miércoles, 20 de abril de 2022

 

 

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Francisco Espinosa Maestre. “La justicia de Queipo”.

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Sevilla

 

(…)

 

LA GUERRA DE MANUEL DÍAZ CRIADO

 

En capítulos anteriores hemos asistido al irresistible ascenso de Manuel Díaz Criado desde su turbia intervención en la aplicación de la «ley de fugas» en el Parque de María Luisa en julio de 1931 hasta su flamante presencia como delegado gubernativo designado por Queipo exactamente cinco años después. Su hoja de servicios nos informa que en abril de 1931, al contrario que tantos otros, firmó la solemne promesa de adhesión a la República. Los sucesos de julio de ese año no dejaron mancha alguna en su hoja, pero sin embargo, desde entonces y hasta mediados de 1934 se mantuvo alejado de Sevilla, a donde volvió en junio de este año para desempeñar una comisión de servicio urgente y reservada. Luego pasa a diferentes sitios hasta que el 26 de abril de 1936 es detenido por orden del Director General de Seguridad por haber participado el 14 de abril en el intento de asesinato de Manuel Azaña y otras autoridades republicanas, ingresando en el Cuartel de la Montaña y en la Prisión de Guadalajara. El 5 de mayo fue procesado por el Juzgado n.º 6 de Madrid, pasando a situación de disponible gubernativo en la II División. Aunque el delito juzgado había sido cometido en el mes de abril, el 19 de junio Díaz Criado recibe los beneficios de la Amnistía decretada el 21 de febrero por los vencedores de la elecciones generales celebradas cinco días antes.

 

Una vez libre y en situación de disponible voluntario, volvió sobre sus pasos, integrándose de inmediato en el más alto nivel de la conspiración. Según su Hoja de Servicios, el 18 de julio «forma parte del grupo de oficiales que detuvieron al entonces General Jefe de la 2.ª División Orgánica Don José Fernández de Villa-Abrille». Este hecho fue siempre ocultado para no socavar la leyenda montada por Cuesta Monereo en torno a Queipo. El mismo 25 de julio, una vez sofocada la resistencia en los barrios sevillanos y en plena operación de busca y captura de miles de izquierdistas, Díaz Criado es elegido por Queipo como delegado suyo en el Cuerpo de Investigación y Vigilancia, cargo de carácter represivo cuya denominación será Delegado Militar Gubernativo para Andalucía y Extremadura.

 

Entre esos días y el 12 de noviembre de 1936 Manuel Díaz Criado fue el alter ego de Queipo, su mano derecha, dueño y señor de vidas ajenas, y faz visible del golpe militar en Sevilla. ¿Qué pasó con Díaz Criado para que a partir de entonces desapareciese de la vida pública sevillana y que su importantísima contribución a la gran tarea fuese pasto del olvido? Corrieron rumores diversos, todos relacionados con errores represivos irremediables que llevaron a Franco a destituirle y a enviarle al frente. Poco después, en abril de 1937, fue ascendido a comandante y destinado finalmente al Ejército del Sur. De ahí que se encontrara en los frentes andaluces a comienzos de 1938, cuando tuvo lugar la historia que se va a contar.

 

De todos modos, y antes de empezar con la negra historia que nos ocupa, creo que puede ser interesante contar la verdadera razón de la destitución de Manuel Díaz Criado. El día 9 de noviembre de 1936 el general Queipo de Llano comunicó al Cónsul portugués en Sevilla Antonio de Cértima que existían serias sospechas de espionaje sobre su Vicecónsul Alberto Magno Rodrigues. Cuando éste, informado por el Cónsul de lo que se le venía encima, se plantó ante Queipo con sus pruebas y exigió explicaciones y disculpas, el general, percibiendo la dimensión del error cometido, le aseguró que

 

a aquél a quien atribuía la responsabilidad de este lamentable incidente y de otros también gravísimos, que le estaban causando situaciones difíciles y delicadas, no tardaría en cesarlo en el desempeño de su cargo, y terminó por pedirme que nuevamente le visitara dentro de dos o tres días.

