miércoles, 12 de octubre de 2022

 

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NUESTRO MARX

Néstor Kohan.

 

[ 028 ]

 

 

PRIMERA PARTE:

Una visión crítica de los usos de Marx

 

 

EL MARX DEL MATERIALISMO DIALÉCTICO. (DE PLEJANOV Y STALIN A LOS MANUALES DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA [PCUS])

 

 

 (...)

 

 

¿Lenin dentro del DIAMAT?

 

Para poder comprender y resolver estas interrogaciones, más allá de los lugares comunes y las efímeras opiniones a la moda, en primer lugar se torna necesario caracterizar al dirigente bolchevique y su lectura de la teoría crítica marxista. Lenin no fue un filósofo profesional. Tampoco —como es bien sabido— un profesor académico, por quienes expresaba a menudo amargas ironías. En nuestra opinión, fue principalmente un hombre de acción política. Su pensamiento más profundo y su pasión vital convergían allí. No casualmente Antonio Gramsci, pensando en "Ilich" (tal como lo llama clandestinamente en la cárcel), resaltó varias veces que

 

"Puede suceder que una gran personalidad exprese su pensamiento más fecundo no en el lugar que aparentemente debería ser el más «lógico», desde el punto de vista clasificatorio externo, sino en otro lugar que puede ser juzgado extraño. Un hombre político escribe de filosofía: puede suceder que su «verdadera» filosofía deba buscarse por el contrario en los escritos de política".

 

La auténtica teoría social crítica y filosofía de Lenin no hay pues que rastrearlas en sus libros de filosofía, sino que están implícitas en su práctica política activista y revolucionaria. Práctica que otorga un lugar central a la actividad, a la iniciativa política encaminada a modificar la relación de fuerzas, así como a la conciencia y la subjetividad, tanto en la historia como en la lucha de clases.

 

Lenin no escribe desde la intelectualidad independiente ni desde la academia, sino desde el interior de un partido en lucha nada menos que contra el zarismo, uno de los regímenes más oprobiosos de la historia. Y sus libros, incluso aquellos donde discute de teoría social y filosofía, no se comprenden al margen de las luchas internas y externas de ese partido en esa situación histórica. Su gran objetivo consistía en construir una fuerza social anticapitalista, un nuevo bloque histórico (eso significa su concepto de "fuerza social", entendido como alianza de fracciones de clase) que unifique a los obreros, los campesinos pobres y la intelectualidad revolucionaria. Ya en el ¿Qué hacer? había vaticinado que no era en el terreno económico-corporativo sino en el ideológico-político donde se podría pegar el gran salto en la conciencia revolucionaria de las grandes masas. La lucha ideológica, la batalla cultural por ganar la conciencia y el corazón de millones de trabajadores(as) —la construcción hegemónica de una nueva subjetividad— eran para él una tarea nodal. La voluminosa cantidad de escritos, folletos, discursos y libros suyos está encaminada en su totalidad hacia esa meta. Un caso paradigmático, en este último sentido, lo constituye su obra más crudamente "materialista" a la que ya nos hemos referido, Materialismo y empiriocriticismo, de fuertes impregnaciones engelsianas.

 

Tres años antes de esta obra, Lenin analizaba la primera revolución rusa del siglo XX, la de 1905. Allí explicitaba la categoría central en su pensamiento político, la de hegemonía:

 

"El marxismo no enseña al proletariado a quedarse al margen de la revolución burguesa, a no participar en ella, a entregar su dirección a la burguesía". Lo fundamental para él era "la acción independiente, la iniciativa y la energía revolucionaria del pueblo sencillo, es decir, de los campesinos y principalmente de los obreros" quienes en su opinión debían "dar una dirección democrática a la revolución actual, subrayar las consignas democráticas de vanguardia".

