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Joan E. Garcés / “Soberanos e intervenidos”
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4. EL POSFRANQUISMO Y LA GUERRA FRÍA
En 1945, Franco y su régimen aportaban a los vencedores de Alemania seguridad militar, territorio y ventajas económicas. Estando el presente así consolidado, para EEUU se trataba de anticipar la previsible reivindicación por los españoles de su soberanía interna y externa cuando llegara la Dictadura a su fin. Durante treinta y cinco años los “rebeldes” de 1936, y también los que en marzo de 1939 les abrieron Madrid y capitularon ante ellos, los disidentes respecto de ambos, rivalizaron en proponer la mejor fórmula para convencer a Washington, Londres y París que era de su interés intervenir en España. En 1948, el encargado de negocios de EEUU en Madrid, Paul Culberston, respondía que «son unos insensatos los monárquicos que se me acercan a pedirme que Norteamérica asfixie económicamente a España. Si eso ocurriera, caería Franco, pero la monarquía no recogería la herencia. Lo que tiene que hacer el rey es ponerse de acuerdo con Franco». La perseverancia en solicitar la intervención de las Potencias tenía hondas raíces entre los monárquicos españoles, pero contaba con adeptos entre algunos de los republicanos que se rindieron en 1939. El trecho recorrido en diez años lo sintetizaba Gil-Robles el 30 de agosto de 1949: «socialistas y sindicalistas están convencidos de que no hay más camino que apoyar al rey, sin exigir plebiscitos previos, consultas electorales ni gobiernos de concentración en un plazo de bastantes años». Escribía esto Gil-Robles el día en que se firmó el pacto entre la Confederación de Fuerzas Monárquicas y la facción que Indalecio Prieto escindió del PSOE –después de recibir seguridades del ministro del Foreign Office, Bevin (Labour Party), de que si los españoles renunciaban a elegir su forma de gobierno las Potencias occidentales intervendrían contra Franco. Cuando en realidad aquel 30 de agosto de 1949 ya no creía en tal intervención ni el pretendiente don Juan de Borbón, conde de Barcelona, quien cinco días antes a bordo del yate Azor aceptaba el proceso de restauración deseado por el general Franco– cuyos términos coincidían con los auspiciados por los servicios del gobierno de EEUU desde 1944. A pesar de que don Juan de Borbón el 30 de agosto de 1949 desautorizaba el pacto entre Indalecio Prieto y Gil-Robles, este último cerraría su diario del año 1949 escribiendo que «la monarquía es hoy todavía una solución para las potencias extranjeras anticomunistas, y una esperanza para las izquierdas no revolucionarias». Las autoridades de EEUU nunca compartieron semejante impaciencia por terminar con la dictadura hispánica. En febrero de 1956, W. Park Armstrong Jr., asistente especial del secretario de Estado, informaba a éste que
las manifestaciones de descontento entre los estudiantes españoles durante los pasados seis meses no representan una amenaza a la estabilidad del régimen de Franco, pues no implicaban la defección de los grupos clave [Ejército, Iglesia, intereses de empresarios y propietarios agrícolas]. Es probable que tenga lugar una lucha por el poder al término del régimen de Franco, pero ello no es en absoluto seguro. Hasta entonces, sin embargo, es prácticamente seguro que Franco va a continuar manteniendo unidos a los grupos que le apoyan, a pesar de sus muchos conflictos de interés. La policía y las FF AA españolas permanecen sólidamente pro-Franco.