 

Cuando el día 12 de noviembre Rodrigues se presentó de nuevo ante Queipo, se encontró además en el despacho con Nicolás Franco Bahamonde en funciones de secretario de su hermano, ante el cual el general pidió disculpas al Vicencónsul: «me informa… de que había habido una lamentable confusión y me pidió disculpa de la liviandad con que este deplorable incidente había sido tratado por sus subordinados», escribió éste. Al día siguiente fue Cuesta Monereo, en representación del Estado Mayor, el que se sumó a las disculpas, asegurándole que podía entrar en el Aeródromo de Tablada, origen de todo el problema, cuantas veces deseara. Por supuesto se comunicó al Vicecónsul que el causante de todo el problema, el capitán Manuel Díaz Criado, designado siempre por Rodrigues como «jefe de la Policía Secreta», había sido cesado inmediatamente ese mismo día,

 

siendo voz corriente que en este momento se duda en aplicarle la máxima pena de las leyes de guerra o mandarlo a servir en el Tercio de la Legión Extranjera como castigo de los abusos que se dice ha cometido…

 

La presencia de Nicolás Franco, llegado a Sevilla expresamente desde Salamanca, pone en evidencia la dimensión de la metedura de pata del general Queipo y su Estado Mayor. Según parece, Alberto Magno Rodrigues realizaba ciertos servicios para Nicolás Franco, quien en Lisboa, como todo el mundo sabía, se hacía llamar Aurelio Fernández Aguilar. Las frecuentes visitas a Tablada desde el mes de agosto, en las que pudo contemplar libremente el material enviado por Alemania e Italia, y los constantes viajes de Rodrigues por el triángulo Sevilla-Lisboa-Gibraltar levantaron las sospechas de Díaz Criado, quien ignorante de que tras el asunto se encontraba el hermano de Franco creyó hallarse ante un peligroso espía. Queipo, su valedor, le creyó y sólo más tarde, incomprensiblemente, se enteró del motivo por el que Rodrigues visitaba con tanta frecuencia Tablada. Fue el propio Rodrigues quien para justificar la extraña historia ante el cónsul Cértima, ignorante de los servicios que prestaba a Nicolás Franco, le explicó que, como representante para España y Portugal de maquinaria apropiada para movimiento de tierras, consideró oportuno ceder gratuitamente todas las máquinas que poseía en diversas ciudades ocupadas para la preparación de los terrenos del aeródromo dado el movimiento de aviones existente.

 

Lo cierto es que fue esta historia la que le costó el puesto a Díaz Criado y colocó al general Queipo en el sitio que según algunos le correspondía, pues en definitiva no fue él sino el general Franco quien ordenó el cese inmediato de Díaz Criado ante el delicado conflicto provocado. Es la propia hoja de servicios de Díaz Criado la que expone que fue cesado el día 12 de noviembre y destinado el 24 a la Legión en Talavera de la Reina por orden de S. E. el Generalísimo de los Ejércitos Nacionales. El caso es que el día 9 de diciembre se encontraba en la Casa de Campo con la V Bandera. Conviene recordar que en esos días de noviembre tuvo lugar el gran fracaso franquista en el intento de ocupar Madrid y el vuelco definitivo de alemanes e italianos en mantener la frustrada ofensiva fascista. Es probable, pues, que los servicios que Rodrigues prestaba a Franco estuviesen relacionados con la delicada situación por la que atravesaban los sublevados. Y fue en esta tupida red donde Díaz Criado creyó ver al enemigo. Sin embargo, y como pasaría con otros grandes represores, su caída fue presentada como una rectificación, como un reconocimiento indirecto de los excesos represivos, cómodamente personalizados en un solo individuo. El Vicecónsul portugués Rodrigues, como otros muchos, creyó el rumor sobre el castigo recibido por Díaz Criado, ignorando que no sólo siguió en el Ejército sino que ascendió hasta el grado de teniente coronel. Fueron otros, sin embargo, los que, como veremos a continuación, sufrieron las consecuencias. Todo empezó por una denuncia:

 

Regimiento de Infantería Pavía N.º 7 8.º Batallón de Ametralladoras

A. V. da parte el Capitán que manda la expresada, de que el Teniente Capellán de este Batallón, me da cuenta de un triste caso ocurrido en el pasado mes de Febrero, que por lo insólito y cruel revela un abandono total en la asistencia médica, exigiendo una sanción inmediata para aquellos individuos responsables de tal ignominia.