 

En la óptica leniniana tomar la iniciativa —nunca sentarse a esperar que las contradicciones "objetivas" materiales todo lo determinen— y ganar la dirección política y cultural de la masa popular implica ejercitar y llevar a la práctica la hegemonía. Una categoría analítica que Lenin utiliza ya desde 1905 en el terreno de la política, pero cuyo alcance epistemológico excede de lejos la estrategia y la táctica, inundando la misma actividad teórica y filosófica. Extendiendo su radio de acción incluso hasta la misma gnoseología, sentenciaba Gramsci:

 

"La proposición contenida en la introducción a la «Crítica a la economía política» de que los hombres toman conciencia de los conflictos de la estructura en el terreno de las ideologías debe ser considerada como una afirmación de valor gnoseológico y no puramente psicológico y moral. De ahí se sigue que el principio teórico-práctico de la hegemonía tiene también un alcance gnoseológico y por lo tanto en este campo debe buscarse la aportación teórica máxima de llich [referencia a Lenin. N.K.] a la filosofía de la praxis".

 

Ese tamiz gnoseológico del pensamiento político de Lenin era —en la reconstrucción gramsciana— el único que podía dar cuenta de la densidad que tienen en el marxismo las esferas ideológica y política, a la cual se llega rompiendo con el economicismo corporativo mediante la "catarsis" (en los términos habituales de esta tradición: el pasaje de la estructura a la superestructura, de la economía a la ideología, de lo objetivo a lo subjetivo, uniendo a las masas con los intelectuales).

 

También rompiendo con ese economicismo —versión primitiva y degradada de la teoría crítica y la filosofía de la praxis, así como la predestinación fue la versión primitiva de la concepción burguesa del mundo encarnada más tarde por la filosofía clásica alemana— en el análisis de la sociedad capitalista Lenin incorpora el concepto de "fuerza social". Pasando por encima del Manifiesto Comunista y focalizando su mirada en El 18 brumario de Luis Bonaparte, el dirigente bolchevique descubre que la lucha de clases nunca se produce entre nucleamientos homogéneos y compactos, sino a través de la mediación de fuerzas sociales, de alianzas de fracciones de clases en cuya unión desempeña un papel central la ideología (y sus "especialistas", los intelectuales). Solo una clase puede tornarse hegemónica sobre sus aliados —dirigirlos cultural y políticamente— si logra romper el estrecho interés economicista corporativo y se plantea tareas para el conjunto, elevándose del juego de lenguaje particular a lo universal y entretejiendo todas las múltiples y variadas rebeldías en un mismo arco multicolor. Solo así puede tejer alianzas con otros sectores para constituir una fuerza social, cuya unión genera más poder en la correlación de fuerzas sociales con el enemigo que si cada sector combatiera por separado. Esa mirada transversal de la lucha de clases, tan distante de la horizontal que se quiso ver en los equívocos economicistas del marxismo (clases supuestamente "puras" y completamente homogéneas, sin fisuras, enfrentadas entre sí), es otro de los grandes aportes de Lenin en el terreno de las ciencias sociales. Allí —en la conformación de la argamasa que teje y unifica capilarmente esa alianza— se ubica el papel fundamental de la cultura, de la ideología, de los intelectuales, de ese "bloque histórico" en el particular lenguaje con que Gramsci traduce a Lenin. Este último, a pesar del rudo lenguaje de barricada y de proclama, estaba sentando las bases para concebir el socialismo no sólo como una revolución política sino también como una revolución cultural.

 

 

Aun sin haber separado todavía amarras filosóficas con Kautsky y Plejanov, en 1905 Lenin ya preanunciaba de este modo los rasgos centrales de su viraje posterior otorgándole a la batalla política y cultural un lugar destacado en la agenda revolucionaria. Pero todavía en ese momento, una fuerte tensión —la misma que sufriría León Trotsky—, desgarraba su reflexión. Lo que había construido en el espacio de la ciencia política y la teoría crítica de la sociedad capitalista aún no lo había podido conceptualizar en el terreno filosófico.

