miércoles, 17 de agosto de 2022

 

823

 

LA COLUMNA DE LA MUERTE

El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz

 

Francisco Espinosa Maestre

[ 012 ]

 

 

 

LA TORRE DE ALMENDRALEJO

 

Así pues, el grueso de la columna, sabedor Asensio de que en Almendralejo le esperaba una mayor resistencia, siguió adelante. En los 14 kilómetros que separan Villafranca de Almendralejo hubo necesidad de desplegar las tropas de vanguardia en dos ocasiones. Llegó finalmente a las afueras de la capital de Tierra de Barros sobre las doce horas del día siete. La táctica de Asensio ante los defensores de Almendralejo fue la de siempre: bombardeo por tierra y aire, y maniobra de envolvimiento a cargo del Tabor y la Bandera. Deshechas las defensas en cuatro horas de lucha, ocurrió como en Llerena: la resistencia se concentró en la torre de la iglesia, convertida en garaje:

 

Pronto pude darme cuenta de que aquellos hombres estaban dispuestos a entretenernos más de lo conveniente. Su reacción al cortarles el agua fue la de decir que el vino les sobraba, y mostrar desde la torre, atados a unos palos, los jamones que se habían cuidado de llevar. Era una locura por su parte, pero que podía ocasionarnos cierta perturbación.

Efectivamente, la situación creada me obligaba a desprenderme de una Compañía de Fusiles para el asedio, si quería continuar el avance.

 

La aviación republicana hizo su aparición realizando tres bombardeos que causaron entre legionarios y regulares tres muertos y veinte heridos. Asensio no comentó en su parte las bajas republicanas, pero no cabe duda de que debieron ser las más numerosas hasta el momento. Por primera vez en el trayecto las amenazas hechas por los sectores más radicales de eliminar a los presos, si los golpistas atacaban la población, fueron llevadas a cabo. Todo ocurrió durante la invasión de la ciudad. Se prendió fuego a la cárcel y al convento, y entre el fuego y los disparos fueron asesinadas 28 personas:

 

Juan Alcántara Alcántara, 45 años, propietario, Acción Popular.

Máximo Álvarez García, 55 años, empleado.

Juan Pedro Arias Merchán, 52 años, propietario, Acción Popular.

Guillermo Barroso Álvarez, 35 años, bracero, Acción Popular.

Miguel Bordallo Vicioso, 53 años, industrial, Partido Republicano Radical.

Francisco Cabezas Gallardo, 60 años, propietario, Partido Republicano Radical.

José Cano Gómez, 44 años, industrial.

Alberto Elías del Toro, 40 años, maestro.

Domingo García Vélez, 55 años, industrial, concejal radical.

Manuel González Dorado, 33 años, bracero, Partido Republicano Radical.

Manuel González González, 45 años, contable, Acción Popular.

Manuel González Ojeda, 54 años, empleado.

Manuel Guillén Ramos, 30 años, chófer, falangista.

José Jiménez Marcos, 42 años, empleado.

Juan Limón Borrero, 40 años, industrial.

Antonio López Cabezas, 30 años, bracero, falangista.

José López Cabezas, 33 años, bracero, falangista.

Pedro López Cabezas, 38 años, bracero, falangista.

Ángel López Crespo, 26 años, comerciante, falangista.

Francisco Mejías Barrientos, 62 años, labrador, Acción Popular.

Antonio Merino Garrido, 26 años, estudiante, Acción Popular.

Saturnino Merino Garrido, 24 años, estudiante, Juventudes AP.

Javier Merino Martínez, 56 años, propietario, Acción Popular.

Agustín López Navarrete, 42 años, empleado.

Manuel Nieto Marín, 42 años, bracero, falangista.

Antonio Santos Alcañiz, 38 años, bracero, Acción Popular.

José Terrón Vargas, 24 años, estudiante, Juventudes AP.

Miguel Villena Ballesteros, 33 años, albañil, falangista.