 

El hecho tan lamentable es el siguiente: El día 18 de febrero ingresó en la prevención el soldado de la 2.ª Compañía José Moncayo López, el cual padecía una lesión en la pierna. Este individuo siguió arrestado no obstante encontrarse enfermo, agravándose por días sin recibir un mal colchón y lleno de miseria, llegando en su sufrimiento hasta a intentar suicidarse y suplicar le pegasen un tiro. En esta situación fue visto por el médico el día 22, quien ordenó pasase al Hospital, ya en estado preagónico, certificando que padecía una neumonía, falleciendo el citado individuo en la madrugada de ese mismo día, abandonado y sin recibir asistencia espiritual ni facultativa. El cadáver fue enterrado en la noche del día siguiente sin que asistiese al entierro ninguna representación oficial de su Compañía.

 

Este caso, tan vergonzoso y deplorable, comprobado por otros conductos y que el Capitán que suscribe lamenta no haberse enterado a su debido tiempo, es ya del rumor público, y exige una recta y rápida justicia para el buen nombre y prestigio de la Oficialidad de este batallón. Por todo lo cual, tengo el sentimiento de ponerle en su superior conocimiento, para los fines procedentes.

 

Lopera 20 de abril de 1938. II Año Triunfal.

El Capitán, Manuel González Cidrón

SR. COMANDANTE JEFE DE ESTE

BATALLÓN.-PLAZA

 

 

Seis días después del escrito, y pasado el trago de ratificarse ante el comandante Manuel Díaz Criado y otros jefes, ya estaban a cargo de la instrucción el teniente coronel Luis Pastor Coll y el brigada Daniel Caballero Bravo. Ese mismo día 26 el capitán González Cidrón se ratificó en su escrito, recordando que fue el día ocho de abril, coincidiendo con la partida del comandante Díaz Criado por permiso, cuando el capellán José Delgado Sánchez le contó lo ocurrido en presencia del capitán Romualdo Carretero Luque, que ejercía de Jefe del Batallón, y del médico Eduardo García Martínez. Impresionado, González Cidrón redactó un parte después de consultar la actitud a seguir con el capitán Carretero, quien preocupado por las consecuencias que pudieran venir se inhibió y le aconsejó que esperara la vuelta del comandante. Para redactar la nota habló con los cabos Manuel Peñaranda Aguilera y Juan Corral González, y con el soldado Juan de Pablo Maravilla, testigos de los hechos. Añadió el capitán que cuando un día estaba en el comedor el teniente Rafael Pinto Niño le dijo al médico que él no hubiera permitido que no asistiera a un soldado de su Compañía, a lo que el médico respondió «que qué quería que hiciera, cuando le habían dicho que se muriera». Todos sabían también que Díaz Criado había amenazado al soldado con darle «dos tiros por rojo y sinvergüenza». González Cidrón mencionó a varios compañeros que sabían detalles del asunto.