 

Apenas dos años después, en 1907, Lenin impulsa la traducción del alemán y publicación en ruso de las cartas de Marx a Ludwig Kugelmann (sobre la Comuna de París de 1870), en un volumen que incluye un prefacio suyo. En ese prefacio, injusta y no casualmente "olvidado" por gran parte de sus detractores, vuelve a destacarse el altísimo valor que Lenin le otorga en política (aún no en filosofía) tanto al papel de la subjetividad y la iniciativa histórica de las masas como al entusiasmo y a la pasión del político y el investigador. Allí compara y hace una analogía precisa entre dos derrotas: la de los obreros comuneros parisinos de 1870 y la de los revolucionarios rusos de 1905. Tomando la actitud de Marx en 1870 como ejemplo y arquetipo, Lenin fustiga duramente a los marxistas "ortodoxos" rusos —menciona reiteradamente a Plejanov— quienes después de la derrota de 1905 murmuraban amargamente que "no había que haber tomado las armas". Así decía en su comparación de Marx con Plejanov: "A un lado, un homenaje a la iniciativa histórica de las masas por parte del más profundo de los pensadores, que supo prever medio año antes el revés, y al otro, el rígido, pedantesco, falto de alma: «¡No se debía haber empuñado las armas!» [...] ¡Oh, cómo se habrían mofado entonces de Marx nuestros actuales sabios «realistas» de entre los marxistas que, en 1906-1907, se mofan en Rusia del romanticismo revolucionario! ¡Cómo se habría burlado esta gente del materialista, del economista, del enemigo de las utopías que admira el «intento» de tomar el cielo por asalto! [los subrayados son realizados por Lenin en el original]. Nótese bien cómo Lenin utiliza y subraya con su famosa ironía, es decir, marcando sus distancias, los términos "materialista" y "economicista" para referirse a Marx. Términos que eran caballito de batalla para toda la "ortodoxia"—incluyendo a la II y la III Internacional— desde Plejanov y Kautsky hasta Stalin y Bujarin...

 

Haciendo un balance final de esa correspondencia sobre la Comuna de París y su derrota, Lenin extracta una de las cartas de Marx que expresa la médula del espíritu con que el autor de El Capital analizó y tomó partido por la Comuna (aun sospechando que iba a ser derrotada):

 

"La canalla burguesa de Versalles —escribe Marx citado por Lenin—, puso a los parisinos ante la alternativa de cesar la lucha o sucumbir sin combate. En el segundo caso, la desmoralización de la clase obrera hubiese sido una desgracia enormemente mayor que la caída de un número cualquiera de «jefes»".

 

¿Qué tiene que ver este Marx rescatado por el prefacio de Lenin con el "objetivista", el "materialista" y el "economista" —como irónicamente él señala— que habían dibujado los ortodoxos? Con esta reivindicación de la utopía en el análisis marxiano, de la confianza en el ímpetu revolucionario e incluso del "romanticismo" implícito en la celebración del asalto al cielo, Lenin profundiza aún más su ruptura política con la ortodoxia determinista y pasiva de Kautsky y de Plejanov. Necesitará aún algunos años para prolongar esta ruptura también hasta el terreno filosófico.

 

Como ya apuntamos, en el momento de redactar Materialismo y empiriocriticismo, habiendo pasado apenas tres años desde el fracaso de la revolución de 1905 y de Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Lenin se interna en una ríspida polémica política en el seno del bolchevismo. Allí enfrenta a una fracción política interna —cuyo centro teórico pedagógico era la escuela de bolcheviques en el exilio de Capri— apoyada por Gorki y encabezada por Bogdanov y Lunacharski (de la que también formaban parte Mandielshtam, Sokolov, Pokrovski, Besarov y otros). Lo que Lenin está discutiendo de fondo con esta corriente atañe centralmente a la esfera política, no a la filosofía, aunque se valga de ella en la polémica. En todo caso la discusión traduce en términos filosóficos un problema político. Tanto es así que al comenzar 1909 le envía un ejemplar de su libro a Rosa Luxemburg para que ella lo presente en una nota a la revista del partido alemán, y de esa manera se conozca la lucha política entre los otzovistas y los partidarios de Lenin en Rusia.

 

Aunque la obra de 1908 se vertebre sobre un eje materialista precrítico y prehegeliano, existen poderosas razones para sospechar que, por detrás de la débil y rudimentaria armazón categorial filosófica que Lenin maneja en esos años, otras razones no siempre visibles lo impulsaban a rechazar con semejante ímpetu el intento bogdanoviano. Idéntica vehemencia empleará años más tarde, en una segunda polémica política con él, contra el mismo Bogdanov en ocasión del debate sobre las vanguardias estéticas, la "cultura proletaria" y la actitud de los bolcheviques hacia la herencia cultural. En ambos casos, la desesperada defensa leniniana de la continuidad filosófica entre el marxismo y el viejo materialismo por un lado, y de la continuidad cultural entre la herencia clásica y la nueva cultura revolucionaria por el otro, respondía a una misma preocupación esencialmente política.