 

Sabemos lo ocurrido los días anteriores por el trabajo de Manuel Rubio y Silvestre Gómez, quienes nos han contado las actividades del Comité entre el 18 de julio y el siete de agosto y la ocupación de la ciudad. Los focos de resistencia más importantes, aparte de las barreras establecidas en la carretera, fueron los situados en la torre, en la plaza de toros y en la Estación enológica. El armamento, varios centenares de fusiles, llegó en la noche del seis al siete, unas horas antes de la irrupción de la columna. Según alguna fuente la llegada del armamento fue celebrada con toques de campana. Ciertos informes hablan de unos mil milicianos y de unos seiscientos fusiles, pero las cifras parecen excesivas. Sobre las dos de la noche sonaron las campanas y la gente acudió al Ayuntamiento a recoger armas y cada uno salió a donde creyó conveniente.

 

Uno de los que partió al encuentro de la columna por la carretera contó a los autores antes citados la gran impresión que le produjo ver lo que se avecinaba:

 

Muchos habían pensado que venían cuatro curas y frailes pero ¡cuando dicen a presentarse moros, legionarios arremangados, vestidos de verde, con ametralladoras, camiones, artillería…! Estuvimos allí un buen rato, nosotros con los fusiles: pum, pum…; ellos con las máquinas: ta, ta, ta, ta…; total que nos iban echando el reor por la parte de la vía. Yo dije para mí: nosotros lo que tenemos que hacer aquí es echarnos los pies a cuestas; éramos muy pocos y ya habían caído algunos de nosotros, y ellos serían dos o tres mil o más. Salimos corriendo…

 

Entre quienes divisaron la columna desde la torre estaba el capitán Rodríguez Medina, quien se dirigió a Mérida —según dijo— con la intención de volver con refuerzos. Las tropas irrumpieron en la población ya pasado el mediodía porraceando las puertas con las culatas, deteniendo a quien les parecía y conduciendo a los detenidos, a los que hicieron pasar por la cárcel para que miraran a los muertos, a la plaza de toros. Muchos lograron huir; otros fueron eliminados ese mismo día y abandonados sus cadáveres por calles y caminos. Las casas deshabitadas fueron saqueadas por moros y legionarios, que además las utilizaron para hacer sus necesidades. El cerco a la iglesia, en cuya torre se recluyeron unos cincuenta milicianos con fusiles y granadas y alimentos, se convirtió para los ocupantes en un problema sólo resuelto al cabo de varios días cuando se colocó una carga de trilita que destrozó la escalera y parte de la torre. Asensio hubo de reconocer en el parte del día ocho de agosto que los repetidos intentos de ocupar la iglesia no habían dado ningún resultado. Y añadía que

 

en vista de ello se ha dispuesto el incendio de la iglesia con paja húmeda y azufre para lograr efectos tóxicos, lo que ha permitido llegar hasta el coro, pero continuando el enemigo en alguna cámara que le ha aislado de los efectos del fuego, ya que ha continuado tirando bombas y tiros de fusil.

 

Franco escribe a Mola:

 

Prosigue avance columna a Almendralejo a cuya población se llegó anoche terminándose hoy, seria resistencia. Carreteras destrozadas … retrasan marcha. Columnas Sevilla operaron sobre concentraciones rebeldes Villanueva de las Minas y Lora de Río aplastando resistencia, estos pueblos fueron víctimas de asesinatos y atropellos espantosos, Almendralejo hicieron horrores con personas orden. Columnas castigan con ejemplaridad desmanes.

 

Recién tomada Almendralejo, Franco comunica a Queipo que la Agrupación de Columnas de Extremadura —cuatro baterías y una gran columna de municiones—, de la que se haría cargo el teniente coronel Juan Yagüe Blanco, precisaría de una Plana Mayor que podría ser mandada por el teniente coronel de Artillería Francisco Iturzaeta, «por lo que le ruego a V. E. si no tiene inconveniente haga esta designación».

