jueves, 17 de febrero de 2022



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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

 [ 003 ]

 

 

 

2. VALOR CONSTITUIDO O VALOR SINTÉTICO

 (…)

 

Tomemos otro producto: el paño, que habrá requerido la misma cantidad de trabajo que el lienzo.

 

Si hay intercambio de estos dos productos, lo hay de cantidades iguales de trabajo. Al intercambiar estas cantidades iguales de tiempo de trabajo, no modificamos la situación recíproca de los productores, como tampoco alteramos en nada la situación entre obreros y fabricantes. Afirmar que este intercambio de productos medidos por el tiempo de trabajo tiene como consecuencia la retribución igualitaria de todos los productores, es suponer que con anterioridad al intercambio existía igualdad de participación en el producto. Cuando se realice el intercambio de paño por lienzo, los productores del paño participarán del lienzo en la misma proporción en que antes habían participado del paño.

 

La ilusión de Proudhon proviene de que toma como consecuencia lo que, en el mejor de los casos, no podría ser más que una suposición gratuita.

 

Sigamos.

 

El tiempo de trabajo como medida del valor ¿ supone, al menos, que las jornadas son equivalentes y que la jornada de uno vale tanto como la jornada de otro? No

 

Supongamos por un instante que la jornada de un joyero equivale a tres jornadas de un tejedor: también en este caso todo cambio del valor de las alhajas con relación a los tejidos, a menos que sea el resultado pasajero de las oscilaciones de la demanda y la oferta, debe tener por causa una disminución o un aumento del tiempo de trabajo empleado en un lado u otro de la producción. Que tres jornadas de trabajo de diferentes trabajadores sean entre sí como 1, 2, 3 y todo cambio en el valor relativo de sus productos será un cambio en esta proporción de 1, 2, 3. Por lo tanto, se pueden medir los valores por el tiempo de trabajo, a pesar de la desigualdad del valor de las diferentes jornadas de trabajo; pero, para aplicar semejante medida, necesitamos tener una escala comparativa de las diferentes jornadas de trabajo: escala que se establece con la competencia.

 

¿Vale su hora de trabajo tanto como la mía? Esta es una cuestión que se resuelve por medio de la competencia.

 

La competencia, según un economista americano, determina cuántas jornadas de trabajo simple se contienen en una jornada de trabajo complejo. Esta reducción de jornadas de trabajo complejo a jornadas de trabajo simple ¿no indica acaso que se toma precisamente como medida del valor el trabajo simple? El hecho de que sólo sirva de medida del valor la cantidad de trabajo independientemente de la calidad, implica a su vez que el trabajo simple es el eje de la industria. Supone que los diferentes trabajos han sido nivelados por la subordinación del hombre a la máquina o por la división extrema del trabajo; que los hombres desaparecen ante el trabajo; que el péndulo del reloj ha pasado a ser la medida exacta de la actividad relativa de dos obreros como lo es de la velocidad de dos locomotoras. Por eso, no hay que decir que una hora de trabajo de un hombre vale tanto como una horade otro hombre, sino más bien que un hombre en una hora vale tanto como otro hombre en una hora. El tiempo lo es todo, el hombre ya no es nada; es, a lo sumo, la osamenta del tiempo. Ya no se trata de la calidad. La cantidad lo decide todo: hora por hora, jornada por jornada; pero esta nivelación del trabajo no es obra de la justicia eterna de Proudhon, sino simplemente un hecho de la industria moderna.

 

En el taller automático, el trabajo de un obrero se diferencia muy poco del trabajo de otro: los obreros sólo pueden distinguirse entre sí por la cantidad de tiempo que emplean en el trabajo. Sin embargo, esta diferencia cuantitativa se convierte, desde cierto punto de vista, en cualitativa, por cuanto el tiempo invertido en el trabajo depende, en parte, de causas puramente materiales, como la constitución física, la edad, el sexo; en parte de causas morales puramente negativas, tales como la paciencia, la impasibilidad, la asiduidad. Por último, si media una diferencia cualitativa en el trabajo de los obreros, es, cuanto más, una calidad de la peor calidad, que está lejos de ser una especialidad distintiva. Tales, en última instancia, el estado de cosas en la industria moderna. Y sobre esta igualdad ya realizada del trabajo automático, Proudhon pasa la garlopa de la "nivelación" que se propone realizar universalmente en el "porvenir"

 

Todas las consecuencias "igualitarias" que Proudhon deduce de la doctrina de Ricardo se basan en un error fundamental. Confunde el valor de las mercancías medido por la cantidad del trabajo materializado en ellas con el valor de las mercancías medido por "el valor del trabajo". Si estas dos maneras de medir el valor de las mercancías se confundiesen en una sola, se podría decir indistintamente: el valor relativo de una mercancía cualquiera se mide por la cantidad de trabajo fijado en ella; o bien, se mide por la cantidad de trabajo que se puede comprar con ella, o también: se mide por la cantidad de trabajo por la que se puede adquirir dicha mercancía. Pero las cosas no ocurren así ni mucho menos. El valor, del trabajo no puede servir más de medida de valor que el valor de ninguna otra mercancía. Unos cuantos ejemplos, serán suficientes para explicar mejor aún lo que acabamos de decir.

 

Si el tonel de trigo costara dos jornadas de trabajo en lugar de una, se duplicaría su valor primitivo, pero no pondría en movimiento doble cantidad de trabajo porque no contendría más materia nutritiva que antes. Por lo tanto, el valor del trigo medido por la cantidad de trabajo empleado para producirlo se habría duplicado; pero medido, ya sea por la cantidad de trabajo que se puede comprar con él, o por la cantidad de trabajo por la que puede ser comprado, estaría lejos de haberse duplicado. Por otra parte, si el mismo trabajo produjera el doble de vestidos que antes, el valor relativo de los vestidos bajaría a la mitad; pero, sin embargo, esta doble cantidad de vestidos no por ello se vería reducida a ordenar sólo la mitad de la cantidad de trabajo o, en otros términos, el mismo trabajo no podría obtener a su disposición doble cantidad de vestidos, porque la mitad de los vestidos fabricados seguiría siempre rindiendo al obrero el mismo servicio que antes.

 

Por lo tanto, determinar el valor relativo de las mercancías por el valor del trabajo significa contradecir los hechos económicos. Significa moverse en un círculo vicioso, determinar el valor relativo por un valor, relativo que, a su vez, necesita ser determinado.

 

Es indudable que Proudhon confunde las dos medidas: la medida por el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía y la medida por el valor del trabajo. "El trabajo de todo hombre —dice— puede comprar el valor que en sí encierra." Así, según él, una cierta cantidad de trabajo fijado en un producto equivale a la retribución del trabajador, es decir, al valor del trabajo. Ese mismo razonamiento lo autoriza a confundir los gastos de producción con los, salarios.

 

“¿Qué es el salario? Es el precio de costo del trigo, etc., es el precio íntegro de todas las cosas." Vayamos aún más lejos: "El salario es la proporcionalidad de los elementos que componen la riqueza." ¿Qué es el salario? Es el valor del trabajo.

 

 

Adam Smith toma como medida del valor, ya el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía, ya el valor del trabajo. Ricardo observó este error haciendo ver claramente la disparidad de estas dos maneras de medir. Proudhon ahonda el error de Adam Smith identificando las dos cosas, que en este último sólo están yuxtapuestas.

 

Proudhon busca una medida del valor relativo de las mercancías con el fin de encontrar la justa proporción en la que dos obreros deben participar de los productos, o, en otros términos, con el fin de determinar el valor relativo del trabajo. Para determinar la medida del valor relativo de las mercancías, no concibe nada mejor que presentar como equivalente de una cierta cantidad de trabajo la suma de productos creados por ella, lo cual es lo mismo que suponer que toda la sociedad se compone únicamente de trabajadores directos, que reciben como salario su propio producto. En segundo lugar, da como un hecho la equivalencia de las jornadas de los diversos trabajadores. En una palabra, busca la medida del valor relativo de las mercancías para encontrar la retribución igual de los trabajadores y admite como un dato pleno la igualdad de los salarios para de ahí derivar el valor relativo de las mercancías. ¡Qué admirable dialéctica!

