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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”
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CAPÍTULO SEGUNDO. LA METAFÍSICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
(…)
Séptima y última observación
Los economistas proceden de singular manera. Para ellos no hay más que dos clases de instituciones: unas artificiales y otras naturales. Las instituciones del feudalismo son artificiales y las de la burguesía son naturales. Aquí los economistas se parecen a los teólogos, que a su vez establecen dos clases de religiones. Toda religión extraña es pura invención humana, mientras que su propia religión es una emanación de Dios. Al decir que las actuales relaciones —las de la producción burguesa— son naturales, los economistas dan a entender que se trata precisamente de unas relaciones bajo las cuales se crea la riqueza y se desarrollan las fuerzas productivas de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Por consiguiente, estas relaciones son en sí leyes naturales, independientes de la influencia del tiempo. Son leyes eternas que deben regir siempre la sociedad. De modo que hasta ahora ha habido historia, pero ahora ya no la hay. Ha habido historia porque ha habido instituciones feudales y porque en estas instituciones feudales nos encontramos con unas relaciones de producción completamente diferentes de las relaciones de producción de la sociedad burguesa, que los economistas quieren hacer pasar por naturales y, por tanto, eternas.
El feudalismo también tenía su proletariado: los siervos, estamento que encerraba todos los gérmenes de la burguesía. La producción feudal también tenía dos elementos antagónicos, que se designan igualmente con el nombre de lado bueno y lado malo del feudalismo, sin tener en cuenta que, en definitiva, el lado malo prevalece siempre sobre el lado bueno. Es cabalmente el lado malo el que, dando origen a la lucha, produce el movimiento que crea la historia. Si, en la época de la dominación del feudalismo, los economistas, entusiasmados por las virtudes caballerescas, por la buena armonía entre los derechos y los deberes, por la vida patriarcal de las ciudades, por el estado de prosperidad de la industria doméstica en el campo, por el desarrollo de la industria organizada en corporaciones, cofradías y gremios, en una palabra, por todo lo que constituye el lado bueno del feudalismo, se hubiesen propuesto la tarea de eliminar todo lo que ensombrecía este cuadro —la servidumbre, los privilegios y la anarquía— ¿cuál habría sido el resultado? Se habrían destruido todos los elementos que desencadenan la lucha y matado en germen el desarrollo de la burguesía. Los economistas se habrían propuesto la empresa absurda de borrar la historia.
Cuando la burguesía se impuso, la cuestión ya no residía en el lado bueno ni en el lado malo del feudalismo. La burguesía entró en posesión de las fuerzas productivas que habían sido desarrolladas por ella bajo el feudalismo. Fueron destruidas todas las viejas formas económicas, las relaciones civiles congruentes con ellas y el régimen político que era la expresión oficial de la antigua sociedad civil.
Así, pues, para formarse un juicio exacto de la producción feudal, es menester enfocarla como un modo de producción basado en el antagonismo. Es menester investigar cómo se producía la riqueza en el seno de este antagonismo, cómo se iban desarrollando las fuerzas productivas al mismo tiempo que el antagonismo de clases, cómo una de estas clases, el lado malo y negativo de la sociedad, fue creciendo incesantemente hasta que llegaron a su madurez las condiciones materiales para su emancipación. ¿Acaso esto no significa que el modo de producción, las relaciones en las que las fuerzas productivas se desarrollan, no son en modo alguno leyes eternas, sino que corresponden a un nivel determinado de desarrollo de los hombres y de sus fuerzas productivas, y que todo cambio operado en las fuerzas productivas de los hombres implica necesariamente un cambio en sus relaciones de producción? Como lo que importa ante todo es no verse privado de los frutos de la civilización, de las fuerzas productivas adquiridas, hace falta romper las formas tradicionales en las que dichas fuerzas se han producido. Desde ese instante, la clase antes revolucionaria se vuelve conservadora.
La burguesía comienza con un proletariado que es, a su vez, un resto del proletariado de los tiempos feudales. En el curso de su desenvolvimiento histórico, la burguesía desarrolla necesariamente su carácter antagónico, que al principio se encuentra más o menos encubierto, que no existe sino en estado latente. A medida que se desarrolla la burguesía, va desarrollándose en su seno un nuevo proletariado, un proletariado moderno: se desarrolla una lucha entre la clase proletaria y la clase burguesa, lucha que, antes de que ambas partes la sientan, la perciban, la aprecien, la comprendan, la reconozcan y la proclamen por lo alto, no se manifiesta en los primeros momentos sino en conflictos parciales y fugaces, en hechos subversivos. Por otra parte, si todos los miembros de la burguesía moderna tienen un mismo interés por cuanto forman una sola clase frente a otra clase, tienen intereses opuestos y antagónicos por cuanto se contraponen los unos a los otros. Esta oposición de intereses surge de las condiciones económicas de su vida burguesa. Por lo tanto, cada día es más evidente que las relaciones de producción en que la burguesía se desenvuelve no tienen un carácter único y simple sino un doble carácter; que dentro de las mismas relaciones en que se produce la riqueza, se produce igualmente la miseria; que dentro de las mismas relaciones en que se opera el desarrollo de las fuerzas productivas, existe asimismo una fuerza que produce represión; que estas relaciones sólo crean la riqueza burguesa, es decir, la riqueza de la clase burguesa, destruyendo continuamente la riqueza de los miembros integrantes de esta clase y formando un proletariado que crece sin cesar.
