jueves, 30 de junio de 2022

 

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Alfredo Grimaldos /  “La CIA en España”

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Isidoro y Mister PESC

 

 (...)

 

 

OTAN, DE CABEZA, SÍ

 

El programa aprobado en el XXVII Congreso del PSOE, celebrado en diciembre de 1976, cuando la «reforma política» está ya en marcha, propugna «la liquidación de todas las bases extranjeras en nuestro suelo», y añade que «no cabe aceptar ningún tratado de alianza o relación militar que no cuente con la aprobación expresa del pueblo español». El programa preconiza, igualmente, la «independencia frente a los bloques militares» y la adopción progresiva de «una política de neutralidad activa». Durante algún tiempo, los representantes del PSOE han llegado incluso a postular un tipo de defensa neutralista, análoga a la de Suecia, Suiza o Yugoslavia. En la declaración de diciembre de 1976 se subraya que «el ingreso en la OTAN conllevaría el riesgo de vernos implicados en una guerra de efectos destructivos incalculables si uno de los países miembros entra en guerra». También se llama la atención sobre el aumento de los gastos militares que se derivaría de la presencia española en la Alianza Atlántica.

 

Pero con el paso de los años, y en la medida que el PSOE se va configurando como una «alternativa gubernamental», los dirigentes del partido van puliendo las aristas más cortantes de su política. Hay que alejarse rápidamente del «OTAN, de entrada, no» y olvidar que votaron en contra del ingreso en la Alianza, enfrentados con el Gobierno de Calvo Sotelo, quien consiguió sacar adelante su propuesta en las Cortes. La radicalidad inicial del discurso de Felipe González resulta delirante si se observa el desarrollo posterior de su política internacional. Comienzan a aparecer frecuentemente a su lado mentores como Bettino Craxi, Carlos Andrés Pérez, e incluso el portugués Mário Soares. Los dos políticos europeos son atlantistas practicantes y el venezolano mantiene muy estrechos vínculos con Estados Unidos. La ruptura con el marxismo de 1979 es un guiño a Washington y Bruselas para que le permitan, de momento, mantener el rechazo a la OTAN como algo aún necesario para ganar las elecciones. Cuando González llega al Gobierno, sus propósitos reales se conocen enseguida.

 

Pero sólo un mes antes de las elecciones generales de octubre de 1982, González todavía declara a Interviú: «Yo creo que nosotros tendríamos que plantearnos seriamente el tema de la OTAN, sobre todo porque para España no hay ningún interés defensivo real e inmediato en la integración en el Pacto Atlántico, y lo veo desde el punto estrictamente nacional. Uno puede comprender que Alemania esté en la OTAN y le cuesta creer que un país que no tiene problemas de defensa en la misma dirección que Alemania esté en la OTAN y esté, además, integrado sin ninguna contrapartida, como han hecho los protagonistas españoles».

 

Durante la dictadura franquista, el Gobierno de Estados Unidos presiona para que España se incorpore a la OTAN, pero tropieza con la oposición de los socios europeos, como consecuencia de la naturaleza autocrática del régímen. Y también cuando Calvo Sotelo hace aprobar la entrada de España en la OTAN, varios gobiernos socialistas europeos ofrecen a Felipe González, con especial interés, el veto a la adhesión, lo que habría producido el rechazo de España, al ser precisa la unanimidad de los socios. El secretario general del PSOE declina estos ofrecimientos, que habrían trascendido, lógicamente, de forma que se le consideraría el inspirador de esa maniobra. Se niega, pues, consciente de que ello le ocasionaría el rechazo de la mayoría del Ejército. Y del rey. «Cuando González nombra ministro de Asuntos Exteriores a Morán, y a Narcís Serra para la cartera de Defensa, tiene ya comprometido con la Corona la permanencia en la estructura de la OTAN», señala Pablo Castellano.

 

La actitud de González en relación con la Alianza se hace explícita durante su primer viaje a Alemania, el 3 de mayo de 1983. El presidente de Gobierno socialista, sin contar con su ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, que no está informado del viraje derechista que se ha dado, y rompiendo incluso con sus benefactores socialdemócratas alemanes, presentes en el acto, afirma públicamente en Bonn su «consideración y solidaridad» con la estrategia de Reagan, Margaret Thatcher y la derecha cristianodemócrata alemana de instalar en el teatro bélico europeo 572 misiles Pershing y Cruise.