 

Say y los economistas que le siguieron han señalado que, tomando el trabajo como principio y causa eficiente del valor, caemos en un círculo vicioso, ya que el trabajo mismo está sujeto a evaluación y finalmente es una mercancía como otra cualquiera. [.:.1 Diré con permiso de estos economistas que, al hablar así, han dado prueba de una prodigiosa falta de atención. Al trabajo se le asigna valor, no en tanto que mercancía sino teniendo en cuenta los valores de los que se supone que están contenidos potencialmente en él. El valor del trabajo es una expresión figurada, una anticipación de la causa sobre el efecto. Es una ficción, lo mismo que la productividad del capital. El trabajo produce, el capital vale. .. Por una especie de elipsis se habla del valor del trabajo... El trabajo, como la libertad. .., es cosa vaga e indeterminada por naturaleza, pero que se define cualitativamente por su objeto, es decir, que se hace realidad por el producto. Pero ¿para qué insistir? Puesto que el economista [léase Proudhon] 16 cambia el nombre de las cosas, vera rerum vocabula, reconoce implícitamente su impotencia y elude la cuestión. 

 

Ya vimos que Proudhon convierte el valor del trabajo en "la causa eficiente" del valor de los productos, hasta el punto de que el salario, nombre oficial del "valor del trabajo", forma, según él, el precio íntegro de toda cosa. He aquí por qué lo deja perplejo la objeción de Say. En el trabajo-mercancía, que es una realidad espantosa, sólo ve una elipsis gramatical. Así, pues, toda la sociedad actual, basada en el trabajo-mercancía, desde ahora se basa en una licencia poética, en una expresión figurada. Y si la sociedad quiere "eliminar todos los inconvenientes" que sufre, ¡pues bien!, que elimine los términos malsonantes, que cambie de lenguaje, para lo cual debe dirigirse a la Academia y solicitar una nueva edición de su diccionario. Después de todo lo que acabamos de ver, no es difícil comprender por qué Proudhon, en una obra de economía-política, ha considerado necesario extenderse en largas disertaciones sobre la etimología y otras partes de la gramática. Igualmente, aun polemiza con aire de sabiduría contra la opinión anticuada de que servus procede de servare. Estas disertaciones filológicas tienen un sentido profundo, un sentido esotérico, son una parte esencial de la argumentación de Proudhon.

 

El trabajo, en tanto que se vende y se compra, es una mercancía como otra cualquiera, y por consiguiente tiene un valor de cambio. Pero el valor del trabajo, o el trabajo, como mercancía, es tan poco productivo, como poco nutritivo es el valor del trigo, o el trigo en calidad de mercancía.

 

El trabajo "vale" más o menos, según sea la carestía de los productos alimenticios, según sea el grado de la oferta y la demanda de brazos, etcétera, etcétera.

 

El trabajo no es una "cosa vaga", es siempre un trabajo determinado, el trabajo que se vende y se compra nunca es el trabajo en general. No es sólo el trabajo el que se define cualitativamente por el objeto, sino que el objeto, a su vez, se determina por la calidad específica del trabajo.

 

El trabajo, en tanto que se vende y se compra, es él mismo una mercancía. ¿Por qué se le compra? "Teniendo en cuenta los valores de los que se supone que están contenidos potencialmente en él." Pero cuando se dice que tal cosa es una mercancía, no se trata ya del fin con el que se la compra, es decir, de la utilidad que se quiere sacar de ella, de la aplicación que de ella se quiere hacer. Es una mercancía como objeto de tráfico. Todos los razonamientos de Proudhon se reducen a lo siguiente: el trabajo no se compra como objeto inmediato de consumo.

 

 

Naturalmente que no, se lo compra como instrumento de producción, como se compraría una máquina. En tanto que mercancía, el trabajo tiene valor, pero no produce. Proudhon podría decir con el mismo derecho que no existe ninguna mercancía, puesto que toda mercancía se compra únicamente por su utilidad y nunca como tal mercancía.

 

Midiendo el valor de las mercancías por el trabajo, Proudhon entrevé vagamente la imposibilidad de sustraer a esta misma medida el trabajo por cuanto encierra valor, el trabajo-mercancía. Presiente que esto significa reconocer el mínimo del salario como el precio natural y normal del trabajo directo, aceptar el estado actual de la sociedad. Para eludir esta deducción fatal, gira en redondo y afirma que el trabajo no es una mercancía, que el trabajo no puede tener valor. Olvida que él mismo ha tomado como medida el valor del trabajo, olvida que todo su sistema se basa en el trabajo-mercancía, en el trabajo que se trueca, se vende y se compra, se cambia por productos, etc.; en una palabra, en el trabajo que es una fuente inmediata de ingresos para el trabajador. Lo olvida todo.

 

Para salvar su sistema consiente en sacrificar su base, Et propter vitam vivendi perdere causas.

["Y perder en aras de la vida toda la raíz vital." Juvenal.]

 

(continuará)

 

 


[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]

 

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