con la URSS, el país en cierto modo garante de la estabilidad en el Este de Europa». Ni una ni otra condición se la había reconocido Francia a los panameños dos días antes, ni tampoco después –en la Asamblea General de la ONU, Francia votaba en contra por segunda vez, el 29 de diciembre, la resolución de condena de la intervención y ocupación militar de Panamá, una semana después de que la OEA también la condenara. Pero en ambos casos el gobierno Mitterrand-Rocard reconocían dos esferas de influencia.

 

La respuesta de la URSS de Gorbachov en 1989 no era simétrica a la de Stalin a Truman en 1945. Se alejaba también del precedente de Krustchev en 1956, que a la intervención militar de Israel en el Canal de Suez el 29 de octubre, seguida el 4 de noviembre de la de Gran Bretaña (gobierno conservador de Eden) y Francia (gobierno Guy Mollet, socialdemócrata), respondió en cuestión de horas con la intervención militar soviética en Hungría que puso término a la desestalinización en Europa oriental. Después de Malta, la intervención de EEUU en Panamá y la oferta a la URSS por las tres Potencias occidentales para que interviniera en Rumanía, guardaban coherencia con el designio de prolongar la división de Europa en zonas de influencia.

 

Señalaba Gorbachov el 24 de diciembre de 1989 ante el Soviet Supremo: «la opción es entre libertad y reforma –u orden, como en un cuartel, y regreso al pasado. Hemos escogido la primera y no vamos a abandonarla […]. La perestroika ha ofrecido a nuestra sociedad un nuevo sistema de valores, que es la causa de nuestra autoridad internacional sin precedentes». Más significativo, en la misma sesión el Soviet Supremo aprobaba la legitimidad del Pacto de Neutralidad y No Agresión suscrito el 23 de agosto de 1939 entre Alemania y la URSS, pero condenaba el protocolo secreto anexo por el que se repartían el Este de Europa. En otras palabras, reafirmaban retrospectivamente la política de no haber iniciado la guerra de 1939 –antecedente proyectable al futuro– y rechazaban la de anexionarse otros pueblos –incompatible con la proclamada voluntad de unir Europa en torno de Estados soberanos y democráticos. EEUU, Gran Bretaña y Francia estaban, así, el 24 de diciembre de 1989 sin contraparte en el Este para justificar su intervencionismo en Europa y fuera de Europa.

 

El 31 de diciembre de 1989 el presidente Mitterrand innovaba y evocaba, por primera vez, el horizonte “no demasiado lejano” de una confederación del conjunto de Europa, sin excluir a Rusia. Cincuenta y un años después que Roosevelt lo señalara a Chamberlain, ¿había advertido el presidente francés que mantener a Moscú fuera de la escena europea ayudaba a la hegemonía alemana? En la década de los años treinta, los gobiernos franceses, incluso el de Léon Blum (socialdemócrata), rechazaron cualquier acuerdo práctico con la URSS; ante el expansionismo germano quedaron a merced de la política británica, hasta la capitulación en regla del mariscal Pétain (1940). Desde 1940 los gobiernos presididos por Felix Gouin, Guy Mollet y Mitterrand (socialdemócratas), y los otros –excepción hecha del de Charles de Gaulle–, practicaron el seguidismo respecto de EEUU, y cuatro décadas después Francia llegaba a un estadio comparable al dilema que conoció la generación de Blum: facilitar la emergencia de Alemania como superpoder europeo, o inclinarse ante ella. El 6 de diciembre de 1989 en Kiev, como si de pronto tuviera prisa, Mitterrand se sumó a la iniciativa soviética de convocar de inmediato la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea (Gorbachov le dijo: «Ayúdeme a evitar la reunificación alemana […]. Kohl la quiere a cualquier precio, no entiende que a largo plazo eso conducirá a la militarización del poder en Moscú y a la guerra en el continente»). Sin embargo, diez días después Mitterrand aceptaba el deseo de EEUU de atribuir un papel político a la OTAN –como confiándole la tutela sobre la RFA, cuando esta última hacía tiempo que se apoyaba en EEUU. Simultáneamente, la diplomacia francesa (y británica) intentaba limitar los acuerdos de desarme soviético-estadounidenses –para que no les alcanzaran. Mayor paradoja aún, al inclinarse ante la nueva función asignada a la OTAN, Mitterrand se alejaba de su propio objetivo mayor: unificar políticamente a la pequeña Europa de la CEE.

 

 

El 2 de febrero de 1990, en un impresionante tour de valse Gorbachov a su vez abandonaba la RDA al diktat del canciller Kohl, a cambio de apoyo económico de la RFA a la URSS, pero el 3 de abril incluso aceptaba reunificar Alemania dentro de la OTAN –para que «quede firmemente sujeta tanto por las tropas americanas como por las soviéticas», decía. ¡Gorbachov estaba en realidad accediendo a la meta que EEUU se había fijado desde Truman en Alemania! Mitterrand el 19 de abril también confortaba a Bush en Cayo Largo: «Alemania debe permanecer en la OTAN», y el 25 de mayo en Moscú insistía ante Gorbachov –«es inevitable»…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

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