Cuanto más se pone de manifiesto este carácter antagónico, tanto más entran en desacuerdo con su propia teoría los economistas, los representantes científicos de la producción burguesa, y se forman diferentes escuelas.
Existen los economistas fatalistas, que en su teoría son tan indiferentes a lo que ellos denominan inconvenientes de la producción burguesa como los burgueses mismos lo son en la práctica, ante los sufrimientos de los proletarios que les ayudan a adquirir riquezas. Esta escuela fatalista tiene sus clásicos y sus románticos. Los clásicos, como Adam Smith y Ricardo, son representantes de una burguesía que, luchando todavía contra los restos de la sociedad feudal, sólo pretende depurar de manchas feudales las relaciones económicas, aumentar las fuerzas productivas y dar un nuevo impulso a la industria y al comercio. A su juicio, los sufrimientos del proletariado que participa en esa lucha, absorbido por esa actividad febril, sólo son pasajeros, accidentales, y el proletariado mismo los considera como tales. Los economistas como Adam Smith y Ricardo, que son los historiadores de esa época, no tienen otra misión que mostrar cómo se adquiere la riqueza en el marco de las relaciones de la producción burguesa, formular estas relaciones en categorías y leyes y demostrar que estas leyes y categorías son, para la producción de riquezas, superiores a las leyes y a las categorías de la sociedad feudal. A sus ojos, la miseria no es más que el dolor que acompaña a todo alumbramiento, lo mismo en la naturaleza que en la industria.
Los románticos pertenecen a nuestra época, en la que la burguesía está en oposición directa con el proletariado, en la que la miseria se engendra en tan gran abundancia como la riqueza. Los economistas adoptan entonces la pose de fatalistas saciados que, desde lo alto de su posición, lanzan una mirada soberbia de desprecio sobre los hombres locomóviles que fabrican la riqueza. Copian todos los razonamientos de sus predecesores, pero la indiferencia, que en estos últimos era ingenuidad, en ellos es coquetería.
Luego sigue la escuela humanitaria, que toma a pecho el lado malo de las relaciones de producción actuales. Para su tranquilidad de conciencia, se esfuerza en paliar todo lo posible los contrastes reales; deplora sinceramente las penalidades del proletariado y la desenfrenada competencia entre los mismos burgueses; aconseja a los obreros que sean sobrios, trabajen bien y tengan pocos hijos; recomienda a los burgueses que moderen su ardor en la producción. Toda la teoría de esta escuela se basa en distinciones interminables entre la teoría y la práctica, entre los principios y sus resultados, entre la idea y su aplicación, entre el contenido y la forma, entre la esencia y la realidad, entre el derecho y el hecho, entre el lado bueno y el malo.
La escuela filantrópica es la escuela humanitaria perfeccionada. Niega la necesidad del antagonismo; quiere convertir a todos los hombres en burgueses; quiere realizar la teoría en tanto que se distinga de la práctica y no contenga antagonismo. Ni qué decir tiene que en la teoría es fácil hacer abstracción de las contradicciones que se encuentran a cada paso en la realidad. Esta teoría equivaldría entonces a la realidad idealizada. Por consiguiente, los filántropos quieren conservar las categorías que expresan las relaciones burguesas, pero sin el antagonismo que es su esencia y que les es inseparable. Creen que combaten firmemente la práctica burguesa, pero son más burgueses que nadie.