 

Por fin, en 1986, González convoca y celebra un referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, después de innumerables manifestaciones populares contra la Alianza. Pero no apoya la salida de esa estructura militar: reclama el voto a favor de la permanencia en ella. Ha mentido en la campaña electoral que le llevó al Gobierno, incumple el programa del PSOE, trampea las resoluciones del congreso de su partido y engaña a los ciudadanos. «Cuando Felipe González se lanza a la aventura del referéndum de la OTAN, y ante los sondeos que arrojaban un resultado favorable al “No”, el consejero político de la embajada estadounidense en Madrid me llamó para hablar de lo que ocurriría en el PSOE si González perdía la consulta», relata Francisco Bustelo. «Me preguntó que, en el caso de que pasaran a dirigir otras personas el PSOE y, por lo tanto, a ocupar, aunque fuera provisionalmente el Gobierno, cuál sería la política exterior, en particular respecto a Estados Unidos».

 

González y los suyos movilizan a los medios de comunicación, a intelectuales orgánicos y a adjuntos al poder de las más variadas especies para apoyar la permanencia en la OTAN. Con la idea de conseguir una atractiva imagen pública de la campaña, intenta atraer a su terreno también a personajes del mundo de la cultura y el espectáculo. Fernando Fernán Gómez relataba en cierta ocasión su visita a La Bodeguilla de La Moncloa, invitado por González, junto con otros profesionales del cine y la cultura, durante las fechas previas a la celebración de la consulta. En un determinado momento de la reunión, González les dijo: «He cambiado de opinión porque, cuando llegué a la Moncloa, Suárez me enseñó la “caja de los truenos” y había muchos misiles soviéticos apuntando a España». Manuel Gutiérrez Aragón le llamó cínico.

 

Los servicios de inteligencia norteamericanos siguen muy de cerca toda la campaña a favor del «Sí» y despliegan, en apoyo del Gobierno socialista, su compleja red de influencias. El propio Julio Feo, en ese momento secretario del presidente González, ilustra muy gráficamente la preocupación de la CIA, en 1986, con motivo de la consulta en las urnas: «En la embajada americana en Madrid cundía el nerviosismo. Enders se apresuró a solicitar una entrevista con el presidente, que lo recibió el 7 de febrero. Por su parte, “Sam”, el jefe de estación de la CIA, que había sustituido a “Walter”, incrementó sus llamadas y visitas, en las que me solicitaba información sobre la marcha del referéndum».

 

«El referéndum fue un modelo antológico de pucherazo, pero a muy pocos políticos les interesaba cuestionar el resultado, conscientes de que la victoria del “No” habría repercutido no sólo en la adhesión europea, sino hasta en nuestro propio devenir político», escribe Pablo Castellano, veterano militante socialista que hizo campaña contra la OTAN. «González echaba un pulso a la ciudadanía tras haber ganado todos los pulsos a su partido y salía otra vez vencedor y exultante de las urnas. Sin embargo, a partir de ese momento sería rehén de las políticas más derechistas que le exigían los que, ayudándole descaradamente a ganar el referéndum, le permitían gobernar en el estricto marco de actuación pactado para la ordenada alternancia de los partidos del sistema, no para abrir la puerta a imprevisibles sorpresas de un auténtico e incondicionado sistema de partidos. El Pentágono tomó nota de quiénes eran de verdad sus amigos. A buenas horas se le iba a escapar a la privilegiada mente conocedora de todos los entresijos del 23-F, del GAL y de Filesa un referéndum así».

 

Pablo Castellano continúa: «El Estado español, de la mano de un Gobierno socialista, revalidó y reforzó su condición de socio del Imperio. El esfuerzo del PSOE en este terreno ha sido tan valorado que uno de los más destacados paladines en la defensa del “OTAN, de entrada no”, Javier Solana, en premio a su ejemplar rectificación, ha acabado siendo secretario general de la Alianza y, más tarde, encargado de las cuestiones de defensa europea. Siempre, en todo caso, embajador de los intereses castrenses estadounidenses… Más que caerse del caballo camino de Damasco, se subió tranquilamente al carro de combate o a la superfortaleza volante, medios más seguros y rápidos en la carrera».

 

Después de ser uno de los dirigentes del PSOE que participa en mayor número de actos públicos en contra de la integración de España en la OTAN Javier Solana se convierte, en 1995, en secretario general de la Alianza. Un buen ejemplo individual que sintetiza la trayectoria de su partido. Permanece en el cargo cuatro años y durante su mandato se producen los bombardeos norteamericanos sobre Yugoslavia, en marzo de 1999. A finales de ese año cesa en su cargo de máximo dirigente de la OTAN y toma posesión de un puesto recién creado: alto responsable de la Política Exterior y de Seguridad Común. Ya tenemos Mister PESC…”

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Alfredo Grimaldos. “La CIA en España” ]

 

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