 

Ese mismo día ocho de agosto Franco ordena a Castejón, que se encuentra todavía en Los Santos, que se una a Asensio para las operaciones sobre Mérida y Badajoz. Significativamente, y puesto que cada columna iba por su lado como buscando gloria propia —no hay más que ver la documentación que se conserva de cada uno para saber la extremada parcialidad de su visión de los hechos—, le indica que en la ocupación de Badajoz no debe ir cada columna por un sitio sino que «las fuerzas de las dos columnas han de operar reunidas íntimamente ligadas órdenes teniente coronel Asensio». También, pensando ya en Mérida, Franco planteó a Cáceres si podría cooperar en la operación. Mientras tanto en Madrid se recibían a media tarde confusas noticias sobre las fuerzas que se dirigían contra Mérida: tres columnas, de las que sólo se tenía bien situada a la de Asensio, y que según se pensaba no pasaban entre las tres de 1300 hombres. A esta visión deformada del peligro que acechaba a las capitales extremeñas contribuían sin duda los mensajes que falseaban la realidad, como aquellos que hablaban de resistencia allí donde ya se había sucumbido. El deseo de no reconocer la potencia arrolladora del enemigo chocaba con el aireado heroísmo de los que pueblo a pueblo iban cayendo. También hubo comunicados más realistas que urgían refuerzos ante la impotencia de los actos heroicos de resistencia local, como el que tenía lugar en Almendralejo. A las seis de la tarde del día ocho llegó a Madrid el primer mensaje desde Mérida solicitando una vez más que se enviasen fuerzas para combatir al enemigo. La vanguardia de la columna de Asensio se hallaba a las puertas de Mérida.

 

También de ese día ocho disponemos de la copia de un informe, copia manual y sin firma, que describe a Franco la situación. El grueso de la Agrupación de Asensio permanece en Almendralejo pendiente de los que resisten en la torre y organizando a los voluntarios derechistas. Según el informe «por la gran población que tiene y por lo levantisco de los muchos elementos de izquierda que existen no se ha estimado conveniente seguir a Mérida dejando el pueblo en tales condiciones». La solución que se apunta es el envío urgente de guardias civiles y paramilitares para tareas de desarme y depuración. Tras quejarse de las averías y del desgaste de los materiales, el informe se lamentaba de que en la jornada anterior hubiera sido bombardeada tres veces la columna, con el consiguiente desánimo para el personal civil, pues resultó muerto «un chófer requisado». Se comentaba también que se procuraba recoger y quemar las hojas de propaganda y los ejemplares de periódicos madrileños que se arrojaban desde los aviones. Se pedía con urgencia artillería y «tropas de choque», que se le enviaron desde Sevilla escoltadas como siempre por regulares y legionarios. El final del mensaje era:

 

Sería conveniente el envío de granadas de mano y de mortero, y principalmente botes de humo, pues en Almendralejo ha habido casos de resistencia tenaz en algunos puntos en los que no se podía quemar paja y los botes de humo hubieran hecho excelente papel.

 

El día nueve Franco remite un comunicado a Tablada y a la División advirtiendo de que entre Almendralejo y Mérida no debían bombardear, pero que entre Mérida y Badajoz no había problema. Al mismo tiempo comunica a Asensio y Castejón que en la mañana del día diez les serán enviados dos Junkers con la instrucción de que «no tiren más que a petición de la tropa y a donde tire la artillería, y solamente momento entrar Badajoz y Mérida». El otro mensaje de esa jornada se destinó a informar a Mola de la buena marcha de las columnas. El parte de Asensio, también fechado el día nueve, ofrece nuevos detalles del asedio a la torre: habían quemado dos de sus puertas de acceso y la escalera con la finalidad de causar de nuevo «efectos tóxicos» sobre sus ocupantes. Pero con las bombas se continúa impidiendo el acceso a la torre, y además causaron siete heridos. Dejemos que sea Asensio quien cuente esta historia:

 

El día ocho lo pasé, pues, en Almendralejo, dedicado con todos mis afanes a terminar con dicha resistencia. A tal fin dispuse que la batería entrase en posición y que batiera la torre; pero como se trataba de un material poco apropiado para esta clase de objetivos, tuve que prescindir de él. Entonces opté por quemar la iglesia, ya que su profanación se había cometido por los rojos. Reuní paja y azufre, de lo que existía abundantemente en la comarca, y ordené prenderle fuego, aprovechando los coches y camiones que tenían los rojos en el interior. El humo que salía por la torre era tan denso que me hacía temer por la vida de sus defensores, pero cuando el calor permitió entrar en el templo, nos recibieron a tiros, como si nada hubiese pasado. Di cuenta de lo ocurrido al general Queipo, quien me ordenó continuar en el pueblo hasta el día diez, en que se incorporarían la Primera Bandera y la Columna del Comandante Castejón…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]

 

*


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar