viernes, 12 de agosto de 2022

 

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LA COLUMNA DE LA MUERTE

El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz

 

Francisco Espinosa Maestre

 

[ 011 ]

 

 

CONTINÚA EL AVANCE HACIA MÉRIDA

 

La columna de Castejón pasó de Monesterio a Los Santos entre los días seis y siete y marchó hacia Zafra a las tres de la noche de este día. Muy temprano solicitó a Sevilla veinte falangistas y veinte requetés «aptos para registros, detenciones, requisas de vehículos y persecución de personal huido», que le fueron mandados de inmediato. Un lacónico comunicado, ya en la tarde de ese día, enviado como siempre al general Queipo de Llano, añadía que:

 

A las 5 empezó el cañoneo de la población y a las 6.30 horas se adueñó de Zafra. El pueblo tiene un espíritu levantado; han puesto bandera blanca. Reina ambiente de orden. Se ha nombrado Comisión Gestora y armado a las derechas. Hoy quedará en Los Santos y dice que sería conveniente bombardear Badajoz donde se oye cañoneo.

 

 

Castejón bombardeó la iglesia y el ferrocarril, y consiguió así neutralizar un tren que en ese momento salía de la ciudad. Antes de partir para Los Santos, con 5000 pesetas recaudadas (aunque esa cantidad es la que aparece en los documentos, en realidad fueron bastantes más), dejó allí una Sección de Regulares, otra del Tercio y otra de la Guardia Civil. Una memoria anónima nos relata lo ocurrido aquellos días:

 

La gente de Zafra empezó a desbandarse huyendo como fugitivos cada uno por un lado, pero con mucho miedo y sobre todo los que pertenecían al Partido Socialista y eran pobres en general porque ya se oían las cosas que venían haciendo cuando tomaban algún pueblo, que mataban a todo lo que [sabían] socialista y a quien no lo era, por donde el miedo era terrible.

 

Sabemos por José María Lama que el día 21 de julio, superada la sorpresa inicial, se creó, aparte del Ayuntamiento, el Comité de Ayuda al Frente Popular con el alcalde en cabeza y dos representantes de cada partido. Celebraban una reunión todas las noches de once a doce. Muy pronto el Comité ordenó las primeras detenciones, hechas como en tantos otros lugares tanto para proteger a la República como para proteger la vida de quienes pudieran ser objeto de violencia incontrolada. El alcalde González Barrero fue el más firme protector de los presos, ya fuera impidiendo su entrega a los grupos de exaltados que de sur a norte buscaban saciar el ansia de venganza, o incluso ordenando que se retirase una bandera republicana colocada por los milicianos en la iglesia que hacía las veces de cárcel por si a los golpistas se les ocurría lanzar allí alguna bomba.

 

La tensión acumulada desde el 18 de julio alcanzó su punto álgido cuando en Zafra se conoció que se pensaba frenar el avance de las fuerzas de Asensio en Los Santos. Allí acudieron el cinco de agosto un grupo de hombres, varios de los cuales entregaron su vida junto a los milicianos y los hombres de Puigdengolas. Después vino la gran desbandada. La entrada de Castejón en Zafra fue un paseo sólo interrumpido por un aislado defensor que cayó eliminado rápidamente. La investigación de José María Lama nos permite entender, por primera vez en el recorrido de la columna, las dotes militares de Castejón y la supuesta consumada estrategia militar de las fuerzas de choque del Ejército español comentada en ocasiones. El comandante se reunió en el Ayuntamiento con los derechistas más señalados de la localidad, la mayoría abogados y propietarios, para constituir una comisión gestora en la que tuvieron cabida desde mauristas y viejos políticos primorriveristas hasta monárquicos y falangistas. Se practicaron numerosas detenciones y registros, se desarmó a unos y se armó a otros, y algo más:

 

Castejón exige de las autoridades que él mismo ha nombrado un número de hombres cercano al uno por ciento de la población: sesenta. Poco a poco los nominados van siendo encerrados en una habitación de las Casas Consistoriales. A algunos que entran en esos momentos en la Alcaldía se les permite borrar de la lista, que poco a poco va engrosándose, tres nombres a condición de que escriba otros tres. El tira y afloja entre los militares y las nuevas autoridades, poniendo y quitando nombres de la lista, acaba según alguna fuente con 48 personas cuyos nombres han sido escritos y no borrados en la lista fatídica. A mediodía Castejón y parte de su columna salen de Zafra y se llevan atadas detrás al casi medio centenar de personas que no han encontrado valedor. Cada cierto trecho va sacando a siete personas y ordena que sean fusiladas.

 

Esto es lo que Castejón no contaba en sus partes a Queipo, ni esto ni los saqueos y robos practicados por las fuerzas a su mando. Estas actividades se daban por supuesto. Moros y legionarios, desde Cádiz a Madrid, sirven a la patria siempre de igual manera: primero roban y luego venden; los patriotas, mientras tanto, miran para otro lado. Todos ven, saben y callan, incluso algunos participan en la kermesse amparados en el ambiente, y todos —militares, periodistas y memorialistas— acuerdan tácitamente endosar todo lo malo a la «horda marxista». Las casas de los izquierdistas son saqueadas por gente de orden y conducta intachable y cada uno coge lo que puede, alhajas, adornos, muebles… Ya dejó escrito Antonio Bahamonde, el que fue delegado de Propaganda de Queipo, que

 

el pillaje y el saqueo fue consubstancial con la columna. Pueblo en que entraban, pueblo que devastaban. En todos ellos se ven las huellas de su paso. Los moros y el Tercio, cuando iban a Sevilla, llegaban cargados de objetos de todas clases. Vendían, sin el menor recato, aparatos de radio, relojes, joyas, etc.

 

Salen ganando los mejor organizados, aquellos que por ir en grupo pueden apropiarse de manera efectiva de una cómoda, de una cama o de un ropero. Años costará a las mujeres de aquellos izquierdistas, como la de González Barrero en Zafra o la de Medel en Villafranca, recuperar algo de lo perdido. Y si tan gravísimo castigo mereció un pueblo como Zafra donde no habían existido delitos de sangre ni resistencia al ocupante, ¿qué ocurriría realmente en Llerena, Fuente de Cantos o Almendralejo?

 

También Lama nos sitúa el origen de la represión local, con la pronta aparición de listas y las aberraciones inherentes a su elaboración. Se llega a pagar dinero por sacar a gente de allí con la condición añadida de incorporar nuevos nombres, procedimiento que explica la eliminación de personas totalmente ajenas a la vida política por denuncias a cual más absurda. Se hacía mención antes a la venganza que cayó sobre los vecinos de Fuente de Cantos a causa, supuestamente, del asesinato de doce personas. Y tendemos a hacer esto como único recurso para justificar la represión, un fenómeno que nos desborda. ¿Qué hacer, pues, ahora en Zafra con los más de doscientos casos de personas asesinadas? ¿Qué se estaba vengando con tan brutal purga antiobrera, antirrepublicana, antilaica…? Se vengaban simplemente los cinco años de República.

 

Situado junto a Zafra, cayó ese mismo día Puebla de Sancho Pérez. Los dirigentes, el alcalde socialista Aquilino Barroso Cumplido, el concejal Leandro Muñoz Roblas (PSOE), Antonio Aguilar Zoido, el comunista Alejandro Rosario Márquez y José Muñoz Guillén (JJ. SS.), fueron acusados de practicar detenciones y registros en busca de armas, y de la destrucción de un vía crucis. El pueblo fue tomado por una compañía del IV Tabor de Regulares. Según un informe de principios de 1937, firmado por el alcalde Primitivo Ramos y por el jefe local de Falange Antonio Periáñez, los 24 derechistas presos no sufrieron «crueldades especiales» debido a que no «tuvieron tiempo de ensañarse por la pronta intervención de la fuerza salvadora».

 

En las primeras horas del día siete de agosto Asensio puso en marcha su Columna con el II Tabor de Regulares en vanguardia. Al llegar cerca de Villafranca de los Barros, sobre las tres de la noche, como desde la Central Eléctrica se le hacía fuego ordenó que se lanzaran varias granadas y algún disparo de cañón y, después de ocupar la central al asalto, temiendo que la columna sufriera algún ataque a su paso por la localidad, se esperó a que amaneciera y se efectuó una rápida maniobra de envolvimiento para abrir paso que finalmente expulsó hacia Almendralejo a algunas concentraciones de milicianos. Desde el Ayuntamiento se había pedido ayuda a Madrid en varias ocasiones durante esa tarde. La última llamada de socorro se produjo a las tres y veinte, cuando se envió un mensaje en que se decía que en ese instante «los rebeldes atacan el pueblo». Este, casi vacío, permaneció toda la noche a oscuras. Cuando la gente se percató de que la columna había pasado de largo empezó a volver al pueblo en la creencia de que no había nada que temer. A falta de otros hechos violentos que mostrar, cuando unos años después las autoridades rellenaron los estados de la Causa General, falsearon los datos, de forma que allí donde se diera cuenta de «la relación de personas residentes en este término municipal, que durante la dominación roja fueron muertas violentamente o desaparecieron y se cree que fueron asesinadas» se incluyeron ocho nombres, ninguno de los cuales había perdido la vida en el pueblo.

 

Lo ocurrido en Villafranca nos muestra la estrategia básica de los golpistas en provincias donde no contaban con apoyo real. Cuando el sábado 18 se supo del inicio de la sublevación, los escasos falangistas locales y su jefe comarcal Diego Hernández-Prieta Aguilar acudieron directamente al cuartel de la Guardia Civil para ponerse a su servicio. «En esta ciudad estaba organizada la Falange local que actuaba secretamente en unión de las personas de orden en favor del Alzamiento y contra el marxismo», se leía en un informe. Sin embargo, en las horas siguientes se comprobó que la guarnición militar de la provincia se mantenía dentro de la legalidad. A la una de la tarde del domingo 19, los falangistas hubieron de abandonar el cuartel, y dos de ellos, el mencionado Hernández-Prieta y el jefe local de Falange Francisco Corredera Vaca, emprendieron una huida campo a través que terminaría el día 27 de julio con la detención de ambos por izquierdistas de Villalba de los Barros, donde permanecerían encarcelados hasta que el siete de agosto fueran puestos en libertad. Tras ser detenidos y liberados nuevamente, pasaron a un domicilio particular en el que el día nueve fueron detenidos otra vez por la columna del diputado comunista José Martínez Cartón a su paso por el pueblo camino de Fuente del Maestre, localidad en la que, como luego se verá, serían asesinados. Los demás falangistas quedaron presos en el pueblo, donde en total fueron detenidas algo más de cien personas, unas 60 en la cárcel y 54 en la sacristía.

 

Cuando en la noche se oyeron los cañonazos de la artillería de Asensio, los milicianos, durante tres horas y antes de partir hacia Almendralejo, prendieron fuego a la sacristía con los cincuenta y cuatro hombres dentro, y efectuaron numerosos disparos desde el exterior y desde los balcones del casino situado enfrente. Esta repetición de los sucesos de Fuente de Cantos acabó en esta ocasión, afortunadamente, sin víctimas por diversos factores, entre los que hay que destacar la intervención personal del gobernador civil Granados, enterado de lo sucedido por el secretario del Juzgado Pedro Martínez; y la firme actitud de algunos miembros del Comité, cuyo presidente, Manuel Borrego Pérez, aseguró a los presos antes de partir que tenían garantizadas sus vidas. En la incertidumbre más absoluta y sin saber muy bien qué pasaba a su alrededor, los presos siguieron allí encerrados hasta la media tarde del día siguiente. La derecha, sin embargo, no se sintió tranquila hasta que en la madrugada del día nueve entraron en el pueblo un tanque y varias secciones de legionarios y regulares.

 

No obstante, como en otros pueblos, se repitió el argumento de que si no hubo una matanza es porque no les dio tiempo. La realidad, pues hubo más de cien detenciones practicadas a partir del 18 de julio, demuestra que no existió verdadera voluntad de eliminarlos. En última instancia, los izquierdistas de Villafranca, como ya era habitual, sólo pudieron ser acusados del registro y saqueo de varias casas —como las de Justiniano Bermejo o la de Saturnino Fernández Miffsut— y cortijos —como «El Piojo» y «El Redrojo»—. También obligaron a los propietarios a pagar todos los jornales que no habían sido abonados. Los informes, realizados como casi siempre por derechistas presos elevados a los más altos cargos municipales, mencionaron —en relación con los presos— los nombres de Miguel Hernández Mena «El Hijo de la Noche», Manuel García Mancera «Pirulín», Antonio Díaz Morales «Patilla» y Pedro Morán del Valle «Perico el de la Fonda». El Comité estuvo formado, entre otros, por Manuel Borrego Pérez, Ángel Medel Carreras, Fernando Molano Segura, Blas Mesa González y Florián García García. González Ortín también menciona entre los «principales salvajes» al alcalde Jesús Yuste Marzo y a Evaristo Santiago. Prueba de la escasa fiabilidad de estos informes, hechos a posteriori, sería el caso del encargado del depósito municipal, Mateo Murillo Vara, de quien en un informe se decía que destacó en las groserías hacia los presos, y en otro que los presos debían la vida a «la hombría de un carcelero que se opuso al incendio en este lugar, acción que le valió salvar la vida al entrar el Ejército…».