 

Declaró después Díaz Criado, quien a su regreso del permiso el día 21 de abril, al revisar la correspondencia, se encontró con el escrito del capitán. Afirmó que el soldado fallecido resultaba sospechoso y negó cualquier posibilidad de veto a las indicaciones del médico. El testimonio del cabo Peñaranda acerca del estado en que ingresó el soldado lo desechó arguyendo su ignorancia en medicina. Al capellán, con el que reconoció que apenas podía verse, lo definió como el instigador de todo el asunto. El médico, que negó casi todo lo dicho por González Cidrón, intentó salir indemne del interrogatorio, aunque hubo de reconocer que el estado del soldado era tal que horas antes de que muriera intentó suicidarse y hubo que atarlo a la cama e inyectarle aceite alcanforado y morfina, tras lo cual entró en un sueño del que ya no despertó. El testimonio del alférez Manuel Villegas González reforzó la denuncia del capitán y atestiguó la charla entre el teniente Pinto y el médico. El sargento Joaquín López Rodríguez y el cabo Miguel Martín Cortés recordaron un encuentro en Córdoba con el capellán en que éste reconoció abiertamente el miedo que tenía a Díaz Criado, además de comentarles la muerte del soldado y la actitud del comandante.

 

El capellán Delgado Sánchez, al que el temor a Díaz Criado hizo retirar todo lo dicho y que para entonces se encontraba en el Hospital Santa Elisa, de Villaharta, prestó declaración en Porcuna el 29 de abril. Pese a todo, confirmó todos los puntos del escrito del capitán Cidrón. El cabo Manuel Peñaranda Aguilera, encargado del pelotón de castigo en el que estuvo el soldado Moncayo, recordó que las misiones de dicho pelotón eran tareas de limpieza, obras de fortificación y trabajos diversos. Aquejado de una sospechosa falta de memoria, sólo apuntó que en el encuentro con el médico, con el Jefe interino y con el capitán, éste llegó a decirle que «no era Español ni falangista»; de paso negó haber contado algo sobre el abandono en que se dejó al soldado, aunque sí recordó que su ropa estaba cuajada de piojos y que si no asistió nadie al entierro fue porque el día 23 en que tuvo lugar hubo cañoneo enemigo.

 

El día 30 de abril de 1938 el Instructor Luis Pastor Coll entregó su informe. En él acusaba de irresponsable al capitán Manuel González Cidrón y, en consonancia con la teoría de Díaz Criado, responsabilizaba al cura de mover todo el asunto. Hasta ahí llegaban todas las responsabilidades para el Instructor. Pero algo no debió ir bien cuando dos semanas después fue nombrado nuevo Instructor Eleuterio Sánchez Rubio Dávila, Comandante Jefe del 9.º Batallón del Regimiento de Infantería Pavía y al que ya vimos antes en el Ayuntamiento de Sevilla cuando Sanjurjo lo nombró alcalde de la ciudad en agosto de 1932. La ronda de declaraciones se inició nuevamente. El capitán González Cidrón, pese a la actitud huidiza del capellán y del capitán Carretero, se reafirmó punto por punto en su escrito, enumerando con nombres y apellidos a todos los que tuvieron que ver con el asunto. El cabo Manuel Peñaranda Aguilera, encargado del pelotón de castigo en las semanas previas a la muerte de José Moncayo, describió la vida del pelotón, los trabajos pesados de cada día y los tiempos muertos en que cuando nada había que hacer se abrían agujeros o zanjas para luego volverlos a tapar; el cabo, además, «tenía orden expresa de pegarle tres tiros al que se resistiera al trabajo y el Comandante le preguntó en alguna ocasión si les pegaba mucho a los castigados, ya que ésa era la orden por él dada». Uno de los castigos favoritos de Díaz Criado era colocar a la espalda del soldado elegido un saco cargado de veinticinco kilos de piedras y hacerlo trabajar; los cabos esperaban que se fuese Díaz Criado para aliviarle el castigo. También el cabo Peñaranda vio la ropa del soldado, «llena de miseria», antes del entierro. Y de nuevo salió la amenaza directa del comandante Manuel Díaz Criado al soldado, produciendo pánico y decaimiento y conduciéndolo a la soledad, al suicidio y a la muerte. Añadió finalmente Manuel Peñaranda que tras los hechos pasó de forma voluntaria a otro Batallón, siendo reclamado por Díaz Criado y arrestado:

 