Desde la década de los años cuarenta del siglo XX las relaciones exteriores de España, y también de Portugal, fueron estructuradas en torno a su integración en los mercados y espacios político-militares de la Potencia hegemónica que reemplazó a la germana y británica. Para EEUU los objetivos principales en España radicaban en utilizar militarmente sin trabas su territorio (bases permanentes), en configurar su sistema económico conforme a parámetros sociopolíticos «favorables a los objetivos de EEUU» y articularlo «con el Oeste sobre bases sólidas y duraderas. La mejor oportunidad para ello es la solicitud de España de asociarse con la Comunidad Económica Europea»[6]. Para Walt W. Rostow, consejero de Seguridad Nacional, era gratificante escuchar decir el 5 de marzo de 1962 a Laureano López Rodó, comisario del Plan de Desarrollo, que «la solicitud de ingreso en el Mercado Común Europeo es la fase que sigue a los acuerdos con EEUU de 1953, al Plan de Estabilización de 1959 en cuya gestación EEUU jugó un importante papel […] esperamos que EEUU apadrine también el ingreso de España en el Mercado Común»[7]. Tres años antes los responsables de la política de EEUU habían puntualizado a José Antonio de Aguirre –recibido en el Departamento de Estado como «Presidente del gobierno republicano vasco en el exilio» y que les preguntaba acerca del deseo de Franco de integrar España en la OTAN– que «el mayor peligro para España y para Europa, y, por consiguiente, para EEUU, reposa en un retorno de España al aislamiento». ¿Qué significaba en 1959 para Washington evitar el «retorno de España al aislamiento»? ¿Podía fundarse la respuesta en argumentos extraídos de la Historia contemporánea? Difícilmente, pues nunca España ha estado aislada de su contorno europeo-mediterráneo, como tampoco del ámbito cultural iberoamericano. El concepto evitar el aislamiento encontraba durante la Dictadura su significado (y lo mantendría como eslogan-coartada durante los gobiernos Suárez, Calvo Sotelo y F. González) en las premisas estratégicas de la guerra fría. Los responsables del Departamento de Estado se expresaban con claridad en 1959: «el retorno de España al aislamiento, más que cualquiera otra cosa, abriría la puerta a la penetración comunista y haría retroceder o incluso destruiría todos los esfuerzos [de EEUU] para crear una Europa unida y fuerte». Impedir el «retorno de España al aislamiento» adquiría así un significado preciso, evitar que los españoles se sustrajeran a la disciplina de la Coalición bélica en la que fueron enrolados durante la Dictadura. Alistamiento necesario para la hegemonía local de los sectores en que se apoyaba el régimen del general Franco, pero que era cuestionado por los ciudadanos que reivindicaban recuperar sus libertades políticas y nacionales. En tanto la dictadura perdurara los ciudadanos no podrían decidir democráticamente su suerte colectiva, pero ¿cómo controlarlos después de Franco? La respuesta al interrogante llevaría a crear las mediaciones de una transición al posfranquismo que mantuviera los recursos de España dentro de la Alianza bélica y a merced de los intereses del capital transnacional.
Washington fue siempre consciente de que tenía en sus manos la suerte de la dictadura ibérica. Así, en su mensaje secreto al secretario de Estado, el embajador en Madrid (John Davis Lodge) informaba en octubre de 1956:
el gobierno español se enfrenta a crecientes demandas laborales de incrementos salariales. Sin una mayor y sustantiva ayuda de EEUU, particularmente en productos agrícolas y materias primas, cabe dudar que el gobierno pueda mantener la inflación bajo control. Mayores concesiones a los trabajadores serían a expensas de las clases que sostienen al actual gobierno […], requerirían controles estatales adicionales a costa de las clases propietarias –que son el espinazo del régimen.
No más sensible era el gobierno de EEUU a quienes protestaban por la persecución de la cultura y lengua de los catalanes: «el Departamento de Estado no cree que sea recomendable entrar en conversaciones sustantivas con este grupo de españoles […] opuestos a las políticas del gobierno de España».