 

Puesto que la columna siguió el día siete para Almendralejo, salvo un pequeño retén, y aunque sabemos que el día ocho una Compañía del II Tabor de Ceuta, establecida en Los Santos, se acercó para efectuar registros domiciliarios, debe considerarse el día nueve como fecha de la verdadera toma de Villafranca. Sobre las cinco de la mañana llegaron fuerzas de Asensio con las tareas habituales de registros y detenciones. Por la tarde, cuando ya se había detenido a varios centenares de personas, y siguiendo listas elaboradas previamente, se apartó a 56 —la cuota inicial— que fueron conducidas atadas de dos en dos por el centro del pueblo hacia el Cementerio, y finalmente asesinadas. Un documento oficial de los años cuarenta lo reflejó así:

 

El capitán Menéndez formó el primer consejo de guerra, que empezó rápidamente a funcionar. El capitán Fuentes con varios números del Tercio, Regulares y falangistas [empezaron] a limpiar el pueblo de lo que había quedado de rojo en él. Aquella tarde, la justicia militar, rígida, inexorable, descargaba su mano sobre 56 delincuentes. Primeros que sufrieron la justicia en esta ciudad.

 

 

Ésta es la justicia militar que se practicó a lo largo de la ruta y de la que hasta la fecha no ha sido posible encontrar rastro documental alguno. Si tenemos en cuenta que los izquierdistas más significados (más de 150) habían huido, podemos suponer la tremenda conmoción que estos hechos produjeron en el vecindario, ignorante de que lo que había de venir en los cinco meses siguientes dejaría el inicio en simple anécdota. Al día siguiente de la matanza, el diez, se presentó en el pueblo por la carretera de Fuente del Maestre la columna de Martínez Cartón, rechazada sin grandes problemas en poco tiempo por fuerzas locales y por un tabor de regulares enviado desde Almendralejo. Los vencedores, con tres víctimas frente a las 17 de los milicianos, celebraron ufanos aquella victoria e incluso dedicaron una calle, «Defensores del 10 de agosto», a fijar la memoria de aquellos hechos, pero eso sí, eliminando la clave obsesiva de los mismos: qué hubiera ocurrido si después de «lo del día anterior» hubiera ocupado el pueblo la columna izquierdista. Una de las acciones más celebradas de aquellos días fue la realizada por dos fascistas locales, quienes se acercaron en coche a Trujillanos cuando todavía no había sido ocupado y secuestraron a una de las maestras de Villafranca, que se encontraba allí de vacaciones, y a su padre. La maestra, Catalina Rivera Recio —«condenada a la última pena, … por haberse declarado en rebeldía contra el Ejército salvador de nuestra querida Patria»— fue asesinada poco después. Su domicilio fue saqueado y su máquina de coser Singer pasó a manos de Falange. De ella, como de tantos maestros sacrificados, se contará después el viejo cuento de que encerraba a los niños en un cuarto oscuro y les decía que pidieran a Dios que los sacara de allí, tras lo cual, y vistos los resultados, concluía: «Ahora pídeselo a la maestra…».

 

A las once de la mañana del día siete, pocas horas después de que las fuerzas de Asensio pasasen camino de Almendralejo, se recibió por segunda vez en el Ministerio —la primera fue seis horas antes— el comunicado siguiente: «Tropas enemigas han tomado Villafranca y están para entrar en Almendralejo, a 29 km de Mérida y hay que tener en cuenta que ésta es la llave de la provincia». Por su parte Castejón ordenó a Navarrete Alcal, que estaba ya operando con su columna desde Fuente de Cantos, que ocupase Medina de las Torres, lo que consiguió sin encontrar resistencia alguna…”

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]

 

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