El declarante cree que se le ha traído a este batallón, así como al cabo Corral, para impedir que declare cuanto sabe sobre la muerte del soldado Moncayo. Que dos veces fue el camión a buscarlo a Bujalance, que era donde radicaba el doce Batallón, con orden de traerle a toda costa, ya fuera vivo o muerto, que a más le ha quitado los galones de cabo poniéndolo de sirviente de mortero… Que le extraña el hecho de no recibir correspondencia de sus familiares ni de nadie, que dos que recibió en los primeros días venían abiertas a pesar de la censura previa de Málaga y que una conferencia telefónica que le puso su madre por carencia de noticias no pudo celebrarla por interferencia del teléfono.

 

Que a pesar de haber cursado cuatro años en la Escuela Industrial y ser bachiller, a más de falangista del año mil novecientos treinta y cuatro, y con diecisiete meses de servicio y diez de frente, no ha podido conseguir que se le curse solicitud para los cursos de alférez o sargento…

 

En esta ocasión el alférez médico Eduardo García Martínez afirmó que cuando pidió al comandante que se trasladara al soldado a Bujalance se le respondió en dos ocasiones «que se muriera en el pelotón de castigo». Díaz Criado les obligó a él y al capellán a entregarles declaraciones escritas que negaban lo expuesto por el capitán Cidrón. También recordó el médico la comida en que varios oficiales criticaron duramente la actitud de Díaz Criado y el teniente Pinto aseguró que de haber ocurrido en su Compañía otra hubiera sido la respuesta. Introdujo otro elemento: el Libro de Reconocimientos en que constaba que el soldado debía pasar al Hospital de Bujalance había desaparecido. El cabo Juan Corral González, otro de los encargados del pelotón de castigo, amplió la declaración de Peñaranda sobre las órdenes que recibían del comandante, quien constantemente les recordaba que había que ser duros con los castigados, pues si estaban allí «era por ser desafectos al Movimiento». Fue Corral quien comunicó a Díaz Criado la orden del médico de trasladar al soldado al hospital y quien escuchó «que de ninguna forma se [iba a] trasladar al Hospital y que si estaba malo que se muriera». Añadió que sabía por los soldados que acompañaron a José Moncayo la última noche que «en su delirio constantemente decía que el Comandante le iba a pegar cuatro tiros». Juan Corral aprovechó el permiso de Díaz Criado para trasladarse a otro Batallón del que fue sacado en cuanto éste volvió:

 

Preguntado si tenía algo más que manifestar, dijo: que él no quería volver al Octavo Batallón. Que cuando se presentó el Comandante le dijo que viera que no le había costado ningún trabajo traerlo al batallón, y que el mismo [trabajo] le costaba quitar a uno de en medio, sin que esto lo tomase como amenaza, pues él no acostumbraba a amenazar sino luego de haber dado el palo; que se reuniera lo menos posible con Peñaranda…

 

El cabo Juan de Pablo Maravilla, un joven estudiante de medicina testigo del proceso que llevó a la muerte al soldado, y el soldado Francisco Fernández Carmona dijeron al Instructor que hubo necesidad de quemar la ropa del fallecido. Por su parte, el teniente Rafael Pinto Niño recordó una conversación sobre los hechos con el capitán Carretero, enfadado porque Díaz Criado le había hecho gastar quince duros para trasladarse a Lopera, de modo que «mientras se utilizaba el coche oficial para llevar prostitutas a Sevilla, a los oficiales no se les tenía ninguna consideración». Pinto confirmó que el escrito lo entregó Cidrón y no Carretero por el miedo que éste tenía al comandante, siendo este último precisamente quien el día en que volvió Díaz Criado le dijo: «Acaba de estallar la bomba». Después de otras muchas declaraciones, todas contrarias al comandante Díaz Criado, volvió éste a declarar a finales de junio. Además de negar todas las acusaciones, indicó al Instructor Sánchez Rubio que podía citar para careo a cuantos lo acusaban y se reafirmó en que todo se debía a una conspiración contra él iniciada el día en que marchó de permiso a Sevilla.