Mediante operativos dirigidos a renovar los equipos dirigentes y continuar dominando los espacios estratégico y político con técnicas equivalentes a las utilizadas para ocupar su espacio económico, el apoyo a la dictadura fue proyectado por EEUU más allá de la persona del general Franco. Según directrices elaboradas para el área mediterránea por el Consejo Nacional de Seguridad el 24 de abril de 1952:
debemos procurar usar los instrumentos sociales y económicos de que disponemos de modo que reduzcan el poder explosivo de fuerzas que presionan a favor de un cambio revolucionario, de manera que los cambios necesarios puedan efectuarse sin una inestabilidad incontrolada. Esto puede a menudo significar que nosotros debemos trabajar con y a través de los grupos dominantes actuales y, al tiempo que respaldamos su permanencia en el poder, usar nuestra influencia para inducirles a acomodarse tanto como sea necesario a las nuevas fuerzas que vayan emergiendo. A medida que surjan nuevos grupos de liderazgo, nosotros debemos también obrar para asociar sus intereses a los nuestros y, en el caso de que y en el momento en que alcancen el poder, cooperar con ellos en la ejecución de programas que les ayuden a alcanzar objetivos constructivos –una línea de desarrollo que tenderá a dar un nivel de moderación y estabilidad a sus regímenes […]. En su labor en esos países las misiones de EEUU deben tener presentes estas consideraciones, y nuestro objetivo debe ser usar nuestros programas de ayuda para modelar y guiar el desarrollo social y económico de esos países de manera que nos ayuden a alcanzar nuestros fines políticos.
Las dictaduras son vulnerables. También las respaldadas por la Potencia hegemónica, como recordaron en 1958 las protestas sociales que expulsaron de Venezuela al general Marcos Pérez Jiménez y de Cuba al general Fulgencio Batista. La entrada en La Habana de Fidel Castro el 1 de enero de 1959 hizo preguntarse a los dirigentes de Washington si no
sería sensato y prudente para EEUU empezar a cultivar y mostrarse simpático con uno o más grupos de la oposición española que pueden tomar el control de España después de Franco, con la perspectiva de tratar de proteger y mantener para entonces los intereses de EEUU en España (en especial las bases aéreas).
Los servicios norteamericanos se creaban con ello un embarras du choix, tantos eran los grupos que se les ofrecían en términos equivalentes a los expresados por Dionisio Ridruejo, «Gran Bretaña y Francia, cuando eran grandes y poderosas, hicieron sentir su influencia en España muy decisivamente, a diferencia de la Embajada de EEUU, que está “pasiva”». Pero el embajador Lodge, en coherencia con las directrices de Washington desde 1939, consideraba que, dado que Franco sería previsiblemente sucedido por una monarquía y «un gobierno conservador protegido por el Ejército […], no sería de provecho para EEUU ahora tratar de “cultivar” a ningún grupo opositor […] sino en la medida que ello sea aceptable para el régimen de Franco». Con todo, la onda expansiva del efecto-demostración de la revolución social y nacional de Fidel Castro estimuló a que los estrategos del Ejército de EEUU miraran más lejos y alto y, aquel mismo 1959, elaboraron planes para el mundo hispánico cuyos efectos se prolongarían durante el resto del siglo:
En la planificación de nuestras relaciones futuras con España se debe considerar el liderazgo que sucederá a Franco. Dado que es un área estratégica vital para EEUU, es necesario que España continúe orientada hacia el Oeste […]. Franco tiene 67 años. Para cuando deje de mandar deben sucederle de inmediato líderes fuertemente orientados hacia el Oeste […]. Antes de que Franco deje de mandar deben hacerse preparativos para asegurar que España continúa bajo un gobierno fuertemente prooccidental. Deben ser desarrollados y formulados planes y políticas que guíen a las agencias gubernamentales [de EEUU] a enfrentar en el futuro ese problema evidente […]. En la próxima reunión del grupo de trabajo del OCB [Operations Coordination Boarding] sobre España debe considerarse incorporar este problema en el plan para España y recomendar al NSC la orientación de política a seguir.