Así como los economistas son los representantes científicos de la clase burguesa, así los socialistas y los comunistas son los teóricos de la clase proletaria. Mientras el proletariado no esté aún lo suficientemente desarrollado para constituirse como clase; mientras, por consiguiente, la lucha misma del proletariado contra la burguesía no revista todavía carácter político, y mientras las fuerzas productivas no se hayan desarrollado en el seno de la propia burguesía hasta el grado de dejar entrever las condiciones materiales necesarias para la emancipación del proletariado y para la edificación de una sociedad nueva, estos teóricos son sólo utopistas que, para mitigar las penurias de las clases oprimidas, improvisan sistemas y se entregan a la búsqueda de una ciencia regeneradora. Pero a medida que la historia avanza, y con ella empieza a destacarse con trazos cada vez más claros la lucha del proletariado, aquéllos no tienen ya necesidad de buscar la ciencia en sus cabezas: les basta con darse cuenta de lo que se desarrolla ante sus ojos y convertirse en portavoces de esa realidad. Mientras se limitan a buscar la ciencia y a construir sistemas, mientras se encuentran en los umbrales de la lucha, no ven en la miseria más que la miseria, sin advertir su aspecto revolucionario, subversivo, que terminará por derrocar a la vieja sociedad. Una vez advertido este aspecto, la ciencia, producto del movimiento histórico en el que participa ya con pleno conocimiento de causa, deja de ser doctrinaria para convertirse en revolucionaria.
Volvamos a Proudhon.
Toda relación económica tiene su lado bueno y su lado malo: éste es el único punto en que Proudhon no se desmiente. En su opinión, el lado bueno lo exponen los economistas y el lado malo lo denuncian los socialistas. De los economistas toma la necesidad de unas relaciones eternas, y de los socialistas esa ilusión que no les permite ver en la miseria nada más que la miseria. Está de acuerdo con unos y con otros, tratando de apoyarse en la autoridad de la ciencia.
En él la ciencia se reduce a las magras proporciones de una fórmula científica; es un hombre a la caza de fórmulas. De este modo, Proudhon se jacta de ofrecernos a la vez una crítica de la economía política y del comunismo, cuando en realidad se queda muy por debajo de una y de otro. De los economistas, porque considerándose, como filósofo, en posesión de una fórmula mágica, se cree relevado de la obligación de entrar en detalles puramente económicos; de los socialistas, porque carece de la perspicacia y del valor necesarios para alzarse, aunque sólo sea en el terreno de la especulación, por encima de los horizontes de la burguesía.
Pretende ser la síntesis y no es más que un error compuesto.
Pretende flotar sobre burgueses y proletario: a la manera de un hombre de ciencia, y no es más que un pequeñoburgués que oscila constantemente entre el capital y el trabajo, entre la economía política y el comunismo…”
(continuará)
[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]
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"...es un hombre a la caza de fórmulas". Herencia que podemos constatar hoy en la mayoría de sus seguidores o afines.
ResponderEliminar"Pretende ser la síntesis y no es más que un error compuesto". Una breve sentencia, pero de amplio alcance.
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Loam, pienso que este comentario que haces es un claro ejemplo de tu envidiable talento para espigar los elementos esenciales de un texto, en el que por otra parte y tratándose de Marx que siempre fue un minucioso pulidor de textos, es cierto que no suele abundar ‘el relleno’. El caso es que a Marx le bastan esas dos breves y certeras pinceladas que subrayas para desenmascarar la burda e infecunda fullería del voluntarioso Proudhon que, sabedor de su propia ignorancia, que además y oportunamente también impera sobre asuntos filosóficos (en Francia) y economía política (en Alemania) entre las supuestas filas de la reducida élite intelectual, opta por una retórica tan epatante (¡la propiedad es un robo!) y pomposa como inarticulada y a efectos prácticos estéril. Con tales mimbres el bienintencionado Proudhon sólo produce pastiches inútiles, nada que ver con rigurosos collages (como los que construye el método marxista) que, a base de integrar los hechos concretos tal y como se encuentran inmersos en determinadas relaciones y procesos dialécticos, nos puedan ayudar a comprender no sólo la completa composición sino también el funcionamiento de la realidad de los hechos en su determinado y puntual contexto histórico.
ResponderEliminarSalud y comunismo
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Pues te agradezco mucho tus generosas y alentadoras consideraciones a cerca de mi (supuesto) talento, camarada. En realidad, tal vez deberíamos hablar de mi denodado empeño, del modesto pero enorme esfuerzo que se nutre del de otros y procura estar a su altura. En este régimen en el que nos ha tocado vivir, ser honesto con uno mismo es titánica tarea, no es título que el espejo te regale.
EliminarDices bien respecto a la retórica utilizada –"...tan pomposa como inarticulada y a efectos prácticos estéril"–, no sólo por Proudhon, sino por muchos anarquistas que buscan el cielo sólo para rendirse. No me interesa la radicalidad espectacular de escaparate, sino la que se fragua y practica con la tenacidad, a veces clandestina, del viejo topo. Pasado, presente y futuro están presentes en toda lucha que se precie como tal, y las proclamas han de realizarse teniéndolo muy en cuenta (aunque algunos las confundan, "actualidad" y presente no son la misma cosa).
Salud y comunismo
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