 

El informe del Juez Instructor, de julio de 1938, reconocía la situación anómala del soldado enfermo y la actitud cerril del comandante Díaz Criado, confirmando por entero el parte firmado por el capitán González Cidrón y declarando responsabilidades en el caso de Díaz Criado (abuso de autoridad), del capitán Carretero Luque (abandono de funciones), del capellán Delgado Sánchez (propalar bulos) y del médico García Martínez, aunque en este último caso, al ser soldado cuando ocurrieron los hechos, se tuvo en cuenta el miedo insuperable que tenía al comandante. Finalmente:

 

 

Resulta también de estas actuaciones que el Comandante Don Manuel Díaz Criado es Jefe que extrema el rigor en el mando y de dureza en el castigo a sus inferiores, que ha originado un ambiente de descontento y malestar tanto entre la Oficialidad como entre la tropa del Batallón a su mando, que de manera latente se refleja en estas precedentes actuaciones.

 

El auto de procesamiento se dictó el día 29 de agosto. En consideración al rango militar de Manuel Díaz Criado, único de los mencionados por el Juez Instructor que aparece en el auto, no se le detuvo. En ese momento, y basándose en que el 8.º Batallón ya no se encontraba en Lopera, el Estado Mayor de la División 31 ordenó que se le remitiesen las diligencias practicadas, «todo ello para designación de nuevo Juez en el lugar más apropiado para la mejor tramitación de la causa referida». Curiosamente este Juez resultó ser el anterior, Luis Pastor Coll.

 

Parecía que todo seguiría su curso cuando el 5 de octubre el teniente coronel Luis Pastor Coll decidió interrogar de nuevo al capitán Manuel González Cidrón. Éste se ratificó en lo ya dicho, pero declaró «que no tiene que hacer cargo alguno contra el Comandante del Batallón y todo lo que relata y sabe es por referencia como ya tiene manifestado, añadiendo que si él formuló el parte fue porque el Capitán Carretero, Jefe accidental del Batallón y Capitán de la Compañía del individuo fallecido, no quiso darlo, ignorando los motivos, pues únicamente dijo que no quería darlo». Dos días después fue el capitán Romualdo Carretero Luque quien, en la misma línea que el anterior, declaraba «que no tiene motivo para hacer cargo alguno contra el Comandante Señor Díaz Criado y todo lo que sabe referente a la muerte del soldado de su Compañía Moncayo lo sabe por las referencias que le ha dado el Capitán Cidrón que a su vez se lo dijo el Capellán, sin que tenga ninguna noticia oficial por conducto de nadie de que dicho soldado muriera en forma anormal y menos como consecuencia de determinaciones tomadas por el Comandante Señor Díaz Criado». De paso tuvo que retirar lo dicho sobre las prostitutas y el coche del comandante en el sentido de que no eran prostitutas, sino que pertenecían a un servicio de información ideado por el comandante consistente en atender cantinas desde las que se controlaba a civiles y militares «para contrarrestar el servicio de espionaje y realizar una labor de limpieza caso de que existiesen elementos rojos en la Plaza». El mismo día declaró el soldado Manuel Peñaranda Aguilera para añadir que «ignora las circunstancias que concurrieron en la muerte del soldado Moncayo, pues todo lo que sabe es de rumor entre el personal del Batallón». El cabo Juan Corral González vino a decir que fue el propio soldado Moncayo el que se había negado a tomar alimentos, nueva teoría ésta que motivó que alguien anotara al margen: «Esto es distinto de lo declarado al folio 26 vto». Corral concluyó:

 

Que en dicho pelotón no se maltrataba y todos comían la comida general sin distinción alguna para los arrestados y que este pelotón estaba dedicado a la limpieza general, y que los sábados se bañaban y se mudaban la ropa y diariamente hacían su aseo personal si bien Moncayo al tener miseria era precisamente por abandonarse sin duda debido a su enfermedad.

 

 

 

El cabo Juan de Pablo Maravilla fue aún más allá al declarar que si el médico envió al soldado Moncayo al Hospital «no fue porque lo viera grave sino porque no tenía medios de tratarlo en Lopera» y que una vez que se agravó se le prestó total atención. La rueda de declaraciones, como no podía ser de otra forma, fue cerrada por el capellán José Delgado Sánchez, que en esta ocasión fue precisamente el único que mantuvo en su totalidad la declaración anterior, tanto en lo referente a la actitud del comandante Manuel Díaz Criado, como al lamentable estado al que se llevó al soldado José Moncayo López.

 

En consonancia con lo anterior, el informe del nuevo Juez Instructor, nada menos que el teniente coronel Eduardo Álvarez Rementería Martínez, falangista y uno de los principales organizadores de la sublevación en Sevilla, mantenía que los hechos fueron denunciados sin comprobar y «agregando frases insidiosas sin duda impresionado [González Cidrón] por las manifestaciones del ya citado Capellán Don José Delgado, que da el parte sin ser Jefe del BON, ni el soldado José Moncayo pertenecía a su Compañía». El mismo Álvarez Rementería consideró oportuno comentar los llamativos cambios de orientación sufridos por la instrucción y la validez de los resultados finales, en donde quedaba de manifiesto

 

que el Comandante Díaz Criado es un Jefe Militar de gran espíritu, amante de la disciplina, que trata a sus subordinados con afabilidad pero con energía, cualidades muy dignas de tener en cuenta en Campaña. Considerando que la muerte del soldado Moncayo ha sido muerte natural, siendo asistido convenientemente y sin responsabilidad para nadie, elevo a V. E. lo actuado para la resolución que proceda.

 

El sumario fue enviado a la autoridad militar el 10 de enero de 1939 desde El Carpió. Controlado convenientemente todo el proceso la causa 1196/38 fue sobreseída. Aun siendo evidente el sentido con que unos y otros impulsaron la instrucción —¿qué sería de los capitanes, tenientes, cabos y soldados involucrados en la «conspiración»?—, sólo podemos intuir las presiones internas y los bruscos cambios a que condujeron los diversos intereses en juego. No cabe duda de que Manuel Díaz Criado conocía a los tres instructores, con los que hubo de cruzarse tanto en los años republicanos como en su etapa de Delegado de Orden Público de Queipo, y tampoco hay que olvidar que si Álvarez Rementería era falangista, Eleuterio Sánchez Rubio procedía, como el mismo Díaz Criado, del campo monárquico. Aunque es probable que desde dicho sector no se viese con buenos ojos a un personaje cuya sola mención producía silencios embarazosos y miradas esquivas. A estas alturas de la guerra, el «Capitán Díaz Criado», el hombre en quien delegaron las tareas sucias la burguesía reaccionaria sevillana y los sectores militares golpistas, había desaparecido de la historia local. Por suerte, dado su cese fulminante y su precipitada salida hacia el frente, nadie osó dedicarle una calle. Algunos, sin embargo, especialmente los más encumbrados, tuvieron que seguir viéndolo de por vida en muchas de las fotografías de actos y celebraciones posteriores al 18 julio de 1936, situaciones en las que a Díaz Criado siempre le gustó posar aunque fuera en segunda fila.

 

Salvo excepciones su vida girará ya en torno a Jaén, interviniendo, por ejemplo, en traslados de presos desde los pueblos a la capital y en su guarnición y custodia. A partir de marzo de 1940 se hizo cargo de la Comandancia Militar de Andújar. Prueba de que aunque no lo quisieran tener cerca no lo olvidaban, fue su designación para la Jefatura de la Academia de Instrucción y el ascenso a teniente coronel en el primer semestre de 1943, a lo que se añadió en el mes de agosto la concesión de la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. Murió en Sevilla el 7 de julio de 1947 a los cuarenta y nueve años de edad.”

 

 

 

[Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La justicia de Queipo”]

 

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