 

Al cuestionar las vertientes bolcheviques más rupturistas —tanto en filosofía como en estética—, Lenin se ubicaba sin duda en una suerte de clasicismo cultural (como alguna vez lo reconoció en una carta a Clara Zetkin, cuando le confesó que en el terreno estético, a diferencia del político, él no estaba a la vanguardia). En esas circunstancias, probablemente estaba identificando el rupturismo estético y filosófico con la visión del mundo propia del proletariado urbano (en el caso específico ruso, europeizante y occidentalista) y al tradicionalismo con la constelación cultural más espontánea del campesinado rural (más proclive a las diversas formas de asiatismo y orientalismo). Como su proyecto político siempre apuntó, según nos recuerda Gramsci, a construir la alianza obrero-campesina —único modo de garantizar la hegemonía por la que venía luchando desde el período 1902-1905—, entonces no podía aceptar de ninguna manera el divorcio de continuidad y ruptura, de la cultura de la ciudad y del campo, de la tradición y la modernidad, de la herencia y la vanguardia.

 

De ahí que se enfrentara desde la teoría con los múltiples intentos por construir una "cultura proletaria" y un arte comunista de vanguardia (aun concediéndoles — cuando tomó el poder— amplias libertades, que desaparecerán trágica y abruptamente en tiempos stalinistas) por privilegiar respectivamente la negatividad y el rechazo frente a la herencia cultural pretérita y tradicional. Había que romper pero también había que conservar, al mismo tiempo. Ese fue, sin duda, su gran desafío para garantizar la hegemonía.

 

Es ese el sentido específicamente político con que se debería comprender su exagerado esfuerzo de 1908 por asimilar —artificialmente, vía Plejanov— la supuesta continuidad entre la nueva filosofía inaugurada por Marx y la herencia clasicisista del materialismo dieciochesco.

 

Como parte de su actividad de reflexión filosófica permanentemente mediada por el horizonte de la práctica política, en su exilio suizo al comienzo de la Primera Guerra Mundial, en una época en la cual las filas de la socialdemocracia internacional se dividen abruptamente entre los llamados "socialpatriotas", "centristas" e "internacionalistas de hecho", Lenin se encontrará frente a la Ciencia de la Lógica, probablemente una de las principales obras de Hegel. La estudiará en forma voraz, con ese apetito intelectual tan suyo. La difícil tensión entre herencia y ruptura, tradición y vanguardia, seguirá siendo para él el faro de todos sus desvelos políticos. Pero entonces, desde su impactante encuentro con Hegel, se desplazará notablemente el énfasis que hasta 1908 había depositado en la continuidad con el materialismo anterior.

 

 

En esa misma época, analizará las condiciones para que se desencadene una "situación revolucionaria", problema fundamental para quien aspire a barrer con el viejo orden (no casualmente Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel le dedicará un lugar central a este análisis y a esta problemática leninista en el escrito "Análisis de situación y relaciones de fuerza", abriendo de hecho un nuevo horizonte para comprender con otros ojos y desde otro ángulo El Capital de Marx).

 

Contra mecanicistas y fatalistas ortodoxos, Lenin insiste heréticamente en que la mera crisis económica "objetiva" no desemboca automáticamente en una revolución social: "La sola opresión, por grande que sea, no siempre origina una situación revolucionaria en un país". De nuevo, como cuando proclamara en 1905 la necesidad de ejercer la hegemonía, el problema de la subjetividad, de la acción y de la conciencia volvía al primer plano. Un eje de reflexión que la vulgata retóricamente "leninista" (es decir, stalinista) pasó alegremente por alto y que sus impugnadores académicos se esfuerzan por soslayar, mirando despreocupadamente para el costado…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Néstor KOHAN. “Nuestro Marx” ]

 

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