Algunos ofrecimientos a colaborar en estos planes llegaron espontáneamente a los servicios de EEUU. Como el de Carlos Zayas Mariátegui desde la Agrupación Socialista Universitaria –ASU– y los «socialistas del interior» (en disidencia con la fracción del PSOE asentada en Toulouse, Francia), quien aparece informando asiduamente a la Embajada sobre personas de sensibilidad socialista susceptibles de sumarse a combatir al Partido Comunista si recibieran los apoyos materiales que buscaban. Zayas señalaba, entre otros, a Joan Reventós Carner en Barcelona, a José Federico de Carvajal y Mariano Rubio Jiménez en Madrid, al tiempo que desvelaba como principal agente del Partido Comunista en Madrid a
Federico, de hablar suave y muy eficiente, pero con una mirada fría que penetra y hiela a quienes con él se reúnen […]. Zayas dice que él no es el único «socialista del interior» que tiene un sano temor a Federico. Por la manera como hablaba daba la impresión de que a Zayas le gustaría entregarlo a la policía española si se le presentara la oportunidad. Pero Federico parece ser demasiado astuto para que esto se dé.
El agente interlocutor de Zayas recomendaba a Washington que
parece posible persuadir al gobierno de Franco que sería buena cosa que socialistas españoles vieran a oficiales de la Embajada norteamericana, para que perciban que pueden esperar ser oídos por éstos al menos con igual simpatía que ellos piensan hallar sólo en el Labor Party británico (en especial si sólo va a ser en el ala izquierda de este partido) y en los socialistas de Nenni. En todo caso, la cuestión de si EEUU puede con provecho suministrar alguna información o no a socialistas españoles está ahora siendo explorada por varias secciones de la Embajada, en particular por la Sección Política, CAS, USIS y el agregado laboral, y apreciaríamos conocer también la opinión al respecto del Departamento de Estado.
Franco no pudo sino aceptar un proyecto al que no podía negarse y que, además, era beneficioso para su propia persona y no sólo para EEUU. No podía decir no porque era parte de los planes ya diseñados en el Pentágono para el futuro de España, era ventajoso para el Dictador porque presuponía que hasta después de su muerte continuaría desplazado el relevo en los equipos dirigentes locales; lo era también para EEUU porque les daba tiempo para cooptar con calma a las personas, formarlas y ponerlas a prueba antes de que asumieran funciones importantes…”
(continuará)
[Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos”]
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"...no sería de provecho para EEUU ahora tratar de “cultivar” a ningún grupo opositor […] sino en la medida que ello sea aceptable para el régimen..."
ResponderEliminarY de tal "cultivo", tal ristra de "psocialistos" aupados a la presidencia de la FRANCOCRACIA, invicta y firmemente asentada en esta turística y colonial provincia del imperio. Tan firmemente asentada, digo, que incluso algunos supuestos opositores tildan de "nostálgicos" a cuantos de verdad lo son. A medida que se estrecha el conocimiento de nuestra historia, se ensanchan las tragaderas y las ruedas de molino con las que se falsifica y sustituye.
Salud y comunismo
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Esos supuestos opositores, en realidad listillos posmodernos –lo mismo da si se autoproclaman comunistas, socialistas, libertarios, anarquistas o trotskistas transloquesea…– que afirman que las certezas –de la naturaleza que sean– no existen y que todo son interesados ‘constructos’ ideológicos, en realidad son primos hermanos de los que proclaman que no hay verdad, ni existe historia, ni…. Son discípulos del peor Nietzsche, del más reaccionario nihilismo, Del filo-nazi Heidegger y de la ignorante brutalidad que siempre se hermana con la estúpida superstición y el ciego irracionalismo. Con el disfraz de izquierda venerable o radical según los casos, se les conoce porque abusan en sus textos, comentarios, artículos o tochos pretendidamente sesudos, de ese confuso y dudoso léxico posmodernista, dudoso en el mejor de los casos y en el peor sentido, –tan en boga por estos pagos hasta hace bien poco– que leído con calma, no resiste el menor análisis, digo más allá del ‘impactante’ estuche que camuflan sus indigentes pensamientos, siempre planos, sin rugosidades ni recovecos, ostensiblemente baldíos. Nunca sus enunciados se correspondan con los hechos. ¿Qué nos quieren decir cuando nos tachan de nostálgicos? Ni ellos lo saben, repiten como loros la propaganda que les inculcan.
ResponderEliminarSalud y comunismo
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